—No entiendo.

La voz de Toga lo hace volver la mirada a su espalda, encontrándola recargada en el marco de la puerta con la camisa encima, con esa debil tela casi transparente cubriendo sus senos redondos que saltan a la vista, aquellos que besó durante horas.

—¿Qué no entiendes?

Desvía la mirada, no está satisfecha, aun después de platicarlo parece estar dudosa con sus acciones.

Regresa a ella a paso lento, toma sus mejillas y besa su frente, esperando que con eso se calme. Nunca ha sido bueno consolando a alguien, ni siquiera a la persona que dice amar. A este punto debe de estar esperando impaciente a que llegue, solo espera que nada le suceda mientras tanto.

Himiko mantiene la mirada en sus pies—. ¿Es muy necesario?

—Sí.

—No creo que sea justo.

Pasa la mano en su cabellera suelta, enreda los dedos en las hebras sin dejarla de observar, atento a sus acciones.

—Es algo que haría por ti igualmente.

—¿Lo dices en serio?

No.

—Claro que sí.

Suspira, parece más tranquila, tanto que termina recargando su frente en su pecho—. Mi boca es una tumba, conseguiré el coche que pediste y...

—Evitaré tardar —interrumpe.

Los brazos de Toga enredan su cuello, sigue distante a pesar de la corta distancia entre sus cuerpos. Jugar con los sentimientos de una mujer no es tarea fácil, hay que trabajarla con tal de que caiga a sus pies, de otra manera es una carga. Sentimientos que no desea, que no pide, que no anhela. Es otra tarea a realizar, un peón sacrificable en su tablero de ajedrez. Ahora su dama se encuentra atrapada por un alfil y una torre, necesita ponerse en el medio con tal de generar una espada que contraataque a su rey.

—Huyamos cuando regreses, ¿sí?

Ah, lo ha tomado por sorpresa.

No necesita responder. Toma sus mejillas y estampa sus labios en un beso tierno, aquel que finaliza con una sonrisa cargada de dulzura con tal de confundirla, sabe que es efectiva por sus mejillas rosadas ilusionadas.

Es tan fácil jugar.