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III

Llegas a casa, tras pasarte veinte minutos en el autobús para ir a buscar al peque a la guardería. Guardería por la que estabas tan ilusionada: es gratis, tiene unas buenas instalaciones y tanto la directora como las profesoras aman su trabajo y a los niños. Te enamoraste inmediatamente cuando la viste, y tanto tú como tu pareja decidistéis que no había mejor lugar para que tu niño pase cuatro horas al día en compañía de otros bebés. Así tú tendrías tiempo para dedicarlo a tu nuevo trabajo, a ti misma y a las demás cosas que no puedes hacer por tener que estar pendiente de tu bebé.

Pero llegas a casa y a los demás no les gusta. Te gritan, te insultan, te dicen que lo estás haciendo todo mal, que cómo se te ocurre mandar al niño a una guardería tan lejos, que es una locura porque tienes que levantarlo muy temprano, demasiado para un niño tan pequeñito.

Tú parpadeas, confundida, recordándoles que a tu hijo mayor lo despertabas incluso más temprano para dejarlo en la guardería cuando le tocó, pero ellas niegan, justificando que de aquella no había más remedio, pero que de esta vez TÚ deberías sacrificarte, una vez más, que por qué no lo llevas más tarde.

Intentas hacerles entender que es necesario, porque sino no te queda tiempo para hacer lo que tienes que hacer: trabajar, ayudar en casa, ir a los recados...

Pero no te escuchan, te siguen atacando, juzgando, hablando mal de ti incluso a tus espaldas, cuando piensan que no estás escuchando. Te creen tonta, despistada, estúpida, inconsciente de la realidad.

Pero no es cierto, es solo que prefieres que lo piensen, porque enfrentarte es más difícil, discutir es cansino, y sabes que no conseguirás nada ni aunque grites, llores y patalees, porque para los demás tú siempre serás esa pobrecita que no sabe ni entiende nada, que es una inmadura que no quiso crecer.

Por eso te esfuerzas, intentas sacar fuerzas cada día para levantarte y poder trabajar, porque en cuanto consigas ingresos, todo se arreglará.

Porque parece que para el resto del mundo todo es cuestión de dinero, lo que importa es el dinero, lo único necesario es el dinero, nada más que el dinero es importante.

Da igual que te partas la espalda cuidando a tus hijos, da igual que seas tú la única que estás en casa, ayudando y cuidando, mientras los demás se van por ahí a hacer su vida.

Pero tú no tienes derecho a hacer tu vida, no tienes derecho a divertirte, no tienes derecho a tener tiempo para ti ni para tus cosas, no tienes derecho a dar tu opinión, no tienes derecho a ser escuchada, no tienes derecho a que te mimen y te cuiden, no tienes derecho a disfrutar de tus aficiones.

No tienes derecho a nada.

Porque eres madre, una madre joven, que tuvo dos hijos aun cuando, en teoría, no debería haberlos tenido.

Porque la sociedad no permite tamaños errores. Y si cometes uno, estás fuera.

Y ya nunca podrás ser mirada como una persona normal que comete faltas y tiene derecho a arreglarlas. Sino como una pobre estúpida que solo vale para que la vapuleen, la insulten y hablen mal de ella a sus espaldas.

Pero tienes que seguir luchando, aun cuando quieres rendirte.

Porque tienes que salir adelante, aun cuando deseas acurrucarte en un rincón y desaparecer.

Porque de no hacerlo tus niños sufrirán. Eres la única valedora que tienen, y por ellos, solo por ellos, seguirás esforzándote y peleando contra un mundo que no te quiere, que te ve como un maldito error de cálculo.

Pero precisamente por eso continúas en pie: para demostrarles a tus hijos que ser diferente, pensar diferente y sentir diferente no es malo ni imposible.

Difícil, pero no imposible.

Es el único motivo que te queda para no desfallecer.


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