ଓ. parte única
22:52 pm
Seúl, Corea del Sur.
Incumplimiento del código seis.
Registrar los documentos de las finanzas, controlar el personal, corroborar los listas de encomiendas y los resultados de las misiones era moneda corriente para la muchacha. Aunque poseía asistentes e incluso un equipo de secretarios que trabajaban a sus órdenes, ningún detalle escapaba de su vista. Mantenía presente el lema de su padre que había sido transmitido de generación en generación. Se habían construido sobre el lema de que debían controlar hasta el más ínfimo detalle, sin importarles en lo absoluto si debían de ensuciarse las manos en el proceso.
—Señorita Rhee.
Elevó su mirada. El guardia de seguridad se petrificó, regresando sobre sus pasos.
—¿Qué sucede? —indagó, regresando al documento al percatarse de que el hombre no emitiría palabra si se encontraba bajo su observación.
—El pedido 987...
Su mirada permaneció en el título del documento que detallaba el nombre de quiénes llevarían a cabo el accionar. El pedido 987 con destino a Osaka, Japón. El maldito cargamento 987 que le había costado la mitad de sus acciones en el mundo del entretenimiento, una decena de hombres expertos en combate y casi su integridad física no había sido entregado al destinatario. Apretó su puño derecho, sintiendo como sus músculos se tensaban lentamente.
Escuchó el sonido de los zapatos del guardia alejándose. Tampoco le pidió que se quedara, simplemente señaló el mueble de la entrada para que colocara lo que debía de entregarle y se marchara, a menos que deseara que una bala atravesara su cráneo.
Jiyu sacudió sus cabellos, recrinándose en su asiento.
No perdió momento en incorporarse y dirigirse a la biblioteca de archivos. Necesitaba información de quienes eran los encargados de la misión. Recordaba vagamente un par de nombres importantes, pero su padre había sido el encargado de seleccionar a los subordinados para la misión. A fin de cuentas, Seojoon, el patriarca de la familia, continuaba teniendo el poder y el respeto en las filas. Su palabra era sagrada, ningún miembro del personal le discutía. Pero ella tenía problemas. Era un problema estar en la cima de la jerarquía de una de familias más adineradas dentro del mundo de las encomiendas ilegales, del contrabando en Corea. Era una mujer, aunque poseía carácter y determinación, era vista por sus semejantes como un ser débil.
—987, 987 —pronunció, posando sus dedos sobre las grisáceas carpetas.
Encontró la indicada. Rebuscó lo que necesitaba: nombres, dirección, números de teléfonos e incluso los miembros más cercanos de sus familiar. Necesitaba respuestas y las había a obtener costara lo que costara.
Captó su atención que la edad de uno de los encargados fuera dos años de distancia a la suya. Estaba acostumbrada a negociar y discutir con hombres que le doblaban la edad. Se tranquilizó en el pensar que al poseer edades similares podrían razonar y entablar una conversación como personas al respecto de la situación, aclarando los puntos, sin recurrir a la violencia. Igual siempre llevaba a Lia consigo y nada podía negarle información si Lia se encontraba entre sus manos.
Decidió cambiarse completamente de atuendo y optar por un traje oscuro. No le gustaba capturar la atención de terceros mientras visitaba a sus subordinados, en especial de los agentes especiales de la policía que rondaban las calles a medianoche. Todavía podía sentir el sabor amargo que le había dejado su último encuentro con un particular personaje de las fuerzas de seguridad y su brazo izquierdo se había llevado la peor parte.
—¿Saldrá?
Jiyu sonrió a su secretario.
—Una visita para celebrar un infortunio —murmuró, acomodando el doblez de sus mangas. Colocó sus manos en su cintura— ¿No debería estar en el cumpleaños de su madre? No le pagaré horas extras por pasearse por el edificio un viernes a medianoche, señor Lee.
Dahyun estiró sus manos, arrugando el puente de su nariz.
—Habrá una fiesta en uno de los clubes...
—Mañana hay una junta importante a las seis con inversionistas tailandeses. Mientras te encuentres en mi oficina a las cinco y media con un café sin azúcar y con el rostro resplandeciente de energía por ver a su adoraba jefa preparándose para patearle el trasero a un señor de cincuenta años, no hay problema.
El muchacho hizo un gesto de disgusto, tomando el trozo de papel entre sus manos y marchándose por el pasillo mientras maldecía entre susurros.
—¡Si llega un segundo tarde lo descontaré de su sueldo!
—¡No se enoje conmigo porque otros idiotas no saben hacer su trabajo!
—¡Vocabulario, señor Lee!
...
23:45
Descendió de su automóvil. El parque de estacionamiento estaba repleto, lo que significaba que requería de calcular sus movimientos a la perfección, medir su temperamento y comprometerse a qué ninguno de los habitantes del edificio llamara a la policía.
Se dirigió al ascensor sosteniendo el maletín con los documentos pertinentes y apretó el botón para dirigirse al piso veinticinco. Le costaba creer que uno de los encargados fuera joven y tuviera el dinero suficiente para alquilar un departamento dentro de la lujosa cadena de edificios que estaba a cargo de la compañía de uno de los amigos de su padre.
La hipótesis de que se trataba de un complot mandado por los cargos de la mesa de juntas continuaba rondando por su cerebro. El poder adquisitivo de los subordinados, las circunstancias en las que había desaparecido el cargamento frente a los ojos de los guardias, el recorrido que no cuadraba dentro de las planificaciones ya establecidas. Incluso también pensó en incluir a su padre.
Desconfiaba de hasta su propia sombra.
Frenó su accionar delante del departamento ochenta y seis. Deslizó la tarjeta plástica y se adentró al lugar, ocultando sus zapatos dentro de uno de los armarios de limpieza al comprobar que no había individuos deambulando dentro de las paredes.
La limpieza del hogar se convirtió en su nuevo centro de atención. Hasta la alfombra se hallaba sin rastros de migajas o suciedad. Era gratificante encontrarse con una persona que se tomara con seriedad las tareas domésticas. O, también, era un criminal en serie que limpiaba todo en exceso para no dejar la más diminuta prueba. Optó por la primera y se sentó en el sillón.
Permaneció a oscuras, moviendo compasadamente de un lado al otro el licor que había vertido en un vaso de vidrio.
Unos minutos, que podían haber sido extensas horas, más tarde la entrada principal del departamento se abrió, permitiéndole a un muchacho adentrarse en su hogar después de ser participe de una tediosa jornada laboral.
—¿Qué? —preguntó, señalando a la joven que se encontraba sentada en uno de los sillones— ¿Quién es usted?
Jiyu chasqueó su lengua.
—¿Disculpa?
—Llamaré a la policía.
Una carcajada brotó de la garganta de la muchacha.
—¿Y qué le mencionará a los oficiales? —cuestionó, elevando su cuerpo del asiento— ¿Qué una mujer se encuentra sentada en su departamento un viernes a medianoche? No creo que encuentren problema alguno en eso, señor Cha.
El nombrado guardó su teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón. Jiyu sonrió.
—¿Qué quiere?
—Debería tenerle más respeto a su superior, señor Cha —pronunció, previo a darle un sorbo a la bebida. Requería de que el alcohol surtiera efecto enseguida—. Vengo por el asunto del cargamento 987 con destino a Osaka, ¿sabe de lo que estoy hablando?
—Entiendo.
Aguardó unos minutos esperando una respuesta. ¿Simplemente mencionará la palabra "entiendo" sin mostrar sentimiento alguno, sin dejar en claro su posición al respecto?
—Si aguarda una respuesta en concreta deberá dirigirse al señor Koo o al subcomandante Nam. No puedo otorgale más información al respecto.
—¿Quién lo ordenó?
—El comandante Rhee.
Un suspiro escapó de sus labios. Había atravesado la maldita ciudad y sacrificado una velada junto a sus amigas para entrometerse en el departamento de un joven que no pretendía colaborar con la situación y que no conocía los rostros de sus superiores.
—El comandante Rhee me ha enviado.
Se observaron por un momento.
—No puedo incumplir el código seis.
—¿Eres idiota?
—¿Disculpe? —el muchacho se acercó, señalándola—. Se ha entrometido en mi departamento buscando información que no puedo mencionarle y se atreve a insultarme en mi propio hogar. La única idiota aquí es usted —Jiyu balanceó el contenido de la bebida una vez más, mientras el subordinado arrojaba su corbata por los aires. Le divirtió la escena y se guardó sus palabras—. Ahora, le permitiré marcharse y mencionarle a quien sea su jefe que la información la debe de pedir a quien sea correspondiente, si tiene la valentía de hacerlo. De lo contrario, llamaré a la policía y levantaré una queja en su contra.
—Lo volveré a repetir: el comandante Rhee me ha enviado. Requiero de la información de inmediato.
El muchacho sonrió con falsedad.
—El comandante Rhee no enviaría a una mocosa como tú.
Jiyu lanzó el contenido de su vaso al rostro del muchacho. Salpicando sus prendas y parte de la decoración del lugar.
El subordinado la observó detenidamente, buscando una respuesta a su accionar. Sus cejas se había elevado y se mostraba enfadado, más que durante el intercambio de palabras.
—¿Así le hablas a tu madre?
Desenfundó su preciada Lia y quitó el seguro.
—Vuelve a hablarme de esa manera y se encontrarás flotando por el río Han, ¿me ha entendido?
El muchacho peino sus cabellos humedecidos por el alcohol, maldiciendo en voz baja.
—¿Quién eres?
—Rhee Jiyu.
—¿Disculpe?
La muchacha mostró su identificación. El rostro de él padeció unas cuentas tonalidades.
Jiyu se regresó a buscar sus pertenencias personales y marcharse del lugar. Se sorprendió que el señor Cha cumplieran con exactitud el código dentro de la organización, a punto de faltarle el respeto y mostrarse indiferente al arma que había apuntado a su sien. Él había cumplido con su parte de la misión, ahora quedaba buscar en los superiores.
Se encontró con el muchacho inclinado a noventa grados.
—Lo lamento, comandante Rhee.
—Una disculpa no reparará tus fallos.
Se observaron por unos segundos.
—Lo sucedido con el cargamento 987...
—Ya has demostrado tu inocencia —mencionó, colocándose la chaqueta sobre sus hombros—. Pero si me vuelves a llamar mocosa te volaré los sesos.
—Perdone, no imaginé que usted se presentaría aquí un sábado a la madrugada en búsqueda de respuestas —la atmósfera había cambiado drásticamente. El muchacho se movía con nerviosismo, como temiendo que una respuesta en falso lo llevaría a su condena—. Además es...
—No calle.
—Es una mujer.
—Usted no le teme a la muerte, señor Cha.
—No esperaba que la persona con mayor poder dentro de la organización fuera una mujer y que se presentara de imprevisto en la casa de sus subordinados.
—Hay que motivarlos a que continúen trabajando.
—No es motivante.
Se acercó al muchacho, acortando cualquier distancia y apretando su dedo índice contra su pecho.
—Yo elijo lo que debe de ser motivante, ¿quedó claro?
La fragancia masculina que se mezclaba con el olor del licor emanaba un aroma adictivo que le resultó exquisito a su sistema respiratorio. Había sido una situación peculiar, el objeto de la discusión se había tergivisado al punto de tratarse de un intercambio de exclamaciones triviales sobre que era correcto o no.
El subordinado se inclinó unos centímetros, permitiendo que sus respiraciones chocaran. Jiyu podía, incluso, contar la cantidad de pestañas que poseía.
—Entendido, comandante Rhee.
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