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Porque a veces se rompe el corazón.

El amor es albino.

Oh sí. ¿Acaso no lo sabías? Deja que paso a explicarte.

La primera vez que vi a los ojos del amor, yo tenía unos maravillosos y magníficos doce años —de lo mucho que quiera o no desquitarme, no hablaremos hoy—, lo importante es que yo he visto al amor directamente a los ojos, y por eso sé bien de lo que hablo cuando doy semejante anuncio: El amor es albino como la leche.

Cuando lo vi directo a los ojos lo supe y sospeché que conocerlo sería por lo menos interesante e instructivo. Tiene unos enormes y preciosos ojos rojos tintados de rosa y chocolates. ¿Y pues qué otro color de ojos, esperaban? Los albinos suelen tener ojos o bien azules como el mar, o bien rojos como un beso; y así son los ojos del amor, rojos como la sangre ardiente que recorre las venas de los enamorados, rojos como las rosas que regalan los chicos, rojos como los corazoncitos que dibujan las niñas.

Así que me dije a mi misma, has visto al amor a los ojos, pero sólo los ojos ¿Cómo será en realidad verle la cara al amor? Y ahí es pues cuando el amor te atrapa persiguiéndolo por pura curiosidad. Así fue como descubrí que tiene el amor el cabello blanco como un albino muy albino, blanco como un recorte de nube. El día que me atreví a preguntarle al amor —¿Por qué eres tan blanco? —Me contestó: —Porque soy puro. Porque el amor siempre es limpio y reluciente y brillante—. Y yo le creí, porque el amor no puede jugar sucio, si acaso un amor que conoces juega sucio, simplemente no es él, sólo es un imitador del amor que estabas buscando.

Persiguiendo al amor fui descubriendo de él millones de cosas que no sabía, y sinceramente, algunas cosas que hubiese preferido no saber... Y aun así no puedo decir que me arrepienta de conocerlo, porque el Amor es maravilloso.

Descubrí que el amor es ciego —no literalmente, claro, aunque siendo albino comprendo que sea un poquito miope— porque tiene una enamorada muy enamorada pero no lo nota ni, aunque le des un zape en su inmensa y blanca cabezota. Descubrí que el amor es sincero. Aprendí que el amor a veces se equivoca, y que no debería ser orgulloso, pero le cuesta volver a ser perfecto cuando se daña. Porque el amor es perfecto, de eso no hay duda, pero como el mundo es imperfecto a veces lo lastiman, y le cuesta tanto regenerarse; porque aun siendo el más fuerte el amor siempre se toma su tiempo para todo, inclusive para sanar. Por eso es que el amor a veces llega tarde a todos lados.

Descubrí que el Amor tiene los mismos gustos musicales que la Tristeza. Y miran las mismas películas para llorar, y leen los mismos libros. De hecho, son tan compatibles que aman cuando no deben amar y lloran sin razones demasiado graves para llorar. Son tan compatibles que ya sabrán quién se suele poner celoso...

Por si no lo recuerdan, la Muerte está enamorado de la Tristeza, así que ver al Amor andar por ahí, andorreando con ella, juntándose a hacer cosas y llorar, no le gusta nada. La Muerte y el Amor no se llevan nada bien. Suelen interferir siempre en los asuntos del otro, además el Amor cometió el terrible error de juntar las flores del cementerio y sacarles los pétalos para jugar al me quiere y no me quiere, y no está bien eso de andar arrancando las flores de los jardines ajenos... sobre todo, porque para la muerte las flores son un asunto muy serio, y según él no se deben profanar de su lugar, salvo para regalárselas a la Tristeza.

Pero no es la Tristeza la que esta enamorada del Amor. Tristeza sabe que sólo tiene ojos para, ya ustedes saben quién... Y ya que somos cómplices en este asunto, chismeemos otro poquitillo... Yo sé bien quien esta enamorada del amor; y sé que ustedes también lo saben.

Ilusión se sienta junto a él, tan cerca que puede sentir el calor de su cuerpo en esta fría tarde de invierno. Amor no mira a nadie, a nadie le habla, de nada se ríe. Lleva varios días así, y de hecho que sus amigos ya están comenzando a preocuparse... El Amor no duerme, no come, ni siquiera quiere cantar ya canciones de amor. El Amor ya no brilla, no irradia luz, no destaca entre las multitudes. El Amor simplemente duele.

Ella no dice nada, porque a veces es mejor no decir nada en lugar de hablar. Y él, aunque sabe que está a su lado, tampoco voltea a mirarla. Hay quien dice que la indiferencia mata a la ilusión; pero quien lo piense está verdaderamente equivocado. Insistente como un pique, la chica se queda ahí; viva, anhelante, esperanzada como ella sola, con sus ojos verde agua mirándolo de cerca. Más cerca que ninguna otra vez.

Tristeza y Muerte llegan a la guarida. Porque, aunque no suelen juntarse demasiado, Ilusión insistió en hacerlos reunirse para la emergencia: Amor llevaba ya seis días haciendo mal su trabajo, y —como dije antes— comiendo mal, durmiendo mal, y llorando a mares cuando creía que nadie lo miraba.

Ni bien puso uno de sus piececitos dentro del umbral, Tristeza sintió que algo la arrobaba, y un aura albiceleste comenzó brillar, emanando de ella. Eso jamás sucedía. Ilusión era la única que irradiaba energía cuando estaba a su alrededor. Y ahora estaba tan pálida como el polvo de tiza de la pizarra que habían abandonado en un rincón.

El diagnóstico era claro, Amor sufría de amor. Y él mismo se lo había buscado. Ahora estaba deshecho como un algodón de azúcar tirado bajo la lluvia ¿acaso hay algo más triste que eso?

Ilusión, débil a su lado, pero en secreto quizás un poco emocionada, comenzó a preguntarse si algún día él volvería a ser el de antes, y si volvería a reírse como se reía, y si volvería a escucharlo cantar. Ahora que estaban apagados los dos, sentía que Tristeza era la única que llenaba ese cuarto, pero no podía evitar imaginar que fuese ella quien se robara otra de sus viejas sonrisas.

La Muerte, espantado por ver a Tristeza brillar de esa manera, decidió que era obvio que él no tenía nada que hacer o decir en ese lugar; comenzó a escaparse de a poquito, porque los temas del corazón no son asunto de la Muerte, que es bastante descorazonada.

Tristeza frunció el ceño, pero la Muerte con sus vivaces ojos pardos le hizo saber que no pensaba quedarse ahí un segundo más. Y con una sonrisa atorrante, se fue a matar el tiempo a otra parte.

Quedaron solos los tres en la sala, y La Tristeza se sentó al otro lado del amor. La Ilusión se apagaba cada vez más, en su pequeño rincón de oscuridad, y la Tristeza comenzó a refulgir tan fuerte, que encandilaba la vista como un faro de caza —si nunca has visto cómo brilla un faro de caza, déjame decirte que los venados cuentan que es verdaderamente cegador—.

Al verla brillar, Amor se asustó un poquito; y entonces reaccionó a lo que eso significaba. Sus ilusiones se apagaban, sólo tenía dolor en el corazón; y es que el Amor no es como las otras realidades, el Amor es mil sensaciones complejas y distintas, tan humano como divino, y su equilibrio emocional le es complicado a él mismo. La Tristeza clavó en él su mirada negra, como un latigazo de la verdad que más duele. Y al chico se le llenaron los ojos rojos de lágrimas, echándose a llorar por fin, encima de ella.

Se dejó abrazar por la Tristeza, embriagándose de recuerdos que ahora sólo apestaban a miseria y vergüenza. E Ilusión lloraba a sus espaldas, entendiendo tan bien como él, lo difícil que es un corazón roto.

En la cocina, Muerte se comía un sánguche de Milanesa de pura rabia, mientras "leía" en una jarra de agua las noticias internas del mundo. Cuántos muertos, cuántos llorones, cuántos ilusos andorreaban por ahí. Entonces se dio cuenta de que el índice de corazones rotos iba subiendo y subiendo sin que nadie pudiese detenerlo. Tristeza se hacía más y más fuerte, pero eso estaba matando también las ilusiones. Yo sé bien que el mundo es bastante desamorado, ¿pero se imaginan el desastre que sería si nadie, en absoluto nadie, amase nunca más? Amor no sólo no estaba haciendo bien su trabajo, lo estaba despedazando.

La muerte escupió un poco de lo que comía, y casi se atragantó con el bocado en su garganta. El sanguchito de milanesa cayó en el piso. Una luz negra y violácea comenzó a relumbrar en sus manos; la muerte también brillaba. En otros tiempos le hubiese parecido una gran noticia, pero hoy todo era demasiado triste. ¿Y por qué brillaba? Porque alguien, cerca muy cerca, se estaba muriendo de amor.

—¡Ey! —salió gritando de la cocina. Muy enojado. —¿Qué se supone que estás pensando? ¿Qué idea te pasa por la cabeza?

El Amor levantó la mirada, avergonzado, y las chicas se escandalizaron al ver a la Muerte. —Se esta muriendo— musitó la Tristeza, mirando al Amor.

Pero la muerte tenía puestos los ojos en la Ilusión, que tiritaba de frío —No se está muriendo. ¡La está matando! ¡Deja de lloriquear por cosas que ya no importarán nunca más! ¿De verdad vas a acabar con el mundo porque crees que tu mundo se acaba? ¿Qué tipo de egoísta eres? —bramó sin darse cuenta, de que estaba haciendo una alusión a la raíz de los problemas. Los tres se quedaron viéndolo. Entre confundidos, molestos y asustados. Para la muerte, matar los sentimientos no era ningún problema. De hecho, si el amor quería morir, conocía otras maneras más eficaces y rápidas de lograrlo.

Por el aturdimiento, La Tristeza dejó de brillar, y El Amor dejó de llorar. Entonces ambos vieron que esa fría tarde de otoño, las ilusiones se morían.

—No seas tonto y abrázala, ¿o tengo que hacerlo yo? —Volvió a reprocharle la muerte. El Amor desesperó. Y se lanzó a abrazar a la Ilusión. Solo por ese simple abrazo, la chica fulguró en amarillos y dorados, con un notable sonrojo en las mejillas que hizo que hasta la Tristeza sonriera. Se quedó abrazada a él hasta la madrugada; se quedaron dormidos los dos. El Amor ya no lloraba y, si bien no brillaba aún como era su estado habitual, al menos se había tranquilizado. La que sí seguía brillando era ella; horas y horas; tan feliz y desvergonzada como solo ella podía serlo por la oportunidad de abrazar el amor de su vida.

Yo que les cuento este chisme, lo vi todo desde la ventana. La Tristeza y la Muerte se fueron a preparar unos mates, como es su afición habitual. Porque a veces cuando se rompe el corazón no es buena idea gritarle a nadie, pero a veces tampoco es provechoso no decir nada. Porque, al fin y al cabo, un abrazo, un amigo y un termo de mate arreglan las más frías y malvadas penas.

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