Porque es preciso llorar por lo que nadie llora.
Allá van la muerte y la tristeza... él una parca, ella una melancolía...
Son las cuatro treinta de la mañana, tienen media hora para completar sus trabajos y volver a ocultarse. ¿Por qué no pueden salir antes? Porque antes es la hora de los fantasmas y de las cosas cruentas; antes es la noche y los escalofríos... ¿Por qué no después? Porque es la hora del amanecer y de los humanos perezosos que se andan desperezando, peleando con sus relojes y alarmas, sabiendo que hay que trabajar, que hay que ir a la escuela, que hay que atender al marido, que hay que ir a la oficina, que hay que limpiar, aunque haga frío... Así que tienen hasta las cinco en punto y ahí tienen que volver a sus guaridas de secretos y de cosas podridas.
La casa de él no es tan fea como crees... Sí es oscura, húmeda y maloliente, con gusanitos que cantan canciones dulces con voz de violín. Pero al mal olor uno se acostumbra, y a la oscuridad también. Los gusanos y las plagas cantan lindo, y consuelan, sí, consuelan; su canto lindo consuela mucho ahí bajo la tierra. Y hay honguitos fosforescentes para dar luz, para poder leer libros con todo el tiempo libre que el pobre Muerte tiene. A veces de tan aburrido que está, sale a tomar aire por el cementerio y junta flores de su jardín, rosas que se vuelven negras con el llanto de la gente con que las riega. Luego vuelve a casa, o se pasea por algún velorio, pero se aburre, se aburre tremendamente porque como dice el Testamento "los muertos entierran a sus muertos" y el ya no tiene nada que hacer, decir u opinar, pues los dolientes se encargan del pobre fallecido que nunca va a saber quién lloró por él y quien no, y la muerte se aburre porque solo mira de lejos sin poder llorar a nadie, ni consolar a nadie, ni darle la bienvenida al sepulcro a ninguno tampoco. Porque los muertos simplemente están muertos, y son la compañía más aburrida del mundo.
La casa de ella está en las nubes ¡y es linda, tan linda! Llena de pajaritos de canto lento y tierno, llena de luz tenue de sol brillante. Eso sí... apesta que da asco, apesta a recuerdos y dolores viejos —y todos sabemos que el olor añejo de un recuerdo es tan asqueroso como, el de una mermelada podrida olvidada en el fondo del almacén hace años—; así que lo compensa llenándola de flores azul cielo de nostalgia en jarrones grandes por toda la casa, y rosas negras de esperanza enmohecida, que la muerte le regala siempre que la visita, rosas que todas las veces coloca orgullosa en un bello jarrón negro en el centro de la mesa. A la Tristeza le fascinan las flores... Alrededor de la casa, hay caléndulas azul marino de planes no completados, y hortensias de promesas perdidas, todas en macetitas grises con huequitos para drenarles la pena. Cuando sale de casa las riega un poco con agua del cielo antes de irse, y por eso es que cuando la Tristeza te visita casualmente llueve. O quizá algunas veces se le olvida regar, porque cuando uno está triste suele olvidar las cosas que tiene que hacer. Menos mal que solo tiene flores resistentes a la falta de agua, flores que saben llorar sin deshidratarse.
Caminan lento por las veredas de la ciudad en procesión fúnebre y respetuosa. Es mediados de invierno y hace bastante frío, pero no para nevar, es uno de esos inviernos que llueven mucho. Hay neblina y casi no se vería nada a no ser por las farolas de la calle, pues no hay luna cuando llueve. Mejor. Mucho mejor porque a los seres malos les gusta la luna, si no hay luna es más fácil caminar por la calle sin que ningún maleante moleste. Garúa y hace un frio que hela los huesos. Mejor. Mucho mejor también, porque a nadie le gusta congelarse en la lluvia.
Son humanos. Tremendamente humanos. Tanto que dan miedo sin saber por qué. Porque la muerte y la tristeza son cosas que todos los humanos comprenden bien.
Él es alto y flaco como toda parca debiese de ser. Pero es guapo y rubio, con los ojos pardos y amables... no da miedo, no duele verle, es horrendamente acogedor y dan ganas de abrazarle; por eso no hay que mirarlo mucho, porque enamora y dan ganas de abrazarle sin entender el por qué. Tiene la piel bronceada porque la muerte también puede ser parte del día. Tiene las manos estilizadas y firmes porque así toma tu mano y no te deja ir. Tiene los pasos largos y firmes como los de un perro callejero, que surca el terreno desconocido como si estuviese en casa. Guarda que la Muerte enamora. Y que a veces la Tristeza se enamora de la Muerte cuando él le trae flores...
Ella es pequeña y abrazable, dulce y chiquita como una lágrima de amor roto. Tiene pasos cortitos y cuidados, como los de un gato mimoso que se queda fuera de casa y se pasea por los tejados, Así de vacilante y de segura a la vez, de doméstica y de salvaje, así de razonable y de sinrazón, Tristeza tiene los pies chiquitos como un gato, y los pasos cortos para que siempre llegue después de los Problemas, después de la Muerte y después del Dolor.
Tiene los ojos negros y aterradores por pasar tantas temporadas mirando el techo de su casa llorando. Tiene la piel blanca porque la Tristeza suele andorrear más de noche que de día. Y así anda, con sus rizos negros, con sus ojos dulces y oscuros, con sus piececitos chicos, con sus manitas tibias que abrazan y que hacen llorar hasta a la Muerte a veces; tan amiga de la luna, tan olvidadiza y andariega, tan perfumada de flores.
Suelen tener sus épocas doradas, sus años de gloria, cuando hay guerra y cosas escondidas en el país, cuando hay holocaustos, matanzas cruentas y tantas existencias cadavéricas que enterrar sin un nombre; pero muchas otras veces se encargan de cosas chiquitas y dejan que los humanos se encarguen ellos mismos de sus muertos.
Hoy tienen que dar digna sepultura a un gato. Hace frío, y nadie anda por la calle a estas horas todavía... Siempre junta la muerte a los animalitos de la calle que no reciben su entierro como corresponde y la invita a ella a acompañarlo como excusa para pasar el rato andando con ella en plena madrugada. Él con sus pasos de perro callejero, ella con sus pasitos de gato casero.
Voltea a verla sabiendo que ella no lo mira, que está concentrada en el gato muerto que lleva en brazos; para que no se le caiga, para cerciorarse de que está bien muerto. Ayer fue un gorrioncillo bebé. Y la Tristeza lo acarreó en sus manos por media ciudad, llorando como una maniática hasta que encontraron un buen lugar donde dejarlo descansar en paz. Hace un mes era un gatito enfermo y maltratado, lo enterraron bajo un bello árbol en la plaza central y Tristeza volvió a llorarlo y plañirlo como siempre hace con todos; Muerte recuerda muy bien aquella ocasión porque el gatito torturado le dio tanta pena a la Tristeza que hasta le cantó una canción de cuna sobre angelitos y avecillas que caen a tierra.
La chica acarrea el gato y va llorando por la mitad de la calle como estúpida. Pero es preciso —piensa Muerte—, es preciso que alguien lo haga. Le gusta que ella llore. Le gusta que haya alguien que llore a alguien, porque eso significa que hubo un poco de cariño en la existencia de la pobre criatura que ya no es. Y su amiga sufre por el bicho ese que nunca conoció, y hay veces que reniega de ir con él; pero es preciso dice él, es preciso que alguien lo haga...
Siguen andando, van cada vez más al medio de la calle, porque son una procesión de dos; se salen de las avenidas, y Muerte recuerda otra ocasión. Siempre se pone melancólico cuando ella anda cerca. Aquel perro que encontraron putrefacto en el monte, que tuvieron que tapar con ramas muertas y una lona porque ya no se le podía enterrar que hedía a estiércol y carne descompuesta... esa vez el muerto se les pasó de muerto. O esa vez que enterraron un gato bebé sin que estuviese muerto y que ella lo sacó desesperada de la tierra antes de que el hades se lo trague y lo abrazó por tres días hasta que el animal dejó de luchar por existir... esa vez el muerto se les fue de vivo. A veces les pasa, ¿Qué te digo? A veces pasa... es difícil encontrar los cadáveres ignominiosos, más los de crímenes, o de descuidos en la ruta, o de andariegos errantes y solos, o de animales salvajes en su hábitat natural... es difícil saber quién está bien muerto.
Hace frío y el aire quema los pulmones a cada respiro, pero es preciso piensa Muerte, es preciso. Llegan a un terreno baldío lleno de heno y maleza y deciden que es un lugar adecuado—. Hace mucho frío—. Dice ella—. Sí, pero es preciso—. Dice él.
Allí entierran el gato que todavía no acabó de enfriarse pero que ya está bien muerto. Tristeza lo acompañó en sus espasmos y en sus últimos segundos porque: —Nadie quiere morirse sólo—. Dijo.
Los perros ladran, y algunas alarmas suenan, aunque hoy sea feriado. Algunos se van a levantar, y este gato les tomó más tiempo de lo usual. Se apuran. Ella derrama unas cuantas lagrimitas por el pobre difunto, y él hasta siente un poco de pena también.
Luego se van. Andando ambos por la calle.
La Tristeza en su largo vestido gris y su capa de penas lo mira de reojo, sabe que la Muerte algunas veces la enamora con sus libros y poemas taciturnos. La Muerte en su sudadera negra sabe que está enamorado de la Tristeza porque le encanta que sea tan frágil y que llore por las cosas que nadie llora, por los animales callejeros, por los vagabundos sin familia, por los animales en peligro de extinción, por las historias tristes y por las causas perdidas. Pero es preciso llorarlas. Y ella entiende que es preciso. Por eso la admira. Porque ella sabe que es preciso que se sienta uno triste por cosas sin sentido de vez en cuando...
Y allá van...
Se va a hacer de día y es peligroso dice él. La va a acompañar hasta su casa de nubes. Tal vez ella le ofrezca un mate. Tal vez el corte para ella algunas rosas del cementerio. Tal vez coqueteen un poco...
Y va amaneciendo, y la gente despierta, y se acaba una madrugada más...
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