Existió un momento que las estrellas creían ser dueñas de la luna, pensaban que podían tenerla toda las noches de la misma forma que la tierra la obtenía en cada ciclo lunar, pero la realidad estaba en qué... ni las estrellas le pertenecían a la luna y mucho menos la luna a las estrellas.

Era gracioso pensar, que el tal radar podía darse entre grandes cuerpos celestiales.

La luna gozaba su tiempo en órbita y las estrellas ansiaban mantenerla de forma egoísta.

Les costo entender que no se podía tener algo que sólo era momentáneo y relativo. Entonces, comprendieron a la tierra. Entendieron siempre el por qué, al principio la naturaleza lloraba sin su brillo.

Entendieron que por más que deseaban tenerla, ninguna era su dueña.

Desde fin a inicio.

Entendieron de manera sincera... la aparición de la luna en cortos o largos períodos de tiempo. Dejándola ser, la abandonaron a su merced, desdichadas y con las esperanzas por el suelo.

Entendieron que la luna sólo podía brillar solitariamente. De ahí en adelante... las estrellas dejaron de desear tener a la luna.

Y es así como, este relato con y sin sentido, les hará ver el mundo.