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Capítulo 6

Cleo de Nile, una mujer egipcia de piel dorada, casi morena, con un brillo que recuerda al cálido resplandor del desierto. Su cabello negro, adornado con mechones dorados, cae en suaves ondas hasta la mitad de su espalda, enmarcando su rostro con dos trenzas que caen sobre sus hombros. En medio de la noche en el denso bosque de Forks, Cleo está sentada en una mecedora, contemplando el cielo estrellado mientras disfruta de una copa de vino. Las sombras de los altos pinos y el susurro del viento entre las ramas le recuerdan lo lejos que está de su amado Egipto.

El aire es fresco, y la luz de la luna llena atraviesa la espesa neblina, creando un ambiente misterioso, cargado de una belleza que, aunque diferente a la de su desierto, tiene un encanto propio que ella no puede negar. Cleo sorbe unos tragos de un vino añejo, con un sabor que evoca recuerdos de dulces momentos y un amor perdido hace siglos.

«Me siento tan tranquila. El plan salió más que perfecto, porque claramente he sido la responsable de esta maravillosa conexión amistosa», piensa con una sonrisa altiva, disfrutando del éxito que ha logrado tejer entre Griffin y Leah.

A medida que el vino invade sus sentidos, un rastro de tristeza se cuela en su sonrisa. «Ya han pasado cinco siglos sin verte, Deuce... Este vino es el signo claro de que tienes un gusto impecable...» Reflexiona con nostalgia, sintiendo cómo su corazón se encoge al recordar los sueños y caminos que ella y Deuce nunca lograron unir.

—Ojalá hayas conseguido realizar tus sueños, tanto como yo he logrado conocer los horizontes del mundo y, claro, seguir escondiendo mi tumba de los humanos —susurra, dirigiéndose a la luna, con una sonrisa teñida de melancolía y humor.

El silencio del bosque le brinda un espacio para reflexionar sobre su propia soledad. A pesar del éxito de su reciente unión entre Griffin y Leah, Cleo se siente atrapada en su soltería, vagando por el mundo sin encontrar lo que los demás parecen disfrutar tan fácilmente. Se levanta con gracia de la mecedora y entra en la cabaña donde se hospeda, sabiendo que pronto su amiga Leah volverá, y Cleo necesitará encontrar un nuevo refugio para no interferir en la intimidad de la pareja.

[...]

Horas más tarde, Cleo se encuentra en un claro del bosque, sentada sobre un manto dorado, leyendo un antiguo libro. La niebla que rodea el lugar le da un aire etéreo, mientras las altas secuoyas y la maleza espesa crean un ambiente cerrado y silencioso. El canto lejano de un búho rompe la quietud, pero no distrae a Cleo de su lectura. El libro en sus manos es un tesoro de conocimientos sobre los metamorfos Quileute, aquellos hombres que se transforman en lobos para proteger a sus seres queridos de los depredadores nocturnos, conocidos como «fríos» o vampiros.

Mientras lee, Cleo reflexiona sobre la magia ancestral que ha unido a Mavis, su amiga vampira, con Sam, un lobo de la tribu Quileute. «Esta magia no es común. Ha nacido de la creencia cultural de este lugar, y seguramente se pasa de generación en generación, por eso es tan poderosa. La fe y fidelidad hacen milagros inexplicables», piensa con la sabiduría adquirida a lo largo de los siglos.

Cleo se sumerge en el libro, leyendo sobre la luna, guía del lobo y sus impulsos protectores. «La luna es la guía entre la armonía del espíritu solitario del lobo con la intuición protectora a la vida humana...», lee en voz baja, entendiendo mejor el papel crucial de la luna en la vida de los lobos. Pero cuando llega a la parte sobre las mujeres primogénitas de la tribu, que suelen ser infértiles y relegadas a tareas comunitarias, su ceño se frunce con disgusto.

—Ella es la primera en su generación en romper los esquemas —espetó con amargura. La idea de que Leah, la primera mujer loba, sea tratada como un experimento la llena de indignación. «No permitiré que la traten como a menos. Leah será mi protegida, y tal vez la pionera que cambiará la forma en que piensa esta tribu», decide, llena de determinación.

Resoplando con frustración, Cleo levanta su mano izquierda, haciendo un gesto simbólico que abre un vórtice donde introduce el libro, justo cuando Leah aparece, sentándose a su lado. La luna ilumina suavemente a Leah, revelando su rostro tenso y sus ojos llenos de incertidumbre.

—¿Y esa cara larga, querida? —pregunta Cleo, observando a Leah con sus hipnotizantes ojos azules mientras el vórtice se cierra con un suave susurro.

—Es mi cara de siempre —responde Leah con un bufido, su tono cargado de desinterés—. ¿Qué estabas haciendo?

—Leyendo, informándome —contesta Cleo, su expresión reflejando la molestia que siente.

—Por lo que veo hay malas noticias.

—Podría decirse que sí. Estaba investigando sobre esa «cosa» de lobos que has tenido con Griffin —explica Cleo, enfatizando el tema con una mirada seria.

Leah se muestra interesada, aunque algo resignada. —Oh, ¿y qué has descubierto?

—He descubierto que eres la primera en despertar esta mágica transformación. Los hombres de tu tribu siempre lo han hecho, y creí que solo los primogénitos tenían esta capacidad de cambiaformas, pero parece que es diferente en tu caso —comenta Cleo, observando la reacción de Leah.

Leah asiente lentamente. —Eso ya lo sabía. Soy la primera mujer en ser loba. Probablemente dirán que esto me hace más infértil y me vuelvan un experimento dentro de la tribu... No es nada fuera de lo normal, algo similar ya he vivido —dice Leah, su voz cargada de pesimismo.

Cleo la mira con preocupación, pero también con firmeza. —No lo serás. Ni siquiera hace falta que lo digas; yo me encargaré de instruirte en esta vida sobrenatural. Serás mi protegida —determina Cleo sin dudar, dejando claro que no permitirá que Leah sufra por ser diferente.

Leah se siente aliviada, aunque mantiene su guardia. —No hace falta que te preocupes demasiado. Claramente no permitiría que me hicieran daño, pero... Te aceptaré la ayuda —responde con una mezcla de gratitud y resignación.

Cleo asiente, pero su determinación no disminuye. —Bien, pero no dejaré que se salgan con la suya. Entre la información que he leído, todo me indica que esta tribu es supremacista, y no deseo que lo peor caiga en mi mejor amiga.

Leah cambia de tema, queriendo despejar el ambiente. —Ahora mi siguiente duda es, ¿a quién podríamos pedir ayuda o cómo sabremos quién ya es lobo?

Cleo reflexiona un momento, su mirada perdiéndose en el cielo nocturno. —Yo conozco a uno, pero está de viaje con mi amiga. También conozco a otro, pero... su naturaleza es mucho más salvaje que la tuya.

La mención de Griffin trae un tema pendiente. —Por cierto, ¿dónde has dejado a Griffin? —pregunta Cleo.

—Necesitaba espacio, le dije que hoy no nos viéramos. Pero terminé encontrándote a ti —responde Leah con una leve sonrisa.

—¿Han podido avanzar algo más en este tiempo? Ha pasado una semana desde que puedes hacer visible a Griffin...

Leah asiente, aunque su expresión muestra una mezcla de emociones. —Hemos compartido un poco de tiempo. Podría decirse que somos conocidos, algo es algo. Aunque por mucho tiempo no hemos podido estar separados... Me siento mal cuando no lo tengo cerca y odio ser dependiente —confiesa Leah, claramente frustrada por sus sentimientos.

Cleo la mira con curiosidad, pero también con escepticismo. —¿Qué tipo de cosas han compartido en este tiempo?

Leah se rasca la nuca, incómoda. —Le he hablado de mi familia, le expliqué algunas cosas de lo que me pasó cuando cambié a loba y... cuál es mi hamburguesa favorita.

Cleo sonríe, pero no puede evitar una broma. —Pero... eso hasta yo lo sé. Bueno, la cosa esa de lobos, no tanto, pero sí lo otro, y eso que te he visto desnuda —dice con picardía.

Leah se ríe y la abraza, negando con la cabeza. —Suenas como si estuvieras celosa.

Cleo ríe suavemente, disfrutando del momento. —Solo te diré: eres una belleza, pero a mí me gustan los hombres.

Leah la mira con aprecio, aunque sus pensamientos siguen en Griffin. —Tú eres la más divina entre las dos, pero no puedo negar que él es guapo... Solo tengo miedo de que me vuelvan a fallar, ya tengo suficiente con lo que sentí por Sam...

Cleo la escucha con atención, su voz suave y comprensiva. —Querida, él no es Sam. Y si no llega a funcionar, al menos no estarás sola en esto. Nunca más lo estarás —le asegura, abrazándola con fuerza.

Leah se siente aliviada por las palabras de Cleo, sabiendo que no tendrá que enfrentar sola lo que venga. Aunque aún tiene dudas y miedos, la presencia de Cleo le da fuerzas para seguir adelante.

Cleo, mientras acaricia suavemente el cabello de Leah, le recuerda lo importante que es mantener la calma y no dejarse llevar por el miedo.

—Recuerda que Sam era un simple mortal, y Griffin es una criatura sobrenatural, una especie de ser invisible con un poder extraordinario. Solo tú puedes hacerlo visible, Leah. Eres el principio de un nuevo linaje Quileute. Es normal que sientas miedo, pero con el tiempo aprenderás a superar todo —le dice con cariño y firmeza.

Leah, sintiéndose más relajada y con un nuevo sentido de propósito, sonríe con sinceridad. —Tienes razón. Gracias por darme una nueva perspectiva.

Cleo asiente, satisfecha con la conversación. —Esa es mi labor, y te juro que haré todo lo que esté en mis manos para proteger tu futuro. Los lobos y los fríos no son nada comparados con lo que un ser antiguo puede hacer —le asegura, transmitiendo su determinación de proteger a Leah de cualquier amenaza.

Leah se despide de Cleo, sabiendo que ha encontrado en ella una aliada invaluable en su lucha. Mientras la noche avanza y las estrellas titilan sobre el oscuro cielo, ambas mujeres sienten que han encontrado en la otra a alguien en quien confiar y apoyarse en sus respectivas luchas.

Mientras tanto, en algún lugar lejano, Deuce, con su encantadora sonrisa y su estilo único, recuerda a la única mujer que alguna vez le robó el corazón. Aunque las circunstancias los hayan separado, sabe que su historia aún no ha terminado y que, algún día, de alguna manera, sus caminos se cruzarán nuevamente.

[...]

Ya era la primera semana de diciembre, y Griffin había notado cómo Cleo y Leah se volvían más íntimas con cada día que pasaba. Aunque esto aliviaba su corazón, no podía evitar sentirse cada vez más solo. Estaba sentado en la orilla de "La Push", mirando el cielo nocturno mientras las olas humedecían sus pies.

Era evidente que su papel en la vida de Leah estaba cambiando; aunque seguía siendo importante para la loba, para ella solo era un simple conocido. Griffin se sentía cada vez más perdido, su existencia solitaria se intensificaba, especialmente con la cercanía del 21 de diciembre, el aniversario de la muerte de su esposa. El recuerdo de su familia perdida, escuchar la voz de su difunta esposa entre las olas, era un tormento. Quería ahogarse, dejarse llevar por el mar y reunirse con su esposa, su familia, y el hijo que nunca llegó a conocer.

—Mierda, estar solo es un error —susurró Griffin, sintiendo cómo el pánico, la ansiedad y el dolor comenzaban a consumirlo.

Cuando estaba a punto de ceder a la tentación de arrojarse al mar y desaparecer, vio a la loba hermosa de Leah, corriendo hacia él. Con su imponente figura de casi dos metros, jadeando y nerviosa, sus miradas se conectaron.

Griffin se volvió visible, revelando una imagen devastada de sí mismo: lágrimas caían por sus mejillas, sus ojos azules sin vida y su cabello rubio corto desordenado como si lo hubieran jaloneado.

«¿Qué te pasa? ¿Qué tienes?» Leah se comunicó telepáticamente en su forma lobuna.

Los labios de Griffin temblaban, incapaz de responderle. Sentado en el agua hasta las rodillas, se sentía avergonzado.

«Háblame. Háblame como lo hice yo en su momento, te escucharé y te apoyaré tal como tú lo hiciste por mí», suplicó Leah con un gemido frustrado.

—Mi alma... Ha estado de luto por tanto tiempo... que ardo en tentaciones diarias de perecer para reunirme con aquellos que he perdido... —susurró Griffin con dolor, su voz quebrada por la angustia—. Duele estar solo.

La loba se quedó helada al escuchar lo que decía su imprimado. El dolor le golpeó el estómago como un puñetazo.

«¿Hablas de... querer morir? ¿Pero a quiénes has perdido?» pensó Leah, con miedo de tocar un tema tan delicado pero aterrada ante la idea de perderlo.

Griffin cerró los ojos, encontrando el valor para enfrentarse a su pasado.

—Hace 199 años, vivía en Greenville. Los seres invisibles somos personas pacíficas, pero a menudo nos confunden con fantasmas. Estamos vivos, solo que llevamos otro tipo de vida. Podemos tocar objetos, llevar una vida cotidiana, preparar alimentos, vivir sin causar problemas a otros. Vivimos, nos enamoramos, nos reproducimos y morimos cuando agotamos nuestra energía espectral. Podemos construir nuestras casas en la naturaleza y vivir en paz, pero... los humanos, en su ignorancia, a menudo nos ven como amenazas. —Griffin temblaba mientras hablaba, lágrimas de rabia caían por su rostro, y sus nudillos se volvían blancos por la tensión—. Hay un grupo de científicos que cazan fantasmas erráticos e incontrolables. Existimos, pero... siempre nos confunden con ellos o con monstruos. Nosotros éramos... personas diferentes. No hacíamos daño, no éramos ellos.

Leah sintió el dolor de Griffin como si fuera suyo. Un peso en el alma, más pesado que el propio.

—Ese día había salido a cazar un venado; necesitábamos comida. Mi... mi amada esposa estaba embarazada de tres meses. Iba a tener un bebé, mi primer hijo con mi amada Violet. —La voz de Griffin se quebró al mencionar a su difunta esposa—. Mis padres habían venido a ayudarme con la noticia, sería padre por primera vez... Estaba emocionado, pero también aterrorizado de no ser un buen padre.

Leah temblaba, sintiendo el dolor de Griffin como si la desgarrara por dentro.

—Los Ghostbusters llegaron a mi cabaña. La cabaña que construí para mi familia, lejos de la civilización para evitar problemas. Pero alguien esparció el rumor de que estaba embrujada por fantasmas malignos, y fueron a atraparlos... y destruirlos. —Griffin hablaba con dificultad—. Llegué cuando todo era un caos. Mi casa estaba infestada por un fantasma errante, mi esposa y mis padres luchaban por no ser absorbidos por el fundidor de monstruos, y cuando estuve a punto de salvarla... ella suplicó que escapara.

«¿Y qué hiciste?» pensó Leah, preocupada.

—No le hice caso. Luché por salvarla, mis padres ya no estaban en este plano, habían sido absorbidos como comida por ese monstruo... —Griffin temblaba, su voz se quebraba—. Estuve a un centímetro de salvarla, pero ella me empujó, me alejó y suplicó que me salvara, justo antes de morir frente a mis ojos.

Incapaz de seguir, Griffin bajó la mirada, pero Leah se acercó, levantando su rostro con su hocico.

«Hey... No sigas si no puedes», pidió Leah, comprensiva.

—Huí aunque no quería, pero era lo que Violet me pidió. Hace 199 años que soy viudo. Duele estar solo y destruido, sé lo doloroso que es vivir sin la otra persona, estar solo... y no tener consuelo. Lo sé porque camino sin rumbo... Pero desde que te conocí, al menos sé que puedo vivir un poco más... Pero no es suficiente para luchar contra las tentaciones suicidas, más cuando ni siquiera sé si podré hacerte feliz. —Griffin confesó, dolido y temeroso, aguantando las lágrimas.

«Tranquilo... No estás solo, ya no más, estoy yo...» suplicó Leah, conmovida.

Griffin no dijo más, solo esbozó una sonrisa triste.

Leah lo ayudó a salir del agua, tirando suavemente de su ropa con el hocico y los dientes. Lo atrajo hacia la orilla, incitándolo a que la abrazara, ofreciéndose como su consuelo en ese momento. Cuando Griffin finalmente cedió y la abrazó, volvió a llorar.

Esa noche, Leah comprendió que Griffin no la lastimaría como Sam lo hizo con ella. Ambos podrían sanar mutuamente. Los ancestros no se habían equivocado al unirlos; ahora lo veía con claridad.

[...]

La luna llena iluminaba las olas que rompían suavemente en la playa de La Push. El aire frío de diciembre traía consigo el aroma del mar, mezclado con la frescura de los pinos cercanos. Leah Clearwater caminaba junto a Griffin, ambos en silencio, disfrutando de la tranquila compañía mutua. Desde aquella noche en la que él le había contado su dolorosa historia, algo en su interior había comenzado a cambiar.

Leah sentía cómo cada día que pasaba, las heridas que Sam Uley le había dejado comenzaban a sanar. Las cicatrices seguían allí, pero la impronta con Griffin le daba una nueva perspectiva, una oportunidad para construir algo diferente, algo que no estuviera marcado por el sufrimiento. Ella lo miró de reojo, observando cómo sus cabellos rubios eran acariciados por el viento, y cómo sus ojos azules, normalmente tan llenos de tristeza, parecían más brillantes bajo la luz lunar.

Al llegar a una roca grande que sobresalía en la playa, Griffin se detuvo y se sentó, mirando hacia el mar. Leah lo siguió, sentándose a su lado, sintiendo el frío de la piedra a través de su ropa. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, simplemente escuchando el sonido de las olas.

—He estado pensando mucho en lo que me dijiste aquella noche —dijo Leah finalmente, rompiendo el silencio.

Griffin la miró, una mezcla de curiosidad y preocupación en sus ojos.

—Sobre lo que significa estar solo, sobre el dolor de perder a alguien que amas tanto. Y me he dado cuenta de que, durante tanto tiempo, me aferré a ese dolor, me aferré a lo que Sam me hizo, porque no sabía cómo soltarlo, cómo seguir adelante —continuó Leah, su voz era suave, pero firme.

Griffin asintió lentamente, comprendiendo el peso de sus palabras. Él sabía mejor que nadie lo que era vivir en el pasado, en las sombras de lo que una vez fue.

—Pero ahora… —Leah tomó una profunda respiración, mirando hacia el horizonte antes de volver a dirigir su mirada a Griffin— ahora siento que puedo dejarlo ir. No es que lo olvide, ni que las cicatrices desaparezcan, pero estoy empezando a entender que el dolor no tiene que definirme, no tiene que ser lo que me guíe.

—Leah… —susurró Griffin, sus ojos llenos de una mezcla de alivio y afecto.

—Tú me has mostrado eso —continuó Leah, sin dejar que él la interrumpiera—. Me has mostrado que es posible seguir adelante, incluso cuando parece imposible. Has estado allí para mí, sin juzgarme, sin pedirme que cambie o que sea diferente. Has estado simplemente… ahí.

Griffin bajó la mirada, luchando contra las emociones que comenzaban a desbordarse. No estaba acostumbrado a que alguien le agradeciera por su compañía, por su presencia. Siempre se había visto a sí mismo como una carga, un alma solitaria que simplemente existía.

—No sabes lo mucho que significa para mí escuchar eso, Leah —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. Nunca pensé que podría ser… suficiente para alguien, después de todo lo que pasó.

Leah sonrió suavemente y, por primera vez en mucho tiempo, tomó su mano. El contacto fue cálido, reconfortante, y ambos se quedaron así, unidos, dejando que la conexión entre ellos hablara más que las palabras.

—Griffin… —murmuró Leah, mirándolo directamente a los ojos—. No sé qué nos depara el futuro, no sé si esto será fácil o si encontraremos más obstáculos en el camino, pero sé que quiero intentarlo. Quiero… quiero ver si podemos ser algo más que amigos, algo más que dos almas perdidas encontrándose en la oscuridad.

Griffin sintió cómo su corazón se aceleraba, una mezcla de nerviosismo y esperanza llenando su pecho. No podía creer lo que estaba escuchando. Por tanto tiempo había estado solo, convencido de que su destino era vagar sin rumbo, sin nadie a su lado. Y ahora, aquí estaba Leah, ofreciéndole algo que él ni siquiera había creído posible.

—Yo también quiero intentarlo, Leah —respondió Griffin, apretando su mano con suavidad—. Quiero ver si podemos construir algo juntos, algo que nos haga sentir completos de nuevo.

Leah asintió, y en ese momento, supo que había tomado la decisión correcta. Había encontrado a alguien con quien podía ser ella misma, sin miedo, sin reservas. Alguien que comprendía su dolor, pero que también la veía como una mujer fuerte, capaz de amar y ser amada.

Sin decir nada más, Leah se inclinó hacia él y, en un gesto que fue tanto una promesa como una declaración, lo besó. Fue un beso suave, lleno de una calidez que ambos habían anhelado por tanto tiempo. Las olas siguieron rompiendo contra la orilla, el mundo siguió girando, pero para ellos, en ese instante, solo existían el uno para el otro.

Cuando se separaron, ambos sonrieron, sabiendo que habían dado un paso importante, un paso que los llevaría a un nuevo camino, juntos. No importaba lo que viniera después, porque ahora tenían algo por lo que luchar, algo por lo que valía la pena vivir.

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