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EPÍLOGO.

Los ojos de Soo Bin destellaron frente al cristal, inspeccionando por segunda vez, asegurando que el marco de jade y la luz del lugar resaltarán de manera segura el cuadro frente a él. Los murmullos a su alrededor, llenos de orgullo, seguían escuchándose incluso después de una semana de haber colocado la pintura de Jabir en el "Salón de Memoria y Paz" en la propiedad principal de los Hasmet.

Soo Bin habría preferido tenerla en el palacete, pero en sus estudios y en la galería ya conservaba otros trabajos que guardaba celosamente para él. Esta pintura era diferente; más alegre y grande que las anteriores. El dolor de la pérdida había empezado a ser soportable y la memoria del tigre había inundado su mente de felicidad, reemplazando a la melancolía que a menudo sentía ante su recuerdo.

Los colores vibrantes que había elegido como una mezcla de dorados, verdes y azules, se entrelazaban con tonos más suaves de blanco y crema, creando un contraste que capturaba tanto la mirada como el corazón. Se había asegurado de que los detalles fueran exquisitos, donde los ojos pardos de Jabir brillaran con una intensidad que a menudo le consumía por la ternura de su mirada y que, la textura del pelaje, lograda con capas de pintura aplicadas con esmero, casi se pudieran sentir al mirarla. Las sombras y luces se fusionaban perfectamente, dando a la imagen una tridimensionalidad que la hacía sobresalir del lienzo.
La elección del marco de jade fue su mayor indecisión en el proceso, pero la elección del verde profundo terminó añadiendo el toque de elegancia que resaltaba la importancia del cuadro. Era por mucho, su obra más grande.

Para Soo Bin, esta pintura no solo era un tributo a una parte de su alma perdida, sino también una celebración de la serenidad y la belleza que Jabir había traído a su vida.

—Los detalles son colosalmente impresionantes. Para nosotras, humildes criadas suyas, siempre ha sido un deleite poder observar los trabajos de sus talentos, Haseki —murmuró Arin con algo de vergüenza detrás de él, haciendo resonar su nuevo título entre los ecos de la inmensidad del salón.

"Haseki Hürrem", ostentado por última vez por Eylem Hasmet, se había convertido en un peldaño al que aspirar para la mayoría de los omegas después de él. Omegas que formaban parte de los harems de los descendientes de Anek Hasmet y ahora antepasados de Yeon Jun. Omegas que sabía que jamás fueron felices. Incluso aquellos que compartieron su título de "Hürrem" no pudieron evitar la presencia de un harem en sus épocas de regencia. Sus retratos no estaban en el jardín memorial de aquella propiedad, y su presencia era mucho menos significativa en los corazones de los que antecedieron a Yeon Jun.

Por eso, el revuelo del anuncio de su compromiso causó un estrago fuerte en La Roja, que seguía latente entre las familias del clan. ¡Ni siquiera se había oficiado la ceremonia y ya se dirigían hacia él con antelación, usando su próximo nuevo título!

Soo Bin ni siquiera podía hablar del aumento de etiquetas y responsabilidades que ahora le correspondían. Afortunadamente, debido a su embarazo, Belma y otras omegas principales de las familias de confianza de La Roja le ayudaban con la carga. La administración de propiedades, redes de poder, descendencia familiar y fuerza suave estaban más allá de sus capacidades.

—Soo Bin.

¡Büyük Valide! —Mina, Arin y Moon pasaron su reverencia, con más profundidad y rigidez, a la nueva presencia que ahora se acercaba hacia él.

—Anne —Soo Bin se apresuró a saludar, abriendo los brazos a sus costados, anticipando la acción próxima de Belma de acercar sus manos a su estómago y acariciarlo en un toque respetuoso y breve.

—Estás a un mes de parto, no es oportuno que salgas del palacete... ¿Dónde están los guardias? —Belma volteó hacia los lados con enojo y Soo Bin supo que era mejor pacificarla antes de que un castigo cayera sobre los alfas que había mandado a retirar.

—Quería asegurarme de que la instalación del retrato de Jabir no tuviera atrasos ni problemas. La soledad de la sala se debe a mis propios caprichos. Con mis banyalar tengo suficiente seguridad alrededor.

Las tres omegas se inclinaron nuevamente en señal de una modestia nerviosa. Belma les dirigió una mirada antes de suspirar con pesadez, dejando que la tensión en sus hombros se desvaneciera un poco.

—Es bueno que te distraigas del encierro entonces. Iba de camino al palacete para verte. Con la boda en una semana y el nacimiento de mis nietos, hay asuntos que quería discutir contigo —Belma tomó su brazo con delicadeza, indicándole que caminara a su lado. Soo Bin se dejó guiar con una sonrisa, sin oponer resistencia. Sabía que, con toda la presión que la alfa había soportado en los últimos meses, escucharla y acompañarla le ponía de mejor humor.

—¿Hay algo mal con la organización?

—No, no. Todo está yendo perfectamente. La cabeza de tres organizadores de renombre mundial está en juego si no hacen su trabajo bien.

Soo Bin rió sonoramente, aunque en el fondo sabía que no era una broma. Las amenazas en ese entorno siempre se tomaban con seriedad.

—Estaba pensando en una celebración de cinco días, tomando en cuenta el ensayo y la kina gecesi*. Tus kaftanes están listos, y los diseñadores también han preparado los trajes formales de Yeon Jun —Belma le miraba con emoción, sus ojos destellaban de una manera que Soo Bin jamás había visto. Protegiendo la felicidad de la alfa, decidió sonreír y guardar sus propios pensamientos—. Ven, he hecho venir a los confeccionistas.

Los omegas rodeaban a Soo Bin con diligencia, ajustando, midiendo y asegurándose de que cada pliegue de su traje cayera a la perfección. Las luces del salón iluminaban las telas finas y brillantes, que para sorpresa de Soo Bin, jamás había visto en el guardarropa de la familia. Al parecer había un rango más de opulencia al que había llegado.

—¿Alguna incomodidad con la tela, Haseki? —preguntó uno de los diseñadores, con un aire de preocupación.

—No —respondió, dejando que sus dedos acariciaran la suave superficie de la tela.

El traje estaba confeccionado con seda de gusano de oro, un material nada ajeno a las confecciones de otras de sus ropas formales, y aunque nunca había sido curioso por la textura de ellas, esta vez se sintió extrañamente crítico de su reflejo en el espejo. Cada hilo parecía capturar y reflejar la luz de una manera que daba vida al tejido, haciendo que la tela pareciera casi líquida en su fluidez.

Otros bordados en hilo de plata, trabajados con una precisión meticulosa, adornaban el cuello y las mangas del kaftán, creando patrones intrincados que estaba seguro ver en las paredes del palacete y la propiedad oficial. Las manos de los artesanos habían logrado crear texturas sutiles en el tejido, donde los hilos de lana de vicuña se mezclaban con la seda, aportando una calidez inesperada sin comprometer la suavidad.
Los botones eran pequeñas obras de arte por sí mismos, hechos de madreperla y engastados con diminutos diamantes, brillaban con cada movimiento, añadiendo un toque de lujo y opulencia al conjunto.

Soo Bin se movió ligeramente, sintiendo cómo la tela se adaptaba a su cuerpo, envolviéndolo en una caricia suave y reconfortante. El forro interior, hecho de algodón de Sea Island—como había escuchado murmurar a uno de los tantos trabajadores que le rodeaban—conocido por ser uno de los más finos y duraderos del mundo, ofrecía una sensación de frescura y comodidad, permitiéndole moverse con libertad.

—Es una verdadera obra maestra —murmuró uno de los diseñadores, admirando su trabajo mientras ajustaba un último detalle en la manga—. Cada pieza ha sido trabajada con el mayor cuidado y dedicación. Nos sentimos honrados de haber podido crear esto para usted, Haseki.

Soo Bin asintió, reconociendo el esfuerzo en el traje. Se giró ligeramente, observando de nuevo su reflejo en el espejo y notando cómo cada detalle del traje parecía realzar su figura, por lo menos, hasta donde su opulento estómago le dejaba, otorgándole una presencia regia y majestuosa.

—Es perfecto. Realmente perfecto —Belma, quien había estado observando desde un rincón del salón, se acercó con una sonrisa satisfecha.

Soo Bin le devolvió la sonrisa, sintiendo una oleada de gratitud y, para su sorpresa, extraño nerviosismo. Su mirada bajó involuntariamente a su mano izquierda, donde otro anillo había sustituido al de gema verde.

El anillo de compromiso que Yeon Jun le había entregado, en una noche posterior a su regreso de la isla, envuelta entre sábanas y una pasión desbordante entre los dos, era por mucho el mejor regalo que había recibido. Un diamante rojo, raro y brillante, estaba engastado en el centro, capturando y refractando la luz con una intensidad hipnótica. El corte perfecto de la piedra permitía que cada faceta resplandeciera, mostrando destellos de rojo profundo y fuego interno. El engarce era de platino, con delicados grabados que recorrían la banda, añadiendo un toque de elegancia y sofisticación. Pequeños diamantes blancos flanqueaban la piedra central, aumentando aún más su esplendor.

—Yeon Jun tiene un gusto exquisito en joyas. Ese diamante rojo resalta aún más que el de la gema de la sultana Hürrem. Guardarlo para ocasiones oficiales ha sido lo mejor; la ostentación no es buena en exceso.

Soo Bin asintió a las palabras de Belma, en un acuerdo silencioso. Después, con duda, decidió hablar.

—Anne, tengo algunos pensamientos acerca de la celebración.

Belma se quedó en silenció, haciendo que todos se detuvieran en su trabajo y se retirarán con reverencias apresuradas. Soo Bin les hizo un gesto a sus banyalar, escondidas en la sombra de una esquina, para que también se retiraran.

—Era de esperar que tuvieras objeciones en la organización querido, después de todo, tú y yo no compartimos la misma mente —Belma le sonrió comprensiva, aliviando el nudo en el pecho de Soo Bin.

—Yo...—volvió a dudar—Me gustaría que fuera algo más pequeño y modesto. No me gustaría invitar a otras familias o clanes, ni siquiera conozco en su totalidad a todas las que conforman el clan —levantó la cabeza, asegurándose de que la tranquilidad en la expresión de Belma no se deshiciera. Por fortuna, no lo hizo, así que decidió continuar—. También, no quiero un ensayo... o una noche de henna.

Belma alzó una ceja e inclinó la cabeza hacia él.

—La noche de henna ha trascendido desde el imperio, es una noche especial.

—También se que es tomada como una noche especial entre omega y madre. Una despedida que yo hace muchos años ya tuve con la mía —respondió Soo Bin calmado, con una mueca ligera que apenas pudo cubrir la tristeza del recuerdo—. Espero la comprensión de anne, ante mis decisiones.

Belma extendió una mano hacia él, ayudando a bajar a Soo Bin de los escalones del espejo.

—Si Haseki ha tomado esa decisión, entonces es el camino correcto a seguir. Hare los cambios necesarios.

Soo Bin sonrió aliviado, y Belma llamó a sus banyalar para que volvieran a entrar, instruyéndolas para que le ayudaran con el siguiente cambio de ropa. Soo Bin sabía que la elección de vestimentas no sería rápida, pero debido a la comprensión de Belma por sus gustos en su boda, decidió satisfacerla por lo menos con unas horas más de confección. Dos kaftanes más y podría seguir con su trabajo en la inspección del cuadro de Jabir.

—Tus pechos han crecido, Haseki. Hare que en la cocina preparen calabaza dulce, le ayudara al dolor mamario —Arin murmuró tranquila mientras le ayudaba con los zapatos, el dolor en sus gestos cuando la tela rozaba su pecho no pasó desapercibido para ninguna de las tres omegas. Incluyendo a Belma.

—Hablando de próximos acontecimientos, he hablado con otras omegas del clan y hemos considerado la opción de nodrizas para mis nietos. —Soo Bin alzo la cabeza, poniendo toda su atención en la expresión calmada de Belma frente a él—. El amamantar puede ser un trabajo extenuante para los omegas primerizos, especialmente si son dos bebés. Dada la turbulencia de las emociones que han manchado la tranquilidad en el clan, me preocupa que pueda afectar tu lactancia.

Soo Bin inclinó la cabeza pensativo, sabia que este tipo de temas no podría evitarse por mucho tiempo, así que sería mejor resolverlos ahora que estaban puestos al aire.

—Me gustaría amantar a mis propios hijos, independientemente de las laceraciones o el cansancio que conlleva, me sentiría algo celoso si otro omega tuviera ese tipo de momentos con mis bebés.

Una sonrisa ligera se extendió en el rostro de la alfa, orgullosa por la decisión de Soo Bin.

—Eso es bueno, muy bueno.

Soo Bin exhaló profundamente, sumido en una relajación ensoñadora. Las ágiles manos recorriendo y aliviando la tensión de sus hombros y pies hinchados lo mantenían en un estado de ensimismamiento. El suave aroma a lavanda y rosas lo adormecía. Las omegas a su alrededor dejaron de murmurar entre ellas cuando lo vieron cerrar los ojos, incapaces de abrir la boca para molestar su sueño.

En las últimas cuatro semanas, había estado visitando un spa exclusivo en el centro de Estambul. Incapaz de soportar más el dolor en su espalda y pies, Miriam le recomendó el lugar después de una extensa búsqueda encargada por Tae Hyun. En los días que iba—cada vez más recurrentes en la semana—reservaba todo el lugar para sí mismo. Pero ni la privacidad ni la seguridad del lugar hicieron cambiar la opinión de Yeon Jun sobre hacer constantes viajes al centro de Estambul.

Por lo que, en la última semana, había estado disfrutando de tales tratos y masajes en la tranquilidad del palacete, en las alas establecidas cerca de los manantiales artificiales, casi ocultos al final del terreno. Con eso, Soo Bin se había dado cuenta de que, en todos estos meses, aún le faltaba mucho por explorar de su hogar.

Las omegas, todas mujeres de India, no solo tenían experiencia en el trabajo corporal y cutáneo, sino que también eran expertas en puntos clave para el embarazo. Por lo que Soo Bin no puso muchas objeciones al cambio de lugar, especialmente cuando los últimos días apenas podía caminar sin ayuda por sus pies hinchados.

Estuvo a punto de quedarse completamente dormido cuando, las mujeres a su alrededor comenzaron a murmurar de repente, y el olor de sándalo se mezcló con el de lavanda. Soo Bin sonrió ligeramente sin abrir los ojos. Varios pares de manos detuvieron sus movimientos, y pasos apresurados resonaron en sus oídos cuando otras manos, más grandes y menos suaves que las anteriores, comenzaron a acariciarlo desde el vientre hasta los hombros.

—Has regresado temprano —murmuró Soo Bin, manteniendo la calma. Abrió los ojos y alzó ligeramente la cabeza.

—No podía soportar estar más tiempo sin verte. Debes culpar a mi lobo por tal ansia.

—¿El lobo o tú?

—Ambos.

Yeon Jun se inclinó sobre él y dejó un beso pequeño sobre su frente, que después pasó a sus labios y finalmente terminó en su pecho y su vientre, donde se quedó más tiempo recargado.

—No hemos hablado de tu Mahr*.

Soo Bin sonrió y abrió los ojos, bajó la mirada y suspiró pesadamente.

—No necesito más de ti. Desde ese día ...—frunció los labios, un frío incómodo se extendió rápidamente antes de poder terminar la frase—Yeon Jun, me basta con verte respirar.

Yeon Jun levantó la cabeza y se incorporó, su ceño levemente fruncido.

—No mencionemos más eso.

Soo Bin asintió, extendiendo su mano para acariciar la mejilla de Yeon Jun, donde pequeñas cicatrices apenas empezaban a desvanecerse. El Kara Gün, o "día negro", como algunos empleados solían referirse antes de que el consejo ordenara callar cualquier mención del fatídico suceso en la fábrica, se había vuelto una fecha que marcó al clan con la incertidumbre y el incremento de violencia en las redes de control de La Roja.

La ausencia de Yeon Jun y la duda sobre el estado mental de Soo Bin habían tambaleado, por primera vez en cuarenta años, la estabilidad de La Roja. El consejo decidió silenciar cualquier palabra o prueba de aquellos días para no manchar el historial impecable de control y poder del clan en el mundo. Hasta ahora, lo único que quedaba era la celebración del fin de la guerra con los Yilmaz y la inminente separación de los dos clanes en buenos términos, con Stik Yilmaz asumiendo el poder y, a regañadientes, rindiéndose ante los pies de La Roja. Por lo que Soo Bin sabía, la influencia de Beom Gyu sobre su hermano tuvo mucho que ver con esta redención.

Por otro lado, y con un pesar horrible para Soo Bin, también quedaban las cicatrices en la espalda de Yeon Jun, un recordatorio del sacrificio que hizo por él. El fuego había dejado marcas profundas en casi toda la zona, pintando su piel de carmesí. Soo Bin había insistido en que Yeon Jun tratara las marcas, pero el alfa había sido indiferente.

"Un recordatorio de que estás vivo y de que pude protegerte incluso en mi vulnerabilidad", decía a menudo con un tono calmo e impasible, callando a Soo Bin por el peso de esas palabras.

—Dime, oğlan, ¿qué es lo que quieres? —Yeon Jun insistió, mientras deslizaba una mano por dentro de la bata que cubría a Soo Bin—La isla Mara, había pensado por un breve momento, pero no creo que tengamos buenos recuerdos ahí. Aunque, si te encaprichas con la idea, hay una isla cerca de las costas de Tailandia que...

—Basta, no es necesario algo así —Soo Bin levantó un dedo hacia los labios, presionándolo para hacer callar al alfa, quien no opuso resistencia. Al ver que no diría nada más, retiró su mano, y fue el turno de Yeon Jun de retenerla contra su rostro.

—Te amo —pronunció Yeon Jun con seguridad, su voz resonando fuerte y clara en todo el lugar. Lo había estado diciendo con mucha frecuencia últimamente.

Soo Bin sonrió como siempre, y luego, como era su costumbre, se inclinó para besarlo, con una dulzura que se desbordaba hasta los límites de actividad que Chang Bin les había impuesto en su último mes de embarazo. Esta vez no fue diferente.

Las manos de Yeon Jun recorrieron su piel hasta llegar a su pecho hinchado, donde Soo Bin gimió con una mezcla de excitación y cierto dolor. Como siempre, en algún punto, Soo Bin notó el ligero temblor en las manos de Yeon Jun al tocarlo, una inseguridad que no había existido antes entre ellos. Suponía que, desde su escapada improvisada para ayudar a Won Woo Cariporsi, Yeon Jun se encontraba acosado por pensamientos hostiles y suposiciones alocadas en las que, una vez más, se alejaba de él. El alfa nunca lo decía, pero habían llegado a un punto de comprensión tan profunda que Soo Bin podía percibirlo con una facilidad inequívoca. Le dolía de cierta forma y se reprochaba por haberle impuesto esa inseguridad a Yeon Jun. Tal vez, la primera que haya tenido alguna vez en su vida.

—Dime que no fue muy tarde —Yeon Jun se separó en medio del beso, justo cuando Soo Bin estaba perdido en sus pensamientos y había ralentizado el ritmo de su actividad. Parpadeó, sorprendido por el nerviosismo en los ojos frente a él. Acarició suavemente la mejilla del alfa y asintió.

—Te amo Yeon Jun. Más de lo que puedo expresar con palabras.

Yeon Jun cerró los ojos, respirando profundamente al escuchar esas palabras.

—Quiero que estés seguro de eso siempre—continuó Soo Bin, sus dedos trazando ligeros patrones en la piel de Yeon Jun—. Nada ni nadie cambiará lo que siento por ti. Ni siquiera tú mismo.

Yeon Jun tomó la mano de Soo Bin, entrelazando sus dedos con los suyos. La calidez de su toque y la firmeza de su agarre hablaban por sí solos.

—Si Haseki me considera digno, entonces lo creeré.

Soo Bin rió suavemente, inclinándose para besar nuevamente a Yeon Jun. Esta vez, el beso permaneció lento hasta que se apartaron, sus respiraciones entrelazadas y sus frentes apoyadas una contra la otra.

—Ahora —dijo Yeon Jun, su tono cambiando ligeramente, más ligero y juguetón—, ¿qué tal si dejamos que estas damas terminen su trabajo y luego nos instalamos temprano en nuestras habitaciones?

Soo Bin rió nuevamente, asintiendo con entusiasmo.

Soo Bin arqueó su espalda ante los espasmos que se extendieron desde su cadera, haciéndole sentir cosquillas de la nuca hasta los dedos de sus manos, las cuales se mantenían hiperactivas sobre las sábanas que apenas cubrían su desnudez. Un movimiento de Yeon Jun, en algún punto debajo de su cadera, le hizo abrir su boca en un jadeo escandaloso.

Su excitación llegó hasta el punto máximo, justo cuando Yeon Jun le lamió de la base hasta la cabeza de su miembro, que en un movimiento rápido busco apartar sus piernas, tratando de frenar tal desborde de sensaciones en su cuerpo. Yeon Jun le sostuvo los muslos de inmediato, presionando un poco de fuerza indolora para mantenerlo en su lugar que le impidió moverse, convirtiéndose en un prisionero de la boca y manos de su secuestrador. En algún punto se obligó a abrir los ojos, abriéndose paso entre la niebla y los gruñidos del alfa. La imagen era completamente deliciosa, con los labios de Yeon Jun alrededor de su hombría y una mano suya bombeando su propio miembro. Se sintió celoso, dándose cuenta de su deseo de ser quien lo tocara ahí, bombear su mano por todo su falo y desesperarlo para que le rogara que se detuviera y le dejara enterrarse en él.

Perdido en la envidia, no se percató que la otra mano libre de Yeon Jun llego hasta su pecho, pellizcando uno de sus pezones sin delicadeza. Eso fue su límite, y pronto se sintió venir, dentro de la boca cálida de su alfa.

Se sintió mareado, su boca se abrió para tomar largas bocanadas de aire. Últimamente, cualquier actividad física lo dejaba exhausto, como si sus dos cachorros absorbieran cada gota de su energía, dejándolo como una cáscara vacía. Pero también cada momento íntimo entre ellos bullía con mucha más pasión, acompañado siempre de caricias y susurros indistintos de amor. Soo Bin se entregaba a esos momentos con mucho gusto, a veces, la entrega a ellos era demasiada en las últimas veces.

Pronto se sintió ligero y, al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba descansando sobre el pecho desnudo de Yeon Jun. Sus ojos se agrandaron con sorpresa y desconcierto, en medio de una nube de placer que aún no se evaporaba. Era la cuarta vez que esto pasaba.

—¿Me he quedado dormido? —sus palabras resonaron con dureza en la habitación, Yeon Jun lo miró por encima de sus lentes de lectura. Al parecer había estado durmiendo bastante.

—Sí, ¿por qué te ves tan asustado? —respondió Yeon Jun con calma, ajustando su posición para sostenerlo con más firmeza. La incredulidad de Soo Bin era palpable.

—¿Asustado? ¡Me he quedado dormido después de una ligera actividad sexual! ¡No tengo cincuenta años! —se incorporó, golpeando al alfa  en el pecho, furioso por su reacción tan tranquila.

—Es normal que tu cuerpo no responda como antes, Soo Bin, estamos en el último mes —Yeon Jun contestó con serenidad, ignorando el golpe que le habían dado—. Es normal.

—¿Normal? —Soo Bin exclamó con un tono fuerte. Haciendo que Yeon Jun lo viera en una confusión total—¡Es tu culpa! Deberías haberme despertado, ni siquiera me percate cuando...

Soo Bin se corto, demasiado avergonzado para decir las palabras por si mismo. Yeon Jun inhalo profundamente, quitándose los lentes y pellizcándose el puente de la nariz con insistencia. Después de segundos, volvió a mirar a Soo Bin, quien apartó su mano cuando intento tomarla. Otra vez, decidió no responder nada ante el gesto extrañamente violento.

—Te lo aseguro, estoy satisfecho, termine justo después de ti.

Soo Bin comenzó a sentirse mal, escuchando las palabras de Yeon Jun rebotando en sus oídos. Al volver su mirada al alfa, se dió cuenta de lo irracional que sonaba. Se sentía como esos omegas irritables que molestaban a sus alfas por cualquier cosa, quejándose sin cesar. De repente, Yeon Jun se incorporó rápidamente, su rostro lleno de preocupación.

—¿Estás llorando?

Soo Bin parpadeó, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas. Intentó hablar, pero solo pudo emitir un sollozo ahogado. Yeon Jun lo abrazó con fuerza, acariciando su espalda con ternura.

—Lo siento —murmuró Soo Bin, su voz quebrada por la emoción—. No sé qué me pasa. Siento que estoy perdiendo el control.

—Es normal sentirte así. Las hormonas del embarazo pueden hacerte de esa manera —Yeon Jun le susurró al oído, su voz suave y reconfortante—. Hay mucha presión, con el Nikah y el nacimiento de los bebés. Es normal sentirse agotado.

Soo Bin asintió, dejándose consolar por las manos de Yeon Jun que lo envolvían.

—Lo siento —murmuró después de varios minutos envueltos el uno con el otro—. Es la quinta vez que te he golpeado en las últimas dos semanas.

Yeon Jun soltó una carcajada sonora, haciendo cosquillas en sus oídos con dulzura.

—Espero que sea una señal de una buena crianza por venir—bromeó, besando suavemente la frente de Soo Bin. Después de un momento, ambos se acomodaron de nuevo en la cama, en la misma posición cómoda en la que Yeon Jun lo había mantenido sobre su cuerpo.

El alfa volvió a sus papeles, sus ojos escaneando las líneas de texto con concentración. Soo Bin, sin embargo, no podía evitar sentirse curioso por lo que Yeon Jun estaba leyendo.

—¿Qué estás revisando? —preguntó, su voz aún un poco temblorosa pero curiosa. Yeon Jun había tomado un buen tiempo para su recuperación, el más largo desde que ascendió al poder, y el trabajo se había acumulado hasta volverse inagotable. Sin embargo, siempre se tomaba su tiempo y concentraba su atención en Soo Bin. Por eso, esos documentos debían ser de una urgencia inusual para llevarlos hasta la cama.

—Solo algunos informes y documentos del consejo. Hay mucho que organizar antes del Nikah y del nacimiento. Quiero asegurarme de que todo esté en orden para evitar sorpresas.

Soo Bin se acercó un poco más, mirando los papeles sobre el regazo de Yeon Jun. Todo estaba en japonés.

—¿Dos billones al gobierno japonés? —exclamó sorprendido, haciendo que Assaf lo mirara brevemente. Después del turco, el segundo idioma oficial del clan era el japonés, debido a los orígenes de Eylem. Así que, después de dominar el idioma principal, sus banyalar no dudaron en bombardearlo con lecciones de historia y comprensión del país asiático.

—Es lo anual, no hay sorpresa en ello —respondió Yeon Jun con indiferencia.

—Había oído sobre eso de uno de los contadores del clan. ¿Por qué hay tanta financiación de nuestra parte?

Yeon Jun se volvió serio, una ligera mueca deformando su rostro calmado. Soo Bin alzó una ceja.

—Hay una deuda con ellos —respondió Yeon Jun después de un largo silencio, haciendo que Soo Bin lo mirara con sorpresa—. Una que nunca podremos pagar.

Con eso finalizó, indicando con el tono de su voz que no diría más del asunto. Soo Bin no insistió y volvió a acostarse. Después, si se acordaba, le preguntaría a Tae Hyun sobre el asunto.

La propiedad principal de los Hasmet se alzaba majestuosa y resplandeciente bajo el sol del mediodía, cada rincón meticulosamente preparado para la inminente boda. Desde hace una semana, un ejército de jardineros, decoradores y asistentes se había dedicado a transformar el lugar en un inimaginable para la vista de Soo Bin. Ni siquiera en el día de su presentación en este mismo lugar, había recordado ver tanta belleza material. Que hasta en cierto punto, ardía a la vista.

Los jardines, que normalmente ya eran una maravilla, ahora se encontraban adornados con miles—si, estaba seguro de que pasaban las centenas—de flores, como orquídeas Vanda y rosas de David Austin, formando arcos y caminos florales que parecían sacados de un cuento extraño de Lewis Carroll. Las fuentes de mármol, restauradas a su esplendor original, lanzaban chorros de agua cristalina que capturaban la luz y la refractaban en mil destellos.

El gran salón principal, donde se celebraban las ceremonias oficiales, estaba decorado con tapices antiguos y candelabros de cristal. Los adornos, procedentes de las colecciones del sultanato, incluían joyas reales como zafiros de Ceylán, esmeraldas colombianas y rubíes birmanos. Y por si fuera exagerado, alfombras persas de valor incalculable cubrían los suelos, las paredes estaban adornadas con obras de arte seleccionadas de la colección privada de los Hasmet, muchas de ellas piezas únicas de la época otomana.

Cada detalle, desde las sillas doradas con cojines de seda hasta los centros de mesa de plata y cristal, reflejaba la opulencia y el cuidado puesto en la preparación del evento. Arin le explicó que los arreglos florales incluían no solo las mencionadas orquídeas y rosas, sino también lirios Stargazer y tulipanes Papagayo, todas seleccionadas por su rareza y belleza.

Soo Bin paseaba con Belma, observando con una boca ancha cómo el equipo de organizadores ultimaba los detalles bajo la dirección de la alfa; quien con su aire sereno pero autoritario, discutía con los tres organizadores de la boda, asegurándose de que todo estuviera en perfecto orden. Todos asentían respetuosamente, tomando notas y ajustando sus planes según las indicaciones precisas de la mujer.

—Hemos recibido una colección nueva de arte contemporáneo japonés, y la exposición ha sido un éxito rotundo. La asistencia ha superado nuestras expectativas y ya tenemos varias obras vendidas —informó Mariam, con un tono de satisfacción en su voz—Dos de ellas serán enviadas a la Casa Blanca mañana, como un regalo diplomático a la nueva presidencia.

Soo Bin, libre de sus responsabilidades nupciales, se encontraba absorto en conversaciones con Mariam, tan energética como siempre, quien le ponía al día sobre el trabajo realizado en la galería durante su ausencia por maternidad.

—¿Es vinelita sobre tela? —preguntó Soo Bin, mostrando interés en los detalles, la mujer asintió con entusiasmo.

Mientras escuchaba a Belma y Mariam por tiempos, echaba miradas con sonrisas a Yeon Jun, quien se encontraba más adelante, inmerso en una conversación con Tae Hyun y el imán. El alfa vestía una elegante túnica de color oscuro que resaltaba su cuerpo de manera elegante y gesticulaba con una serenidad que a Soo Bin le parecía sumamente hechizante.
Inmerso y respetuoso como siempre a la conversación que llevaba, siempre respondía a las miradas de Soo Bin con una sonrisa cálida y coqueta.

De repente, una duda se apoderó de Soo Bin y decidió compartirla con Mariam. Había estado pensando mucho sobre el parto y, con la fecha cada vez más cercana, la incertidumbre y los temores comenzaban a acumularse.

—Mariam, ¿cómo fue tu experiencia con el parto? ¿Es tan doloroso como dicen? —preguntó, su voz revelando un toque de nerviosismo. Mariam detuvo sus pasos y Soo Bin le dio una seña a Belma para que continuara en su camino junto con las otras personas a su alrededor. Solo sus banyalar se quedaron a unos pasos alejadas de las columnas donde ellos estaban.

—Cada parto es diferente, haseki. En mi caso, fue doloroso, pero también fue una de las experiencias más poderosas y gratificantes de mi vida. El parto en agua puede ser una opción muy buena para aliviar el dolor y hacer que el proceso sea más suave. He conocido a varias personas que lo han hecho y han tenido experiencias muy positivas.

Soo Bin asintió, satisfecho con la información.

—Aún así —volvió a hablar Mariam—, es importante que usted tome la decisión sobre todo el proceso. Los doctores aquí no permiten a los alfas estar en el parto, debe de saber cómo son en esos temas. Pero estoy segura de que la presencia de mi esposa hubiera aliviado mi miedo y estrés durante el proceso. Usted haga lo que desee.

—Gracias, Mariam. Insha'Allah —Soo Bin alzó la mano, llamando a Mina, quien rápidamente se puso a su lado—. Arin, acompaña a Mariam devuelta, uno de los conductores la llevara a casa.

—Como ordene.

Ma'a as-salama, Haseki.

Ma'a as-salama, Mariam.

Con un vistazo más hacia el frente, se dio cuenta de que la mirada de Yeon Jun permanecía fija en su dirección—probablemente desde hace varios minutos—. Soo Bin esbozó una sonrisa, notando la preocupación en los ojos de Yeon Jun, quien pareció captar el olor agrió de Soo Bin y asintió sutilmente, asegurándose que todo estuviera bien. La mirada de Soo Bin se suavizó, y le respondió con un gesto que pareció aliviar el ceño fruncido del alfa.

Tae Hyun también lo miraba, y después de un intercambio rápido de palabras con Yeon Jun, se acercó hasta él.

Haseki, permítame acompañarle a descansar. Amir me ha indicado que él se encargará todo junto con Büyük Valide.

Soo Bin se encontró a si mismo suspirando de alivio, no estaba seguro si podría aguantar cinco minutos más caminando. A menudo tenía que recurrir al apoyo de sus banyalar para poder incorporarse de... cualquier lado para ser sinceros.

—Gracias, Tae Hyun —Soo Bin respondió con una sonrisa agradecida.

Tae Hyun le ofreció su brazo y juntos comenzaron a caminar hacia las habitaciones, Moon y Mina les siguieron enseguida, dejando atrás el bullicio de los preparativos y el esplendor de la propiedad principal. Tendría muchos días para observar todo desde la ventana de las habitaciones.

Haseki çok güzel!

Rengi mükemmel!

Ne kadar güzel bir hava!

Soo Bin sonrió sutilmente hacia atrás, inclinando brevemente la cabeza en agradecimiento por las palabras de las y los omegas. Miembros de algunas de las familias más importantes del clan, casi todas parte del consejo. A pesar de sus prejuicios iniciales, Soo Bin se descubrió disfrutando de la presencia de todos ellos, cuyas muestras de amabilidad y modestia superaban con creces el agrio y desdeñoso humor de sus alfas.

Alá nos ha bendecido con una ceremonia así en el clan después de varias decenas de años. Permítanos regalarle halagos sinceros, Haseki.

Soo Bin sintió sus mejillas calientes después de las palabras reverentes del omega de la familia Marcel,
cuya sinceridad y atrevimiento no solo reinaba en el consejo al parecer. Bajo la cabeza avergonzado cuando otra avalancha de susurros y chillidos se dirigieron a él, por lo que giró sobre si mismo y dejó a los omegas ensimismados en su conversación fantasiosa. Cuando el espejo de jade quedó frente a él, su reflejo le saludó con gracia. Después de varios meses—tal vez un poco más de tiempo—se observó escrupulosamente.

Su vestuario principal, cuidadosamente elegido y confeccionado como los otros, irradiaba opulencia y tradición. El kaftán de seda dorada, adornado con intrincados bordados y joyas reales, reflejaba la luz con un resplandor suave. Las perlas blancas, meticulosamente entrelazadas en su cabello oscuro, formaban un delicado contraste, realzando la serenidad y el brillo en sus ojos. Y su rostro, si es que se reconocía mínimamente, estaba suavizado por una ligera sonrisa de felicidad, que parecía casi irreal en su perfección. Cual diferente era la situación a hace un año, donde parado frente a un espejo, con el mismo estilo de ostentosas telas y joyas, se reprochaba por dejarse marcar de forma tan agravante contra su libertad.

Las emociones que bullían dentro de él eran abrumadoras. La mezcla de nerviosismo le alcanzó de repente después de varios días de tranquilidad, haciéndole unas cosquillas extrañas en la planta de los pies.

Soo Bin Claire, prófugo y perdido entre los límites de Europa, había desaparecido. Desecho en las faldas de Turquía, desde los pisos de Aya Sofia hasta la espuma del Mar Negro, con pedazos en el mausoleo a la orilla de Kikyos.

Alzó una mano, tocando suavemente las perlas en su cabello,necesitado de  asegurarse de que todo era real. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, inundados en una dicha inexplicable para sus sentidos.

Un suspiro tembloroso exhalo por sus labios cuando una mano cálida se posó sobre su hombro. Giró la cabeza y vio a Belma, sonriéndole desde los ojos. En un movimiento agraciado, un velo bordado le cubrió la cabeza y rostro.

—Eres un Hasmet, a partir de ahora la dicha y felicidad serán regalos diarios que Alá te proveerá. Húndete en agradecimiento por eso —la alfa le miro por largos segundos, y por primera vez, Soo Bin deseo poder saber el sentir verdadero de Belma. Separándose de él, su aliento quedó trabado entre sus labios cuando la figura frente a él se agachó profundamente, en una reverencia que pronto fue copiada por las otras personas en la habitación—. Le deseo prosperidad, Haseki.

Jazak Allahu khayran —el coro no se hizo esperar después de las palabras de Büyük Valide, quien alzó la cabeza después de un momento largo de felicitación y buenos deseos.

Soo Bin envolvió sus manos sobre su mismo, carcajeando con sinceridad al volver a a hablar con voz fuerte.

Wa iyyak!

Los eventos sociales en La Roja eran sorprendentemente escasos; las fiestas y reuniones ostentosas eran vistas por el clan como una forma pobre de exhibir una riqueza superficial que algunas familias adineradas se esforzaban en ostentar.

La Roja rara vez se dejaba ver, oculta en la penumbra de la privacidad, lo que provocaba que varios medios locales se esforzaran por desentrañar al menos alguna migaja de información que pudieran explotar durante semanas. Los esfuerzos de los más audaces llegaban a un callejón sin salida al intentar siquiera descifrar el alcance de las familias que lo conformaban. Los Hasmet, al ser los más públicos por decisión propia, solo mostraban una fachada esporádicamente, siempre y cuando pudieran usarla como cortina de humo para la realización de actividades más privadas del clan.

En eventos sagrados, no había alma alguna que se atreviera a exponer a los medios la realización de los mismos. Soo Bin sabía que no estaría rodeado de fotógrafos y entrevistadores que publicaran al día siguiente en revistas y periódicos los detalles del Nikah. Las bodas musulmanas eran públicas y grandiosas conforme a la tradición regional, pero La Roja siempre reinterpretaba las costumbres a su manera. Por ello, Soo Bin se sintió libre de modificar la ostentosidad a su antojo, permitiendo que solo los miembros del clan—desde familias de alta estima hasta empleados asistentes—asistieran, sin añadir invitados ajenos al clan. Exceptuando a Chang Bin, por supuesto.

La exclusión de las ramas políticas del país y de las otras mafias que conformaban La Gran Mesa ciertamente hizo fruncir el ceño a Belma. Sin embargo, su silencio dio luz verde para que Soo Bin se sintiera con la libertad de modificar algunas cosas más. Debido a su tardanza, consideró que también podía retrasar su entrada un poco más según sus caprichos.

Él estaba tranquilo, en una emoción más pasiva en comparación con la de sus damas, quienes parecían intranquilas y ansiosas detrás de él.

Haseki, no tengo el coraje para atreverme a sugerirle que va un poco retrasado, pero —Moon dio una gran bocanada de aire antes de continuar—, pero sí, va algo tarde.

Soo Bin soltó una suave risa, girándose a verlas, cuyas miradas reflejaban un nerviosismo palpable. Soo Bin se tomó un momento más para admirarles, fuera de sus vestimentas de colores más opacos. Cada una de ellas había elegido colores vibrantes que realzaban su belleza individual, desde el verde esmeralda hasta el azul zafiro y el rojo carmesí. Sus shaylas, confeccionados con finos tejidos de organza, estaban decorados con delicadas perlas y cristales que brillaban con cada movimiento.

—No se preocupen, volveré cuando sea tiempo del beso —bromeó un poco, en un chiste que las mujeres tomaron mas enserio, puesto sus rostros se volvieron aun más pálidos. Soo Bin carcajeo sonoramente echando un último vistazo al retrato de Jabir.

« ¿Volverás a mi en alguna de las próximas lunas? »

Un movimiento fuerte desde su vientre fue lo único que sintió en medio del silencio que le rodeaba. Notando las feromonas alteradas de sus banyalar decidió que ya era hora de aliviar su ansiedad antes de que alguna de ellas empezara a hiperventilar.

—Muy bien, ayúdenme a sostenerme —anunció finalmente, ajustando innecesariamente el velo en un movimiento nervioso. Ninguno de las tres omegas mencionó algo ante eso, manteniendo las apariencias para tenerlo tranquilo y caminar hacia la ceremonia con paz.

No fueron ni dos pasos, cuando un dolor agudo se propagó desde su abdomen, deteniéndolo en seco. La punzada intensa y repentina le dejó sin aliento, y una oleada de sudor frío recorrió su espalda.

Haseki, ¿está bien? —preguntó Moon, su voz llena de preocupación mientras lo sostenía con más fuerza.

Las tres lo rodearon de inmediato, pero apenas pudo dar otro paso cuando un dolor aún más fuerte lo golpeó, seguido por una sensación de humedad que se extendió por sus piernas, con alarma volteo hacia el piso. Había tenido accidentes mínimos por supuesto, tanta presión en sus órganos podía ocasionar deslices pequeños según palabras de sus doctores; sin embargo, tanta humedad no era normal.

—Creo que... —Soo Bin jadeó, aferrándose a la mano de Mina con fuerza—. Llamen a Chang Bin, de inmediato.

—¿Cómo es posible? ¡La fecha es en dos semanas según las predicciones!—todas se agitaron a su alrededor, sus shaylas ondeando mientras intentaban mantener la calma y asistirlo.

—¡Moon, ve de inmediato! —ordenó Mina, tomando la cintura de Soo Bin y ayudándolo a sentar—. Asegúrate de hacerlo discretamente, todo el clan está presente. Dile a Choi que se las arregle para distraerlos.

Amir...—Moon tartamudeo, era la primera vez que Soo Bin escuchaba su voz temblar.

—¡Resuélvelo! —era también la primera vez que veía a Mina gritar.

Soo Bin asintió, medio ido por la sensación dentro de sus entrañas, agradecido por la eficiencia oportuna de todas. Trató de respirar profundamente, escuchando distraídamente los pasos apresurados de Moon al retirarse. Tercera cosa, jamás había visto a alguna de ellas correr, la alteración de elegancia que les caracterizaba hubiera sido cómico de ver en alguna otra ocasión.
¡Qué oportuno día!

—Necesito que me lleven al ala oeste.

—¿Los baños de Orympia? —Arin volteó a verlo alarmada—. Haseki, no estoy segura que estén funcionando. Un helicóptero es una mejor opción para llevarlo al hospital de Estambul, está cercano.

Estaba destinado a que fuera en el palacete, con todo el equipo médico preparado en las alas donde el mismo Eylem dió a luz a sus siete hijos. Pero no estaban a una distancia aceptable de ahí, y por el incremento en su dolor, definitivamente estaría dando a luz en los aires si se dejaba llevar al hospital.

—No creo que pueda llegar hasta el hospital, no... no puedo... — apenas se escuchaba así mismo hablando, disperso entre el terror y su ansiedad. No tuvo que decir más; en algún punto de esa niebla— infundida no solo por lo que sucedía en su cuerpo sino por su terror del suceso mismo—estaba consciente de que lo levantaban por ambos brazos. Veía a los alfas de la eve que vigilaban los pasillos entre esquinas, asustados y alterados cuando pasaban a su lado. Arin les obligaba a retroceder y guardar silencio con gritos que infundían orden. Y algunas otras indicaciones que no llegó a escuchar.

En algún punto el camino pareció interminable, pero finalmente sintió una luz de razón cuando el mármol bajo sus pies ahora desnudos se hizo presente. Los baños de Orympia se desplegaban ante él: espacios amplios y luminosos, con altos techos abovedados y grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural. El agua, cristalina y pura, llenaba rectángulos hundidos rodeados de columnas de mármol que les conferían una grandiosidad a la que ya estaba extrañamente acostumbrado. Eso, o la niebla en su mente estaba aumentando.

—Aquí estaremos bien, Haseki —dijo Mina con suavidad, ayudándolo a recostarse sobre unos cojines dispuestos a un lado de una piscina de agua tibia—. Voy a preparar todo lo necesario.

—¿Cada cuánto? —Arin se apresuró a ayudarlo cuando Soo Bin empezó a desgarrar su ropa inferior, arrancando los adornos y joyas con brusquedad. Tanta tela lo estaba poniendo ansioso.

—Tres minutos —susurró Soo Bin, dándoles la información que necesitarían una vez que Chang Bin llegara. Antes de que sus sentidos se perdieran en las sensaciones de su cuerpo—. ¿Dónde está Yeon Jun?

Las contracciones se intensificaban, y Soo Bin luchaba por mantener la calma. Se deslizó dentro del agua, apenas sintiendo la sensación de humedad debido al sudor que ya cubría su cuerpo en el camino hasta allí.

Haseki, respire —sus banyalar trabajaban rápidamente a su alrededor, preparando toallas limpias y asegurándose de mantener su olor encerrado. El nacimiento por omegas era un acontecimiento muy territorial y hasta violento para los presentes; la medicina actual había energizado sus esfuerzos para esta área de estudio. No se tomaba a la ligera.

De repente, otro movimiento fuerte desde su vientre le sacudió. Apenas pudo aferrarse a la orilla antes de dar un grito doloroso. La escena se volvió confusa: los pasos apresurados, las palabras ansiosas, todo se mezclaba en su mente. Trató de concentrarse, pero el dolor era cada vez más intenso y le dificultaban mantenerse consciente.

—¡Está aquí! ¡Chang Bin, por favor, rápido! —escuchó decir a alguien, no pudo alzar la cabeza para comprobar la escena a su alrededor.

Sakin ol, sakin ol!

Un movimiento a su lado le hizo ponerse en guardia, alzando la mordida para cualquiera que se haya atrevido a tocarle en el estado tan vulnerable en el que su lobo se encontraba.
Una mano le rodeó por la espalda, deteniéndolo y abrazándolo con premura. Soo Bin inhalo fuertemente, saboreando y haciéndose consiente del olor relajante que le empezó a rodear. Despertando su mente ante la tranquilidad que está persona le traía.

—Con calma, canım. Estoy aquí, respira.

—Yeon Jun —Soo Bin sollozó, agarrando con uñas los brazos que lo rodeaban— Yeon Jun.

—Respira.

—Yeon Jun, tengo miedo.

Soo Bin abrió los ojos, sin darse cuenta de que la oscuridad lo rodeaba por su propia acción de no abrirlos antes. El dolor era abrumador, como si su cuerpo estuviera siendo desgarrado desde adentro. El miedo se enroscaba en su pecho, apretando su corazón con una fuerza implacable. Cada segundo se estiraba interminablemente, y la desesperación comenzaba a instalarse en su mente.

—No te dejaré. Respira conmigo.

La voz de Yeon Jun susurraba en su oído con frecuencia, mientras sus manos le acariciaban temblorosas. Soo Bin se aferraba a él como si su vida dependiera de ello, su olor y su voz eran lo único que mantenía a raya el terror que amenazaba con consumirlo. Intentaba concentrarse en las palabras que le dirigían, pero el dolor y el miedo seguían martillando en su mente, haciéndole difícil respirar con regularidad. De repente, una voz firme y calmada atravesó la niebla del pánico.

—Soo Bin, necesito que te concentres en respirar. Estás en buenas manos.

Soo Bin se dio cuenta de la presencia de Chang Bin en el agua, que ya estaba ahí, observándolo con atención. No había sido consciente de él hasta ese momento. El alfa, con su calma habitual, se acercó más y le informó que necesitaría tocarle para evaluar su estado.

—Necesito saber cómo van las contracciones para poder ayudarte mejor. ¿Está bien?

Soo Bin asintió débilmente, tratando de enfocar su atención en las instrucciones. Chang Bin fue rápido, apenas deslizando su mano entre sus piernas.

—Una dilatación demasiado rápida, ser un gama tiene sus ventajas. Lo estás haciendo bien, Soo Bin —dijo Chang Bin, colocando suavemente una mano sobre su vientre mientras alzaba la cabeza—. Traigan la anestesia epidural.

—¡No! —Soo Bin gimió, el dolor lo sobrepasaba, pero había tomado las decisiones de su parto desde hace tiempo—. Estaré bien sin medicina, puedo hacerlo.

—Soo Bin —la voz de Yeon Jun se alzó sobre él.

—He dado la orden —Soo Bin finalizó, y Yeon Jun se mantuvo callado después de eso. Aún así, el toque protector a su alrededor nunca menguó.

A su alrededor, la escena era una mezcla de pasos apresurados, palabras ansiosas y el sonido del agua chapoteando levemente. La luz del sol se filtraba a través de los altos ventanales, creando patrones danzantes en las columnas de mármol.

—Empezaremos con el expulsion, los pujes involuntarios ya han empezado.

Apretó los dientes, el miedo arremolinándose en su pecho. El sudor corría por su frente, y el mundo se volvía borroso a su alrededor cuando forzaba a su cuerpo en medio de gritos que nunca había escuchado salir de su propia boca.

—Vamos, Soo Bin, una respiración más profunda —dijo Chang Bin, en medio de una bruma confusa—. Estás haciendo un trabajo increíble. Solo un poco más.

En algún punto, todo se volvió silencioso, al punto en que no pudo escuchar sus propios gritos y jadeos, tampoco las palabras a su alrededor. El mundo parecía haberse detenido, encapsulado en una burbuja de silencio absoluto. Los movimientos frenéticos de sus damas, la voz calmada de Chang Bin y la presencia reconfortante de Yeon Jun, todo quedó enmudecido.

El dolor se volvió su única realidad, una tormenta interna que lo consumía por completo. Podía ver las bocas de sus asistentes moverse, sus rostros reflejando preocupación y aliento, pero no llegaba a percibir ni una sola palabra. Los labios de Yeon Jun, moviéndose en susurros tranquilizadores, eran un eco lejano, una imagen sin sonido.

La luz del sol seguía filtrándose a través de los ventanales, iluminando los detalles del mármol y las columnas. El agua en las piscinas reflejaba esos destellos, creando una danza de luces que Soo Bin apenas podía registrar. El silencio envolvía todo, como un manto pesado que ahogaba cada sonido.

El tiempo se estiraba y contraía a la vez, cada segundo una eternidad. Soo Bin sintió que su cuerpo trabajaba de manera automática, siguiendo el ritmo de las contracciones. Era como si su mente estuviera flotando en otro lugar, observando desde fuera la lucha que libraba su propio cuerpo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el silencio fue roto por un sonido agudo y claro. Un llanto, fuerte y vigoroso, cortó el aire y atravesó la burbuja de silencio en la que Soo Bin estaba sumido. Sus ojos se abrieron de par en par, la realidad volviendo a su lugar con una sacudida.
El mundo volvió a llenarse de sonido.

Los murmullos ansiosos de sus asistentes, las instrucciones firmes de Chang Bin, y por encima de todo, el llanto potente de su bebé. Soo Bin sintió una oleada de alivio y alegría mezclada con el agotamiento que pesaba en cada fibra de su ser.

—Lo has hecho, Soo Bin —la voz de Chang Bin llegó clara ahora, como una melodía calmante—. Es un niño.

Soo Bin soltó un sollozo ahogado, las lágrimas fluyendo libremente por su rostro. Sus manos se alzaron con urgencia, y Chang Bin, con una sonrisa tranquila, colocó con cuidado al recién nacido sobre su pecho. El pequeño cuerpo del bebé estaba caliente y resbaladizo, su piel rojiza y húmeda brillando bajo las luces suaves de la sala. Los pulmones del recién nacido se llenaban de aire, emitiendo llantos vigorosos y potentes. El cordón ya había sido cortado, pero el contacto del bebé sobre su pecho fue una sensación abrumadora. Soo Bin pudo sentir el latido rápido y fuerte del pequeño corazón, y la calidez de su piel contra la suya propia le trajo una sensación de paz y alegría indescriptible.
Sus diminutos dedos se movieron ligeramente, como si intentaran aferrarse a algo en su nuevo mundo. Soo Bin los observó con asombro, maravillado por la fragilidad y la perfección de cada pequeña parte de su hijo. Su respiración, irregular y temblorosa, llenaba el aire con un ritmo nuevo y precioso.

Con lágrimas corriendo por su rostro, Soo Bin levantó la vista y, por primera vez en todo el caos de ese rato, buscó el rostro de Yeon Jun. Allí estaba, observando la misma imagen que él, con una expresión no muy diferente a la suya. Yeon Jun, con su thobe blanco impecable y el bisht negro bordado en dorado, parecía una figura majestuosa en medio del agua y el ajetreo. Podía sentir sus ojos centellando, como si estuviera viendo algo que había soñado durante toda su vida.

—Yeon Jun —susurró Soo Bin, su voz quebrada por la emoción—. Mira a nuestro hijo.

Yeon Jun se inclinó hacia ellos, sus manos temblorosas encontrando el hombro de Soo Bin en un gesto nervioso. Observó el pequeño rostro del bebé, los ojos cerrados y las mejillas rosadas, y dejó escapar un suspiro tembloroso.

—Es pequeño —murmuró, lo único que encontró para decir. Soo Bin rió ligeramente, encontrando algo de fuerza para hacerlo. Inhalo profundamente, permitiéndose descansar brevemente. Demasiado breve, hasta que otro dolor agudo en la espalda le recorrió de nueva cuenta.  Aun no había terminado.

Chang Bin, siempre atento, se inclinó hacia él con una expresión de urgencia en su rostro.

—Soo Bin, tienes que seguir —dijo con suavidad—. El otro bebé está en camino.

Asintió débilmente, tratando de prepararse para el próximo esfuerzo. Sin embargo, los pujes ya estaban comenzando a aumentar en intensidad, dejando poco espacio para cualquier preparación mental.

Mina se acercó rápidamente, sus manos extendidas hacia él desde la orilla del mármol.

Haseki, permítame.

Soo Bin dudó, su instinto protector despertándose. No quería soltar a su hijo, pero los pujes en su cuerpo eran implacables. Con un sollozo de frustración, finalmente cedió, entregando al bebé a Mina.

—Cuídalo bien —murmuró, su voz quebrada por el dolor y la preocupación.

La omega asintió con vehemencia, tomando al bebé en sus brazos y alejándose con cuidado. Inmediatamente, otros criados la rodearon, urgentes a atender y revisarlo.

El vacío que dejó en sus brazos era casi insoportable, pero no tuvo tiempo de lamentarse. El dolor intenso volvió con fuerza, y Soo Bin se aferró a la mano de Yeon Jun, sus ojos cerrándose mientras luchaba por mantener el enfoque. El sonido del agua y los murmullos a su alrededor se desvanecieron, dejando solo el eco de sus propios gritos en sus oídos.

—Vamos, Soo Bin, respira profundamente —la voz de Chang Bin se abrió paso a través de la bruma de dolor—. Ya casi estamos allí.

Soo Bin abrió los ojos brevemente, buscando a su hijo en los brazos de Mina, pero su vista fue bloqueada por los criados que trabajaban frenéticamente a su alrededor.

—¡Yeon Jun! —gimió, sintiendo que se estaba desmoronando—. No puedo...

—Sí puedes —respondió Yeon Jun con voz firme, encontrando la propia inseguridad en su voz. En este punto, se encontró divagando, buscando formas para aprisionar el dolor de Soo Bin, llevarlo lejos y jamás permitir acercarse a él.

Desde su perspectiva, la situación era un tormento. Su lobo estaba al borde, cada fibra de su ser se concentraba en Soo Bin, cuyo rostro se distorsionaba por el dolor, un dolor que desgarraba su corazón.

Su mirada se desviaba ocasionalmente hacia su bebé, ahora envuelto y protegido en los brazos de Mina y otros asistentes. La incertidumbre y la preocupación lo ahogaban en una mezcla de sensaciones extrañas y ajenas a él.

De repente, las puertas se abrieron. Yeon Jun sintió cómo la furia crecía dentro de él por la desobediencia a sus órdenes de no dejar pasar a nadie. Estaba a punto de gritar cuando se dio cuenta de que era su madre; majestuosa y elegante, vestida con telas de oro. Los pocos presentes ahí, se inclinaron con nerviosismo, incapaz de dejar la etiqueta incluso en tales momentos.

Belma observó brevemente la escena, y Yeon Jun pudo percibir la ansiedad en sus feromonas antes de que desapareciera casi al instante, su atención desviada por los lloriqueos a su lado, los de su nieto. Sus pasos firmes se dirigieron hacia allí.

Yeon Jun volvió su atención a Soo Bjn, su corazón latiendo con fuerza. Sintió el eco de otro llanto, diferente, llegar a sus oídos. ¿En qué momento?

—¡Niño! ¡Otro niño! —Chang Bin exclamó eufórico hacia él. Sintió que el peso del mundo se levantaba de sus hombros mientras observaba a su amigo colocar al pequeño sobre el pecho de Soo Bin—Dos milagros en un solo día, maldita y puta suerte tuya Hasmet.

Soo Bin miró a su hijo y luego levantó la vista hacia Yeon Jun. De nuevo, con esa sonrisa que le quitaba el aliento.

—Felicidades a Amir, por sus dos herederos.

Yeon Jun se inclinó, besando suavemente su frente, todavía podía sentir su piel temblar y su corazón retumbar en sus oídos. Con una exhalación titubeante dió un gesto a su madre, quien rápidamente entendió y se acercó hasta ellos.

Harika iş, Haseki. La Roja senin önünde eğiliyor [Gran trabajo, Haseki. La Roja se inclina ante ti] —Belma se inclinó a su altura, dejando un beso sobre la sien de Soo Bin. Era la primera vez en toda su vida que Yeon Jun veía a su madre llorar.

La habitación se llenó de un silencio reverente, interrumpida por sollozos bajos y lágrimas tintadas de júbilo.

Yeon Jun alzó la mano y llamó a uno de los hombres que custodiaban las puertas. El alfa, de aspecto duro y gélido, parecía también sufrir los estragos de la notica que ya recorría el lugar. Su nariz estaba roja y su labio tembló cuando se inclinó ante ellos.

—Da mi orden de traer al Imán —dijo Yeon Jun con una voz serena.

—¿Qué haces? —Soo Bin murmuró bajo, sosteniendo con fuerza los dos cuerpos pequeños aferrados a su piel. Los lloriqueos de ambos se habían detenido, pero permanecían en constante movimiento. Eran fuertes...y eran suyos.

—Vamos a casarnos, ahora mismo, aquí—declaró Yeon Jun con firmeza, haciendo que Soo Bin parpadeara sorprendido—. No puedo concebir la idea de pasar otro momento más sin llamarte mi esposo. Así que por favor, cásate conmigo.

Soo Bin abrió la boca para responder, pero las palabras parecían eludirlo. Había agotamiento, incredulidad y una felicidad que luchaba por abrirse paso a través del velo del dolor y el esfuerzo. Asintió lentamente, una sonrisa temblorosa curvándose en sus labios. Con un beso en su sien y dos corazones latiendo sobre el suyo, dió por hecho que su felicidad nunca se agotaría de ahí en adelante. No lo permitiría.

Este ya es el final de la historia, espero les haya gustado! ❤️

Si hay algún error, no duden en decirme, por favor.

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