Encuentros
El ensordecedor ruido del exterior dejaba tras de si un eco que parecía quedarse levitando en el aire. Como un mantra, el bombardeo era alto y constante, suponía que hasta que la pólvora escaseara y no les quedara más remedio que retirarse. A mi lado, Chaerin sonreía encantada con la vista pegada al cielo. Llevaba un vestido azul y el pelo ondulado recogido en un moño del que se escapaban rebeldes mechones castaños. Se había cortado flequillo.
Se oyó un petardo más fuerte que el resto y me pareció que la explosión se encontraba dentro de mi cabeza. Saja apareció por mi espalda en el momento justo. Traía unos vasos de plástico rojos cuyo contenido no me interesó preguntar y al que le di un sorbo apresurado sin pensármelo dos veces.
—Kook, bebe despacio o te ahogarás —me advirtió con su dulce tono fraternal, se escuchó otro "¡pum!".
Desde que volvimos de Gaetbol, yo había decidido no atormentarme más por lo que era irremediable. ¿Para qué perder el tiempo? Ya había llorado suficiente y ahora me concentraría en recordar a Goong –ya no sabía si decir "Tío Goong" fuera lo correcto– como el genial hombre que había sido.
En cuanto a porqué mi alrededor parecía un campo de combate con explosiones ruidosas y el hecho de que Chaerin y Chico barro estuvieran conmigo tenía su explicación: el verano se acercaba y por ello algunos chicos de la universidad habían decidido dar una de sus muchas fiestas, solo que en esta había fuegos artificiales. A mi me daban miedo los fuegos artificiales.
Fue una respuesta evasiva que desarrollé cuando era más pequeño. Cuando se oía un ruido más fuerte en casa, automáticamente todo mi sistema se ponía alerta. Estaba cansado de que mi padre llegara borracho, con la cólera metida entre ceja y ceja, y yo siendo la presa de tiro frente a su fusil. Si la puerta de entrada era abierta con brusquedad, azotada contra la pared y mi progenitor era quien sostenía el pomo, no había nada que hacer.
Me acostumbré a escuchar los gritos de mi padre en la sala de estar, exigiéndole a mi madre la ubicación del demonio malnacido, aquel ser anormal, mi ubicación. Entonces seguían las demoledoras pisadas por la escalera. A veces, si el hombre iba muy borracho o si había perdido los estribos dos calles antes de llegar, se escuchaba algún jarrón partirse contra el suelo y el crujido de la pared al recibir un puñetazo. Incluso, en una ocasión, el cuchillo de picar que mi madre estaba utilizando en la cocina voló hasta astillarse contra una estantería.
De modo que, sin remedio ni cura posible, el corazón me latía entre brincos, la respiración se me volvía errada y las manos me sudaban como si acabada de correr un maratón entero agarrado a una correa de cuero cuando oía los petardos que se usan en celebraciones.
Muy bonitas y todo eso, pero eran insufribles y a mí me causaban una taquicardia de los mil demonios.
Hubo otra explosión, un "¡Bam!" descomunal que me hizo brincar y echarme encima de Saja para tratar de resguardarme del peligro. El chico de pelo rizado y pecas abundantes soltó una exclamación de asombro, pero me dejó estar. Me acarició la espalda con una mano mientras yo mantenía los parpados bien apretados y la cara enterrada en el hueco de su cuello. Chico Barro olía bien: una mezcla de perfume masculino y una esencia dulce que no supe nombrar.
—Los fuegos van a acabar dentro de poco —me susurró al oído, haciéndome enternecer—, ¿deberíamos volver adentro antes de que terminen?
Guiados por la multitud, los tres terminamos en el jardín de la casa donde se celebraba la fiesta para ver mejor aquel "espectáculo". No supe que había sido llevado a una terrible trampa hasta que las estelas se alzaban desde el suelo y terminaban detonando en lo alto del firmamento nocturno.
Cuando Saja retiró un poco mi cuerpo para verme la cara, no me moví. Me pareció ver un brillo intenso en su pupila dilatada al mirarme, pero no podría estar seguro de ello ya que estaba demasiado asustado como para reparar en detalles como ese. Por fin, los fuegos artificiales cesaron, con una horda de aplausos y vitoreos de la gente.
Chaerin despegó, al fin, sus ojos marrones del cielo ahora cubierto por una densa nube de humo y se fijó en nosotros, que seguíamos abrazados y mirándonos a los ojos. «Como dos enamorados», me dijo mi amiga una vez dejamos a Saja en su casa y nosotros nos dirigimos a la mía para dormir.
—¿Pero qué dices, Chae? Yo estoy con Jimin ahora —afirmé y me reí como si acabara de nombrar una broma graciosa. Ella puso los ojos en blanco y soltó un suspiro.
—Vosotros, los hombres, el sexo al que se le atribuyen los avances médicos y científicos más significativos de la especie humana, no sabéis reconocer cuando tenéis a una persona a la que traéis loca al lado —se quejó.
¿Y qué iba a saber yo si aquello que mi amiga veía tan claro era verdad? Tan solo era un universitario hormonal que no se fijaba en quién se llevaba por delante con tal de sentirse bien y querido.
Una semana después del viaje y ya a principios del caluroso mes de junio, ya no había qué hacer: el sol comenzaba a sofocarnos, como cucarachas atrapadas en una barbacoa, y ni las sombras ni las bebidas refrescantes lograban disminuir la temperatura de nuestro cuerpo.
Me pareció que aquel año, el verano había regresado antes de tiempo. Y es que, el cambio climático, con todos y cada uno de los factores que los seres humanos aportábamos para su desarrollo, guiando cada año que pasaba a nuestro planeta al Juicio Final, era el causante de tanto calor como hacía.
No todo en el bochorno sería malo; el clima caluroso y las revistas de moda anunciando las nuevas temporadas me permitirían ver a un Jimin en pantalones vaqueros cortos y una camiseta de tirantes blanca. No en la universidad, claro, ahí seguía yendo con sus pantalones de talle alto y sus camisas abotonadas y bien planchadas. Pero sí disfrutar de aquel manjar visual que las prendas cortas dejaban al descubierto.
Nuestra relación también pareció venir acompañada por esos primeros días de junio. Volvimos a hablar más, a disfrutar el tiempo juntos entre las paredes de mi habitación que por suerte tenían aire acondicionado, pero que ese hecho no nos impidió retozar desnudos sobre las sábanas de mi cama.
Me hubiera gustado que en algún lugar de mi habitación, oculta entre estanterías o sobre él escritorio, yo hubiera poseído una cámara para grabar el momento que voy a contar a continuación.
Habíamos avanzado, impulsados por el éxtasis que aparecía entre conversaciones sobre el clima y los deportes de la radio, hasta el punto donde el rubio se encontraba sobre mí, con esa mirada hambrienta y los labios hinchados por mis besos. En ese instante no fui consciente, me salió solo: un suspiro de placer por la vista de un ángel frente a mí. Yo trataba de desalojar su camisa marrón de lino, aprovechando para tocar indecentemente su abdomen firme y liso. Hasta que llegué a la zona de su pecho y un abrupto relieve en él me hizo detenerme petrificado.
—¿Pero qué...?
Sin saber nada volví a rozar con los dedos aquella zona por encima de la tela. Había algo duro y redondeado en torno a su pezón y con pavor levanté la vista hacia él con una interrogación enmarcada en el rostro. Jimin se alejó un poco, me dio una media sonrisa y terminó por pasar la camiseta por su cabeza, dejando a la vista su torso al completo, con aquella extrañeza en su pecho.
Los ojos debieron de abrírseme mucho y los hombros me temblaron cuando quise contener una carcajada. Él, tan responsable y con ese porte señorial que no se quitaba ni cuando estaba solo, escondiendo ese rostro angelical detrás de la montura de las gafas de pasta negra, había logrado que perdiera el calentón con una única acción.
Jimin tenía un piercing en el pezón. De esos que son una pequeña barra con dos bolitas a los lados. No me contuve más y terminé explotando de la risa. Aquello era una locura: el mismísimo Mundo de la Locura.
—¿Desde cuándo tienes eso?
—Desde que, en una salida con amigos durante la adolescencia, tenía una borrachera descomunal y el suficiente dinero en el bolsillo como para que me lo hicieran en la primera tienda que vi.
No volví a subestimar al mayor o a meterlo dentro del tarro con la etiqueta «Soy un hombre estirado y correcto».
Como otro golpe de realidad, Chaerin se presentó con un golpe en la cara al día siguiente. «Por Dios, Chae, ¿Qué te ha pasado?» La pregunta en sí era algo absurda. A simple vista, se podía adivinar o suponer que le habían pegado. En ese momento, ella bajó la cabeza hasta vislumbrar la pinta de sus botas rojas. Parecía una niña pequeña que estaba guardando un secreto importante y a la que acusaban por ello. La diferencia era que Chaerin ya no era una niña inocente: ella quería confesar, hablar; deseaba revelarse contra lo que está mal.
En una sacudida el cuerpo me tembló y una cólera intensa se apoderó de mí cuando me explicó todo. «Chanyeol... Él no resultó ser la persona de la que me enamoré —murmuraba casi en susurros bajo la sobra de uno de los árboles del jardín de la Universidad—. Me ha pegado, Jungkook —se notaba la plena indignación en su voz—, y no voy a quedarme quieta como una mosquita muerta.» «Por supuesto que no —le dije—. Lucharemos en esto juntos. »
Por el momento, mi amiga había decidido evitar a su agresor. No contestaba sus llamadas y, como no le había dado su dirección, sobre todo para que su padre no les encontrara juntos, se sentía más segura en casa, donde no podía encontrarla. De todas formas, cabía la posibilidad de que viniera hasta la universidad a buscarla. Eso pasó unos días después de su confesión. La ventaja que teníamos en un espacio público era la cantidad de testigos presentes y que ella no estaba sola: yo permanecía como un perro guardián a su lado.
Cuando lo divisé a lo lejos, moviendo la cabeza de un lado a otro para ver si pasábamos por allí, nosotros acabábamos de de terminar la clase de Jimin y atravesamos la puerta en dirección a la cafetería. Antes de que ella pudiera verle o, en caso más problemático, al revés, la tomé del brazo y regresamos al interior del aula donde el rubio guardaba sus cosas en el maletín de cuero.
Chaerin me regaló una mirada de "¿qué ocurre?" y Jimin, al percatarse de nuestro regreso, ladeó la cabeza.
—Necesito que te quedes con ella unos minutos —le dije al mayor de los tres. Luego me giré hacia ella—. Está fuera — Chaerin empalideció pero entendió a lo que me refería—. Iré a hablar con él, no tardaré.
Tras recibir un asentimiento por parte de ambos, los dejé en la clase. Me impulsaba un poco saber que al menos ellos estarían juntos y a salvo. Por otro lado, unas ganas terribles de salir corriendo me abordaban a cada paso, anclándome al suelo, como si llevara las pesadas bolas de metal que llevaban los presos encadenadas a los tobillos.
—Chanyeol —le llamé. Volvió la cabeza hacia mi dirección.
—Jungkook, qué alegría me da verte. Estaba buscando a Chaerin, ¿de casualidad la has visto?
Me faltó poco cerrar el puño y estampárselo en la cara, justo donde esa sonrisa falsa y repulsiva asomaba a la vista. Decidí contar hasta tres. Uno, dos...
—Ella no quiere verte más.
No llegué a terminar el número tres. Antes, había lanzado aquello como un gruñido furioso. Mi cara debía de estar deformada con el ceño fruncido y tenía los músculos rígidos por la tensión. Su reacción fue de verdadero asombro.
—Oh, ¿Y eso por qué?
—¿Que por qué? —solté una risa irónica— Tus neuronas de cavernícola no deben de dar para recordar cuando la golpeaste en la cara, imbécil.
Por un momento casi me trago la sorpresa y estupor que movieron sus facciones. Las cosas se habían dicho y ya no había forma de regresar. Me pareció ver a Chanyeol contraerse de pena, de vergüenza, pero rápidamente recuperó aquella galantería que logró intimidarme en una primera impresión. Ya no más. Me miró con aquellos ojos oscuros, ennegrecidos por el aura salvaje que adoptó en cuestión de instantes, y se tomó su tiempo en responder.
—Así que te ha contado el incidente.
—¿Estás loco? ¡Eso no fue un "incidente"! —defendí—. Le has golpeado, Chanyeol. Le has hecho daño más de una vez, como por ejemplo cuando se rompió el jarrón y le dejaste marcas en los brazos por no controlar tu fuerza —la impotencia por no haberla podido defender en esos momentos, justo cuando la persona a la que quería iba a herirla, no me hacía guardar ninguna palabra —. Si de verdad la quieres —proseguí—, déjala. Le haces daño, ¿no lo ves?
En ese instante, las cartas parecieron revelarse de golpe frente a Chanyeol, quien parpadeó consternado, como si lo que acabara de contarle fuera algo ajeno que le generaba repulsión.
—Está bien —dijo—. No me acercaré más a Chaerin. Pero, por favor, hazle llegar mis disculpas y espero que pueda perdonarme lo más prontamente posible.
Se dio la vuelta y se fue. No esperé a que la adrenalina se me diluyera de la sangre y corrí en busca de mi amiga. Tenía el temor de que él se arrepintiese y volviera a buscarla. Por suerte, no fue así. La encontré tal y como la había dejado: Jimin y ella dentro del aula. La estreché entre mis brazos en un intento por que se sintiera a salvo, aunque en realidad era yo el que estaba temblando.
—¿Qué ha pasado?
—Ha prometido no volver a molestarte. Ya está —dije, y jadeé casi sin aliento—. Ya está todo bien —repetí.
Para colmo de todo, la victoria reciente no me supo tanto a triunfo cuando reconocí, al final de las clases, la figura del menor esperando en el umbral del aula. Ese debía de ser el día de los encuentros. No sabía a quién buscaba y seguramente el manojo de nervios que afloró en mi pecho al verle solo fueran imaginaciones mías. Estaba claro que yo no era su objetivo ahí, ni siquiera le había visto mirarme ni una sola vez. Así que enfilé la marcha y recorrí un tramo del pasillo a paso ligero.
«Jungkook», oí que decía al principio pero también relacioné el tono de su voz –suave pero nítido– a algún recuerdo del pasado, mientras retozábamos desnudos envueltos por una fina sábana. «Jungkook, espera. » Eso ya no fue una imaginación. Yugyeom corrió a mi encuentro en cuanto se percató de mi ausencia en el aula. «Te pierdo un segundo de vista y desapareces. Sí que eres escurridizo. »,dijo. Sus grandes y brillantes ojos se posaron como una pluma sobre los míos. No encontré esa posesividad y aspereza con la que me trató en las ocasiones anteriores. Parecía renovado, un muchacho limpio y libre de preocupaciones. Se veía más disuelto.
—¿En qué puedo ayudarte? —pregunté, actuando con la máxima normalidad posible, devolviéndole la mirada.
¿O en realidad me disculpé por haberme escabullido ante su presencia? No lo recuerdo muy bien. El corazón ya no me latía deprisa y aquella novedad al tenerlo justo delante me hacía sentir consternado. Me petrificaba saber que no lo amaba.
—Antes que nada, ¿Cómo estás? —estaba claro. La sonrisa encantadora y su pregunta interesada me daban los movimientos necesarios para no caer en su telaraña de mentiras. Aún así, respondí con modestia.
—No puedo quejarme, hay gente peor ahí fuera —afirmé, para después repetir:— ¿En qué puedo ayudarte?
—Yo... quería disculparme contigo; no te traté como debía.
No podíamos estar más de acuerdo. Con un suave balanceo de cabeza, le respondí:
—No te preocupes por eso, ya forma parte del pasado.
—¡Qué alegría me da escuchar eso! —juntó las palmas de las manos, igual que durante un rezo, a la altura del pecho, encantado con lo que oía —Verás —prosiguió—, necesito que me ayudes con un asunto.
—¿Qué tipo de asunto?
—Aun no es seguro, pero suponemos que Jisoo está esperando un... Bebé.
Jisoo.
Embarazada.
Con todas sus letras y entonaciones. Y tal como lo había dicho, aguzando la voz conforme se acercaba la revelación de la noticia y aquella sonrisa tímida, Yugyeom estaba feliz con ello. Más que entusiasmado.
Antes de que pudiera decir algo, él prosiguió.
—Me gustaría que me acompañaras a comprar el tipo de cosas que se necesitan para, ya sabes, ser padre.
—¿Qué te hace pensar que yo sé lo que hay que comprar?
—Bueno... —se rascó la nuca, tal y como yo solía verlo hacer cada vez que me soltaba un piropo del que avergonzaba decir en voz alta —. La verdad es que no sé porque, pero me apetecía hacer esto contigo.
¿Escuchan eso? Es mi corazón riéndose de lo irónica que es la situación. De lo absurdo que ha resultado el desenlace de nuestra relación.
—Está bien —accedí—, te ayudaré a comprar las cosas que necesitas.
Si digo la verdad, algo en mi interior se mostraba agradecido de que me brindaran este tipo de oportunidad. Yo nunca podría ser padre. Al menos no uno biológico como se espera y es mandado, pero el hecho de elegir qué zapatos llevará el niño o la niña de Yugyeom valía lo mismo o más que ser padre.
Fuimos al centro comercial cuatro días más tarde de lo hablado. El menor se mostró realmente agradecido con mi acompañamiento y yo seguí manteniendo la compostura –aunque a duras penas– cuando nos adentrábamos en el pasillo con los trajecitos de recién nacido. Eran diminutos. Y por más que mi cabeza intentaba imaginar cómo sería posible que un ser humano adulto, con su barba o su pecho desarrollado en caso de ser mujer, en algun momento hubiera llevado semejante trapujo de tela. Mis favoritos eran los de animales.
No nos limitamos con nada. Durante el transcurso de varias horas, fuimos clientes en algunos de los establecimientos que abastecían a las personas que iban a ser padres y nos informamos de los diferentes artículos y precios que podrían interesarnos. «No hay límite de dinero, yo pagaré todo con sudor y esfuerzo si es para mí hijo. », fueron sus palabras textuales. De modo que no escatimamos en gastos. En el recuento final, habíamos llenado dos bolsas enteras de ropa y recursos de primera necesidad como pañales y biberones, y en otra bolsa más cargamos con aquello que era prescindible pero que nosotros sentimos como lo más importante: los caprichos para el bebé.
Ya no era sólo la amplia variedad de peluches que compramos –desde conejos de lana a figuritas con formas y sus moldes para encajarlos– sino que también nos tocó cargar con la enorme caja que contenía un coche teledirigido con bluetooth y una mini radio incorporada. «Da igual si es chica o chico, mi bebé va a aprender a conducir esta preciosidad; su padre le enseñará. », decía Yugyeom.
Pero algo había en el aire, como una mosca eterna que viene a recordarte que no estás solo, que siempre hay alguien o algo perturbando tu calma, y aquella molestia se resumía en una sola pregunta:
—Yug... ¿Y si resulta que al final no hay bebé?
Él se giró en mi dirección –solo unos instantes ya que estaba conduciendo para dejarme en casa– y frunció el ceño.
—¿Pero qué cosas dices? ¿Tú no sientes como un cosquilleo en la punta de los dedos, como si un ángel te tocara en sueños últimamente, como si te anunciara la llegada de uno de los suyos?
Guardé silencio por unos minutos. ¿Cómo iba yo, que de reproducción sexual sabía lo que ponía en los libros de texto de primaria, a suponer que cuando ibas a ser padre un espíritu celestial te visitaba por la noche? Ahora me preguntaba si Israel había significado algo similar para mí.
—Pero no estás seguro de si está en cinta —continué—. Ella no se ha hecho ninguna prueba aún.
—Pero Jisoo no ha estado sangrando por los últimos cuatro meses y ahora sentimos que su estómago se ve más redondo, como si estuviera hinchado como un globo —replicó.
"Sentimos". Qué curiosa palabra para usar en su forma en plural. Es imposible saber lo que otro siente al menos que estéis conectados por alguna especie de telequinesis o lazo mágico, pero aún así en su boca sonó muy real, como el invierno mismo.
De pronto sentí una envidia inevitable que logré disipar para continuar con la conversación.
—Aún así, en el caso de que ella no estuviera embarazada, o algo saliera mal, o incluso ese niño fuera de otro hombre —aquello último le hizo arrugar el rostro de tal forma que no lo reconocí por un instante—, ¿qué harás con todo lo que hemos comprado?
—Devolverlo —respondió con sencillez pero en su voz había surgido un matiz ácido—. Aunque es improbable que Jisoo me fuera infiel con alguien más y pretendiera que yo cuidara del hijo de otro.
—Imposible pero no improbable —¿por qué le resultaba tan repugnante algo que él mismo había hecho?—. Las personas son los únicos animales que son impredecible — agregué. Eso lo había ido sabiendo con mi propia experiencia, no con los libros de texto—. Pero tienes razón, es poco probable que Jisoo te engañara con otro.
Aquel comentario pareció dejarlo más tranquilo y tomamos una curva a la derecha que nos dejó ver el acceso principal a mi edificio.
—Muchas gracias, Kook. Cuídate y de verdad que lamento que las cosas entre nosotros no funcionasen.
Me dedicó una sonrisa. Triste y nostálgica. No cabía el arrepentimiento en las curvas de su boca.
«Tal vez si lo hubiera conocido antes —me dije—. Si yo hubiera sabido amarlo como necesitaba. »
→
Las buenas noticias –si es que se podían clasificar de aquella forma a los acontecimientos que me rondaban– siempre van acompañadas por desgracias. En mi caso, todavía más. Parecía que la Vida me decía "jodete" entre carcajadas. Aquella semana que empezó siendo desastrosa, terminó descuartelada totalmente.
Estábamos en clase de física. El rubio apuntaba logaritmos y fórmulas trigonométricas asociadas a triángulos dibujados a ojo en la oscura pizarra. Dijo algo sobre los ángulos alfa, beta y omega, y uno extraño que no había escuchado en mi vida y que se representaba con una O minúscula con rabillo, como la que escribíamos en cursiva cuando nos enseñaban a escribir por primera vez y que se conocía con el nombre de "Teta".
Por supuesto, aquella palabra ocasionó la risa de algunos individuos con la mentalidad de un niño de tres años y Jimin no pudo evitar voltear los ojos y suspirar, aunque ninguno lo oímos ya que había un leve murmullo en la clase. Él no lo vio llegar. Al estar de espaldas a nosotros y con la vista fija en el pizarrón, no se percató de que alguien había entrado en el aula, interrumpiendo su explicación sobre los senos y cosenos, y capturando la atención de la mayoría –no todos porque algunos se habían dormido o estaban en primera fila sin llegar a enterarse de lo que pasaba, como fue mi caso– de los alumnos que giraron la cabeza en su dirección. Descendió los escalones altivamente pero sin llegar a sobrepasarlos de dos en dos. El docente, como movido por un sexto sentido que entró en alerta cuando los murmullos dejaron de oírse y todo quedó en silencio, se giró para saber qué pasaba.
El hombre que había logrado descender la escalinata y alcanzarle vestía de una forma ridícula que simulaba la elegancia. Se colocó el chaleco de lana a rombos morados y verdes –menuda mezcla– sobre la camisa azul marino de manga larga al detenerse a su lado. Me pareció ver que sus pantalones anchos, demasiado grandes, podrían hacerlo levitar en el aire si una ráfaga de viento se le metía por las piernas y la prenda actuaría como un globo aerostático. Mantenía aquel paracaídas de un rojo dañino para la vista ajustado a la cintura gracias a un cinturón blanco. Todo un atentado contra la moda.
—Sr. Park —incluso su voz sonó más chillona y graciosa de lo normal, robando algunas risas. El hombre no lo oyó, o simuló no hacerlo, por lo que prosiguió, aunque en un tono más bajo para que los curiosos no lograran enterarse.
Yo, al ser un alumno privilegiado, fui informado más tarde por el mayor. El Criminal de la moda le dijo:
—El Sr. Kim, director del centro, solicita verle en su despacho.
—¿Ahora mismo? —el hombre le dio una mala mirada, como si la pregunta estuviera fuera de lugar, pero terminó asintiendo —. ¿Y no puede el Sr.Kim esperar a que termine la clase?
En ese momento Jimin creyó que al hombre iba a darle un ataque al corazón. «Parecía que los ojos iban a salírsele de las cuencas y me miraba con un horror estupefacto, como si a un devoto creyente de Dios le dijeras que la Teoría de la Evolución es la verdad sobre la especie humana», me dijo más tarde.
—Sin ánimo de ofender —le dijo el Criminal—, es usted un impertinente por cuestionar los mandados de nuestro Director —y como si no acabara de insultarle, añadió: —. El Sr. Kim no puede esperar, quiere verle ahora. Ahora mismo, sí.
Jimin tuvo que irse y nos dejó el resto de la clase a cargo de aquel terrorista de la armonía de colores sentado en su lugar detrás del escritorio. «¿No tienen ejercicios que hacer?» Unos se rieron de su voz, y él, que ahora si lo había oído y pretendía regañarles, tuvo que darse por vencido al verse perdido entre hordas de rostros desconocidos y sin poder identificar la procedencia de las voces.
Nadie tuvo la intención de hacerle caso. Algunos se levantaron, ignorando al hombre que resultó ser un profesor de otra espacialidad diferente a la nuestra –esperaba que no del sector de vestimenta–, agolpándose en grupos para ponerse a hablar. Chaerin y yo permanecimos callados al principio, pero al ver que el docente ya ni siquiera intentaba mantener el orden, nosotros también nos levantamos y fuimos junto al Dúo para que el tiempo pasara más rápido y compartir teorías sobre qué había pasado con Jimin. Caín y alguna de las personas que estaban en la habitación de éste último en nuestro viaje a Barcelona hablaban sobre eso cuando los cuatro nos unimos al grupo.
—¿Qué le habrá pasado? ¿Se habrá metido en problemas?
—¡Que va! —le defendió una chica— El Sr. Park es el hombre más sereno y correcto del planeta, ¡Él nunca haría nada fuera de lugar!
—Sí, ya —intervino Caín—, eso lo dices porque estás colgada de él. El Sr. Park esto, el Sr. Park aquello... ¡Ay qué bueno y qué guapo es nuestro profesor de física! —se burló, imitándola. Ella no pudo evitarlo y un intenso color carmesí le trepó por la cara mientras intentaba desmentirlo.
No era la primera vez que escuchaba un comentario de ese tipo. La gente –sobre todo las mujeres– solían acercársele en los cambios de clase para preguntarle cosas acerca de su vida personal. En una ocasión Jimin afirmó que, al rozarle sin querer el brazo a una estudiante al entregarle un trabajo, su temperatura corporal aumentó tanto y tan rápido que la creyó enferma y delirante. Casi la lleva a la enfermería de no ser porque la chica confesó que estaba así por el roce apenas perceptible. De cualquier forma, sabía que no tenía de que preocuparme...
¿O no?
—¿Creeís que van a expulsarlo por haber saboteado alguna prueba o haberse liado con alguna alumna? —sugirió una de las Gatas Celosas, como solía llamarlas Chaerin.
—Mi her... El Sr. Park no parece la clase de persona que haría algo así —Taehyung intervino—. Tal vez solo le han avisado porque ha surgido algún incidente o algún familiar ha fallecido.
Me sorprendió la sangre fría con la que dijo aquello, teniendo en cuenta que la familia del extraviado era la misma que la suya, pero rápidamente la teoría se esparció por el grupo como si fuera la verdadera. Dale pan rancio a un pájaro, que no notará cuando le alimentes con madera. Me gustaría pensar que aquella situación tan desdichada no le tocara vivirla a él.
Más tarde, Jimin me explicó el motivo por el que había sido llamado en presencia del director con un aspecto de fingida tranquilidad.
—Mukbae —dijo—. O, al menos, creo que ha podido ser él. Ha intentado sabotearnos.
Mientras nosotros habíamos estado en nuestra "escapada" a la costa, alguien había entrado en el despacho del Sr. Kim con verdadera vocación. Cuando el director le preguntó su identidad y el motivo por el que asistía a su despacho, el hombre alegó que su nombre no era tan importante como lo que iba a contarle. «Alguno de sus profesores tiene relaciones con un alumno —fue lo que dijo—. Y, para variar... ¡Ambos son sucios homosexuales!»
El Sr. Kim volvió a insistir en saber el nombre que afirmaba tal atrocidad, pero el hombre –de quien más tarde supo Jimin tenía el pelo de un rojo granate– se limitaba a bramar escandalizado que aquella aberración no podía permanecer existiendo.
«Señor, la acusación que hace es muy grave y me veo en la obligación de pedirle alguna prueba.»
«¿Pruebas? ¡Vaya a un club de asquerosos homosexuales un viernes por la noche y allí encontrará suficiente motivo para actuar de inmediato!»
El director se vio obligado a dejar pasar el testimonio, aunque eso no le impidió llamar uno a uno a los docentes del centro, interrumpiendo sus clases, para someterlos a un efusivo interrogatorio.
Según Jimin, por el momento estábamos a salvo. Pero... ¿Hasta cuando?
Un capítulo más de Magister por aquí!! Por favor, disculpen las faltas de ortografia y, si ven alguna, dejen un comentario en la palabra o frase para que pueda corregirla. Gracias! Y gracias también a esas personas que con sus comentarios y votos me dejan saber su apoyo a esta historia.
Nos vemos (esta vez, dentro de poco)! ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro