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Limones

Nos encontrábamos los tres sentados en el suelo con los sentidos fijados en la gran pantalla mientras luchábamos desesperadamente por obtener un cartel de victoria en la televisión. Fue Bambam, minutos después, quien con sus ágiles habilidades para los videojuegos y la suerte de su lado nos venció al resto. Entre sonrisas por encima del hombro y burlas hacia nuestra torpeza con los controles, dejamos que se regocijara, pidiendo la revancha sin intención de rendirnos. 

Como una reunión de amigos para pasar el tiempo, Taehyung, Bambam y yo estábamos sentados en la sala de estar del primero jugando videojuegos. Éramos las únicas personas en la casa. Según Taehyung, Jimin y sus padres se dirigían al supermercado poco antes de que nosotros llegáramos y él se quedó en la casa a la espera. Dadas las dos semanas de vacaciones que teníamos, no había visto al mayor por un tiempo. 

Extrañaba su apariencia con toda esa ropa ochentera y los anteojos sobre el puente de su pequeña nariz. Ver sus ojos almendrados y deleitarme con su aroma era algo a lo que me había acostumbrado, y ahora que había estado sin todo aquello durante unos días, no estaba seguro de cómo mi organismo iba a reaccionar al volver a verlo. Seguramente el corazón se me acelerara emocionado, mi estómago que retorcería sin dar cabida a la tristeza y el resto del mundo dejaría de tener importancia. 

Estos días sin Jimin me otorgaron tiempo para pensar y concentrar mis ideas. Fue una tarea complicada que me causó dolores de cabeza. Por fin hallé una respuesta cuando menos me lo esperaba, mientras escribía uno de los capítulos de mi novela. Por lo que había sucedido hasta ahora y las señales confusas del docente, mi intuición me decía que las posibilidades aumentaron respecto a los primeros meses desde nuestro reencuentro. Jimin tenía dudas y se mostraba precavido cuando estábamos rodeados de gente porque, claro, que un alumno esté con su profesor es algo bastante grave. Sin embargo, su actitud era más abierta, podría decir que más ligera, mientras nos encontrábamos en la intimidad de mi habitación.

Yugyeom estuvo citándome varios días después del regreso de Europa. Quería revolcarse, desquitarse del estrés o simplemente follar. A pesar de que una sensación pesada me aplastaba el pecho en el momento en el que su hombría se encontraba en mi interior, no dejé de decirle que sí. 

Mi percepción del amor se había ido nublando desde hacía un tiempo. Era un concepto abstracto que de joven tuve la sensación de explorar en profundidad pero que actualmente se había vuelto un laberinto con diferentes salidas. Amar y ser amado no son acciones, sino momentos. Tú no amas, es el instante de compartir latidos. Y ser amado era la reciprocidad de esos latidos en toda su esencia y fundamento; la mera acción de buscar los ojos ajenos para verte reflejado en ellos. Como decía, todo aquello se vio envuelto en una nube de humo densa que sentía más encima cada día. Yugyeom seguía constante, siendo un muro en mi órgano que no me dejaba avanzar hacia adelante. No era que yo no quisiera saltar dicho muro y continuar, sino que desde hacia un tiempo su actitud me resultó sobrecogedora en el mal sentido. Cuando me miraba podía ver el claro brillo felino de un depredador y su forma de acariciarme el cuerpo era brutalmente posesiva. Dejó de quererme así como yo también cambié mi rumbo, centrándome en otro objetivo. Pero tenía la honda sensación de que él no quería dejarme ir, aumentando más hilos al ya muy enredado corazón. Jimin ya era otro asunto aún más extenso y enrevesado, pero todo seguía resumiéndose a inquietud.

El sonido de la puerta principal de la entrada al ser abierta nos invitó a dejar a un lado la pantalla y girar la cabeza. Por el pasillo se asomó un hombre canoso de mediana edad que nos dedicó una sonrisa, continuando su camino para depositar las pesadas bolsas que cargaba en otra sala. Seguido por un Jimin igual de atareado que el anterior hombre que supuse que era el padre del moreno, apareció una mujer con la apariencia igual de desgastada que su marido pero cuya diferencia era que tenía unos nervios de oro y la energía misma de un joven. Interrumpiendo su trayecto al verme y haciendo detener al rubio en mitad del pasillo, aquella señora me miró abriendo la boca al reconocerme igual de sorprendida como yo lo estaba de encontrarla en aquel lugar, y dijo:

—¡El muchacho de los limones! —Y dejando aquellas palabras en el aire, se acercó corriendo a mi lugar para darme la mano y saludarme efusivamente —Chico, ¿qué te trae por aquí? ¿Eres amigo de mi hijo?

La mujer nombrada como Kim Taehee y madre de Jimin y Taehyung era la misma mujer que me enganchó en la calle cuando lloraba y a la que ayudé con sus bolsas de la compra. Como recompensa, me entregó dos limones que más tarde terminé usando para preparar un bizcocho y también me otorgó un consejo del que aún hoy seguía haciendo caso. Sus manos delgadas agarraron ambos lados de mi cara para estrujarlos con firmeza como solo las madres y las abuelas tienen costumbre de hacer con los niños, sin ser realmente conscientes de que al pellizcar nuestras mejillas dejarán ahí una leve marca rojiza, y me sonrió hasta que sus ojos se perdieron en dos medias lunas. A nuestro alrededor, unos atónitos estudiantes y la mirada confundida de Jimin nos observaban sin perder detalle.

—También me alegro de verla de nuevo —dije para mostrar una educada sonrisa a la mujer.

—Mamá, ¿Ya conocías a Jungkook? —Taehyung preguntó con un tono serio.

—Digamos que tu amigo y yo compartimos unas palabra hace un tiempo. Pero como sé que sois muy cotillas, os voy a dejar con las ganas de saberlo. —Me guiñó un ojo con esa labia que caracterizaba sus palabras.

Taehee abandonó la sala seguida por el rubio hasta depositar las bolsas donde el hombre se mantenía colocando la compra, suponía que en la cocina. Soporté varios minutos de un intenso interrogatorio por el moreno que se mostraba resentido ante la incomprensión que le producían las palabras de su madre. Lo ignoré, no tenía pensado romper esa promesa de silencio que aquel guiño juguetón había significado, y aproveché el ambiente de desconcierto como la oportunidad perfecta que me llevaría a la victoria en el videojuego. Unos minutos más tarde, tras la llegada de los integrantes de la casa, Jimin se nos unió en el salón.

—¿Ya la conocías? —Aunque se sentó a mi espalda, aún pude oler su fragancia de orquídeas.

Su voz susurrante me hizo estremecer, paralizándome por un momento los dedos sombre los controles del mando. Tragué saliva, relamiéndome los labios ansioso por volver a oír su voz dulce y risueña. Oh, su voz. Fue una tarea un tanto difícil dado que sentía el calor de su cuerpo casi pegado a mi espalda, pero conseguí conservar la calma e ignorar el revuelo que la imagen de él vestido con aquel suéter y los pantalones holgados al estilo de los años ochenta de minutos atrás me había hecho sentir en el estómago. Con el mismo hilo de voz que él  empleó para no romper la concentración de aquellos que atacaban con pistolas en el juego a mi lado, respondí.

—Sí, nos encontramos por casualidad hará unos meses y me dijo algunas cosas.

—¿Qué tipo de cosas?— se mostró curioso. O tal vez inquieto al ser consciente de lo que su alocada madre a la que quería con intensidad pudiera haberme dicho.

Guardé silencio con una sonrisa lobuna adornándome los labios. El mayor se percató de aquello; no obstante, no fue capaz de insistir de nuevo cuando la protagonista de nuestra conversación apareció de una forma alborotadora por el marco de la puerta.

—Jungkook, cielo, ¿Cómo te van las cosas?

—Van bien, gracias por preguntar— de pronto, ella soltó un aullido emocionado y giró la cabeza hacia el menor de sus hijos.

—¿Por qué no habías traído a casa antes a este encantador muchacho? Hijo, ya podrías ser más como él y dejar de ver tantos dibujitos japoneses o jugar con figuritas.

—¡Mamá!— el expuesto se quejó con el rostro sonrosado que se volvió completamente rojo ante las risas de los presentes.

—Por cierto, Jungkookie— me habló de nuevo con una libertad que no fue para nada molesta—, ¿Estarías dispuesto a volver a ayudarme?

—Por supuesto, ¿de qué se trata? —En resumidas cuentas, Taehee me explicó.

Un dato que no sabía hasta entonces era que ella y su actual marido –padre de Taehyung– se conocieron en el restaurante donde ella trabajaba. Me explicó que hacía poco aquella línea de restaurantes había expandido sus horizontes y los dueños firmaron un contrato verificando la abertura de un nuevo local en la primera planta de un hotel. Aquel acto había otorgado ascenso a las personas ya contratadas que tuvieron que trasladarse a la nueva sucursal y mucho esfuerzo para sacar a cabo el negocio para los huéspedes del hotel. Kim Taehee había sido ascendida y puesta de chef principal en el restaurante del hotel. Tenía que encargarse de dirigir a una docena de pinches de cocina que con el tiempo fueron acostumbrándose a su estricto mandato y la rigidez de sus pedidos en cuanto al alimento. Por lo que me había alcanzado a contar, dentro de poco el hotel estaría recibiendo a más personas de lo normal porque se celebraría un evento importante y temía –como encargada del restaurante– que el número de camareros no fuera suficiente para atender a todos los consumidores. Estaba reclutando gente para que trabajara un par de días, lo que duraba el evento. Taehyung y Bambam ya se habían prestado a ayudar y Jimin se pasaría en sus días libres puesto que estaba asistiendo a reuniones y conferencias que el profesorado debía de añadir en su currículo para una mayor posibilidad de empleo al año siguiente. La idea no me pareció mala, así que tras meditarlo por un rato decidí aceptar. Tenía algo de experiencia por mis trabajos en verano en diversas cafeterías y locales que ofrecían servicios parecidos. Tenía entendido que yo no entraría a la cocina para nada, lo que suponía un alivio enorme y me libraba de una gran presión por la responsabilidad. En unos días comenzaba el evento. Daría lo mejor de mí, tomando los pedidos y sirviéndolos una vez los platos se me fueran entregados. «Sencillo», pensé cuando la Sra. Kim se encargó de hacerme un recorrido por los lugares del restaurante que ocuparía y entregarme el uniforme conformado por unos pantalones negros con una camisa blanca ajustada que hacía una perfecta combinación con el alto estatus del hotel y un delantal gris al rededor de la cintura. 

El primer día del evento Taehee nos dio una charla motivacional a todos los presentes antes de que los invitados y el caos se mezclaran con los vapores de la cocina.

—¡Escuchadme todos! Van a ser unos días duros y agotadores donde espero que todos deis lo mejor de vosotros y podamos recibir la mejor crítica posible. Atenderemos y daremos de comer a miles de personas, cada uno con un gusto y criterio diferente. No espero que los alimentemos hasta hacerlos explotar, lo que quiero es que, con una simple cuchara, sientan la bomba de sabor y esfuerzo que pondremos en cada plato. ¡¿Queda claro?!

Me recordó a una película antigua donde los guerreros se agolpan en tropas mientras se preparan para la muerte. El capitán dice algunas palabras que sirven como anzuelo para recuperar el espíritu luchador de cada uno de los soldados y que, al final, comprenden que no son nada por separado, pero que juntos conforman un ejército formidable con sus únicas armas siendo sus corazones latentes, y sus escudos, la carne de sus cuerpos. Las voces de la treintena de personas que sumábamos entre los cocineros y camareros se juntaron en un solo grito de ánimo antes de repartirnos por todo el lugar, cada uno al cargo de su tarea. Unos fregaban los platos, otros aliñaban los guisos y picaban las verduras. A mediados de la noche, no quedaba ni un sólo fogón sin calentar una olla, puchero o sartén. Al principio comenzamos solos Bambam y yo como las únicas personas que trajeron de apoyo, sumados a un par de muchachas que fregaban en la cocina. A eso de las diez menos veinte de la noche y en pleno apogeo de clientes, Taehyung y Jimin llegaron para sumarse y prestar toda la ayuda posible. Me produjo un gran golpe ver al rubio con los pantalones y la camisa ajustada, haciéndolo lucir tan jodidamente caliente que apenas pude concentrarme por los próximos minutos. 

Teníamos cinco minutos de descanso entre las ocho horas que la cocina se mantenía activa. Aquel lapsus de tiempo podías emplearlo únicamente para pararte en una esquina después de avisar al superior que te controlaba de que descansarías y ponerte a observar a los comensales comer en silencio. Si lo pensabas bien, cinco minutos no era mucho tiempo comparado con siete horas, pero bastaba detenerse ese escaso tiempo para observar a la variedad de personas charlar mientras disfrutan de la música en vivo o la comida en sus mesas para que el pecho se te llenase de orgullo y satisfacción ante los miles de rostros satisfechos con el servicio. Entre todas aquellas caras diferentes, logré reconocer dos en la tercera noche de trabajo.

—Jungkook, a la mesa dieciocho —me advirtió unos de los cocineros que me observaba estático en mi lugar.

A lo lejos, había divisado la cara de ella antes de que él entra en mi campo de visión. Caminé hasta la mesa rezando por que el próximo instante terminara pronto. Las comisuras de mis labios se alzaron en una sonrisa rígida antes de que él se percata de mi presencia al estar ojeando el menú con detenimiento. Fue Jisoo quién, al reconocerme, se mostró sorprendida antes de sonreírme con amabilidad.

—¡Me alegra volver a verte, Jungkook! ¿Trabajas aquí? —preguntó con simpatía. 

Inmediatamente al escuchar mi nombre ser pronunciado por sus labios, Yugyeom, quien se encontraba sentado frente a una arreglada y preciosa Jisoo, me observó con pasividad. Ese sería siempre su punto malo, la agilidad que tenía para mentir y disfrazar lo que sentía. Había momentos que me paraba a contemplar su rostro y tan rápido podía estar sonriendo y profanándome amor como me miraba con una indiferencia punzante. 

—Sólo hasta que termine el evento— hablé, ignorando la mala sensación que me había producido verlos sentados en aquella mesa seguramente en una cita como la pareja perfecta que yo nunca podría llegar a ser.

—Eso es estupendo —comentó ella—. Bueno, no te hacemos perder más tiempo, yo quiero una la lasaña de espinacas, ¿y tú, amor?

—Una sopa de cebolla. —Me retiré tras anotar los pedidos.

En mi humilde opinión, si vas a una cita con tu pareja deberías evitar cosas como la cebolla o el ajo porque a la hora de besar la impresión no es para nada agradable.

Fue una imagen complicada de presenciar cuando Jimin se encargó de servirle el pedido a aquella pareja y la tensión entre él y el menor era cortante. Dejando eso a un lado, la noche siguió con sus altos y sus bajos. A veces era caótico. Observabas gente correr de un lado para otro y te veías en la tesitura de tener que hacer maniobras para esquivar a los cocineros. Después de atravesar una verdadera selva en la cocina, llegaba la misión «Ojos de Halcón», como la llamaba yo. Y es que, de un solo vistazo, teníamos que leer la comanda que debíamos servir y la mesa a la que correspondía. Si nos equivocábamos o nos parábamos frente al tablón de comandas, podría armarse un auténtico jaleo. 

De aquella apresurada experiencia que me llevó a conocer a un montón de gente encantadora cuando por fin la cocina se cerraba logré sacar algo de dinero y un gran número de tápers de comida variada que la Sra. Kim me daba tras terminar un turno. Había todo tipos de alimentos de la mejor calidad y preparados por cocineros expertos y no se me vació la nevera hasta dos meses después de que el evento se quedara en el olvido. 

Como decía, la gente en la cocina y los camareros fueron personas realmente encantadoras. Mientras el local se mantenía activo, era casi imposible establecer una conversación con nadie. Todos estaban en tensión constante y Taehee mantenía firmes mediante gritos a cualquiera que se atreviera a distraerse tan solo un segundo. Por haber tenido que parar a revisar las comandas o tardar de más en colocar los platos en la bandeja, yo mismo, que parecía el favorito de la Sra. Kim, fui receptor de los gritos de aquella. Todos nos volvíamos susceptibles bajo presión, lo entendía.

La última noche de trabajo y tras cerrar y limpiar la cocina, dimos oficialmente por concluida la atareada jornada. Todos los que ayudamos esos días nos reunimos en un bar a unas calles del hotel. Estábamos agotados pero felices. Decidimos compartir unas horas de calma entre tragos y comida mientras la diversión y las sonrisas no desaparecían del ambiente.

—¡Jungkookie, bebe un poco más!— Taehee rellenó mi vaso de sake sin opción a negarme.

Con la mejor compañía que nunca podría haber deseado, los últimos días de vacaciones se pasaron en un puff, como por arte de magia. Marzo deslizaba su clima en forma de lluvia y frondosa vegetación naciente que comenzaba a brotar de la tierra húmeda. Lo mejor de la primavera eran sin duda alguna sus imponentes atardeceres llenos de nubes. Después de explayarse y vaciar todo el agua sobre nosotros, las nubes se teñían, a eso de las siete de la tarde, de un amarillo claro que contrastaba con el azul del cielo. Luego, el tono amarillo tomaba un anaranjado más vivo mientras el sol se encontraba ya entre sus últimos suspiros del día. Lo mejor de aquellos atardeceres –que se asemejaban mucho al nivel de las primeras luces del alba– era el contraste de colores. Así como lograbas diferenciar todos y cada uno de los matices, se apreciaba con claridad como ninguno de ellos se estorbaba entre sí o quería tomar el papel principal. Era absolutamente abrumador mirar el cielo en los atardeceres de marzo. Una sensación arrolladora se colaba en tu interior y tomaba los controles para que no pudieras apartar la vista de las nubes algodonosas pintadas de diferentes tonos.

El tiempo se volvió un medidor inservible aquella noche de festejo. Posiblemente era cerca de media noche cuando las primeras copas rondaron en la mesa. Se sirvieron diferentes tentempiés para acompañar la bebida, y la absoluta atención de todos los presentes fue tomada por la Sra. Kim en un cierto momento.

—Quiero agradeceros a todos por vuestro duro trabajo. ¡Ha sido un completo éxito! —una oleada de aplausos y vitoreos rompía la calma del local—. Sobre todo, quiero dar las gracias a aquellos que se prestaron voluntarios para ayudar y que cuyo arduo esfuerzo ha sido de gran ayuda; gracias —hizo una pausa para tomar su copa de la mesa—. ¡Un brindis por todos!

—¡Por todos!— gritamos en conjunto.

Dada por concluida la fiesta, cada uno emprendió su camino de regreso a casa. Debía añadir que los días comenzaron a ser más cálidos; sin embargo, la temperatura helada acompañaba a aquellos que vagaban sin compañía en las horas sin sol. A mi lado, la familia Kim al completo –el Sr. Kim había venido para celebrar con nosotros– se preparaba para marcharse.

—¿Vives muy lejos, Jungkook? Si quieres podemos llevarte en coche —se ofreció el hombre.

—No se preocupe, mi casa está a unos veinte minutos andando, iré a pie.

—Deja que yo lo lleve, Dae-hyun —así era como Jimin llamaba al marido de su madre porque, como me había explicado mientras nos preparábamos para comenzar el trabajo, sentía que el honorifico de "padre" lo poseía otra persona en su caso—, tengo el coche ahí aparcado.

—Entonces espero verte pronto por casa, Jungkookie, para que me ayudes a preparar nuevas recetas en la cocina —Taehee me guiñó el ojo antes de despedirme de la familia. Seguí a Jimin hasta el aparcamiento y nos subimos al vehículo envueltos por un suave silencio. Fue su voz la que rompió aquel último.

—Ha sido agotador, pero al final se ha terminado. ¿Estás contento?

—Mucho— asentí—. He conocido a personas encantadoras con las que no hubiera coincidido nunca. Estoy cansado, pero realmente ha merecido la pena.

Con una sonrisa endulzada, Jimin puso en marcha el motor y condujo hasta mi departamento. Instantes después, estacionó frente al gran edificio que tan acostumbrado estaba de ver cuando venía a nuestras clases de física. Le agradecí por el viaje.

—No estoy seguro de que pueda dormir si no te lo digo.

Mi intención de bajarme del vehículo y marcharme se vio interrumpida con nuevas palabras que sonaron impulsivas. Al volverme a sentar en el asiento desconcertado para mirarlo, su rostro estaba un tanto pálido.

—¿Qué sucede?— soné calmado.

—El otro día, mientras estabas sirviendo otras mesas, el chico con el que sales... él besó a una mujer.

Alcé una ceja al mismo ritmo que una sutil sonrisa a causa del rostro preocupado de Jimin se forma en mi cara.

—Sí, lo sé.

—¿Lo sabes?— asentí con un tarareo—. ¿Y estás de acuerdo? Digo, se supone que compartes ese tipo de acciones con la persona con la que sales; o bueno, con la que tienes una relación más o menos— solté una risita por el lío que se estaba haciendo él sólo. Con su mirada curiosa encima, le respondí.

—Tienes razón— hablé —. Es por eso mismo por lo que Yug estaba besándose con ella. Con su novia.

Tardó unos segundos en desaparecer, pero claramente pude ver el desconcierto absoluto y un atisbo de horror en su mirada. Estaba claro que no le agradaba el escenario que acababa de mostrarle, así que, para tratar de evadirlo, volteé la cabeza, observando hacia el frente.

—¿Por qué empezaste a salir con alguien así?— cuestionó.

—Cuando lo conocí, no sabía que tenía pareja. Fue unas semanas más tarde cuando me enteré y ambos decidimos seguir adelante— expliqué un poco roto por dentro—. Desde el inicio sabía que nuestra relación no tendría principio pero sí fin. Era algo triste. Y, aún así, me aferré a él con todas mis ganas. Viviendo en una burbuja que en cualquier momento explotaría.

—¿Qué te hizo no dejarlo ir?

—El amor, supongo.

Mis últimas palabras salieron en un fino hilo de voz. Rememorar el avance de mi relación con Yugyeom desde el inicio donde ambos parecíamos hechos el uno para el otro hasta ahora me llenaba el cuerpo de un vacío abismal. Y es absurdo; de las cosas más retóricas que existen. El hecho de que un vacío te pueda hacer desbordar de un vaso que supuestamente no está lleno. Rebasar en el precipicio hasta caer y saber que pudiste hacer una y mil cosas para evitarlo. Y, aún así, seguir navegando hacia la cascada por tener la vista tan perdida en el horizonte que no ves por donde caminas hasta que tropiezas.

—¿Aún lo amas?— sonó cuidadoso, como si tanteara un terreno que le daba miedo abordar. 

—No lo sé. —Respondí.

¿Le amaba? ¿O solo lo quería? Muchas personas confunden estos dos términos con el mismo sentimiento y es importante aprender a diferenciarlos. Cuando quieres a alguien te preocuparás por él, trataras de cuidarlo y de compartir los mejores momentos de tu vida junto a esa persona. En el momento en el que se trata de amor, es más difícil de explicar. Sientes la necesidad de protegerlo sin querer que él o ella dejé de ser libre. Entiendes que no es un muñeco, que tiene su vida y que a veces es imposible evitar que se dañe, pero le prometes –a él y a ti– que no serás tú quien le haga daño. Cuando estás enamorado las cosas se vuelven más bonitas y más feas a la vez. No hay nadie más perfecto y hermoso que esa persona y, al mismo tiempo, encuentras escenarios y objetos que lo relacionan como si fueran auténticas obras de arte. Solo porque esa persona está ahí. Y comprendes que no es necesario un lugar para sentirte a salvo, sino un alma que encaje con la tuya. A veces tendréis discusiones, os diréis cosas muy feas que seguramente no sintáis y la situación tomará un color turbulento. Es normal, somos humanos y como tal sentimos y cometemos errores porque aún no sabemos nada. Pero quién está enamorado reconocerá el fallo, pedirá perdón y no hablo solo de las palabras "lo siento", sino de las acciones que cambiará tras la disculpa. Seguramente recapacite porque sabe que hay una persona maravillosa ahí fuera que le hace sentir que el mundo es como una película de Hollywood con un final feliz.

Cada uno ama a su manera. No significa que salirse del cliché está mal. Las situaciones y obstáculos a los que se opone una pareja a veces pueden hacer temblar los cimientos de la relación. Son aquellos valientes que, sin soltarse de la mano, se impulsarán mutuamente para traspasar el muro en su camino. Ese pie que tomará como punto de apoyo la mano de su pareja se llama comunicación. Y es cuando el primero llega a lo alto del muro y le brinda una cuerda al otro donde la comunicación es compartida y ya no hay margen a que algo salga mal.

«Perdón, amor, no debería haberme enfadado por eso, pero esa actitud tuya me ha molestado»

«No pensé que sus pensamientos eran esos, tenías razón, gracias por advertirme»

Incluso si no son palabras, gestos como preguntar por el día de uno o compartir el último trozo de pizza marcan una diferencia. La diferencia.

Ambos estuvimos de acuerdo en que la conversación se terminaba ahí. Todavía no éramos muy buenos para comunicarnos, pero eso era algo que con el tiempo aprenderíamos a hacer. Saber expresar lo que pensábamos y sentíamos. Dejando a Jimin en su coche, entré al edificio. Estaba tan exhausto por el duro trabajo que por fin había llegado a su final que tomé el ascensor para no caminar de más. Lo primero que hice al entrar fue dirigirme a la cocina y observar por la ventana como el espacio vacío en el aparcamiento que Jimin había dejado era ocupado por una moto. De repente, el corazón me latía muy deprisa y es que había tenido la sensación de que el rubio estaba interesándose en mí. Un poco, al menos. Se preocupaba de que comiera bien, me preguntaba cómo me iba el día cuando nos cruzábamos en la universidad y, a veces, lejos de dar clase en la intimidad de mi habitación, nos poníamos a hablar de aquellas cosas que nos apasionaban y que quieres compartir con una persona que te importa. Tal vez el sólo era amable y trataba de hacer amena la lección y el estudio. Quizá solo me quería. La posibilidad de que me amara como yo lo hacía era aún muy lejana.


Por favor, por mucho que amen a alguien, no compartan su pizza, la pizza es sagrada :P

Gracias por leer :)

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