Capítulo 3: Verdades a la luz.
Lo que había ocurrido en la cámara de los secretos era un completo secreto. Como era de esperarse, todo el cuerpo estudiantil y docente lo sabía. El profesor Lockhart había salido de la cámara, colmillo de basilisco en mano, jactándose del grandioso héroe que era. Los tres chicos, en aparente shock emocional habían sido llevados a la enfermería, y Popi se encargaba de sus cuidados con esmero. No habían dicho una sola palabra desde que habían salido de la cámara. Pero según el profesor, había tenido que protegerlos durante un feroz ataque, mientras rescataba a la niña Weasley de un terrible espectro que dominaba al Basilisco. Una vez los aires de gloria por la victoria de Gilderoy se calmaron, visité la enfermería para ver cómo seguía la recuperación de la señorita Weasley, y a los desafortunados estudiantes que habían seguido a su profesor a la cámara. Intuía que había mucho más en la historia de lo que el profesor contaba, ¡y vaya que no me equivocaba! Una vez que mi presencia se hizo sentir en la enfermería, los tres chicos, cuyos cerebros parecían apagados, volvieron a la lucidez total. -Profesor Dumbledore.- saludó el señor Perit con calma. Me acerqué a su cama, viendo como los otros dos recuperaban sus funciones mentales y mágicas casi tan velozmente como el estudiante de Ravenclaw.
-¡Esta debe ser la recuperación de un shock emocional más rápida que he visto!- comenté, como al paso. -Nada de eso, profesor.- continuó el chico del cabello azul. -¡Lockhart es un embustero!- afirmó el señor Weasley. -¡Fue Harry! ¡Harry luchó contra el basilisco, Harry lo mató, y luego...- su voz se fue haciendo pastosa hasta apagarse, pero Harry continuó. -Y luego atravesé el diario de Tom Riddle con un colmillo.- Los otros dos asintieron. -Me temo, que es posible que se encuentren confundidos por su tan rápida recuperación.- intenté apaciguarlos. -¡NO!- gritó el Ravenclaw, poniéndose en pie, con lo que hizo que Popi corriera hacia él e intentara volverlo a meter en la cama. -No estábamos en shock. Lockhart intentó obliviarnos así que nos sumí a los tres en un trance oclumante. El conjuro de Lockhart no sirve de nada si todo lo que hay en tu mente es vacío. Pero a todos los efectos, nos veíamos, como se esperaba, para Lockhart obliviados, para los demás, en shok.- respondió vehementemente. -Me temo, que aunque así fuera, el ministerio jamás tomaría la palabra de tres estudiantes de segundo año, contra una eminencia en la lucha contra las criaturas oscuras como Lockhart.- respondí. En ese momento, fue Harry quién intervino nuevamente. -¿Qué hay del veritaserum? Si estuvieramos dispuestos a beberlo y luego ser interrogados, no podrían simplemente despachar nuestra historia.- Lo medité un momento, mirando al chico.
-Estoy seguro de quién tendría problemas para tomarlo...- comentó su amigo con sorna. -Bueno... El ministro está de camino, de cualquier manera. Le pediré al profesor Snape que tenga lista la poción. Si es cierto lo que dicen, entonces, tenemos más entre manos que solo la muerte de un basilisco.- afirmé. Los tres chicos me miraron con recelo. No los culpaba, después de todo, acababan de ser atacados por su propio profesor, ¿por qué deberían confiar en mi? -¿Qué hacemos hasta entonces?- preguntó Harry. -Permanezcan aquí. No queremos que Lockhart sepa que están conscientes y desaparezca, o intente atacarlos de nuevo. Los del ministerio querrán escuchar su versión de héroe, y luego, le informaré al ministro que existe otra versión. Una que es respaldada por tres testigos, que están dispuestos a probar lo que dicen, bebiendo veritaserum, casualmente disponible en el armario de pociones del profesor Snape. Si conozco a Fudge, la disposición del niño que vivió a probar su versión a través del veritaserum lo atraerá como la miel a las moscas.- volví a detenerme en los verdes ojos de Harry, sintiendo remordimientos. -Lamento tener que usar esa fama tuya para atraer a los políticos, pero si de verdad desean desenmascarar a Lockhart, puedo traerlos aquí.- aseguré. Los tres chicos asintieron al unísono.
...
La conmoción causada por la revelación de Dumbledore, tras el relato heroico de Gilderoy frente al ministro, fue tal, que todos querían estar presentes cuando se relatara lo que Fudge llamaba "la versión de Harry Potter". Aunque la profesora McGonnagall nos escoltó a la oficina del director, debimos abandonarla e instalarnos en un aula vacía. Gilderoy Lockhart parecía estar igual de aterrorizado que la última vez que lo había visto en la camara de los secretos. -Me sorprende que aún no haya mojado sus pantalones.- susurró Ron mientras entrabamos aún acompañados por la profesora, al aula donde ahora se encontraban él, Dumbledore, el ministro Fudge, dos aurores de aspecto fiero, y los profesores Filtwik y Snape. -¿Quién dice que no lo ha hecho?- susurró en respuesta Invitus y movió discretamente su varita en dirección a Gilderoy, que de pronto se encontró sentado en un pequeño charco. Fudge a penas podía contener su emoción. Pero antes de someternos a la poción, alguien más se hizo presente en la sala. Nadie que hubiera pasado un año en Hogwarts podía dejar de adivinar el parentesco Malfoy, aunque yo lo recordaba del callejón Diagon. -El consejo de padres de esta escuela, me ha solicitado que me encuentre presente, frente a las atroces circunstancias por las que ha pasado este colegio.- dijo Lucius Malfoy en un fingido tono angustiado, arrastrando las palabras. Tomó asiento junto a Fudge, y entonces el show empezó. Ron bebió la poción primero. Snape hizo un par de preguntas al azar para verificar que era incapaz de mentir: ¿Cuál es tu nombre? ¿A qué casa perteneces? ¿Qué piensas sobre mi? (esta ultima obtuvo las mejores respuestas oídas en años, tanto así que hasta la profesora McGonnagall contuvo una risita). Una vez comprobados los efectos del veritaserum (a Ron nunca en su vida consciente se le habría ocurrido llamarlo murciélago super desarrollado y malhumorado a la cara si no fuera por los efectos de tal poción), le solicitó que narrara los acontecimientos en la cámara de los secretos. Su falta de detalles en ciertas cuestiones mágicas no dejó de revelar que Lockhart se había limitado a chillar y esconderse mientras nosotros enfrentábamos una criatura de unos quince metros de largo, con colmillos venenosos de al menos 10 centímetros.
Entonces fue el turno de Invitus. El chico del cabello azul, tampoco se salvó de las preguntas incómodas que solo habría respondido bajo el efecto del veritaserum. Esta vez la pregunta indiscreta solicitó que especificara algunas de las reglas que había quebrantado durante su estancia en Hogwarts. El chico enumeró unas cuantas, incluyendo sus continuas escapadas nocturnas a la torre de astronomía para fumar, y las recurrentes visitas a los armarios de escobas con alguna que otra bruja mayor, que, aunque no podía compararse con la mágica experiencia de satisfacer a una Veela, podía ayudarlo a liberar la tensión de las clases (incluso sugirió descaradamente que Hogwarts debería tener una mejor política de educación sexual, y abastecimiento de pociones contraconceptivas, algo que noté que Dumbledore, apuntaba. Seguramente para comentarlo con la enfermera de la escuela). Una vez concluida la etapa de preguntas incómodas para comprobar que el veritaserum estaba funcionando (y no solo se trataba de un estudiante descarado), Snape volvió a pedir que narrara lo acontecido en la cámara de los secretos. Esta vez, hubo muchos más detalles: un diario maldito, tomando la energía vital de Ginny para resucitar a su creador: Tom Marvolo Riddle. Luego, la contienda entre el basilisco y yo, la llegada de Fawkes con el sombrero seleccionador y dentro de él, la joya de la historia: La espada de Godric Gryffindor. Solo un verdadero Gryffindor podría haberla revelado, por lo que era imposible que Lockhart la hubiera alcanzado, por rebuscada que fuera la historia que había expuesto al ministerio.
Las piezas comenzaban a encajar. Pero entonces, llegó el momento que Fudge más deseaba. Bebí la poción de un sorbo. Miré a los ojos a Snape y pensé qué clase de pregunta incómoda me lanzaría. Ciertamente, eso me preocupaba bastante. -Potter: ¿Tuviste algo que ver con la desaparición de ingredientes de mi armario este año?- preguntó el profesor con un atisbo de sonrisa. Seguramente había estado esperando este momento, y la oportunidad de le había presentado en bandeja de plata. Intenté resistir, pero sabía que si mentía, toda esta exposición habría sido en vano. -Si, profesor. ¿De qué otro modo habríamos hecho la poción multijugos que nos permitió colarnos en la sala común Slytherin?- respondí a regañadientes. El hombre resopló con indignación. Una cosa era ser llamado murciélago super crecido, y que el estudiantado se divirtiera un poco en los armarios de escobas. Pero que Harry Potter, precisamente yo de todos los estudiantes, hubiera robado ingredientes de su armario privado, preparado una poción prohibida y luego me hubiera colado en su sala común era demasiado. De seguro, luego ajustaría cuentas conmigo. Entonces, por tercera vez, hizo la pregunta -¿Qué ocurrió en la cámara de los secretos?- Nuevamente la pelea con el basilisco resonó en la historia. Esta vez, el espectro de Tom Marvolo Riddle formaba en el aire el anagrama I am Lord Voldemort. Presentándose así como el recuerdo de un joven de 17 años capturado para siempre en las páginas de un simple diario. -El mismo diario, que casualmente, Lucius Malfoy colocó en el caldero de Ginny en nuestro encuentro en el callejón Diagon.- añadí cuando terminaba el relato.
Las repercusiones no se hicieron esperar. Uno de los dos aurores, un hombre alto de espalda ancha, piel morena y cara amable, sostuvo a Lockhart por el brazo y salió del aula con él. -El departamento de aurores lidiará con su confesión.- explicó Fudge. Entonces todos se pusieron de pie como si la mención de Lucius Malfoy hubiera pasado inadvertida. -Disculpe, ministro.- dijo Dumbledore interponiéndose entre el hombre y la salida del aula. -Creo que tendrá que lidiar con dos interrogatorios esta noche.- sugirió haciendo un ademán hacia Malfoy. -El joven Harry asegura (¡y bajo el efecto del veritaserum nada menos!) que el señor Malfoy colocó el diario de Voldemort en el caldero de la señorita Weasley. Supongo que no dejará pasar ese detalle por alto.- concluyó. El hombre hizo una mueca histérica de indignación. -¡¿Cómo se atreven a acusarme de tal atrocidad sin pruebas?!- reclamó, paseando su mirada de desprecio por mi, Ron, Invitus, hasta el propio director. El otro auror, un hombre del que era muy dificil saber qué partes no habían sido reparadas con magia, y que generaba tanto respeto como terror, sujetó a Lucius por un brazo antes de que pudiera soltar otra queja y siguió al primero. Fudge se veía incómodo después de eso.
...
Todo lo ocurrido con el veritaserum parecía haber armado un revuelo en Hogwarts. En el gran comedor, los dos Gryffindors y el Ravenclaw eran obacionados, cosa que parecía disfrutar mayormente el chico pelirojo. En tanto el Ravenclaw se sentó solo y meditabundo en un rincón de la mesa de su casa, como si pasara de todo el bullicio que armaban los demás. Murmuré -Legeremens- Y para mi sorpresa, lo encontré con la guardia baja. Me pregunté si el muchacho no me estaría permitiendo escuchar sus pensamientos voluntariamente -¿Qué clase de magia podía preservar un espectro de 17 años para alimentarse de la fuerza vital de otro hasta volver a la vida?- En su mente, las conexiones se tejían y destejían, pero sin poder examinar el objeto no estaba seguro. Y dudaba que Dumbledore le permitiera experimentar con un objeto maldito por el mismísimo señor tenebroso. En eso cabilaba cuando me acerqué y mi conexión con su mente se rompió. -Buenas noches, Perit.- Lo saludé. El chico se levantó inmediatamente. -Profesor.- respondió con nerviosismo. -Buen trabajo allí dentro.- dije, genuinamente complacido. El chico sonrió. -Gracias profesor.- Hice un gesto con la mano. -Esperaba poder hablar en privado contigo. Necesito pedirte un favor.- dije. Sonaba a la vez serio y afectado. Intrigado, me siguió al aula de pociones donde me acomodé en el escritorio y lo invité a tomar asiento. -Accio whisky de fuego.- dije con un floreo de varita. Una botella llegó flotando desde un armario. -¿Gustas?- pregunté, consciente de la impertinencia. -Tengo 13.- soltó él por toda respuesta. Resoplé con humor. -¿Suficiente edad para meterte con veelas y estudiantes de quinto, escabullirte a fumar en la torre de astronomía, mentirle en la cara al Ministro de la magia y dos aurores, pero muy joven para un trago?- Pregunté sin creer ni por un segundo, que el chico jamás había bebido. Para mi sorpresa, se echó a reír con descaro. -De acuerdo, si, me ha atrapado. El veritaserum no funciona si cierro mi mente, ¿feliz?-
-Entonces, si aún está en pie esa invitación, le aceptaré un trago.- accedió finalmente. Le serví un vaso mientras pensaba cómo diría lo que necesitaba decir: -Perit, lo que tengo que pedirte es un asunto personal. No tiene nada que ver con Hogwarts, y si no accedes, no afectará en nada tu proceder académico. Pero aún así, creo que eres el mejor, quizás el único, para el trabajo.- comencé. No sin un poco de orgullo, que probablemente provenía del whiskey, el chico se acomodó en su silla y me miró con insistencia. Me bebí de un sorbo lo que quedaba en el vaso, y comencé a relatar. -Supongo que a estas alturas, sabrás que recientemente he descubierto que tengo una hija.- no era una pregunta, era una suposición. Y una acertada, seguramente. Pero él no iba a confirmarme que todo el colegio cuchicheaba sobre la supuesta bastarda muggleborn de Severus Snape. No, Invitus Perit era un chico que se saltaba las reglas para sí mismo, pero que sabía comportarse como un caballero. -Su nombre es Lilith, y su magia es... particular. Podría decirse que es la legeremante más poderosa de la que se tenga registro.- continué intentando mantener el control sobre mi voz, que empezaba a quebrarse. -Pero no tiene control alguno sobre tal poder. Al haber sido criada en el mundo muggle, las mentes y energías que la rodeaban eran susurros, pero en el mundo mágico, todo es abrumador para alguien que es incapaz de cerrar sus sentidos.- Supuse que lo que decía empezaba a tener sentido, porque el muchacho asintió. -Lilith puede escuchar, sentir, incluso oler, pensamientos, auras, energías mágicas de toda índole. Las varitas, las criaturas mágicas, los animales, incluso la magia que recorre el cuerpo de un mago resuena en su cerebro. Imagina lo abrumada que se sintió la primera vez que entró al callejón diagon. Solo tiene 10 años, y su poder solo puede crecer desde este punto en delante.-
Sentí que estaba a punto de desmoronarme, y Perit lo notaba. No había que ser un legeremante para ver la culpa reflejada en mi rostro, o eso supuse. -Si pudieras enseñarle algo de oclumancia. Lo suficiente para que pudiera cerrar su mente al estar rodeada de magia sin abrumar su cerebro, te estaría infinitamente agradecido. De lo contrario. El ministerio tendrá que intervenir y quitarle su poder y sus recuerdos. Una niña de 10 años con tanto poder y sin poder manejarlo, sin además poder ser debidamente instruída, es un peligro real que el ministerio no tomará a la ligera.- El chico bebió otro sorbo de whisky intentando asimilar lo que le estaba proponiendo. -¿Tendría que abandonar Hogwarts para ir con ella?- preguntó intentando hacerse a la idea... Supuse que abandonar un castillo lleno de comodidades y mujeres, para pasar sus días enseñando a una niñita a no abrumarse cada vez que se le acercara un objeto mágico. No parecía un gran trato, vi la duda reflejada en su rostro: mi brillante plan no había contemplado que Invitus era un adolescente, y uno bastante espabilado. -No.- Respondí tajante. -Ella se instalaría en su propia habitación junto a la mía, en las mazmorras. Y tu, si accedes, asistirías allí a darle tutorías. Creo que podrían ser amigos.- Lo pensó un momento, -Si no tengo que abandonar Hogwarts, está bien.-
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