NUEVE
—Entonces, Caballero Águila —llamó Anfibius desde la cabecera. Ariel yacía parada a su derecha sin moverse ni un músculo. —Está es la cuestión: las seis grandes casas han sido las gobernantes de estas tierras desde el inicio de los tiempos y tú y tu Consejo Emplumado no va a quitarnos lo que es nuestro.
—¡Exacto!
Gabriel dio un golpe en la mesa. Él no tenía asiento, Angela había dicho que él no era el representante, así que ahora su hermana ocupaba su lugar por él. Señaló a Ying despectivamente.
—¡Tú ni siquiera eres un noble! La Casa del Tifón eran los verdaderos nobles y tú y tu querido Consejo Emplumado los ejecutaron a todos.
Anfibius se puso rígido, sus músculos se contrajeron y su rostro comenzó a adquirir un tono más azul oscuro, como el océano o parecido más al negro oscuro de sus garras. Tosió un poco de espuma ¿Se estaba ahogando?
—¡A-Ariel! —dijo jadeante.
Ariel rápidamente descolgó su enorme mochila y hurgó en ella hasta que encontró una vejiga llena de agua. Rápidamente la abrió y vertió todo el líquido en el cuerpo de Anfibius. Le frotó la espalda entre los omóplatos. Anfibius respiró agitadamente. En cuanto recupero la compostura tomó la mano de Ariel y le sonrió olvidándose de la conversación anterior.
—Gracias Ariel.
La chica bajó la mirada al piso sonrojada.
—No... no es nada mi señor.
K'leef entró al Gran Salón por el pasillo continuo seguido de Arén, su caballero personal. Tenía las manos cubiertas de cicatrices como si se hubiera quemado. De su rostro destacaba una desagradable cicatriz que iba desde la mejilla hasta la mandíbula. La herida traspasaba su ojo.
—Por favor, no olviden donde estamos.
La puerta del salón se abrió irrumpiendo Emma. De cerca le seguía la misma figura encapuchada que la había acompañado cuando llegó a Castillo Penumbra ¿Sería acaso su caballero personal?
—¿Que está ocurriendo aquí?
Anfibius señaló señaló a Gabriel y Ying.
—Nos hemos reunido en el Gran Salón para discutir las cláusulas del tratado, pero con forme hemos llegado Gabriel ha arremetido contra el Caballero Ágila
K'leef puso los ojos en blanco.
—Eso no es ninguna novedad ¿Y a qué se debe esta vez?
Lily se volvió hacia la discusión.
—Me parece que pronto lo descubriremos.
—¿Qué a que se debe? ¿Es que nadie lo sabe todavía? Bueno, como todos conocen el Consejo Emplumado, para el cual trabaja este estafador. —Gabriel hizo una mueca de asco señalando a Ying. —Mantenía presa a la familia real del Tifón. Lo que ustedes no saben es que ayer, a la media noche, justo enfrente de la plaza de los cuarto vientos, el rey del Tifón fue ejecutado en la guillotina junto a toda la familia real.
K'leef soltó un grito ahogado.
—¿¡Qué!?
Gabriel prosiguió.
—Como ustedes lo han oído damas y caballeros. El legendario linaje del príncipe del Tifón, el gobernante de los vientos interminables, se ha perdido para siempre. Nuestra monarquía pende de un hilo ¡El que habla no es un traidor!
Ariel desenvainó su espada.
—¡Cómo se atreven!
La chica se dispuso a arremeter contra Ying, pero Anfibius la tomó del brazo.
Todas las cabezas se volvieron hacia el Caballero Águila. Incluso Lily se había sentido horrorizada, a pesar de odiarse entre ellas las seis grandes Casas eran consideradas familia.
Emma por su parte parecía indiferente ante la noticia, después de todo los druidas siempre han pensado que todo pasa por una razón y no hay que imponer resistencia en el transcurso del destino.
Ying finalmente habló, su voz era pasiva, más sus dedos reflejaron lo contrario al rozar casualmente la empuñadura de su espada.
—No se hagan los sorprendidos, tuvieron un juicio justo.
Gabriel hizo una mueca despectiva.
—¡Maldito! Fueron sentenciados a muerte por 361 votos contra 360 ¡Un sólo votó decidió el destino de toda una Casa de magos! ¿Es esa la democracia en la que dicen vivir?
—Ustedes los de la vieja escuela siempre lo toman tan personal. —Ying meneó cabeza ligeramente. —Pero una nación debe ser regida únicamente por una democracia parlamentaria.
—¡Ni monarquía ni parlamentaria! —espetó Emma. —Ustedes son tan ciegos y banales peleando por simples migajas como ratas.
Gabriel soltó una carcajada.
—Lo dice la chica cuyo pueblo visten arapos y duermen en cuevas. Ustedes son los verdaderos animales aquí.
Ying desenvainó su espada.
—Mi señora Sombra le pido que me permita sacar a esta escoria de aquí. No la necesitamos.
Anfibius se recompuso.
—No tan rápido Caballero Águila. Los Solar son ahora nuestros aliados y no permitiremos ofensas hacia ellos.
Ariel ya había desenvainado su arma en forma de pez espada por lo que sólo esperaba la señal de su señor para atacar.
Lily recordó su viaje al reino de los sueños. Había presenciando las pesadillas de Tyrbun y estado en las fantasías de Gabriel. Se preguntaba cómo reaccionaría Anfibius si le dijera que los Solar soñaban también conquistar las islas del Coral.
Emma escupió al suelo, y antes de que su saliva tocará el piso esta se evaporó convirtiéndose en una espiral de humo.
El humo buscó los ojos de Gabriel y por un momento lo cegaron.
El Solar levantó las palmas de las manos, donde habían comenzado a saltar pequeñas chispas, pero antes de que pudiera lanzar cualquier hechizo fue tirado hacia delante por una mano de mujer convertida en serpiente.
—¡No te atrevas ni a intentarlo siquiera! —Le recriminó Emma.
La mano de la druida en forma de serpiente comenzó a enrollarse alrededor del cuello de Gabriel.
—Por favor, no sirve de nada que nos enfrentemos los unos contra los otros. —dijo un chico de piel negra. —Yo se que poco puedo pedir, puesto que soy un invitado aquí en Castillo Penumbra tanto como ustedes. —K'leef hablaba con sorprendente seriedad teniendo en cuenta la violenta escena que se había desatado unos instantes antes. —Pero debemos de ser capaces de cumplir con la encomienda que nuestros padres nos han asignado.
A su izquierda Angela se aclaró la garganta.
—Estoy de acuerdo con el chico del Sultanato. Es inútil pelear por una tontería cómo está, necesitamos llegar a un acuerdo mutuo entre nuestras naciones. Por el bien de todos nosotros.
—¿Necesitamos? —La mano de serpiente de Emma presionó más fuerte contra el cuello de Gabriel. —Necesitar es una palabra de la que se suelen abusar.
Gabriel apretó una manos contra el cuerpo de la serpiente. Su rostro comenzaba a volverse morado.
—Es suficiente. —Anfibius volvió a levantarse de su asiento. —Ariel.
Anfibius le dio la señal y la chica de cabello verde y ojos violetas se apresuró a ayudar al Solar. Ying se interpuso en su camino.
Ariel inclino la barbilla, con sus ojos desafiantes y demasiado amarillos para mirarlos directamente.
—¡Como se atreven a ejecutar a toda una de las seis grandes Casa de magos! —escupió Ariel al tiempo en que dejaba que su mano se dirigiese alrededor de la empuñadura de su espada.
Ying le sostuvo la mirada.
—Tuvieron un juicio justo.
—¡Bastardo! —Ariel despojó su guante derecho y lo arrojó al suelo, justo a los pies de Ying. —¡Levántalo!
Ying observó el guante con el ceño fruncido.
—Lo siento, yo no peleo con mujeres.
Al principio parecía que Ariel iba a decir algo, pero luego tomó aliento y con un rápido movimiento rasgo una línea en la camiseta abotonada de Ying. La espada rozo su piel pero, milagrosamente no extrajo sangre.
Entonces Ying desenvaino su espada.
—¿Que clase de caballero ataca a un hombre desarmado?
—Vos no sois un hombre.
Ariel al principio fue lenta y cautelosa, evaluando cómo se desenvolvía su oponente. Ying pareció darse cuenta de esto. El Caballero Águila embistió y ella retrocedió Cuando las espadas de ambos chocaron, soltaron chispas y un sonido vibrante rebotó por las paredes, en una ocasión casi le cortaron la cabeza a Gabriel.
—¡Parad los dos ahora mismo! —gritó Lily.
Pero ninguno de los dos pareció escucharla. Ying trato de acorralarla, pero Ariel súbitamente lo esquivo y a gran velocidad se colocó a sus espaldas.
Uno de los mayordomos que llevaba una charola con bebidas se vio atrapado entre los dos sin saber que hacer. El Caballero Águila lo empujó a un lado, y se estrelló contra Lily. Al tener las manos ocupadas, el sirviente cayó derramando las bebidas sobre ella.
—¡Lo siento, mi señora! —dijo, presa del pánico mientras se levantaba.
—Ya he tenido suficiente. —gruñó Lily apretando los dientes mientras se levantaba. Su cabello blanco estaba manchado de vino y hacia qué se pegara contra su rostro.
Ying avanzó, evidentemente más rápido de lo que su adversaria había planeado, por que se tropezó y él aprovechó la oportunidad para embestirla. Cuando él le atacó, Ariel le hizo frente al golpe, moviéndose hacia delante y hacia atrás en respuesta de los ataques.
—¡Pagaras por el crimen de usurpar a la Casa del Tifón!
—¿Crimen? —dijo Ying. —Si buscas a un verdadero criminal, entonces sólo deben de mirarse al espejo.
—¡Maldito!
Ella dio un giro cuando Ying estaba apunto de perforarla con la espada en el pecho y él enarco las cejas, sorprendido. Ariel
Ying consiguió agacharse cuando Ariel volvió a embestirlo; la espada casi le corta la cabeza. El se movió al otro lado como una flecha, le cogió la mano e hizo girar a Ariel hacia su pecho. Le sostuvo el brazo y le puso la espada en la garganta. Ella emitió un grito ahogado moviendo la cabeza a los lados. Araño su brazo y enseñó sus dientes afilados monstruosamente.
—Soltadme. —ordenó.
—¿Y por que debería de hacerlo?
No obstante, en menos de una fracción de segundo se encontró con la punta de la espada de Anfibius a un milímetro de su mentón.
—Está a la que pretendéis asesinar es de sangre tan real como la de todos aquí reunidos, ¡Y yo, Anfibius, soy el príncipe heredero de las Islas Coral! ¡Si no la soltáis, cogeré vuestra espada y la usare para cortaros la cabeza y clavarla en una pica fuera del palacio Contracorriente!
Ambas miradas regias se encontraron y, segundos después, el primero en parpadear fue Ying. El Caballero Águila retiró la espada incómodamente próxima al cuello de Ariel, la chica dio un brinco y se colocó a la derecha de su señor.
Anfibius la miró de soslayo.
—Vete.
Ella arrugó la frente.
—¿Que?
—No es necesario que estes aquí. Se cuidarme solo.
—No sea ingenuo mi señor. —dijo Ariel. —Sabe que no puede confiar en ellos.
Nada más decir eso se hizo el silencio.
Lily pudo ver la forma en que Anfibius apretaba los dientes, Ariel se había excedido. Una cosa era aconsejarle que tuviera cuidado y otra muy diferente que lo sermoneara delante todos los nobles de las demás Casas como si fuera un niño pequeño. Ésta pareció darse cuarenta de lo que había dicho.
—Mi señor, lo siento mucho, no quería...
—Hablas como mi padre, si quisiera un sermón tuyo te lo pediría.
Ariel abrió mucho sus ojos.
—¡Pero mi señor... !
—Ya es suficiente Ariel. Regresa a la habitación, ya hablaremos después.
Ella farfulló, y él espero sin mostrar reacción alguna ante su conmoción y la indignación con que le veía la caballerango. Finalmente soltó un largo suspiro, enfundó su espada y desapareció a sus espaldas, no sin antes cerrar la puerta tras de sí de un portazo.
Todos el mundo se quedó en silencio, incluso Emma había soltado su agarre sobre el cuello Gabriel.
El chico vociferó afónico.
—Pagarás caro por eso, maldita bruja. No los incluiremos en el tratado de paz.
—A mi gente no le importa su estupido tratado de paz. —dijo Emma sin voltear a ver a Gabriel. —Pero si les importa lo que les pase a sus hogares y familias, esa es la única razón por la que estoy aquí. Que no se le olvide a ninguno.
Emma se volvió y desapareció en la oscuridad de un pasillo continuo.
Antes de que el murmullo de insatisfacción volviera a aumentar la puerta principal del salón se abrió de golpe e irrumpió el maestro de establos, seguidos de varios escuderos y criadas. Apartaban y gesticulaban frenéticamente, pero Lily no era capaz de escucharlos por encima de las múltiples voces que hablaban a la vez.
Lily golpeó la mesa con el puño
—¡Silencio!
El golpe estalló como un trueno. Reverberó en las cuatro paredes de piedra una y otra vez. El salón quedó en silencio el tiempo suficiente para escuchar el grito colectivo de los escuderos y criadas acompañados del maestro de establo.
—¡Un asesino!
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