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Dia 7 - Rollos de Canela

—He usado el mismo vaso desde ayer, esto comienza a parecerme antihigiénico.

El castaño está allí, junto a la cama y con la taza en la mano. Reclamando como si tuviese derecho a hacerlo. El pelirrojo está allí, espalda contra la puerta del baño y sosteniendo entre sus dedos el cepillo de dientes.

Las sombras se esparcen en rededor de la habitación pues la noche comienza y aunque el ex Ejecutivo acaba de llegar ya no lleva la ropa por costumbre y, atosigante, ha perseguido con la taza en mano.

—Me importa una mierda lo que te parezca antihigiénico, no entraras a mi cocina.

Parece entender y los orbes azules ven en él la resignación junto al cansancio para dejar de tratar... así que se gira de vuelta al baño dispuesto a continuar con su labor nocturno. Los azulejos blancos tocan sus pies y se desliza sin cerrar hasta el lavabo.

Pero se ha equivocado.

—¿Pero por qué no? Chuuuuuuya, yo se cocinar.

Se alza la mirada. En el espejo. Allí está el. Sabe que algo no anda bien en ese rostro. Aquel reflejo le mira exhausto y siente de nuevo aquellas ganas de ignorar que tanto le agobian. Desea no responder seguir escuchando aquella voz recorriendo el aire a su alrededor, escurriendo dersa entre sus sentidos. Sus labios están secos y aun siente el sabor amargo del café agriando su gusto. Sabe que no está bien. Que de momentos tiene energía y después ese vacío, esa nostalgia. Momentos nuevos en su vida que ahora vuelven a ser insuficientes, girando. Respira y aguanta algunos segundos antes de levantar la cabeza que no sabe en qué momento ha inclinado. Entonces vuelve sobre sus pasos y frunce los gestos en su rostro hasta que su nariz se rodea por pequeñas arrugas que sin saberlo dan tanta gracia a su compañero.

—¡¿Y te atreves a preguntar por qué?! —Dazai cruza los brazos con una sonrisilla picara delineándosele— ¡Casi nos asfixias a los dos dejando escapar el gas!

—En mi defensa yo no trataba de matarte, ese no sería un digno suicidio doble —Desde allí Chuuya se impacientaba tamborileando los dedos sobre el cepillo— Te encerré en tu habitación para-

—¡Con un pestillo desde fuera!

—Era para que no murieras.

—¡Me debes una puerta nueva!

Se encierra con un golpe que tarda en llegar a los oídos de Osamu. Entonces desaparece de sus labios la mueca alegre que pretendía provocarle a encender aquella candente mecha que siempre brillaba entre el fuego. Distraido posa la porcelana sobre la mesilla dedicandose a contemplarle expectante de sus propios pensamientos. Chuuya está al otro lado de esa puerta mirando un reflejo que no está enfadado, no está contento, que conoce incluso mejor que el propio Nakahara.

Todo tan sureal.

Tan espacial.

Tan forzado.

Entonces la despedida es corta pues los besos han muerto desde algún tiempo ya, mirándole escapar de palabras que no nacen de sus labios y las desérticas calles le abrazan como siempre lo han hecho. El concreto se hace hielo resbaladizo y entre momentos piensa que las botas se deslizaran hasta que caiga sobre el agua nieve que las ha tomado. La moto no ruge como un león hambriento de poder y nadie le acompaña bajo la luna. Viento helado acariciando su piel bajo la tela. Un solitario Rey que avanza con la muerte susurrante en sus oídos.

Viento helado que se ata a la piel y ojos cansados que miran diferentes oscuridades. Uno recorre las calles siguiendo la danza de las olas del mar como un cementerio que no brilla.

Cierra los ojos mirando la oficina, abre a las calles y cierra a la enfermería donde sus puños se rodean lentamente por vendas. El olor de la sangre gira en su cabeza como un empalagoso perfume metalico. Las balas flotan a su entorno. La muerte murmura a sus pies. Mirándolos correr como Shinigamis hambrientos revoloteando en piel negra.

Espacial.

Los edificios hablan a sus costados y el viento le roba su aroma.

El reloj corre al amanecer que haciende sobre sus pupilas agotadas. El cuchicheo sopla dentro de sus oidos y la garganta se oprime como un par de manos congeladas a su alrededor. Recorre el pasillo sin recordar el ascensor. Allí esta la puerta esperando.

El aroma a canela corre contra su piel tomando sus mejillas entre besos diluidos en calor. La gabardina se deslinda de los delgados brazos y se tiende sobre el perchero. El sombrero desparece y esta allí frente a la puerta abierta de la cocina. Los ojos marinos observan la luz desde la oscuridad cargada de un espacio inmenso sin estrellas.

—Dazai.

Osamu mira entre sus manos los rollos con la brillante canela sobre ellos. El calor evapora hasta su rostro y teme girar pero al hacerlo se detiene. Su figura esta allí, a tan pocos pasos de su ser. Recorre la distancia hasta el pero no le toca y espera mientras en ese mar la luna brilla al mirarlo dando esa luz perdida. Los cabellos pelirrojos despinados se despegan de su rostro cuando sus dedos tocan sus mejillas frias hasta alejarles con su roce. No se ha dado cuenta pero en ese mar que es su suyo la Luna es el.

Niega suavemente despegando los dedos de el. La curvatura en sus labios se extiende como una magnética luz. Miradas que se conectan con lentitud. En esos ojos las estrellas brillan solo cuando le miran.

—¿Rollos de Canela?

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