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Burbujas

Todas las burbujas acaban explotando.

Regresé de la cocina con un bol de fresas entre las manos. Desster estaba contento de ver a Jimin, o al menos eso me parecía ya que no se había separado de nosotros en toda la noche. Cuando mi madre vino a dejarlo, se pasó las horas muertas tirado en el sofá, buscando un lugar fresco para sobrellevar el calor del verano. Y esa noche, donde el mayor se había quedado a dormir, no se separó de él, recubriéndolo con su cuerpo peludo que nos hizo sudar a ambos.

—Me encantaría haceros una foto y poder colgarla en la pared como un cuadro enorme.

Le tendí el bol. Él sonrió, radiante, y cogió una de las fresas para darle un mordisco. Jimin se encontraba enredado entre las sábanas de mi cama, con el gracioso piercing en su pezón reluciendo bajo los tempranos rayos de sol y Dess tumbado junto a sus piernas cruzadas. Estiré la mano y le acaricié amistosamente la cabeza en un impulso de cariño. El can emitió un vibrante sonido que interpreté como un gemido de placer. Después, entreabrió su boca con aliento perruno, sacó la lengua y bostezó. Como si no hubiera dormido en días, la cabeza le cayó pesadamente sobre la pierna del rubio, con el hocico orientado hacia los pies de la cama.

Sonreí sobre la tierna imagen que me brindaban el perro y un recién levantado docente sin camiseta después de una noche de pasión y sin moscas molestas. A parte del inminente sudor que se nos pegaba al cuerpo como una capa más de nuestra piel, todo era perfecto.

De un momento a otro me encontré siguiendo con la mirada sus movimientos. Estaba de pie, frente a la cama, con unos pantalones de pijama viejos y la camisa que Jimin usó el día de anterior. No supe cuanto tiempo había permanecido así, quieto, sin hacer nada; embobado en el ángulo que formaba su brazo al doblarse, en la forma delicada y ágil con la que cogía una fruta con sus dedos pequeños y regorditos, tomaba la fresa y la guiaba directamente a su boca, apresándola entre unos labios carnosos que se podrían confundir con aquella fruta rojiza...

—No tengo claro si tu forma hambrienta de mirar se debe a las fresas o a otra cosa —insinuó coqueto, destapando mi ensoñación.

Dejé que mi sonrisa con el labio mordido le contestara sola. Acercándome a la cama, apoyé las manos a ambos lados de su cuerpo con cuidado de no molestar a Desster y mordí la fresa que él sujetaba entre los dedos. Después, seguí avanzando con la inercia hasta besar sus labios y volverme a levantar.

—Voy a darme una ducha antes de irnos, ¿de acuerdo? Puedes ir vistiéndote o esperar a que salga y recibirme con estas increíbles vistas.

Jimin se rió y el perro soltó una especie de ladrido entre sueños indicando que, fuera lo que fuese que hubiera sucedido, él también concordaba.

Cuando salí ya vestido, ambos se encontraban jugando. Eran pocas las ocasiones que el can me visitaba para quedarse unas horas o unos días, pero cuando pasaba, me gustaba que se sintiera lo más cómodo y alegre posible, así que le compré un par de juguetes de goma con los que ahora Jimin se llenaba de babas.

No quise interrumpir. Con el infinito regocijo que mueven los pasos de una ama de casa recién casada, me escurrí hasta el salón donde habíamos dejado los materiales para la universidad –cuadernos y libros de texto– abandonados en el suelo. Eché un vistazo al cuaderno de ideas. Cada vez quedaba menos para el esperado final de la novela y últimamente no encontraba el tiempo para escribirlo. Aquella semana estaba cargada de exámenes importantes y trabajos con fechas de entrega muy cercanas y, una vez te librabas de uno, ni tres segundos después ya estabas apurado con el siguiente. No era que la inspiración para la escritura hubiera huido de mí; en absoluto. Tenía tantas ganas de darle un giro dramático a los acontecimientos, que las personas que lo leyeran se enfadaran, resignaran y alteraran como el mismo protagonista...

Devolví el cuadernillo, sino con un suspiro entre medias, a la mochila. Con un bostezo me terminé la taza de café que habíamos preparado minutos antes y caminé sobre mis pasos, rumbo a la habitación de donde provenían los ladridos juguetones.

A pesar de que dormir con Jimin siempre aseguraba un buen descanso, seguía diciendo que los exámenes y todas las cosas que pasaban en mi vida no me permitían recuperar energía. Yugyeom iba a ser padre, Mukbae había intentado exponernos a Jimin y a mí, casi logrando que el rubio perdiera su trabajo o hasta su carrera entera; Chaerin aún se encontraba un poco cohibida por los abusos de Chanyeol y mi ánimo no era, sin duda, el mejor debido a la reciente muerte de lo que consideré un padre. A parte, estaba esa incierta verdad sobre Chico Barro y sus sentimientos hacia mí que me hacían contestar sus mensajes y llamadas con una rígida emoción contenida.

El mundo parecía estar a punto de caérseme sobre los hombros y todo apuntaba a que no tendría forma de escapar.

Justo cuando salimos del portal, vimos un pequeño avión que dejaba tras de sí una estela blanca en el cielo completamente azul y sin nubes. El verano comenzaba a sentirse. El sol se adelantaba a todo aquel que se veía obligado a madrugar y los esperaba, ya en lo alto, para sonreírles y darles ánimo y claridad. De esa misma manera, las aves migratorias volvían a encontrarse desfilando por los parques o áreas naturales, y no eran pocos los ancianos que se tropezaba uno por la calle, paseando a sus perros con el fin de gozar de ese buen tiempo. Jimin y yo, sin embargo, nos veíamos obligados a escondernos entre las cuatro paredes de mi habitación con el miedo de que, si salíamos a la cocina o al baño, pudiéramos ser descubiertos.

Por ese motivo, nos despedimos en la calle, cada uno tomando su propio rumbo aunque nos dirigiéramos al mismo destino. No era la primera vez que lo hacíamos. Luego de que el director de la universidad o la propia institución académica hubiera estado tan cerca de alcanzarnos, estuvimos de acuerdo en imponer más normas aún de las que ya teníamos. Una de ellas, por ejemplo, era que cada uno debía llegar a la universidad en horas y por lugares distintos. Si ambos partíamos desde mi apartamento, él cogía su coche –que dejaba en la parte trasera del edificio por si las moscas– y usaba, de los cuatro accesos al recinto, uno en cada punto cardinal, la puerta Norte o Este. Yo, por el contrario, hacía el mismo camino a pie. A veces me retrasaba un poco más o me detenía a contemplar el escaparate de alguna tienda con tal de hacer tiempo. Después, llegaba hasta la casa de Chaerin e intercambiábamos un saludo de "buenos días" además de alguna anécdota de la tarde anterior o algún cotilleo ajeno. Con ella nunca hablaba de Jimin. Entonces llegábamos a la universidad y sobrepasábamos el umbral de la puerta Sur, si no era la puerta orientada hacia el Oeste algunos días.

Ese día, con la arrasadora prisa que Chaerin y yo llevábamos para tomar uno de los exámenes más intensos del curso nada más entrar por la puerta de la universidad, apenas tuvimos tiempo que malgastar parádonos a ver los escaparates de las tiendas y locales en el trayecto. Cuando entramos a la clase correspondiente, aún con quince minutos de adelanto, el profesor ya se encontraba allí, entregando los "buenos días" acompañados de un montón de hojas a los alumnos que iban apareciendo.

Chaerin y yo nos apresuramos en tomar el examen y darnos unas últimas palabras de ánimo antes de concentrarnos en rellenar cada pregunta durante las siguientes dos horas. El sol ya se había desperezado completamente y se encontraba a mitad de su camino hasta lo alto del cielo cuando, al final, fuimos libres de aquella tortura hecha ejercicios. ¿Quién imaginaria que el peor castigo podría aparecer en forma de hueco vacío a rellenar o con la terrible disyuntiva entre elegir la A, B o C?

Al salir, apenas dispusimos de un par de minutos para respirar y relajarnos antes de tener que volver a entrar en el aula, esta vez con una profesora diferente y ataviada en un anticuado vestido blanco con flores violetas, que nos reclamaba un poco de atención en su clase de teoría.

El timbre que indicaba el descanso al medio día se había vuelto la sintonía favorita de los estudiantes y un remix suyo encadenaba los primeros puestos de la radio, justo detrás de Calm Down de Rema. Me extrañaba que después de haber estado toda la mañana con la cabeza formulando y dando vueltas no tuviera ya los sesos fundidos, y en un último fragmento de cordura le propuse a la castaña ir a comer. Chaerin, que con un solo vistazo daba el perfil del estudiante noctámbulo que se pasa horas estudiando, tenía el rostro palidísimo y los pómulos chupados, metidos hacia dentro, demarcándole la cara. En cuanto oyó la palabra "comida", tuvo que llevarse la mano a la boca y salió corriendo hacia los aseos de mujeres, sin importar si por el camino arrollaba a alguien.

La seguí por detrás, enormemente preocupado. No era la primera vez que mi amiga traía esas pintas espantosas a clase en las últimas semanas, y las náuseas previas a la hora del almuerzo la retuvieron en más de una ocasión en los retretes, mientras despojaba todo lo que tenían sus tripas a aquellas tempranas horas –que no era mucho– cuando las arcadas reclamaban su atención. Desde la puerta de los aseos podía oír las fuertes arcadas que le arrancaban los alimentos de las entrañas. Alzando la voz para que me oyera, le pregunté:

—¿Estás bien? —Claramente no lo estaba. Decidí cambiar la preguntar: —. ¿Necesitas algo?

Su voz, quebrada y desgastada, surgió desde alguna parte de los retretes.

—Estoy bien, solo... necesito unos minutos... ¿Puedes esperarme en la entrada del Pabellón 2?

Al pasar por delante de una de las ventanas del Pabellón 2, mi desteñido cabello en el reflejo me confesó la rápida carrera del tiempo y lo abandonado que estaba mi apariencia física. Había ido posponiendo, como una anciana prioriza su cita en la peluquería antes que ir al médico, la hora de repasar mi cabello y procurar volver rojo cualquier indicio de mi color natural. Sin embargo, ya no quedaba más rastro del color carmesí casi rosado, desteñido por el jabón, que solo en las puntas de algunos mechones largos.

No me había teñido, pero eso no significaba que, cuando la longitud de mi cabello me suponía un impedimento para mi comodidad, no hubiera cogido unas tijeras y recortado a mi gusto. Con aquella visión de mi reflejo en la ventana me quedaba claro como el cristal que mis dotes de peluquero eran pésimas y muy superables, aunque el look, admitía, no me había quedado tan mal.

De camino a la entrada de ese mismo pabellón, me encontré de frente con varias personas a las que no supe ponerle rostro ni identidad. El Pabellón 2 estaba dedicado a las letras y la literatura, por lo que los estudiantes como yo, que cursaban las especialidades orientadas a las ciencias o la ingeniería, no tenían nada que hurgar en aquellos pasillos.

—¡Hey! ¡Jeon! ¡Jeon!

Al no reconocer la voz como alguien conocido, me detuve y volteé únicamente la mitad de mi rostro. Por encima del hombro le vi acercarse apresuradamente, con su cuerpo devorador de libros y pasteles ejerciendo un gran esfuerzo, con el resultado visible de pequeñas gotas de sudor pegadas por la frente y el cuello.

Cuando llegó a mi lado, lo primero que hizo fue soltar un gran jadeo y tomar aire. Terminé de girarme completamente y mirar, de frente, a aquel que por sus pintas suponía era un docente de aquel pabellón.

—¡Qué alegría me da encontrarte al fin! — su voz era rasposa y su aliento, fuerte y con aroma a tabaco. Me miró con una gran sonrisa de dientes amarillentos y roídos por la falta de lavado— ¡Oh, cierto! No sabes quién soy, ¿No? —antes de que pudiera abrir la boca y decir algo, él ya estaba hablando de nuevo—. Mi nombre es Lee Dong-wook. Soy el profesor especializado en la Literatura universal que se cursa en la carrera de letras —explicó—. ¿Eres tú Jeon Jungkook?

—Sí.

—Mira, Jungkook, te parecerá absurda esta conversación, ¡y razón no te falta!, pero no me hubiera permitido perder una oportunidad como ésta de charlar con alguien como .

Fruncí el ceño.

¿A qué se refería?

—Disculpe, Sr. Lee...

—¡Oh, puedes llamarme solo Dong-wook.

—De acuerdo, Dong-wook... Mire, no quiero apresurarme en sacar palabras de su boca que usted no ha dicho pero... ¿Qué quiere decir con "alguien como yo"?

El hombre, que debía rondar los cincuenta, vestían un traje desgastado por el excesivo uso y le faltaban algunos botones. Los cortes de manga se notaban ligeramente amarillentos, y en la zona del cuello de la camisa, que para colmo había pasado de tener un blanco pulcro a un blanco perla más amarillo, el sudor de su piel dejaba marcas a la vista de todos. Más que lucir como un docente, con impecable imagen y ese aura de sabelotodo disciplinado, su porte era tal y como alguien imagina a un hombre que acaban de despedir de una empresa y que, después de dos años, sigue sin aceptar que ha perdido su trabajo, arreglándose todos los días con su traje y su cabello perfectamente partido por la mitad y yendo hasta la puerta de la empresa todas las mañana para comenzar un día laboral más, en balde. Sin embargo, aquel hombre solo daba la impresión de pena y desaliño, por lo que suponía que más de una vez habría recibido quejas.

Los ojos de Dong-wook  parecían perforarme sin la menor sutileza. Como no solía ocurrir a menudo, aquellos orbes obscuros y de amarillento recubrir –¿es que todo lo blanco en aquel hombre dejaba de ser blanco nítido?– sugerían encontrarse frente a un artista, un ídolo. No llegaba a entender la situación al completo; algo en mi pecho palpitaba muy rápidamente y en constante alerta. Tenía un horrible presentimiento.

Dong-wook poseía unas cuantas hojas entre las manos que no dudó en consultar y ponerse a recitar en voz alta.

"... nunca se vio tan sumido en una especie de atracción similar a la de los imanes como con los orbes oscuros del mayor. Se sentía débil ante su mirada; vulnerable y dócil para él, cosa que no llegaba a entender pues lo cierto era que asociaba esa sensación con el irrefutable nerviosismo y curiosidad por lo que es nuevo..."

De pronto, sin necesidad de escuchar nada más, entendí lo que estaba sucediendo. Enlacé las piezas de un puzle al que llevaba temiéndole años enteros, y comprendí, no sin la sensación de desequilibrio atravesándome las extremidades, que el mundo acababa de caerse para mí.

Dong-wook no notó mi frágil estado y sin levantar la vista del papel, que sorprendentemente había conseguido mantener sin la suciedad amarilla que le seguía a todas partes, siguió parloteando.

—¡Vaya! Se me ha puesto la piel de gallina sólo de leerlo otra vez —soltó una carcajada que en mis oídos entumecidos sonó como un graznido desagradable—.  En realidad, Jungkook, voy a ser sincero contigo —ahora sí que levantó la vista para mirarme—: estoy totalmente fascinado con tu forma de escribir. Tienes talento, de verdad. Si me permites la sugerencia, deberías...

No podía oír nada más aparte de un intenso pitido que me traspasaba la cabeza. Sentí frío y el cuerpo entero congelado a pesar de que el corazón me latía tan rápido que la sangre me fluía como una sustancia entrometida y de desagradable sentir. No recuerdo muy bien cómo fue que logré salir del trance de terror y preguntarle con las cuerdas vocales contraídas:

—¿Cómo lo ha conseguido?

—¿El qué?

—El... fragmento, ¿De dónde lo ha sacado? ¿Tiene más? —se me estaba dificultando seguir de pie con todos los temblores que me sacudían sin remordimiento.

—Un compañero lo debió de dejar sobre mi mesa esta mañana con una nota donde decía: "Tal vez sea de su interés leer una obra escrita por Jeon Jungkook, perteneciente al departamento de Ingeniería". El sobre contenía esto —me tendió los papeles donde, en una rápida ojeada, reconocí cada una de las fresas y diálogos. Sin duda alguna, aquello estaba sacado de mi cuenta de Wattpad, pero, ¿cómo había llegado a parar aquí?

—¿Puedo llevármelo? —el docente pareció sorprendido por el repentino arranque de violencia en mi voz.

—Sí... supongo que puede, al fin y al cabo, es suyo.

—Gracias, Sr. Lee —en un gesto apresurado guardé las hojas en mi mochila, y antes de que pudiera replicar por mi forma de llamarle, añadí—: No se preocupe, lo tendrá de vuelta. Adiós.

La Sala de Profesores se encontraba en el segundo piso del Pabellón principal. A vivos pasos inciertos, ascendí por las escaleras y eché un rápido vistazo al llegar arriba. Aquel pasillo solía estar desierto por el simple hecho de que los alumnos preferían alejarse de los oídos de los profesores a la hora de charlar o hablar sobre algún chisme. Yo, aquel día, en vez de alejarme, fui hacia allí.

No llamé al abrir la puerta de la Sala. Justo en frente, me encontré con la profesora de matemáticas que, por la postura de su cuerpo y su proximidad a la salida, había sobresaltado en su intento de abandonar el lugar. No obstante, no era ella mi objetivo.

—¡Oh, Sr. Jeon! ¡Menudo susto! ¿A qué viene?

—Discúlpeme... Necesito tratar un asunto con uno de los docentes... ¿Iba a salir?— me aparté de la puerta para que pasara y ella asintió y se despidió con un escueto "Nos vemos en clase".

Antes de que la interrupción disipara mi rabia inicial, me adentré más en la habitación. Había varios profesores allí, trabajando en los ordenadores o bien descansando y bebiendo café. Una pareja de profesoras charlaba amenamente hasta que capté su atención y les pregunté dónde podría encontrar a Park Jimin. Ellas, amablemente, tuvieron la intención de responderme.

—¿Es a mí a quién busca, Sr. Jeon? —me giré a mirar a Jimin.

En mi cabeza y con los ojos, lo asesiné de una y mil maneras. Aquel hombre rubio y de sonrisa tierna era el causante de mi desgracia. En el pasado me salvó y yo lo idolatré como a un ángel. Lo amé de la forma más pura y como resultado me partieron el corazón y grabaron, en mi alma y en mi cuerpo, las cicatrices de aquel al que consideran un extraterrestre. Mató a mi padre y me dejó con una carga infinita en la espalda y en la consciencia que nunca llegué a superar. Pero, aún así, seguí adelante. Tenía los pies y las rodillas magullados de arrastrarme por un camino lleno de cristales rotos; los fragmentos de mi humanidad hecha pedazos. Con esfuerzo, conseguí amar a alguien más. Yugyeom fue la venda que cubrió las heridas que el pasado había hecho. Logré sanar, al menos por un tiempo.

¿Quién demonios escribió en la línea del Destino que Jimin y yo debíamos reencontrarnos?

El odio que me carcomió en el instante en el que le reconocí fue un alivio para mí. Si, por el contrario, hubiera sido consciente de que seguía amándolo, no hubiera podido seguir viviendo, hubiera perdido, hubiera llegado a este punto mucho antes. La suerte es que lo odié como vocación pero él insistió en que le perdonara. Y cuando lo hice, me arrastró con sus encantos al fondo de un pozo oscuro donde yo nunca podría tener ni voz ni voto. Pero no lo sabía. Aunque tenía los pies hundidos en la miseria y los ojos vendados, quise creer que aquella bonita historia de amor sería diferente.

Me entraron unas ganas terribles de reír hasta desternillarme. Quería gritarle que lo había conseguido, como el presentador de un concurso anuncia por un micrófono quién va a llevarse el premio. La adrenalina me nubló la visión pero dejó al descubierto aquello que no pude ver durante todo este tiempo. Jimin había estado jugando, divirtiéndose y anotando una victoria tras otras. Los besos, las caricias, las palabras de cariño... Todo había constituido una táctica de juego bien estudiada que, como estúpido, tragué y digerí, ignorando que eran venenosos. ¿Cuál era la diferencia entre ahora y cuando él desechó mis sentimiento y me dejó varado a mi suerte?

—¿Sr. Jeon?

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, las náuseas me hicieron tragar saliva. No deseaba volver a escuchar mi nombre salir de sus labios. Quería olvidar el sabor de aquella boca carnosa. Necesitaba deshacerme de él de una vez por todas.

—Hablemos —dije y reverencié ante las profesoras que se encontraban un tanto atónitas por el espectáculo.

En un momento de lucidez y claridad, recordé el número del aula en el que entramos en el festival para tener intimidad y resultó ser un golpe de suerte que Jimin llevara la llave encima. Entramos.

—¿Junkookie, estás bien? ¿Ha pasado alg-...

Le arrojé con violencia el taco de hojas. Él no pudo agarrar todas y algunas revolotearon hasta caer al suelo.

—¿Qué es esto? —hizo el ademán de leerlo.

Su tono de voz seguía calmado, pero aquellos meses en los que compartimos intimidad no fueron en vano, por lo que sabía que la rigidez de sus hombres era un signo de tensión. Contuvo la respiración en lo que creo que fue el momento cuando se dio cuenta de lo que tenía entre las manos.

—No lo sé, Jimin, pero me acaba de pasar algo muy gracioso y no logro entender cómo ha sucedido. Dímelo tú, ¿cómo cojones ha llegado eso a parar en manos de Lee Dong-wook? ¿Hmm? —con cristalina impaciencia, chasqueé la lengua— ¿Se te ocurre por qué alguien iría y le dejaría en la mesa estos papeles con una nota de "Tal vez sea de su interés..." ¡¡Por el amor de Dios!! —grité, cabreado.

—Jungkook, cálmate un segundo, sólo...

—¡¿Sólo qué?! ¡¿Eres consciente de lo que has hecho?! ¡¿De lo que esto supone para ?!

Me aparté bruscamente cuando sus manos trataron de agarrarme y los ojos se me aguaron de rabia. Jimin se mostró arrepentido, pareciendo algo culpable por lo que había pasado y mordiéndose el labio inferior que le temblaba.

No permití que su cara, aquel rostro de ángel y sus ojos avellana me tranquilizara. Ya no. Exploté. Tenía que hacerlo.

—¡¿Eres, mínimamente consciente, de que acabas de joderme la vida, hijo de puta?!

—Jungkook, por favor, no hables así.

—¡¡Cállate, imbécil!! —una lágrima se abrió paso a través de mi mejilla. Solté un gruñido, avanzando hasta que nuestras narices por poco se rozan. Con la voz contenida en susurros, seguí escupiendo y desquitándome palabras y emociones, derrochando sentimientos y recuerdos—. Jimin... El bueno y respetuoso Park Jimin... ¿Me amas?

—Con mi alma entera —le escuché sollozar y ahora su dedos se envolvieron alrededor de mis mejillas.

—Eso está bien —dije—. Yo también te amo —pero mi tono se alejaba completamente de la suavidad de aquel estado.

—Jungkookie...

—¿Y vas a poder vivir sabiendo que has destruido a la persona que amas?

De repente, Jimin dio un paso atrás, alejándose de mí y retirando las manos de mi rostro como si mi piel fuera un hierro abrasador. Vi, por primera vez, como lloraba. No esperé una respuesta.

—Dime, cariño, ¿Vas a poder dormir con la consciencia en calma sabiendo que me has jodido la puta vida, no una, sino dos veces? ¿Sabiendo que eres la puta pesadilla de la persona que amas? ¿Que solo eres un pequeño hijo de puta que está destinado a hacer daño?

A medida que iba soltando palabras, frases, puñaladas certeras, su rostro se iba arrugando y sus ojos nunca llegaban a sostenerme la mirada por más de unos instantes. Le veía encogerse ante mí, empequeñecer y volverse un trozo de escoria inservible y los trozos de mi corazón revuelto en el polvo y pisoteados no podían evitar querer detenerse, perdonarlo y consolarle, absorber el dolor que sentía para que él no sufriera más. No los escuché. Si yo ya estaba jodido, él no se libraría tampoco.

—Me... Me has destruido —afirmé.

El rubio se estiró, arrugó la frente, meditó unos segundos y termino por levantar la cabeza del suelo. En su cara ya no se leía el arrepentimiento.

—¿Destruirte? —avanzó un metro— No, te he salvado —la boca se me abrió ante la sorpresa. Tenía la lengua reseca, impregnada de un sabor agrio y almidonado. Jimin continuó—Traté  ayudarte durante todo este tiempo —suspiró, cansado de que sus intentos no dieran resultado—. No soy yo el que te destruye. Eres tú.

—No pienso seguir jugando a esta mierda. —hice el amago de irme.

—Si sales por esa puerta estarás dándome la razón —soltó otro suspiró y, a mi espalda, escuché el claro traqueteo de cómo se agachaba a recoger el resto de folios—. Te quiero, Jungkook, pero tienes muchas puertas, algunas son enormes, y a veces siento que no hay espacio para mí.

—¿A qué... a qué te refieres?

Sonrió, triste y supe al instante que los próximos acontecimientos serían cruciales el resto de mi vida. Así era él, el pasado convertido en presente.

—Entiendo que tú pasado ha sido complicado pero... eso no te excusa —expresó— Lo que digo es que, en ocasiones, no logro comprenderte, ver quién eres. Actúas como si fueras... un niño pequeño.

—¿Y quién se supone que soy?

—Esa es la cuestión: ¿Sabes tú quién eres? —arrugué la nariz. No quería seguir escuchando. Me dolía la cabeza—. Todo este tiempo hemos sido una pareja y, aún así, siento que lo único que haces es fingir lo que crees que la gente quiere ver. Nunca te he visto siendo tú realmente, Jungkook. No sé quién es la persona de la que estoy enamorado y es muy difícil seguir de esta forma.

De alguna forma, le entendí. Me entraron unas ganar terribles de reír otra vez. Qué estúpido había sido, y sin embargo, aún me quedaban fuerzas para seguir siéndolo.

—Tienes razón —me miré la punta de los zapatos con la sensación más desagradable y de asco propio en el pecho.

Tomé una decisión. Elegí un camino. Me abrí a una alternativa que me llevaría a enfrentarme a miles de puertas nuevas en el futuro. Quizá no pudiera con todas, pero lo intentaría. Tenía que dejar de huir y afrontar. Eso iba a hacer.

—Lo siento.

Y me fui de allí.

No me giré para ver si el amor de mi vida, la persona a las que más amaba y amaría jamás, salía tras mis pasos; sabía que no lo haría. Un dolor intenso aumentaba a cada centímetro que avanzaba, alejándome de él. A pesar de eso, seguí adelante. Necesitaría tiempo y distancia entre nosotros, bastante. Sabía que podía contar con que Jimin supiera qué era lo mejor para ambos y me lo proporcionara. Salí a la intemperie.

En la puerta del Pabellón 2 vi a Chaerin con la cara desfigurada y seria, trazas a medio borrar de maquillaje corrido bajo sus ojos.

—Estoy embarazada —fue lo primero que dijo, sin la emoción común de quien va a ser madre primeriza y con una mueca de asco—. Me he hecho la prueba. Es de Chanyeol. Él... Me obligó a hacerlo la última vez, hace dos meses y medio. Estoy embarazada.

Torcí la cabeza hasta fijar la vista en el amplio cielo azul. La primavera ya había madurado todos los árboles y flores con su magia y los frutos relucían vivamente, tentando a cualquiera con apetito.

Destrozados; así estábamos los dos. Era increíble lo que una mala elección te podía cambiar la vida. Ella tuvo la mala suerte de toparse con Chanyeol y, sin advertencias, le dejó entrar en su vida. En mi caso, el nombre del hombre empezaba con "J", aunque ahora dudaba si ese nombre era "Jimin" o "Jungkook". Enfocando la vista al fondo, entre unos abetos y arbustos, Yugyeom abrazaba con ternura a su novia mientras ésta, con una sonrisa, se acariciaba la tripa. La primavera le había traído a la pareja el fruto de la felicidad. A nosotros nos quedaban los restos ya en descomposición.

—Voy a irme un tiempo del país, a Barcelona, sí, me gusta ese lugar. ¿Quieres venir conmigo?

Chaerin se mostró sorprendida. No sabía nada de lo que yo acababa de pasar y era lógico, pero estaba seguro de que algo sospechaba. No tuve que esperar por mucho tiempo su decisión. Con la rapidez con la que yo había elegido mi lugar de residencia por los próximos años, o durante el resto de mi vida, ella decidió acompañarme y compartir el mismo camino. La vida exitosa con la que sus padres soñaban acababa de escurrírsele entre los dedos de manicura perfecta y finos gestos. Cada uno cargaba con su saco de piedras: yo tenía mi amargo pasado y ella, las altas expectativas del resto y el hecho de ser una mujer bonita en un mundo de degenerados.

Echaría de menos las calles coreanas, la gente que corría apresurada por ellas para llegar a su trabajo y el idioma con el que había logrado expresar todo lo que pensaba con tanta facilidad. La nostalgia se volvería compañera de cuarto durante los próximos meses o años y, aún así, no me arrepentí de la decisión que estaba tomando. Chaerin tampoco. Me alegraba, al menos, saber que no tendría que despedirme de ella.

Fuimos primero a mi casa. No esperamos a que concluyera aquel día lectivo porque ninguno tenía pensado terminar aquel curso allí. En una maleta no muy grande logré meter un puñado de ropa, los documentos de identificación y el pasaporte, y algo de dinero que guardaba en efectivo. Después llevé a Chaerin a casa de sus padres. De camino nos paramos a comprar en una farmacia otra prueba de embarazo para asegurarnos de que no había ninguna equivocación y, cuando volvió a dar positivo, con la confirmación de que, efectivamente, mi amiga llevaba alrededor de tres meses en cinta, continuamos nuestro camino.

Se lo contamos a sus padres. Ambos se mostraron alterados y reacios a dejarnos partir y construir nuestra propia vida en España. Por suerte, mi amiga dejó de ser la "niña buena de papá y mamá" en el momento adecuado y convenció a sus padres con sus argumentos. Al menos, nos aseguraron los señores Kang, no íbamos a vivir en la calle los primeros meses hasta que nos adaptásemos, por lo que nos dieron algo de dinero y el Sr. Kang hizo una llamada en su sucursal española para que gente de confianza nos ayudara a encontrar vivienda y ver qué podríamos hacer con nuestras carreras.

Chaerin hizo la maleta y se despidió de sus padres, recibiendo un montón de consejos de maternidad de su madre y, yo, un par de amenazas de su padre que se aseguraría de mandarme al hoyo si no cuidaba bien de su hija. Salimos de la casa, tomamos un autobús y anduvimos hasta casa de mi madre donde encontramos a Desster solo, durmiendo en el sofá. Cuando mi progenitora volviera de trabajar, encontraría una nota donde le explicaba nuestra mudanza a España, y le dejé las llaves de mi departamento junto a la nota, pidiéndole que cuando pudiera fuera a sacar el resto de cosas y las guardara temporalmente.

Con un hueco donde deberían latir nuestros corazones, volvimos a tomar otro autobús, esta vez rumbo al aeropuerto. El padre de Chaerin había comprado unos boletos a última hora que nos llevarían directos al aeropuerto internacional de Barcelona. Tan solo tendríamos que esperar unas horas y, al día siguiente, nos despertaríamos en territorio español.

A tan solo unos minutos de tomar nuestro vuelo, la castaña se había levantado para estirar las piernas ante el interminable viaje que nos esperaba y una llamada de Saja entró en mi teléfono que creía apagado. No vi mal despejarme un poco y hablar con él. Chico Barro, desde que nos conocimos hasta entonces, había sido una de las personas con las que me comunicaba diariamente y era fácil dialogar con él. Siempre había algún tema que compartir y él lograba robarme alguna que otra sonrisa de vez en cuando. Le apreciaba mucho. Le echaría de menos.

Chaerin regresó en el momento exacto cuando la voz metálica de los altavoces anunciaba nuestro avión.

—¿Estás seguro de esto? —me preguntó.

—¿Qué otra opción tenemos?—sonreí con desgana—. Chae, pase lo que pase a partir de ahora, prometo que haré todo lo posible por que tú y tu hijo podáis ser felices.

—No me libraré de tí jamás, ¿eh?—bromeó y aquello me alivió porque, una vez más, mi amiga demostraba ser fuerte ante las adversidades de la vida. Puso una mano en su vientre poco marcado y añadió—: Iría contigo hasta el mismo Infierno, Jeon Jungkook.

Sonreí.

—En ese caso, las damas primero.

La burbuja había reventado.


























¡Aún no ha terminado!

Último capítulo de la "Primera Parte". A partir de aquí, no tengo muchas ideas en mente, pero trataré de innovar y darle a la historia un final lo más interesante y pronto posible, e intentaré publicar con más frecuencia.
Gracias por llegar hasta aquí y agradezco todo el apoyo y los comentarios!

¿Qué creen que pasará con nuestros dos personajes?

Nos vemos pronto!




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