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Hawaii


Hawái era el destino ideal para desconectarse y reconectar consigo mismo. Seokjin descendió del jet privado en dirección al automóvil que había alquilado para tener mayor independencia durante su estancia. Quería que Hyungi disfrutara de conducir, pero también deseaba hacerlo él mismo, ya que en Corea siempre debía ir acompañado de un chófer y un guardaespaldas a donde fuera.

Seokjin apreciaba la libertad que le brindaba poder manejar por las carreteras rodeadas de paisajes paradisíacos. Las palmeras se mecían suavemente al compás del viento, y el aroma salado del mar le daba una bienvenida cálida y reconfortante.

Al llegar a su hotel, un lujoso resort frente a la playa, fue recibido con collares de flores y una bebida refrescante. El personal, amable y atento, se aseguraba de que todo estuviera perfecto para su estancia. Seokjin sonrió al ver la suite que le habían preparado: amplia y luminosa, con ventanas que ofrecían una vista espectacular del océano.

Decidió que ese viaje sería para sanar y descubrir nuevas facetas de sí mismo. Cada mañana, caminaba descalzo por la arena tibia mientras el sol se alzaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas. Seokjin meditaba, respiraba profundamente y se permitía sentir cada emoción, desde el dolor hasta la esperanza de un futuro mejor.

Durante el día, exploraba la isla, visitando lugares emblemáticos como el volcán Haleakalā y las cascadas de Hana. En cada rincón encontraba una belleza única que lo inspiraba a dejar atrás el pasado y abrazar lo que estaba por venir. Las noches eran para disfrutar de la gastronomía local, con cenas a la luz de las antorchas y música en vivo que llenaba el ambiente de alegría.

A medida que pasaban los primeros días, sentía que su presencia allí no era la solución, ya que daba la impresión de que estaba huyendo del escándalo que surgió después de su casi boda. Sin embargo, él no podía seguir soportando esa situación.

Seokjin paseaba por la playa cuando notó una figura tocando la guitarra en lo alto del aca ntilado. Era una melodía que nunca había escuchado, pero que lo cautivaba; era un alfa, cuya fragancia era fresca y muy reconfortante para Seokjin.

Se acercó intentando no interrumpirlo hasta que terminara, pero al ver esos ojos oscuros que lo observaban intensamente y esa sonrisa que hacía brotar los hoyuelos en sus mejillas, que tanto cautivaron al omega, no pudo evitarlo.

— ¿Puedo ayudarte en algo? —el alfa interrumpió los pensamientos de Seokjin.

— No, gracias, disculpa. Solo estaba tratando de explorar la isla y... —Seokjin se dio cuenta en ese momento de que ese alfa hablaba su idioma, lo cual le resultaba un alivio, ya que no tenía la mejor pronunciación en inglés—. ¿Hablas mi idioma?

— Sí, soy de Corea, pero mis padres se mudaron aquí por trabajo hace muchos años y crecí en la isla, así que conozco el idioma. Soy Kim RM, por cierto.

— Oh, qué curioso. Qué descortés de mi parte, soy Kim Seokjin. Te pido disculpas, solo me quedé escuchando lo que tocabas porque me pareció realmente hermoso.

— Un placer, Seokjin. ¿Qué te trae tan lejos de Corea?

— Bueno, siempre he querido conocer este lugar que tanto me atrae. Además, necesitaba un cambio de aires después de algunos eventos recientes en mi vida.

— Entiendo, a veces la isla tiene ese efecto en las personas. Es un lugar para sanar y encontrar paz. Me alegra que hayas decidido venir aquí.

Seokjin sonrió, sintiendo una conexión inmediata con RM. Había algo en su voz y en la calma que proyectaba que lo hacía sentir más ligero, menos agobiado por las sombras de su pasado reciente.

— ¿Te gustaría que te mostrara algunos de mis lugares favoritos en la isla? —ofreció RM, guardando su guitarra en una funda—. Creo que podría ser una buena manera de conocer mejor este rincón del mundo.

— Me encantaría —respondió Seokjin, sintiendo una chispa de entusiasmo que no había sentido en mucho tiempo—. Siempre es mejor explorar con alguien que realmente conoce el lugar.

Así comenzó una nueva aventura para Seokjin. RM lo llevó a descubrir playas escondidas, senderos menos transitados y pequeños cafés donde los lugareños se reunían para compartir historias y risas. Con cada día que pasaba, Seokjin sentía que su corazón se aligeraba y que, poco a poco, estaba dejando atrás el dolor que había traído consigo.

La música de RM se convirtió en una banda sonora constante de sus días juntos, y sus conversaciones se extendían hasta bien entrada la noche, mientras las estrellas brillaban sobre ellos. Seokjin descubrió que, a veces, las mejores curas para el alma eran la naturaleza, la música y, sobre todo, la compañía de alguien que entendía el valor de las cosas simples y verdaderas.

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