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Dirac

Cerré la puerta a mi espalda y me ajusté más la cazadora para que el frío no se me colara dentro. Caminé unos pasos por el largo y desolado pasillo donde reinaba un pulcro silencio a causa de la temprana hora en la mañana. Llamé al ascensor.

Ese día no tenía ganas de bajar los siete pisos de escaleras donde mis rodillas tronaban por la temperatura y la falta de entrenamiento, y esperé a que las puertas se abrieran. Entré, me coloqué el flequillo algo despeinado mientras me miraba en el espejo del ascensor y el paso del tiempo se me echó encima al darme cuenta de que tenía la raiz notada con el color negro natural de mi cabello. Suspiré perezoso. Sinceramente, se me ocurrió la idea de teñirme el pelo de rojo un día donde todo mi cuerpo gritaba por un cambio de imagen y aquel color me enamoró al instante. También me enamoró el peluquero que me sugirió el tono llamativo y que se encargó de plasmarlo en mí.

Habiendo tomado la decisión de pedir cita en la peluquería para cortarme las puntas y volver a mi color original –un negro azabache–, salí a la calle. La brisa helada me aplacó de lleno, sin importarle mucho las capas de ropa que llevaba encima. Tan braba e indomable, me erizó la piel. Caminé unos pasos abrazando mi cuerpo como intento inútil de cubrirlo del frío y mi vista recayó en el cielo. Amanecía apenas, con el sol dejando a la vista una increíble paleta de colores que se mezclaban en el amplio lienzo sobre la ciudad y con las nubes adornando. Aquella vista era mágica, imnótica, inefable. El momento exacto cuando el sol empieza a asomar por el horizonte es algo único.

Los ojos me lagrimearon un poco a causa del frío y apresuré mis pasos hacia la universidad. Estábamos a mitad de semana, un míercoles donde mi intención era seguir la rutina de todos los días y atender en clase. Después, estudiar en casa. Las semanas fueron pasando hasta introducirnos en el mes de diciembre, de ahí el clima tan helado pero a la vez tan mágico y especial.

Dando un paseo con mi amiga y su pareja días atrás, nos quedamos asombrados con las decoraciones navideñas que comenzaban a adornar locales y tiendas. Focos de colores incluso más luminosos que el mismo amanecer, y pequeños ángeles y esferas de cristal colgaban en los balcones de las casas.

La navidad siempre es vista como una de las mejores epocas del año, ligada directamente a la felicidad y el ambiente familiar. Bueno, las cosas pueden caer bastante duras sobre los hombros de un niño de trece años que no ha tenido buenos términos con sus padres y, desde ese momento, el día de nochebuena se convierte en uno más que tachar en el calendario. 

Entré a la universidad, más concretamente al pabellón que me correspondía, sin intención de desviar mi destino hacia las clases de los de primer año. Con la costumbre siendo la que dirigía mis pisadas, tomé asiento en una de las primeras filas y me dispuse a saludar como habitualmente hacía. Pero allí no había nadie. Chaerin no había llegado aún, y eso era lo más que extraño. 

Decidí no darle mucha importancia porque, vamos, conociéndola, podría haber pasado toda la noche estudiando para los examenes que se acercaban y no haber escuchado el despertador aquella mañana. La vida de un estudiante se remontaba a eso: estudiar y correr detrás de unas horas de sueño que parecían ser más rápidas que nosotros.

Decidí esperar pacientemente, mirando de tanto en tanto hacia la puerta para ver si aquella cara presumida y adorable entraba en algún momento con una sonrisa radiante como de costumbre, y la observé pasar justo detrás del profesor cuando la campana sonó a lo lejos. La diferencia fue que Chaerin no se veía para nada alegre.

—Buenos días— dijo casi sin voz y supe que algo andaba mal.

—¿Estás bien?

—Sí. —Respondió.

Era normal que en pleno invierno y con las bajas temperaturas ella llevase un jersey enorme de lana que le quedaba un poco grande; no obstante, una acción que Chaerin no dejaba de repetir desde que entró por la puerta, como un pequeño tic, me hicieron mantenerme intranquilo. Se debatía con las mangas del suéter para mantenerlas siempre cubriendo hasta la punta de sus dedos y en su mejilla izquierda tenía un pequeño corte.

—¿Cómo te has hecho eso?— señalé la herida que resaltaba en su rostro libre de imperfecciones.

Quería saber qué le pasaba, conocer el motivo de su malestar para tratar de buscar una solución juntos. Pero para ello necesitaba que ella se sintiera especialmente parlanchina y quisiera mostrarme sus puertas con cerrojos.

Cautelosa, llevó una mano a la zona malherida, palpando la rojiza línea en su piel.

—He tenido un accidente con un jarrón — apuntó.

—¿Un accidente?

Guardó silencio mirando fijamente a la mesa, perdida en su cabeza.

—Iba andando sin mirar y me tropecé con un mueble donde había un jarrón de cristal —habló segundos después—. Se cayó al suelo y uno de sus pedazos me cortó la mejilla.

—¿De qué jarrón estamos hablando? No recuerdo ninguno sobre un mueble en tu casa —la cuestión la hizo tensarse a mi lado.

—Estaba en casa de Chanyeol... —habló más flojo, casi en un susurro y bajó aún más la cabeza.

Todo aquello, su actitud y la forma cortada, como si tuviera miedo de que alguien en específico pudiera oírla, me chirriaban sin piedad.

Intentaba entenderla, buscar el porqué romper una vasija suponía tanto malestar en ella. Chaerin no era alguien materialista ni mucho menos; al contrario, creía que lo que de verdad valían eran los momentos y los instantes que se comparten con otros, por eso no lograba atar cabos y un nudo de incomprensión se apretaba cada vez más.

Me pareció escuchar un click cuando reparé en la última frase que había mencionado mi mejor amiga. Tan bajito, que por poco no llego a escucharla. El incidente no había tenido mucho reparo en ella, pero sí en alguien que apreciaba. Y aunque estaba seguro de que Chaerin habría podido controlar la situación y ya hubiera buscado la forma de compensarle, no tenía tan claro cómo había sido la reacción de Chanyeol.

En el mismo instante en el que esa idea se me pasó por la cabeza, temí lo peor.

—¿También se han lastimado tus brazos con el jarrón?— pregunté entre dientes, de pronto molesto y con el sexto sentido activado.

Chaerin levantó rápidamente la cabeza. Me miró quieta, con un poco de espanto adornando su mirada. Un leve temblor sacudió su cuerpo cubierto por el jersey.

No lo pensé mucho y alcé con precaución las mangas de lana. Para mi sorpresa, ella no opuso resistencia y fue más fácil conseguir mi objetivo sin llamar mucho la atención. Estábamos en clase después de todo.

Cuando retiré lo suficiente aquella capa de tela que la protegía del frío, no supe describir cómo me sentí. Un gran ematoma morado adornaba una de sus muñecas de una forma violenta y desagradable. Se me heló la sangre al tiempo que el coraje me hervía por dentro.

—¿Qué ha pasado?— quise saber.

Se me estaba complicando mantener la compostura y temía que dependiendo de su respuesta yo saltara por los aires sin control.

—Cuando me golpeé contra el mueble, Chanyeol intentó evitar que me cayera al suelo y me cortara en más partes, pero no midió su fuerza y terminó haciéndome daño... — resumió—. Jungkook, en serio, no es nada.

Y esa clara infravaloración de la situación, como si el hecho de que su pareja hubiera demostrado no tener el autocontrol total de su fuerza dañándola a su paso no fuera algo que tomar en cuenta, iluminó el cartel de peligro frente a mis ojos.

—No, Chaerin, sí que es algo y como vuelva a ocurrir-

—No pasará. —Intentó sonar segura, depositando una confianza plena en su pareja que no poseía.

La miré a los ojos por unos minutos. Ojalá fuera cierto y todo este accidente llegara a olvidarse tan rápido como surgió a causa de una mísera coincidencia. Dejé que las pupilas otoñales de mi amiga me calmaran con ese aura tranquilizadora que solo ella desprendía y confíe. Si Chaerin veía que algo malo podría volver a suceder, dejaría que ella tomara el control y se alejara del inminente peligro. Tan solo esperaba que no llegara ese día. Aunque ver las cosas desde fuera y esperar no iba a evitar que terminara ocurriendo tarde o temprano.

• • •


Las clases terminaron horas después y respiré al saber que tenía la tarde libre.

Aquel día habíamos entregado por fin el informe de física que tanto había costado hacer en compañía de Taehyung y Bambam. Me entretuve un rato hablando con ellos al final de la clase y me tomé la confianza de presentarles a mi mejor amiga. Ella sabía relativamente poco de mi relación con aquel par, al menos, sólo hasta que tuvimos que convivir codo a codo y comenzamos a conocernos un poco mejor. Chaerin suponía de mi rivalidad con el castaño, de lo mucho que nosotros habíamos debatido a lo largo de los años y de lo homofóbico que me había parecido Taehyung en un principio.

Le costó creerlo, pero terminó aceptando mientras yo le explicaba que las cosas habían mejorado y que me gustaría que se conocieran también. Al final, no pudo resistirse ante mí y la convencí de que se uniera a nuestra conversación sobre cosas irrelevantes. No pareció que ninguno en aquel grupo se sintiera incómodo por la nueva presencia femenina.

—Así que queréis viajar algún día, ¿no es así?— les preguntó Chaerin.

—Sí, Tae y yo llevamos pensándolo durante mucho tiempo y creemos que España puede ser un buen lugar donde hacer turismo— respondió Bambam.

—Yo sé español.

—¿En serio?— ella asintió con una mueca extraña en su rostro.

Tal vez ellos no le tomaran importancia, pero yo sabía que la repentina inquietud que la invadía se debía a que fue forzada a aprender ese idioma por sus padres y no por simple placer. Y eso le molestaba.

—Deberíais escucharla hablar algún día, tiene un acento muy bueno— intervine.

—¿Puedes decirnos algo en español?— pidió Bambam con el entusiasmo desbordando de su cuerpo.

Me reí enternecido con la escena mientras escuchaba la buena pronunciación de mi amiga en aquel idioma. Verlos juntos se sintió como un abrazo cálido en plena temporada invernal; algo necesario. Quería ver a las personas que sentía que estaban encajando en mi vida juntas y felices. Por eso los ojos me lagrimearon un poco y tuve que despedirme de ellos antes de que me pusiera a llorar de alegría en ese mismo momento. Yo era todo un sentimental.

Chaerin había aprovechado mi despedida para irse también y dar un paseo conmigo.

—Son más majos de lo que creí— admitió en un tono suave.

—Lo sé, no entiendo cómo ni cuándo terminamos peleados, pero me alegra que todo se haya resuelto— sonreí ampliamente.

—Entonces supongo que es por ellos por lo que tu rostro se ve más brillante.

—¿De qué hablas?

—Desde hace unos días te noto más feliz, no sé, es como que brillas más y por eso las personas a tu alrededor nos sentimos bien —explicó—. ¿Es por ellos? ¿Porque has logrado conocerlos y hacer las paces? —Me detuve a pensar en sus palabras.

Sí que era cierto que la soledad no me había estado oprimiendo el pecho últimamente. Me sentía más libre, más vivo, y no estuve consciente de ello hasta ahora.

El hecho de que ellos me mostraran que el significado de algo tan abstracto como el amor y la amistad puede verse reflejado de distintas formas. No lo hubiera entendido si me lo hubieran explicado simplemente porque tienes que sentirlo en tu propia piel. Tener la confianza, la comodidad y sobre todo la libertad para ser tú mismo en alguien desconocido. Y, al final de todo, tras arriesgarte a fallar, una desmesurada felicidad te calienta el alma; un abrazo en pleno invierno, como ya había dicho.

Las comisuras de mis labios se alzaron, retomando el andar.

—Puede que sí. —Dije, simplemente, siendo consciente en lo más profundo de mi ser que detrás de aquel brillo que Chaerin mencionaba se encontraba flotando otro nombre. Pero de ese no me apetecía hablar ahora.

Caminamos en silencio por unos minutos más, disfrutando de la fresquedad de la brisa y siendo conscientes del vacío que las aves migratorias habían dejado en las calles.  La acompañé a casa y antes de despedirnos, quise darle un consejo.

—Chae.

—¿Sí?— me miró con sus grandes y destellantes ojos.

—No dejes que una manzana acaramelada te cueste una desgracia.

Su sexto sentido debió captar algo en mi voz, como si mi forma de recitar aquello tan extraño hubiera estado filtrado por un sentimiento aterciopelado y nostálgico, porque guardó silencio unos segundos para después añadir:

—¿Tiene algo que ver con él? —Se refería a mi primer amor.

Y, entonces, empecé a ser consciente de que, cuando se trataba de Jimin, todo mi cuerpo reaccionaba diferente.

Otra vez. Sin sentido alguno ni previo aviso, mis defensas caían por un mortal más en tierra de vida. Una debilidad que la mayoría cataloga con el nombre de "amor" y lo alaban, y otros más desdichados como yo lo maldicen.

Comenzaba a pensar que sí que había cosas que el destino pone en tú camino y se vuelven inevitables. No tienes opción.

Recuerdo cuando una tarde, con Jimin sentado a mi lado y el paisaje de finales de noviembre se mostraba a través de la ventana de mi cuarto, él me había hablado con especial ímpetu sobre un término en concreto.

—La ecuación de Dirac es una fórmula de ondas relativista de la mecánica cuántica descrita por Paul Dirac en 1928. Esta ecuación da una imagen de las partículas elementales con masa de espín, como el electrón, explicando la existencia del espín y de las antipartículas.

De todo aquello, no entendí absolutamente nada. Entonces los ojos de Jimin brillaron por debajo de las gafas, dispuesto a continuar.

  »Verás —se acomodó los lentes, mirándome directamente—, la ecuación de Dirac es bastante conocida por gente común como una de las ecuaciones más bellas. Y es que en ella se describe el entrelazamiento cuántico, que en la práctica dice: «Si dos sistemas interactúan uno con el otro durante un cierto periodo de tiempo y luego se separan, lo podemos describir como dos sistemas separado, pero, de alguna manera sutil, están convertidos en un solo sistema. Uno de ellos sigue influyendo en el otro, a pesar de los kilómetros de distancia o años luz que los alejen» —me explicó y tomó una breve pausa para coger aire—. Esto, aplicado en las relaciones humanas, es algo muy hermoso, ¿No crees?

En ese momento no había tenido tiempo de pararme a meditarlo o pensar en ello, por lo que simplemente asentí y dejé que la emoción palpable en su voz me envolviera, como si me  estuviera contando un cuento.

Ahora, más consciente que nunca y pensando de nuevo en la historia, me daba cuenta de que Jimin estaba teniendo ese efecto en mí.

Por mucho tiempo que nos alejaramos, él siempre seguiría repercutiendo en mi cabeza, ocupando una parte de mi corazón.

Yo no había dejado de quererlo.

Regresando al presente, un escalofrío me recorrió el cuerpo. No sabía si por el clima o por la helada sensación de volver a caer en la misma trampa dos veces, de tropezar con la misma piedra en el camino.

—Sí. Tiene que ver con él. —Dije. La piel me ardía a pesar del frío.

Ya no tenía mucho que hacer.

Chaerin me observó en silencio y sus labios fríos se posaron en mi mejilla antes de entrar en su hogar.

Me quedé unos segundos más parado frente a su puerta, con un enjambre de emociones revoloteando en mi estómago y los dedos entumecidos. Minutos después, me perdí por las calles sin ningún rumbo establecido, solo yo y la confusión tratando de comprendernos.

El resto de la semana transcurrió como un pestañeo silencioso, o al menos yo tuve esa sensación. A principios de semana, de nuevo en un atareado lunes, el cielo se mantuvo encapotado con unas nubes grises, y el aire comenzó a oler diferente, como cuando te paras un segundo a observar el clima y sabes que algo va a pasar. Bueno, pues, dos días más tarde, la primera nevada del año cayó sobre la ciudad de Busan.

—¡Kook, mira! ¡Está nevando!— había chillado mi mejor amiga, guiada por ese espíritu romántico que creía en las antiguas leyendas coreanas.

Algunas decían que si te parabas junto a tu pareja bajo la primera nevada, vuestro amor sería eterno y fuerte como la corteza de un roble milenario. Otras decían que todo lo que dijeras bajo los primeros copos debía ser perdonado. Y así muchas y muchas más ridiculeces –porque así las sentía– que se relacionaban con aquella precipitación blanca y helada.

—Sí. —Dije yo en respuesta.

—¡Tenemos que salir a celebrarlo!

No me quedó de otra y opté por complacerla. Me resultó raro que aquel día en especial no quisiera pasarlo junto a Chanyeol, y más tarde me explicó que él había viajado a Daegu para visitar a sus padres. De modo que, cuando terminaron las clases, nos dirigimos a mi casa.

Saqué el teléfono móvil a mitad de camino. Era cierto que yo no creía en la magia de la navidad ni tampoco en aquellas leyendas. Pero, no sé, había algo en el caer de los copos desde el cielo que me daba ganas de seguir mirando. Era como algo hipnótico. Así que decidí tomar algunas fotos y subirlas a mi cuenta privada de Instagram, etiquetando a mi amiga para que ella pudiera resubirlas también.

Nada más poner un pie en casa, Desster corrió a saludarnos.

—¡Hola, grandullón! ¿Cómo estás?— Chaerin le preguntó como si fuera a responderle, y le acarició la cabeza.

Dess se puso sobre sus dos patas traseras, alzándose casi a la misma altura que su rostro, y comenzó a lamerle la mejilla. Su cola se movía frenética y sonreí enternecido.

Una vez los recibimientos terminaron, entramos dentro. Nos quitamos las prendas que estaban mojadas por los copos y las dejé secar junto al radiador. Sin que tuviera que decirle nada, Chaerin se adentró a la cocina.

—¿Qué te apetece comer? Creo que tengo para hacer galbitang. Con este frío nos conviene comer algo caliente— dije, revisando los estantes.

—Me parece bien— su voz salió suave y me reí cuando escuché su estómago gruñir—. Me muero de hambre.

—Ya me ha quedado claro— se unió a mis risas y se levantó para ayudarme.

A mi lado, Dess soltó un ladrido. Al igual que nosotros, era su hora de comer.

—Yo le echo la comida, no te preocupes— Chaerin habló. No tuve de que preocuparme porque ella sabía perfectamente dónde está cada cosa en aquella casa.

Cocinamos y comimos entre risas casi sin apartar la mirada de la ventana. A medida que transcurría el tiempo, los copos caían cada vez más fuerte. Se podía ver como una fina capa de nieve había cuajado en la calle, dejando el suelo completamente blanco.

Terminamos de recoger todo y volvimos a ponernos nuestra ropa de abrigo impacientes antes de salir. Decidimos llevarnos a Desster con nosotros. Hacía mucho tiempo que sus patas caninas no pisaban la nieve y nos pareció cruel dejarlo encerrado mientras nosotros nos divertíamos fuera. Total, lo único que íbamos a hacer era revolcarnos en la nieve, y eso él también podía hacerlo.

Tan solo instantes después de pisar la calle, una ventisca helada nos sacudió el cuerpo. Dimos varios pasos donde nuestros pies se hundían y los copos caían sobre nuestras pestañas. Decidimos, tras una intensa guerra con bolas de nieve, que lo mejor sería fabricar un muñeco de eso mismo. Cansado por el esfuerzo, dejé que Chaerin comenzara a darle forma a la base del muñeco, y me acurruqué contra el lomo cálido de Desster que me proporcionaba calor.

Hacía varios días –para ser concreto, desde principios de semana– que mi mascota se mudó conmigo temporalmente, sólo hasta que las pequeñas vacaciones de mi madre concluyeran y el animal tuviera que regresar a su verdadero hogar. Por más que me doliese, yo no podía hacerme cargo de él. Sus piensos estaban por encima de mí presupuesto y mi horario me hacía imposible darle la atención y cariño necesarios. Era triste. Más aún cuando compartí mis momentos más emotivos con él porque sentía que era el único que me entendía uno me juzgaba. No poder tenerlo cerca me dolía en el alma.

Con la punta de los dedos le acaricié la cabeza. Después, detrás de las orejas. Dess movió su rabo demostrándome lo contento que estaba y soltó un alegre ladrido antes de levantarse y ponerse a andar en círculos alrededor de Chaerin. Me levanté también, sintiendo los pantalones húmedos a causa del hielo que se me había pegado a la ropa. Entonces caminé unos pasos, respirando hondo para tratar de llenar mis pulmones con la mayor cantidad de oxígeno que se me permitía, y lo solté de golpe. El aire estaba helado.

De pronto, miré a mi alrededor con otros ojos. Aquel escenario era perfecto, sin tensiones palpables ni preocupaciones a la vista. La tienda del barrio tenía el toldo de la entrada cubierto de nieve cuando unos señores salieron de allí tras comprar unos guantes y lo que parecían ser cápsulas de café. Los niños se encontraban igual o más emocionados que mi mejor amiga respecto a la primera nevada del año de modo que sus padres, lejos de poder contener a las criaturas que ellos mismos habían hecho, ahora se encontraban correteando por la vereda y cubriéndose de nieve hasta que sentían húmedos los huesos. El silbido sutil del viento sustituía a la melodía risueña de los pájaros. No había silencio, pero tampoco un ruido molesto del que escapar. En aquella calle cubierta de nieve se podía oír la felicidad clara y sin distorsiones.

De un momento a otro sentí un cosquilleo bajo los guantes marrones que llevaba, para ser más exactos, en la punta de los dedos. Sabía porqué esa picazón estaba allí y el motivo de su repentina aparición. No dude en tratar de desquitarme de ella. Introduciendo las manos –ahora libres de guantes– en la pequeña bolsa de tela que había tomado antes de salir, saqué una libreta. Mi libreta. La libreta de ideas. La abrí por una hoja en blanco y tomé mi antebrazo como punto de apoyo. Antes de escribir nada, alcé la vista de nuevo y volví a inspirar con determinación. Mis pulmones congelados retuvieron el aire así como mis pensamientos y emociones.

Comencé a escribir.

Al principio lento y con la mejor letra que podía. La posición –de pie y sin un lugar donde apoyarme estable– no ayudaba demasiado. Aquello dejó de importarme más tarde y me limité a plasmar en tinta todo lo que pensaba, lo que sentía, lo que me corría por las venas. Algunos copos mojaron las páginas y otros se aderieron a mis pestañas sin dejarme ver bien. No me importó. Tan solo la sonrisa que invadía mi rostro y torcía las comisuras de mi boca hacia arriba demostraba lo despreocupado y feliz que yo me encontraba en ese momento.

—¿Algún día me dejarás leer algo? —En cuanto volví a guardar la libreta, Chaerin me preguntó.

—Tal vez — solté el aire que retenía, y sonreí. No a ella, sino a mí y el gran avance como escritor que había tenido hasta ahora.

—Ayúdame con el tronco. —Se refirió al muñeco de nieve a medio hacer.

Al final tuve que admitir que la primera nevada del año, lejos de ser mágica o tener propósitos curativos, no había estado tan mal. El cielo nos dio un respiro a eso de las diez de la noche cuando el sol ya había cedido su lugar y el relevo lo tomaban la luna y las estrellas. No obstante, tan sólo se podía ver la primera puesto que las nubes cubrían todo el firmamento y la luz de la luna era lo único que te ayudaba a intuir dónde se encontraba. Las estrellas de la primera nevada habían resultado ser más vergonzosas.

Durante la tarde, nos habíamos mantenido tan entretenidos que no fuimos conscientes del tiempo, cayéndonos las horas encima con la misma facilidad que los copos sobre la mejilla. Subimos de nuevo a mi piso para cambiarnos a una muda seca y también para dejar descansar a Dess. A eso de las diez menos cuarto, salimos de nuevo con nuestro objetivo fijado en un bar.

—¿Qué quieres tomar?

—¿Qué tal un gin-tonic?— era mi bebida favorita y lo que me apetecía entonces.

Chaerin se encargó de ordenar y pagar la primera ronda. Yo, de la segunda y la quinta. Y así se nos volvieron a pasar varias horas, donde nos reíamos y a veces nos quedábamos en completo silencio, como si estuviéramos en una especie de culto a un dios mudo, donde nuestra atención iba dirigida al exterior del bar, directa al manto blanco que se extendía embriagador en el suelo.






Nuevo capítulo. Gracias por leer <3♪







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