❃.✮:▹ MAGIC ◃:✮.❃
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¡Feliz cumpleaños, JeRiOl!
Human!Elias Ainsworth
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Elias revisó una vez más su reloj de bolsillo y suspiró. El sirviente que lo acompañaba no dejaba de disculparse y el hombre rubio simplemente negó, levantándose del asiento en el que se encontraba, dejando sobre la mesa de centro la taza con té que le habían proporcionado.
—De verdad lo lamento mucho, señor Ainsworth. No hemos logrado encontrar por ningún sitio a la señorita Loughty, no era nuestra intención hacerlo esperar tanto.
—No importa, cuando sepan dónde se encuentra pueden buscarme para que revise su estado.
Ambos hombres se despidieron y sin más el mago salió de la casona recién construida en el pueblo cercano al bosque donde vivía.
Lo último que quedaba del legado Loughty era una joven mujer sin desposar que había sido transportada a esa olvidada parte del país, donde todos parecían ajenos a la guerra que estaba poniendo al mundo de cabeza. Londres había sido bombardeada en diversas ocasiones y millones habían muerto, aunque no estuvieran en el campo de batalla. La dama había sido llevada ahí como la última voluntad de su difunto padre en un intento de protegerla del mal que amenazaba con terminar con su apellido.
Ainsworth no entendía a los humanos ni siquiera en su faceta más básica, así que no se molestaba en tratar de explicarse porqué se mataban entre sí por causa de un puñado de personas en el poder que podrían resolver el problema entre ellos. Aunque no solía relacionarse directamente con nadie y solo el sacerdote Simon se atrevía a visitar su casa en busca de las medicinas que se necesitaban en el pueblo, había sido precisamente él quien le insistió tanto a la criatura mágica que visitara personalmente a la joven, quien desde su llegada de Londres no había conseguido salir de cama por ningún método humano y temían que fuese a morir, dejando extinta su casta.
Pero para sorpresa de todos, justamente cuando Elias se presentó en la morada con su forma humana, la chica se había escabullido del cuidado de la servidumbre y nadie sabía dónde se encontraba. El mago pensaba que solo le habían hecho perder su tiempo y seguramente ella no tenía nada grave que necesitara algún tipo de servicio suyo para hacerla sanar.
Después del largo recorrido estaba a su hogar punto de entrar, sin embargo, dejó a Silky sola en la puerta principal cuando se encaminó hacia el bosque que habitaban las hadas, mismo del que era vecino. El sol estaba lejos de ponerse y la brisa de verano había llevado hasta sus fauces un aroma extranjero que había puesto sus sentidos en alerta. Olía a humano, pero además a algo que era incapaz de descifrar. Habiendo olvidado inclusive que tenía todavía una figura humana se adentró hasta el corazón del bosque, donde se encontró con una escena que lo dejó sin saber en qué pensar.
Frente a él una criatura, que si bien poseía una figura humana también poseía un aura que tardó no fue capaz de descifrar, danzaba con sus ojos cerrados, tarareando una suave melodía que parecía ser correspondida por las criaturas mágicas que empezaron a emerger de las sombras, acercándose a ella hipnotizados. Algunas hadas salieron de sus escondites y como si fuesen una con ella, empezaron a moverse a su alrededor, llenándola de un brillo que incluso cegó por un momento al rubio quien no entendía qué sucedía.
Aquella criatura era humana, pero había en su sangre tanta magia como la que corría por sus propias venas o la de cualquier mago, cosa que no comprendía. Estaba seguro que no era una Sleigh Beggy, pero tampoco solo una mortal.
—No sabía que les gustara convivir con cualquier extraño.
Ante la grave voz aquella armonía se estropeó, los animalillos volvieron a desaparecer y las hadas volaron lejos. Elias, además de mago también era protector de aquellas tierras sagradas y estaba dispuesto a alejar a esa criatura, sin importar de quién se tratase. La dama se giró con lentitud para verlo y cuando sus ojos chocaron una incomodidad invadió el pecho del hombre, quien se vio invadido por una sensación cálida que no había experimentado nunca antes. Las pupilas de ambos brillaron y ella fue la primera en reaccionar, sonriendo con una dulzura tal que Elias no había sido jamás quien la recibía.
—Oh, usted es el herbolario que iría a visitarme, ¿cierto? Me lo dijeron, pero justamente sentí como si el bosque me llamara y... No sé de dónde saqué las fuerzas para salir de cama y venir aquí.
Y antes de poder continuar estornudó de una forma tan suave como un pequeño minino. El mago la recorrió con la mirada y negó al ver el ligero camisón de dormir que llevaba puesto, además de ir descalza. Caminó hacia ella y antes de que opusiera resistencia la cargó del modo nupcial.
—Quienes cuidan de ti te estaban buscando. Les mandaré a llamar para que vengan a buscarte.
Aunque la idea original que tenía la criatura era dejarla en el pórtico de su hogar, esperando que algún sirviente fuera a buscarla, cuando Silky la vio no permitió que se quedara fuera con aquella fría brisa así que contra la voluntad de su amo la metió a la sala donde le brindó un chal de algodón para abrigarse y fue a servir la comida para ambos. Elias no era idiota así que no había vuelto a su forma habitual y prefirió hacer en ese momento la revisión que había dejado pendiente.
A penas encontró algo extraño en la joven, así que solo hizo un par de infusiones que entregó a sus sirvientes cuando fueron a su encuentro, topándose con la chica engullendo todos los manjares que Silky había preparado, ya que la hada estaba emocionada de tener visita por fin. Después de darle una breve llamada de atención a la dama se la llevaron en el carruaje, sin embargo, su ausencia le pareció arrebatarle la poca calidez que había conseguido invadir el hogar de Elias.
Al día siguiente la chica volvió a aparecer en el bosque y de nuevo él la regresó a la servidumbre. El hecho se repitió por lo menos una docena de veces, pero parecía que, aunque las reprimendas cada vez fueran mayores y la seguridad más estricta, ella encontraba más razones para desaparecer de su habitación y danzar sobre el húmedo césped del bosque. Elias dejó de insistir en interrumpirla y en cambio, durante varios días se limitó a mantenerse escondido entre las sombras, dejando a sus ojos admirarse del brillo que ella emanaba, como si fuese la misma Titania.
Un día, mientras la espiaba hizo un poco de ruido y aunque él pensó que ella no se percataría, se dio la vuelta y lo buscó con una sonrisa en sus labios, como si ya esperaba que estuviera ahí. Cuando se presentó frente a él, Elias ya se había hecho de su aspecto humano, así que le sonrió en una mueca forzada, en un intento de librarse de aquel momento.
—Veo que eres testaruda. Si sigues saliendo así ninguna medicina te ayudará.
—No creo que mi problema lo resuelvan las medicinas, señor Ainsworth —mencionó la joven, rasgando sus ojos con una sonrisa como la de la primera vez que se cruzaron y que causó sensaciones incluso más fuertes que las de la primera vez —. Estar en el bosque es lo que me hace sentir viva de nuevo, como no me pasaba desde que era niña... Quizás por eso mi padre me mandó para acá —comentó distraída al separarse del hombre, dando una suave vuelta sobre su eje —. Es un sitio simplemente... mágico.
Es porque en realidad lo es; pensó el mago mientras seguía con la mirada los pasos de la joven quien volvió a reír con suavidad, dando un pequeño recorrido por el claro donde siempre acudía. Cuando hizo el gesto de retirarse ella corrió hacia él y sin timidez le sujetó de la muñeca, impidiéndole que se fuera. En el pecho de Elias apareció una calidez que subió hasta su rostro y por lo que clavó su mirada ámbar sobre la muchacha, buscando alguna clase de explicación en sus actos.
Ella no dijo nada y después de sostenerle la mirada unos largos segundos, lo soltó con suavidad, dándose la vuelta para que no viera el sonrojo que había invadido su rostro. Se suponía que estaba en la edad de casamiento, sin embargo, no se encontraba prometida y nadie antes se había interesado en ella, así que no comprendía el porqué desde el primer momento que había cruzado su mirada con el hombre éste no salía de sus pensamientos y era una de las razones por la que seguía asistiendo al bosque, con la ilusión de podérselo encontrar una vez más.
—Hasta mañana, señor Ainsworth... —musitó en voz baja al clavar su mirada en un diente de león que crecía a sus pies.
—Hasta mañana, señorita Loughty.
Una sonrisa invadió los labios de la joven que se giró emocionada ante la promesa de volverlo a ver, sin embargo, cuando lo buscó con la mirada él ya se había ido y apenas tenía de compañía la suave brisa que anunciaba lluvia.
Se encontraron al día siguiente y el que le siguió a ese, así como todos los que le sucedieron. Algunos días ella se veía más pálida de lo normal y Elias la llevaba cargando a su hogar, donde después de comer un poco la castaña recuperaba las fuerzas suficientes como para tener otro de sus encuentros en el bosque.
Durante las primeras ocasiones a penas y cruzaban alguna palabra, sin embargo, conforme el tiempo fue pasando ambos fueron encontrando confianza en acercarse, todo por la influencia de la joven que a veces se animaba a tomar la mano del mago o incluso se atrevía a deja un tímido beso en su mejilla cuando éste la miraba en silencio sentado sobre el pasto.
Elias no entendía porqué estar cerca de la joven lo hacía sentir tan tranquilo como nunca antes había experimentado. Aunque casi siempre solo se dedicaba a escucharla hablar de todo lo que ella deseaba contarle, había encontrado la forma en que gustaba de pasar su tiempo libre. Conforme las semanas pasaron pensaba que aquellos momentos juntos se volvían tan importantes en su rutina que el pensar que cuando la joven volviera a Londres sentiría que algo le faltaría en su día a día.
Aquel pensamiento aumentó e incluso se transformó la ocasión cuando la joven logró que Elias la siguiera con torpeza en aquella danza mágica inventada. Ella pisaba descalza sus zapatos, marcando así el ritmo que debían de seguir y se abrazaba a él entre suaves risas. Sin darse cuenta el mago sonreía suavemente al estar cerca suyo e inclusive en ocasiones sus mejillas se teñían de un muy suave rosado. Y entre aquel momento que él hubiera deseado poder mantener en una burbuja al sentir como la calidez lo recorría por completo, la dura realidad lo atacó cuando las fuerzas abandonaron a la castaña quien no cayó al piso inconsciente solo porque los brazos del rubio la detuvieron de golpearse.
Ese día se encargó de él llevarla a su mansión después de haberse dado a la tarea de bajarle la fiebre con las distintas infusiones que le dio a beber. Cuidó de ella sin decir palabra y se mantuvo expectante de su estado durante las dos semanas que ella duró inconsciente.
Al despertar había perdido un poco del brillo en sus ojos, sin embargo, cuando lo miró lo hizo con tanto amor en sus ojos que Elias no se molestó ni siquiera en ocultar el sonrojo que lo invadió. Le alimentaba en la boca con la comida que estaba bajo algún tipo de efecto mágico para ayudarla a recuperar sus fuerzas y aunque se necesitó de muchos medicamentos además de cuidados, un mes después ambos pudieron de nuevo encontrarse en el bosque.
Las estaciones pasaron y ella tenía cada vez más a menudo ese tipo de recaídas. Elias era incapaz de encontrar cuál era el mal que agobiaba el cuerpo de la castaña, quien a veces se encontraba en el lecho de la muerte pese a sus esfuerzos. Entre la desesperación que lo invadió sin explicación alguna, incluso llegó al punto de llamar a Lindel, quien esperaba que pudiera ayudarla, pero ni siquiera él supo que le sucedía o cómo mejorar su estado y además contribuyo con dos datos que le quitaron el apetito al mago: ella difícilmente podría llegar a la próxima primavera y, estaba seguro que Elias se había enamorado de la joven humana de apenas veintidós años, una cifra insignificante al lado de una criatura como él.
Elias no sabía cómo describir aquello que los demás catalogaban como amor, no estaba seguro de siquiera llamar así a la calidez que lo invadía cada que pensaba en ella, sin embargo, no se centró en ello y siguió buscando alguna forma de salvar a la joven que al llegar el invierno a penas y pronunciaba alguna palabra en sus días consciente. La que solía ser en el verano cuando se conocieron había quedado consumida por aquel mal que consumía su alma. Sin saber bien cómo fue que lo logró, el mago consiguió que ella aceptara salir al jardín para ver nevar. El brillo en sus ojos volvió y el brillo de ilusión le iluminó el rostro, el hombre conservó aquella imagen en su memoria, esperando tener la oportunidad de verla alguna vez antes que los capullos florecieran y, sin que nadie lo viese o ellos supieran explicarse, los labios inexpertos de ambos se rozaron en lo que ni siquiera se le podía llamar un beso, pero que significó tanto que ninguno lo olvidaría jamás.
Esa tarde fue la última que la joven Loughty mantuvo sus ojos abiertos ya que el resto del invierno sufrió de fiebres tan altas que todos creyeron que la predicción del cuidador de dragones había sido acertada. Las esperanzas de toda la servidumbre habían muerto, por eso cuando el primer día de primavera llegó y Elias les pidió permiso para llevarse a su casa a la joven con la excusa de buscar una última oportunidad de salvarla, ellos aceptaron sin más, pensando que cualquier esfuerzo era en vano.
En todo aquel tiempo el mago solo había dejado de tener su apariencia humana en pocas veces donde realmente le era necesario, pero el resto del tiempo se mantenía al lado de la mortal disfrazando su naturaleza. En aquella ocasión mantuvo su forma falsa y, en vez de ir al lugar donde le esperaba una preocupada Silky, se dirigió al corazón del bosque al sitio en el que la había visto por primera vez y donde la gran parte de energía mágica se concentraba. Lo que tenía en mente era ilógico e imposible, se viera desde cualquier perspectiva, pero el mago se atrevería a hacerlo porque en aquel tiempo solo había encontrado una explicación a porqué la mujer parecía tan llena de magia, aunque habitaba en un cuerpo humano.
Oberón y su esposa esperaba por él cuando se presentó al sitio donde muchos ojos curiosos de docenas de hadas que estaban expectantes a lo que se rumoreaba que pasaría.
—¿Estás seguro, Espina? Si te equivocas en tu predicción podías inclusive perder gran parte de tus poderes.
—Sé que tengo razón.
La reina de las hadas asintió y con cuidado depositó a la pálida chica sobre el lecho de los primeros capullos de la temporada. Deslizó sus manos por el rostro que ardía y pronunciando palabras en un idioma que solo ella además de pocas criaturas míticas conocían de su existencia, buscó acumular toda la magia que corría por las débiles venas de la chica en un intento de convertirla en un ser como ella, su esposo, sus súbditos y en cierto punto, incluso Elias era. Los segundos se volvieron minutos y pronto horas en las que ninguno de los presentes dijo nada. La palidez de la humana se volvió mayor e inclusive su cuerpo perdió toda clase de calor. Elias se mantenía expectante, sin despegar su mirada ámbar de ella, deseando desde lo más profundo de su ser que aquello diera resultado.
Y como si por primera vez alguna fuerza le permitiera ser feliz, los capullos debajo de la joven empezaron a florecer, llenando el claro con una fragancia tan encantadora como ninguno había tenido la oportunidad de oler antes. Cuando ella logró abrir sus ojos estos ya no eran castaños, sino de un sinfín de motas de colores que los volvían tan exóticos que el hombre rubio se quedó boquiabierto.
La antigua mortal estiró su mano para colocarla sobre la mejilla del mago y con una débil caricia le sonrió con tanta pureza que él por un momento pensó que quizás Lindel no se había equivocado en ambas predicciones.
Había estado en lo cierto y ahora ella no era ni humana ni tampoco un hada. Era una criatura parecida a él, sin embargo, con una naturaleza opuesta de con la que Elias había sido concebido. Eran tan parecidos y diferentes a la vez. El mago no tenía forma de describir aquel sentimiento que lo hacía sentir como si su interior fuera a explotar, pero eso no importaba porque ella estaría ahí para ayudarlo a descubrirlo y para eso tendrían toda una eternidad.
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