Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

II

Te apuntas a una oferta de trabajo, ilusionada. Esperas, con el corazón latiendo a mil por hora dentro de tu pecho y el teléfono pegado a la mano. Cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo.

Te llaman y te ilusionas todavía más. Contestas, con todas las ganas del mundo de que te salga bien y te confirmen para ir a una entrevista.

Lo deseas, lo quieres, lo necesitas. Necesitas que algo positivo ocurra en tu vida, algo grande, porque las cosas pequeñas, aunque buenas, no son suficientes para los demás porque no entran dentro de sus expectativas.

Esperan cosas de ti. Exigen, amenazan, critican, juzgan y miran. Observan y toman nota, quedándose siempre con lo malo, nunca con lo bueno.

No importa que seas buena persona. No importa que seas creativa e imaginativa. No importa que intentens ver la vida con optimismo ni que te contengas de armar broncas. Eso, si cabe, los irrita más, porque según ellos no te estás tomando las cosas en serio.

¿Qué sabrán de lo que tú piensas, sientas o necesites realmente? Pero no lo saben. Ni tampoco les importa. Solo les importan tus errores, tus fracasos y tus tropiezos.

Así que suplicas silenciosamente que esto te salga bien. Y, aparentemente, Dios, el  universo o el karma te escuchan, porque te citan para una entrevista telefónica. Así que esperas, impaciente, con el corazón en un puño. Y llaman. Y tú coges. Preguntas, despejas tus dudas. No hay un sueldo fijo, pero las condiciones no están mal. Te dicen que puedes adaptar el horario a tus necesidades, y eso es lo que tú necesitas, lo que más te preocupaba.

Así que firmas, ya, sin pensarlo más. Tienes tiempo después para dar marcha atrás, así que no te preocupa excesivamente si al final no te va bien.

Y entonces llega el momento de contarlo. Entras en casa, en esa casa que cada dos por tres te recuerdan que no es tuya, que tú no estás pagando nada porque tampoco puedes hacerlo, que tan solo vives ahí por la caridad cristiana de terceros. Vas ilusionada, pensando que se alegrarán, que si te sale bien, se podrían solucionar todos tus problemas.

Pero, una vez más, la vida te abofetea. Ponen el grito en el cielo, se disgustan, te preguntan que qué vas a hacer con el niño, como si les molestara tener que quedárselo mientras tú vas a trabajar. Será solo hasta que consiga cobrar algo, dices, porque estás segura de que te puede ir bien, vas a esforzarte y a currártelo para que así sea.

Pero no les importa, les da igual. Empiezan a poner pegas, trabas por todas partes. Sacan viejos hechos del pasado que ya no pueden ser cambiados, te echan en cara las cosas que hiciste o dejaste de hacer.

Y tú te quedas ahí, quieta y callada, mientras tu pequeño gatea a tu alrededor, absorto en sus juguetes, y tú solo puedes dar gracias porque aún sea lo suficientemente pequeño como para que no vea que a su madre la desprecian, la avasallan. Como si no tuvieras ya suficiente con todo lo que tiene encima.

Se enfadan porque no dices nada, no les contestas. ¿Para qué? piensas. No tiene sentido discutir, no por el pasado, no por cosas que ya no se pueden cambiar.

Además, no todo ha sido culpa tuya, no enteramente. Porque te intentaron forzar, intentaron aplastarte, convertirte en alguien que no eres. Intentaron cambiarte y arrancar de cuajo de ti todo aquello que amas y que te da la poca felicidad que obtienes en tu día a día.

Suspiras mientras te metes en cama, con la reciente discusión aún dando vueltas en tu mente.

Toda la ilusión perdida. Todas las ganas se han ido, abandonando tu cuerpo que, como les gusta recordarte siempre, está lleno de imperfecciones.

Cierras los ojos y piensas que te va a ir bien, que no importa lo que ellos digan, lo que piensen, lo que opinen al respecto. Porque al fin y al cabo es tu decisión, y solo a ti te corresponde tomarla.

Pero el entusiasmo ya se ha apagado. Y temes que, sin esa pequeña dosis de positivismo, por mucho que te esfuerces, no te salgan bien las cosas.

Porque si no das el cien por cien, las cosas no salen. Y ellos ya te han robado un cincuenta por ciento con tan solo sus palabras.

Solo son eso, palabras. Lo sabes. Y las palabras se las suele llevar el viento.

Pero aun así duele, lastima, lacera.

Y antes de que el sueño te venza te preguntas, por enésima vez: ¿qué tengo que hacer para que me dejen vivir mi vida?

Y la respuesta parece muy simple: cambiar, dejarte morir en vida, olvidarte de todo aquello en lo que crees.

Pero no quieres hacerlo. Porque eso signficaría perderte a ti misma.

Y tus hijos no se merecen una madre que no sepa apreciarse a sí misma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro