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•01•

Diecinueve años después...

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La puerta fue abierta después de mucho. Las polvorientas cortinas fueron corridas y por fin, los rayos de sol eufóricos intentaron bañar con fulgor cada rincón oscuro y húmedo. Las que alguna vez fueron sábanas blancas fueron retiradas. Su tiempo había terminado. Ya no tenían que proteger. Su trabajo había sido bien habido y su frágil manto protector ya no sería necesitado. ¿Había llegado su momento de regresar a la vida luego de su largo olvido?

Quizás no.

El joven pelinegro sacudió con fuerza la sábana llena de polvo y en automático, ésta, como sí de una venganza por la poca delicadeza se tratase, le hizo arrugar la nariz para expulsar varios estornudos.

— Estúpido polvo… —refunfuñó. Y volvió a estornudar dos veces más. Otro joven entró en el lugar, y con las manos en su cintura soltó un silbido reconociendo el lugar.

— Vaya, así que este es refugio de la magia… —dijo con asombro, sus labios ensanchándose al mirar a su pálido amigo con la nariz y los ojos rojos.

— El refugio del polvo, diría yo… ¡Ashu! —volvió a estornudar.

— Que amargado. —se quejó.

Echándole un vistazo a los artilugios en los estantes. El joven estaba a punto de tocar una fascinante caja dorada cuando la voz de su amigo lo hizo detener su mano a la mitad del camino.

— No toques nada… Vendrán los coleccionistas en una semana y no quiero que rompas algo  —dictaminó.

— Aigo~... Ni que fuera un niño, YoonGi. Sólo quería ver… —dijo con un puchero. El pálido antes mencionado, rodó los ojos ignorando sus alegatos. — ¿De verdad venderás todo? ¿No quieres quedarte con algo? Digo…

— Sí, ya te dije que lo haría. —le interrumpió. — Y no, no quiero nada. Nada de lo que haya aquí me interesa, a menos que me sirva para ganar dinero. —refutó. Su nariz algo congestionada hacía sonar su voz graciosa y menos ronca.

— Mmm… ¿Ni por tu padre? —preguntó el de colorido cabello.

El pálido se detuvo automáticamente de mover las cajas a su paso y se tensó un poco al oír aquella pregunta. Si a los seis le hubieran preguntado lo mismo, él habría exclamado que jamás lo haría. Pero ahora... Después de tantos años en un orfanato, ser la burla de sus compañeros por creer en que la magia existía y que una estrella o deseo perfecto haría que sus padres volvieran había acabado con cualquier ilusión.

“La magia no existe… ¡Tu papá está muerto igual que tu mamá! ¡Eres un tonto! ¡Tonto!”

Las voces de sus compañeros aún las recordada. Estaban tan clavadas en su cerebro que jamás las podría olvidar.

La magia NO existe.

— Ni por él, Hoseok. Mi padre murió. Murió de cáncer hace diecinueve años y lo único que me dejó fue esto. Me dejó a mi maldita suerte, pasando hambre y necesidades porque perdió todo en su vicio de apuestas y como si no fuera suficiente… —él se giró para mirar a los ojos contrarios. — El único testamento que dejó en vida estipulaba que me heredaría esta maldita tienda de basura hasta que cumpliera veinticinco. —sonrió amargamente. — ¿Por qué me quedaría con este lugar si él no pensó en mí cuando me dejó sin un techo donde vivir? Sin un pan. Sin un padre. —río. — No, Hoseok, no quiero nada de él. Pero me debe mucho así que venderé todo. —dictaminó. Y se volvió girar para continuar moviendo cajas polvorosas del suelo.

El joven de nombre Hoseok suspiró resignado a su amigo. Ah... él sabía muy bien el dolor de su amigo y realmente quería darse mil golpes en la frente por su imprudencia en sus palabras. Caminó hacia el pelinegro y le ayudó a levantar un gran baúl con el que estaba batallando.

— A ver, te ayudo… —tomó un extremo del pesado baúl de madera de pino.

— Hasta que haces algo bueno. —se quejó el pelinegro. Hoseok rodó los ojos, ignorando su comentario.

Pronto aquél baúl fue llevado a la parte trasera del lugar que funcionaba como bodega.

“El refugio de la magia” fue una tienda inaugurada a finales de los años 80's por el renombrado mago Min JiHyuk en el centro de Seúl. Con el paso de los años adquirió gran popularidad, las personas acudían a ella expectantes de un nuevo y fabuloso acto, un artículo novedoso y divertido. Recreación plenamente familiar. La tienda era atendida por el matrimonio Min.

Sí, Min JiHyuk era el hombre más afortunado del mundo.

Tenía un trabajo que amaba, tiempo después había conocido y conseguido una bella, fiel esposa, y por si fuera poco, un poco más tarde, un maravilloso hijo en camino llegaría.

¿Qué pasó con todo entonces?

No sabría decirles con certeza. Sólo soy una humilde espectadora más.

Las noticias corrieron…

Ah… Min JiHyuk se volvió el hombre más desdichado del mundo.

A finales de los 90´s, tras la desaparición de su amada esposa, JiHyuk entró en una profunda depresión que lo hizo abandonar casi todas sus ilusiones. Ilusionista. Min JiHyuk se volvió un buen ilusionista.

Intentando parecer un orgullo de padre para su hijo. Pero secreta y lentamente, todo se iba desmoronado en su vida. Pronto se vio obligado a cerrar la tienda, esta fue en declive. Perdió su esplendor, su magia. Y en lugar de ello, el polvo, la oscuridad y la soledad tomaron el espacio del que en algún momento fue su segundo hogar para él. Por si no fuesen suficientes desgracias, su pequeña fortuna ganada en su juventud fue a parar a manos de acreedores y apuestas ilícitas bajo el agua. ¿Qué más podía perder? Si ya no tenía nada…

Eso creía, hasta que ese fuerte dolor de cabeza que solía darle después de su cruda moral fue diagnosticado como un terrible cáncer fase cuatro, terminal.

Ah, él realmente se arrepintió tanto de sus inconscientes actos. Él aún tenía un pequeño hijo necesitado de un padre. Con tan poco tiempo en su haber, intentó darle los mejores recuerdos a su hijo. Un par de meses fueron insuficientes para darle todo el amor que podía. Así que recurriría a brindarle el mejor regalo para toda su vida, algo, que sin duda alguna le habría bendecido a cualquiera. Algo que le aseguraría la felicidad a su único primogénito. Solo esperaba que el fuese mayor, y que no cometiera el mismo error que él, al dejarse llevar por la avaricia.

...

— Bien… Lo esperó el fin de semana entonces… Sí, comprendo. Perfecto...Nos vemos.

YoonGi colgó el teléfono con un fuerte suspiro, dejándolo caer por alguna parte del sofá frente a él, donde poco después se dejó caer también, levantó sus lentes sobre su cabeza y frotó sus ojos con cansancio. El día anterior había sido realmente exhaustivo, moviendo muebles, cajas y una gran cantidad de polvo siendo inhalado por sus pulmones. Su débil espalda delgaducha dolía, sus lánguidas piernas y brazos poco acostumbrados al ejercicio estaba cobrándole factura. Masajeo un poco sus cansados hombros y con algo de hartazgo, jaló aquel baúl que su amigo le había ayudado a llevar a su casa, puesto que aunque habían estado intentando abrirlo toda la tarde, éste jamás cedió.

¿Cómo lo habría entonces?

Bueno. Digamos que el joven adulto que era ahora, YoonGi tenía cierta destreza cuando de forzar cerraduras se tratase. Y, no, no piensen mal...

Sin muchos empleos por donde elegir, YoonGi se había convertido en un experto en fontanería y cerrajería. Él era el encargado de reparar cualquier cosa en su edificio, desde cerrajero para los torpes vecinos que olvidaban sus llaves en el interior de sus departamentos, hasta arreglar una compleja tubería tapada.

Un trabajo del que estaba harto y un poco avergonzado de vez en cuando. Más sin embargo totalmente honesto. Arduo pero valeroso.

Tomó su pequeño cofre de herramientas e intentó deshacerse del candado de aquel baúl polvoriento. Si sus pocas memorias no le fallaban, recordaba que su padre guardaba algunos objetos de sus actos allí. Entre ellos un reloj de cadena realmente costoso. Si este no había ido a parar a alguna mesa de apuestas, claro está, debía estar ahí. Él no era tonto. Los coleccionistas habitualmente intentarían llevarse lo que pudieran creer valioso e intentar regatear. No permitiría que se llevasen algo valioso por tan poco.

Minutos después de batallar infructuosamente con dicho candado, una idea iluminó su mente. Fue hacía su cocina, abrió la gaveta bajo el fregadero y sacó de allí una tijera corta hierro con una gran sonrisa en el rostro.

— Oh si...

Exclamó. Ese candado tenía los minutos contados. Regreso a su sala y apuntó la fuerte tijeras en el lugar indicado. Con algo de esfuerzo imprimido las cuchillas trituraron el metal, liberando así la cerradura con una amplia sonrisa. El pálido se deshizo de las partes del candado y abrió el baúl.

Algunos libros, sombreros, varitas, e incluso un pequeño conejo blanco de largas orejas estaban ahí guardados. De inmediato reconoció a este último. ¿Cómo no reconocer al esponjoso "colitas"?

Si era un gran aventurero...

" Yoonie ven aquí… —le llamó su padre. Jihyuk llevaba su enorme sombrero negro de copa alta puesto, brindándole una sonrisa a su pequeño hijo, quien dejaba sus crayones en el suelo para ir donde su padre. — Tengo algo para ti. —dijo, dándole un breve apretón de nariz que lo hizo reír dulcemente con sus pequeños ojos.

El pequeño, YoonGi miró atento el truco de su padre, éste le mostró el interior de su sombrero, demostrándole que estaba completamente vacío, tras unos movimientos y palabras mágicas, sus ojitos se iluminaron al ver un afelpado conejo blanco salir de su sombrero.

— ¡¿Cómo llegó ahí?! —exclamó con sorpresa y alegría, apretando sus mejillas con sus manitos, pues no podía creerlo.

— Es magia."

— Magia... Si claro… —refunfuñó nuevamente.

Dejó el muñeco a un lado suyo en el suelo y comenzó a sacar todas las cosas del baúl. Pero al pasar los segundos su sonrisa desapareció al notar que dicho objeto no se encontraba allí. Sólo algunos carteles viejos, unos guantes blancos, una rosa roja para la solapa del traje y una sucia lámpara oxidada que aparentaba ser insignificante cobre.

Con algo de ira y decepción, tiró todas las cosas al suelo y le dio una fuerte patada a la antiquísima lámpara.

— Lámina Vieja... ¡¿De qué sirve?! —gritó furioso, mientras se dejaba caer nuevamente en el sofá tras de él bufando como un toro.

Recargó su cansada cabeza en el respaldo de sofá y dejo salir un pesado suspiro intentando tranquilizarse.

Ah... Estaba tan cansado de su desgracia. De su mala suerte.

— Desearía por una maldita vez qué hubieras hecho algo bueno viejo… —murmuró con resignación, mirando al techo de la habitación. Quizá allá arriba, alguien lo escucharía...

Un pequeño destello brillante llamó su atención, lastimando sus pupilas extrañamente. ¿Qué había sido aquello?

Miró su teléfono sin hallar nada, levantó la cabeza y su mirada dio un repaso a toda su sala. Un instante después de nuevo un breve brillo le hizo levantarse del sofá para ir en su búsqueda. Caminó algunos pasos hasta la puerta, dónde casualmente había parado aquella oxidada lámpara ahora levemente abollada por un costado y la levantó del suelo. En automático, miró sus manos manchadas de óxido y polvo. Arrugó su nariz con algo de molestia, pero esta pronto se convirtió en interés al mirar más de cerca dicha lámpara y ver ese destello contra la luz.

— No puede ser...

Fue rápidamente hacia su pequeño baño, tomó una toalla, la humedeció y comenzó a frotar enérgico dicho artilugio. No Podía estar soñando... la mugre, el polvo y el óxido cayeron para dejar a la vista una porción de oro. Sorprendido, continuó frotándola hasta dejarla limpia en su totalidad.

— No puedo creerlo…

Llevó su mano a su frente al darse cuenta el error que había cometido al pensar que era un objeto de cobre y sin valor. Quería darse una fuerte bofetada por patearla tan fuerte y que está rebotara de la pared. Estaba bañada en oro, con algunas incrustaciones de Jade y al ser tan antigua, seguro tendría un valor para los coleccionistas.

Por fin algo de suerte en su vida.

Río y abrazó la lámpara antes de dirigirse a su habitación. La dejó sobre su cama cuidadosamente y luego de una rápida cena que consistía en ramen, lavó sus dientes, se puso la pijama y se fue a dormir con la sonrisa más grande que había podido tener su rostro en muchos años. Sus ojos cedieron el paso al mundo onírico felizmente, no sin antes frotar aquel artilugio por última vez. Hacer aquello poco antes de caer rendido pudo ser lo que mejor denominaríamos como...

Suerte.

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El calor de la mañana siguiente hizo aparecer una aperlada capa de sudor sobre su pálida piel. Una gloriosa mañana de un sábado en que podría aprovechar para dormir plácidamente... De no ser por un cosquilleo en la nariz que comenzó a perturbar sus preciados sueños. YoonGi apretó su puño en la almohada y soltó un gruñido al estar siendo incomodado. Golpeó su nariz queriendo acosar a ese posible mosquito malvado… pero aquel cosquilleo se negaba a dejarle en paz. Fue entonces que lentamente abrió uno de sus ojos con pesar y lo que vio... No fue para nada un mosquito.

— Hola… —dijo con una melodiosa y tersa voz, acompañada de una sonrisa.

YoonGi pegó un brinco y trató de levantarse tan rápido que lo único que consiguió fue enredarse en las sabanas y caer hacia el otro lado de la cama duramente.

Un joven encantador de rubios grisáceos cabellos, extrañas ropas, sonrisa de ojos y aspecto adorablemente juvenil se hallaba recostado en su cama.

YoonGi se levantó en un tris del suelo confundido y nervioso. ¿Qué hacía ese chico en su casa? ¿Qué hacía en su cama?

— ¡¿Quién diablos eres tú?! ¡¿Cómo entraste a mi casa?! —espetó. Aquello era demasiado ilógico.

— ¡No me grité! —el joven rubio hizo un leve puchero, no estaba acostumbrado a que le levantaran la voz. Se cruzó de brazos molesto, como un niño y se negó a hablar girando la cabeza a un lado.

YoonGi no supo qué hacer. ¿Ese chico realmente estaba sentado en su cama creyéndose el dueño?

Rodó los ojos y trató de calmarse a sí mismo. No quería perder los estribos, seguro aquel chico era uno de esos chicos mimados que se creían niños aún. Pero, ¿cómo rayos había entrado a su casa? Estaba cien por ciento convencido de haberle puesto seguro a su puerta antes de irse a dormir.

Ignoró al chico y fue a ver la puerta, sin embargo esta se encontraba perfectamente cerrada y sin señales de haber sido forzada. Dio la vuelta para regresar y en automático pegó un grito al ver al mismo chico parado tras de él sin haber hecho el mínimo ruido.

— Carajo... No hagas eso… —dijo con molestia. El joven, risueño se encogió de hombros sin darle mucha importancia. YoonGi bufo de nuevo. — ¿Cómo entraste a mi casa? —le volvió a preguntar.

Está vez más tranquilo. El joven de grisáceo cabello le sonrió antes de caminar de regreso a la habitación de donde había salido.

— ¡¿Oye adónde vas?! ¡Sal de mi casa! —gritó, yendo tras él.

El extraño joven llegó hasta su cama nuevamente y sostuvo la lámpara en sus manos con una sonrisa.

— Por aquí. —mencionó, jugando con dicho artefacto. Pero al mirarlo una vez más, su sonrisa se borró y sus finas cejas se unieron con una expresión molesta. Estaba molesto. — ¡Fuiste tú! —gritó señalando con su dedo. Lejos de parecer amenazante, se veía realmente adorable. YoonGi alzó una ceja confundido.

— Escucha. No sé quién eres o qué tipo de retraso tengas, pero eso es mío, estás en Mi casa, así que por favor entregarlo y sal de aquí.

El chico se cruzó de brazos nuevamente con un puchero y se dejó caer al suelo, sentándose en este con las piernas flexionadas. Estaba haciendo una rabieta. YoonGi apretó el puente de su nariz algo exasperado.

— Vamos. Levántate de ahí… —se acercó al extraño y trató de quitarle la lámpara. — Dámela. —le ordenó, pero el joven hizo un gesto infantil indicándole indiferencia girando la cabeza hacia otro lado nuevamente con los ojos cerrados y sus labios apretados. — No piensas dármela, ¿Eh?

— Nop. —dijo cortante.

— Pues si no me lo entregas y sales ahora mismo de mi casa, llamaré a la policía para que te saquen. Tu decides. —dictaminó con una sonrisa arrogante.

El chico le miró a los ojos. Pero no con miedo por aquella amenaza, en realidad estaba interesado y sumamente curioso.

— ¿Policía?

— Sí, policía. —repitió.

— ¿Qué es eso? —preguntó, moviendo su cabeza a la izquierda.

YoonGi no pudo evitar quedar pasmado ante esa expresión de inocencia. Realmente, ¿de dónde había salido ese chico tan raro?

— ¿De dónde saliste? —le preguntó directamente y curioso también.

— ¡De aquí! ¡Ya te dije! —dijo puchereando de nuevo.

Sostenía la lámpara entre sus manitos y de pronto su rostro pasó a una auténtica angustia al ver la abolladura que ésta tenía en sus costados. La miró con tristeza y pronto sus ojitos se llenaron de lágrimas. YoonGi al ver aquello comenzó a llenarse de pánico.

— O-oye... ¿por qué lloras...? No, llores... ¡Agh! —no sabía qué hacer, aquel chico extraño estaba llorando a mitad de su habitación ¿En qué raro sueño estaba sumergido?

Eso es... Era un sueño.

Él debía seguir dormido y estaba soñando tonterías. Ok, eso era solo un sueño.

Se acercó un poco más al chico en el suelo pero definitivamente no esperaba que al hacerlo, el rubiecito le plantará una cachetada tal como un bebé llorón aleja a quienes se le acerquen.

— ¡¿Qué haces?! —le grito confundido. Y frotó su ardorosa mejilla.

Estaba seguro que su pequeña mano había quedado marcada en rojo escarlata sobre su pálida piel y sí que había pegado fuerte. Eso había dolido tan Real. ¿De verdad era un sueño?

— ¡Usted la maltrato! ¡Mire cómo la dejó! ¡Es un bruto! ¡Aish! —siguió sollozando con coraje. Y de pronto su cabello se tornó rojo cereza ante la mirada de YoonGi, quien se fue para atrás y cayó de sentón, con sus ojos tan abiertos que casi se salían de órbita.

— ¡¿Q-QUÉ DIABLOS...?!

¿Cómo podía haber hecho eso?

Él realmente estaba pensándose si aquello era un sueño o una pesadilla. El chico pelirrojo no dejaba de llorar con la lámpara abrazada a su pecho. Decidido a despertar de su desquiciado sueño, se levantó del suelo y se dirigió a su baño para lavarse la cara.

Frotó sus ojos y se miró al espejo, tratando de convencerse de que al regresar a su habitación, no habría nada, ni nadie extraño en ella. Terminó de secarse con una toalla el rostro y al instante notó aquellas huellas de dedos en su mejilla.

No podía ser... No era cierto…

Con algo de temor ahora, caminó lento hacia el interior de su habitación y escaneó de esquina a esquina el lugar. Estaba vacío. No había señales del chico cabeza de cereza. Soltó un fuerte suspiro y salió hacia la cocina. Debía tomar una fuerte dosis de cafeína que lo despertara por completo.

Encendió la cafetera, puso algo de granos molidos en ella, con sólo un toque de azúcar y dejó que éste se fusionara algunos minutos mientras iba a la sala. Había dejado un desastre la noche anterior. Guardó las cosas tiradas por el suelo de nuevo dentro del baúl, prendió su televisor en cualquier canal que fuese y poco después el aroma a café impregnó el lugar. Caminó de regreso a su cocina leyendo algunas correspondencias que habían llegado el día anterior y no había podido leerlas antes, cuando volvió a pegar un salto y grito poco masculino al ver al chico extraño husmeando en su cocina, más específico, en su cafetera.

— ¿Qué es esto? —preguntó curioso.

Ah… Min YoonGi había creído perder la razón ahora mismo. Su rostro era un verdadero poema lleno de confusión, escepticismo y pánico.

— ¿Qué estoy pagando? —se preguntó a sí mismo. El chico de nueva cuenta con cabellos grises lo miró con una sonrisa y preguntó;

— ¿Cuál es su nombre?

El pálido tardó unos segundo en recomponerse, suspiró y trató de no caer en la locura. Simplemente susurro;

— YoonGi.

El chico sonrió adorablemente hasta volver sus ojos en una línea fina.

— Mucho gusto. Mi nombre es Ji min. —dijo con una pronunciada reverencia de respeto. Y de inmediato algo vino a los pensamientos del chico. — Oh… ¿Usted me liberó? —preguntó confuso.

—¿De qué hablas? —inquirió, YoonGi de igual forma.

— ¿Si fue usted quien frotó la lámpara y me liberó?

YoonGi rascó su nuca algo contrariado. Nada tenía lógica esa mañana.

— Supongo. —murmuró no muy convencido. Ji min alzó sus cejas con sorpresa y en automático se dejó caer de rodillas frente a YoonGi con una reverencia total y solemne. — ¿Q-qué haces...? No, levantate...

— Por favor perdone mi insolencia No era mi intención golpearlo… —dijo a punto de las lágrimas y nuevamente su cabello cambió de color. Ahora un castaño oscuro ocupaba su cabeza.

— No te preocupes, ya lo olvidé… Sólo, levantate. —le pidió.

YoonGi se puso de cuclillas para alcanzar el rostro del joven castaño. Tomó su mentón, sorprendiéndose de lo tersa que era la piel de su joven irruptor. Ji min levantó el rostro, sus ojitos cristalizados miraron los del contrario. YoonGi, jamás había visto unos ojos tan puros. Su corazón dio un pequeño vuelco inexplicable. Soltó su agarre y aclaró su garganta algo cohibido.

— Perdón. —musitó el jovencito con su voz algo melosa y su nariz congestionada.

— Olvidalo. No pasa nada. Ya no me duele. —dijo, con un intento de sonrisa que solo hizo sentir más avergonzado a, Ji min.

YoonGi sonrió apenado también y le ayudó a levantarse antes de ir a servirse una taza de café. Ji Min dejó de llorar y miró atento los movimientos del contrario. Pero de inmediato su atención fue desviada hacia la ventana de su cocina, la cual casualmente daba a un pequeño jardín en la calle, afuera del edificio. Los cerezos en éste, estaban algo marchitos, puesto que la temporada invernal estaba por comenzar. YoonGi notó el interés del chico al mirar por su ventana y se acercó para mirar también con su humeante taza en la mano. Miró los árboles afuera, mientras le daba un sorbo y luego miró de regreso a Ji Min con una extraña sonrisa. El café casi se le sale de la boca cuando el cabello del chico se volvió de un rosa pastel en cuestión de unos segundos. Ji Min volteó su mirada hacia YoonGi con una feliz sonrisa en su fino rostro, sus ojos desaparecieron nuevamente ante su travesura. El pálido miró hacia fuera y fue testigo de cómo milagrosamente, las flores de los cerezos volvían a la vida con un rosa brillante muy parecido al tono de cabello del chico frente a sí.

¿Quién era ese chico?

— ¿Quién eres? —preguntó directamente.

— Soy... Su humilde sirviente, Amo. —susurró reverenciando. — Usted me sacó de mi largo sueño en la lámpara, por lo tanto, es mi deber cumplirle tres deseos libres de cualquier regla. —le informó con voz suave y amable.

YoonGi había quedado pasmado desde la palabra "Amo" Soltando una carcajada un poco escéptica. ¿Por qué clase de tonto le creían?

— Ya entiendo... —murmuró, secándose algunas lágrimas que habían salido a causa de su risa. — Seguro, Hoseok te trajo acá, ¿cierto? Ah... Ese patán. —dijo volviéndose hacia su sala.

Ji Min no entendía muy bien lo que estaba sucediendo. Sigilosamente fue tras del primero y observó atento como se sentaba frente al televisor sin preocupación. El pelirrosa no pudo evitar notar como pequeños hombrecitos hablaban desde éste. Totalmente curioso, se acercó al televisor y se sentó frente a éste en la mesita de centro. Importándole poco, o nada, estar tapándole la vista al dueño de la casa.

— Oye... —le reclamó. — Haste a un lado.

— ¿Cómo caben tantas personitas en esta caja amo? ¿Que hechizo usó? —musitó sorprendido. E intento tocar el cristal y tomar aquellos humanitos, mas con decepción miró como sus manos no podía tomar nada.

YoonGi miraba exhortó como su pelo cambiaba a castaño nuevamente. ¿De dónde rayos había sacado Hoseok a ese chico?

— Escucha... —dio un fuerte suspiro y se sentó en la orilla del sofá para alcanzar a, Ji Min con su mano. El castaño le prestó atención. Su rostro parecía algo triste. Por un momento, YoonGi dudó en continuar. Carraspeó un poco antes de proseguir. — ¿Hasta cuándo estarás acá? ¿Hoseok vendrá por ti?

Ji Min le miró confundido.

— ¿Quién es Hoseok, amo? —preguntó.

— El chico loco que te pagó para venir a molestarme en un sábado.

— No lo conozco, amo. —pronunció negando con su cabeza.

— Deja de llamarme amo, es... incomodo. —se removió para quedar sentado correctamente en el sofá. El chico quien regreso al gris, se acercó a su lado y tomo asiento a su costado.

— Es protocolo. Debo servir y complacer hasta que sus deseos hayan sido cumplidos. —le informó con una sonrisa.

YoonGi no era muy paciente. ¿Cuánto tiempo creía que seguiría fingiendo? Admitía que el chico no tenía la culpa de dejarse usar para esa ridícula broma por parte de Hoseok, pero no soportaría que le siguieran tomando el pelo. La broma, había terminado ya.

— Mira, creo que de verdad tienes que irte. No más juegos del genio, ¿ok? Somos adultos... Eso creo, y esto es raro.

— Pero... Nadie nunca ha prescindido de sus deseos. No comprendo. —dijo, negando una vez más. — Soy un genio, es mi deber.

Ah, YoonGi se estaba desesperando, pero no quería gritarle de nuevo al chico. Aun sentía algo adormecida su mejilla por la bofetada que le propinó. Le seguiría el juego unos minutos si así conseguía que se marchara.

— Ok... Digamos que te creo. —dijo con sarcasmo. — Cuéntame. Di tu discurso. —le invitó, sin embargo puso su atención nuevamente en la televisión. El chico sonrió alegremente y subió sus pies al sofá para estar más cerca del pelinegro.

— Le cumpliré tres deseos... Pero debe pensar bien su último deseo, porque una vez cumplido, desapareceré de vuelta a mi sueño. Mi magia está libre de cualquier regla, excepto... Uh, la... la muerte. —balbuceó las últimas palabras.

YoonGi seguía distraído en la interesante situación económica del país que estaban dando en el noticiero. Ji Min al percatarse de su falta de educación, no pudo evitar que el enojo y frustración entran en su cuerpo. Volviendo su cabello rojo de nuevo, sujetó con su pequeña mano el rostro del contrario y lo giró hacia él para que le prestara atención. Si algo le molestaba, era eso. YoonGi se sorprendió un poco al notar esa expresión de disgusto en el chico, y por un instante se sintió algo culpable.

— Ok... Tres deseos. Que cliché. —bufo. El chico se cruzó de brazos y apretó sus labios. Ah como detestaba que no le tomaran en serio. — Bueno, bueno... No te pongas así, pareces un tomate enojado. —quiso bromear, pero el pelirrojo sólo juntó más sus cejas. — Bien, lo siento. —dijo poniendo sus manos arriba en son de paz. — Es sólo que... No creo en la magia, rojito. —menciono, encogiéndose de hombros.

Ji Min parecía ofendido, su boca semi abierta dibujó una pequeña "o" y de inmediato se abalanzó hasta el pelinegro, tumbándose sobre este para tapar su boca.

— ¡No diga eso! ¡Nunca jamás jamás lo diga! —su colorido cabello se tornó negro azabache. ¿Qué se suponía que significaba tal color?

— Sue...ltame... —balbuceó, YoonGi, intentando quitárselo de encima.

Ji Min se sintió algo asustado al ver que su cabello se había vuelvo de ese tono. El jamás lo había tenido negro. YoonGi observo como este bajaba de sobre suyo y se alejaba hacia la esquina del sofá mientras se hacía un ovillo y no dejaba de tocar asustado su cabello. La expresión de miedo persistía en su rostro. Una vez más se sentía culpable y ni siquiera sabía por qué, solo sentía que había hecho algo muy malo.

— ¿Estás bien? —le preguntó en un susurro.

— Jamás lo diga... —musitó.

— ¿Decir qué?

— Lo que dijo... No lo diga. —repitió en voz baja.

YoonGi suspiro pesadamente. ¿Por qué se sentía como un patán? No lo sabía. Sólo sabía que no le agradaba ver aquel temor en los ojos de ese chico. Se tragó toda su lógica y se acercó a, Ji Min para poner su mano en su espalda. Ah... Él era un asco consolando gente, pero definitivamente no esperaba otro abrupto arrebato del joven, quién se arrojó a su pecho y lo abrazó con fuerza. Los dos brazos de Ji min se entrelazaron tras la espalda, y pronto los sollozos del chico se escucharon otra vez. YoonGi puso su mentón sobre la cabeza del chico y frotó su espalda gentilmente para tranquilizarlo.

— Ya, ya... lo siento, no lo diré.

Ni siquiera él sabía por qué estaba diciéndole aquello. ¿Por qué de pronto estaba siendo tan débil en cuanto a sus ideales? Él sabía que todo aquello era falso, irreal. Incluso los trucos del chico le habían hecho dudar, pero vamos, él no creería que aquello era una muestra de magia. Min YoonGi ya no creía en eso hace mucho tiempo. ¿Por qué querría complacer a este chico extraño que no llevaba ni dos horas en conocer y que había aparecido misteriosamente en su casa?

Después de alguno minutos en los que la respiración del más joven se apaciguó y solo breves hipos se escuchaban de vez en cuando gracias a que había apagado el televisor, YoonGi suspiró y aflojó un poco sus brazos para levantar el rostro del que había vuelto a ser de grisáceos cabellos. Desenterró su cara de su pecho y le miró con una pequeña sonrisa. Juraría que podría morir de dulzura. El rostro del joven era un pequeño y bello desastre; sus ojos algo hinchados, su nariz algo roja y sus mejillas y labios se veían más suaves de lo normal gracias a las lágrimas.

— Hey... —le llamó para que abriera sus ojos. Lo cual obedeció de inmediato. — Se fue. ¿Ves? —tomó un mechón que se encontraba en su frente y lo movió a un lado para que éste también lo mirara. Ji min sonrió un poco, aunque seguía hipando ligeramente. — ¿Me explicarías que sucede? ¿Por favor? —le pidió en voz cálidamente baja. Ji min lo miró. Con sus ojos algo brillantes asintió.

Intentó salir de los brazos del pálido. Sin embargo, el primer intento fue fallido, ya que YoonGi no le soltó. Cuando el mencionado se dio cuenta de que lo estaba sujetando posesivo, lo dejó escapar de sus brazos y se alejó a la otra esquina del sofá algo avergonzado. Su rostro ardía en ese momento y maldecía por lo bajo ser tan pálido. Puesto que hacían más visible su sonrojo. Aclaró la garganta y se obligó a comportarse como el adulto que era. Ji min por su parte, regresó a su antigua posición de hace varios minutos y abrazo sus piernas, recargando su mejilla sobre sus rodillas.

— Mi... Mi, cabello cambia de color según mi estado de ánimo. Curiosidad, rubio, pensativo, gris, alegría, rosa, furia, rojo, tristeza, castaño... m-miedo... negro. —murmuró, algo perdido en pensamientos mientras hablaba.

YoonGi asintió lentamente, aunque aquello sonora como un completo disparate. Pero simplemente se obligó a seguir escuchando al ver la seriedad con la que el chico hablaba. Parecía tan indefenso y frágil que no quería verlo llorar de nuevo, así debería creer o no en sus palabras.

— Y, ¿te asustaste por lo que dije? —susurró. Como si levantar la voz pudiera herirlo. El peligris asintió. — Lo siento. —dio un fuerte suspiro y recargó su espalda al sofá mirando al techo.

— Sólo... No lo repita. Las palabras son muy poderosas y no hay reglas. —musitó.

Jimin era un joven genio con poca experiencia, pero sabía que declaraciones como esa podrían hacerlo desaparecer para nunca jamás volver. El poder de las palabras en la magia era un hecho. La magia no podía revivir a los muertos, pero si podía llevarse a los vivos, incluso, a los mismos seres que la expedían, ya que al estar obligados a cumplir un deseo, no podía negarse, aún contra su propia existencia.

La humanidad, con el paso del tiempo había prescindido, negado, olvidado y desaparecido a los de su clase por palabras como esas. El cumplimiento directo y sin reglas, volvían tan poderosas las palabras.

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MIN∆BRIL

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