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IV

Eran más de las cuatro de la mañana y Tae tenía algo de insomnio.

Después de una relajante ducha que compartieron, Jimin lo llevó a la cama entre pequeños besos que recordaron al castaño lo mucho que amaba a ese chico.

Él apenas tardó unos minutos en caer dormido, pero Tae comenzó a darle vueltas al tema de las pastillas. Si se las proporcionaban, ¿eso quería decir que habían detectado algo inusual en Jeon? Pero, aún si ese era el caso, ¿por qué le suministraban píldoras que habían sido descartadas por profesionales en los años 90?

Había algo que no cuadraba y Tae era lo suficientemente perspicaz como para saberlo.

Incapaz de cerrar los ojos, apartó el brazo con el que Jimin lo abrazaba, agradeciendo que fuera como un lirón a la hora de dormir.

Apenas demoró dos minutos en cambiarse de ropa. Le dejó una nota a Jimin por si despertaba de su pesado sueño y cogió las llaves junto a su abrigo.

A esas horas, no había nada de tráfico en las carreteras, así que llegó al psiquiátrico en menos de diez minutos y, nada más aparcar en la calle vacía, la tonta idea de una película de terror como las que le ponía Jimin a sus sobrinos para asustarlos, pasó por su mente. Tae sacudió la cabeza, sonriendo por la ocurrencia y el recuerdo de lo mucho que le encantaba a Jiminie cuidar de esos niños.

Entrar al recibidor nunca se le habría antojado tan aterrador de no ser por la poca iluminación que había a esas horas. La recepcionista tampoco estaba tras su escritorio, dejando el hall totalmente desierto a los ojos de un Taehyung que no hacía más que comparar lo que veía a esas horas de la madrugada con una de esas escenas de miedo que tanto le gustaban a Jimin.

El despacho de Jin estaba cerrado a cal y canto, lo que acrecentó su inseguridad. No se atrevió a llamar el ascensor por temor a quedar encerrada y que nadie pudiera ayudarle, así que llegó a la segunda planta escaso de aliento.

Ese pasillo, al igual que el resto de los que había recorrido, estaba vacío, sin un alma. El hecho de que el agente asignado frente a la puerta acorazada tampoco se encontrara en su puesto, hizo que Tae se sumiera en un pequeño estado de pánico. Aquel oficial debía estar custodiando a Jungkook todo lo que durase el turno de noche, pero no había ni rastro de él.

Una vez abierta la primera puerta de acero, se adentró en la sala que conectaba el exterior con la habitación de su paciente y encendió las luces. Todo estaba en su sitio; el escáner, el reloj junto a la mesa y la bandeja olvidada de la cena sobre ella.

Tae respiró tranquilo, sin embargo, sus ojos viajaron por sí solos hasta la rendija de oscuridad que se colaba desde el cuarto. La puerta estaba prácticamente cerrada, a excepción de una endeble ranura.

No se paró a atar el reloj a su muñeca, ni siquiera a llamar a la policía como el protocolo advertía. El doctor Kim reaccionó rápido, demasiado para su parálisis momentánea.

La habitación estaba sumida en la oscuridad, pero él consiguió desbloquear el código de seguridad entre leves espasmos. Los tubos fluorescentes parpadearon desde el techo, fallando las primeras veces, aunque bastando para que Tae entrara en pánico.

La figura de Jungkook yacía en su lugar de siempre, pero la palidez de su piel no significaba nada bueno.

El castaño se agachó frente al pelinegro mientras las luces continuaban destellando, y se las arregló para alcanzar su rostro. El sudor bañaba el cuerpo de Jeon y Tae lo notó en cuanto puso las manos sobre él. Jungkook ardía tanto como si acabase de salir del mismísimo infierno y el fuego hubiera quemado hasta el último centímetro de su cuerpo.

—¿Jungkook? —colocó su temblorosa mano bajo la nariz de este, asustado por descubrir que no respiraba.

Un pesado suspiro se abrió paso entre los secos labios de Jeon y chocó contra los dedos del joven, que dejó salir la respiración contenida en señal de alivio.

—Jeon, ¿me oyes? —los ojos de Jungkook se abrieron una pizca, pero Tae vio el brillo de estos entre destello y destello. Puso ambas manos en sus hombros, zarandeándolo con cuidado—. Jungkook-ah, ¿qué te pasa? Estás ... Estás ardiendo.

Alejó las manos de él, pensando todo lo veloz que la situación crítica le permitía. Si salía en busca de alguien, podía tardar siglos en encontrar una forma de vida y no podía perder ni un segundo si Jungkook respiraba con dificultad y su piel quemaba de aquella manera.

Él balbuceó algo que Tae no logró escuchar con claridad, pero ese intento de comunicarse con su doctor le costó caro, pues una súbita tos lo sobresaltó.

—No, no, no ...

La histeria se adueñó de Taehyung por unos segundos, pero en aquel momento de crisis, obligó a Jungkook a tumbarse de lado contra el suelo. La sangre empezó a embadurnar las baldosas blancas del cuarto y Tae supo lo que pasaba.

Alcanzó el móvil de su bolsillo, llenando la pantalla con el líquido que Jeon no dejaba de expulsar y llamó a una ambulancia.

—¿¡Diez minutos!? —vociferó, rompiendo la tela de la camiseta de Jungkook para que su agobio disminuyera—. ¡Mi paciente está sufriendo un ataque, ¿entiende?!

—Señor, no podemos hacer ...

Tae pulsó el botón rojo, colgando y centrándose en bajar la temperatura de Jungkook. Este no dejaba de toser y escupir sangre espesa.

Sus ojos ya estaban abiertos y observaban a Tae con un terror inhumano.

Jungkook sabía que moriría.

Tae no era quién para salvarlo.

No tenía los medios ni el conocimiento exacto de cómo ...

Tragó saliva, poniendo las manos en el pecho descubierto de su paciente y rezando en silencio por no estar equivocándose.

—Jungkook ... ¿Puedes respirar más calmado?

Él apenas pudo negar a causa de la fuerte tos.

—Está bien —Tae se relamió las comisuras, trazando el plan que llevaría a cabo—. Mírame —pero Jeon empezaba a perder el conocimiento; estaba sufriendo una parada cardíaca—. No, Jungkookie —Tae y su manía de poner diminutivos a la gente—. No cierres los ojos. No los cierres y mírame, por favor.

Jungkook apenas podía creer que su mísera existencia fuera a acabar por algo así, pero al menos, moriría en manos de la única persona que lo quería vivo.

Tae tuvo algunos problemas a la hora de buscar en la agenda el número indicado, pero puso el manos libres y tiró el móvil al suelo.

—Ahora, intenta concentrarte en este punto, ¿vale? —masajeó el lugar entre sus pulmones y Jungkook asintió. Sus toses fueron aminorando, sin embargo, eso solo podía significar que las fuerzas se le estaban yendo—. Respira hondo, todo lo profundo que puedas y cálmate —Tae apartó el flequillo de Jungkook, sintiendo su ansiedad con aquel sencillo roce, y se dijo que debía salvarlo a cualquier precio—. No vas a morir, Jungkook —ambos sabían que esas eran palabras vanas. Palabras que no implicaban nada real, pero él quiso confiar en que aquel chico podría impedir el destino fatal al que todo lo conducía—. Voy a conocer al monstruo, ¿recuerdas?

Jungkook quiso llorar entonces, pero una voz extraña le impidió hacerlo.

Tae, ¿dónde te has ...?

—Jimin, estoy en el psiquiátrico y Jungkook tiene los síntomas de un tromboembolismo pulmonar. Apenas puede respirar y ... —corrió a explicar un Taehyung a punto de colapsar—. Tiene mucha fiebre.

—¿Hemoptisis? —el tintineo de su cinturón dejó claro a Tae que empezaba a vestirse para reunirse con él.

—Sí. No deja de sangrar —se apartó unos mechones de los ojos y trató de mantener la calma—. Creo que lo ha provocado una sobredosis de ...

Haloperidol —terminó él los pensamientos del chico—. Joder, Tae. Eso no es bueno.

Él siguió frotando el lugar en el que sabía que debía enfocarse, esperando la confirmación de Jimin.

—La ambulancia tardará en llegar y ... Yo no sé cómo hacer para que Jungkook mejore ...

Sí que sabes, cariño —Tae cerró los ojos, conteniendo las lágrimas aunque estas amenazaban con caer sobre el pecho descubierto de Jungkook—. ¿Recuerdas las prácticas que hicimos en el hospital? ¿Lo que nos enseñó el médico de planta?

—Mierda, Jimin —sollozó, desbordado por el poco control que tenía—. Yo me especialicé en problemas mentales, no en paradas cardiorespiratorias como tú.

Eso no importa, mi vida —la puerta de casa se oyó a través del aparato—. Voy para allá, pero debes hacerlo ya o el chico no lo contará. Por lo que me has dicho, parece un síndrome neurolíptico maligno. ¿Y su ritmo cardíaco? ¿Ha bajado?

Tae acercó sus gelatinosos dedos al lugar dónde su corazón seguía palpitando a duras penas y echó un vistazo al rostro de Jeon. Él estaba mareado, aguantando como podía y cumpliendo lo que Tae le había pedido. Lo estaba haciendo bien, pero eso no bastaba.

—Muy lento. Es ... Muy lento.

Vale —el motor rugió con fuerza—. Busca un catéter, Tae.

—Es una habitación especial, Jimin. No hay ...

Búscalo en el cuarto más cercano, pero hazlo rápido, mi amor.

Ni siquiera él supo cómo reunió el impulso necesario para levantarse y correr hasta la puerta que quedaba al frente. Revolvió todos los cajones, pinchándose por el camino con más de una aguja, hasta que el instrumento que requería brilló ante sus encharcados ojos.

Volvió a la habitación, descubriendo que Jungkook apenas respiraba ya.

—Lo tengo, Minie —dijo, acomodando la cabeza de Jungkook sobre sus rodillas, y acariciando su mejilla.

—Bien, ¿conoces el punto?

—Sí —asintió, deslizando la mano hasta el lugar.

Entonces, hazlo.

Podía salvarlo.

Podía matarlo.

Podía no hacer nada y dejar que la Parca llegara y se lo llevara al infierno.

Podía hacer justicia y dejarlo morir.

Él había matado a su propio padre. ¿Qué inconveniente había en ver cómo su miserable vida huía, dándole el fin que merecía por asesino?

Simple.

Tae siempre quiso salvar vidas.

Salvar mentes de la oscuridad y la inestabilidad a la que todos los seres humanos estamos expuestos. Él siempre soñó con curar problemas que parecían incurables.

Sin embargo, Tae veía en Jungkook algo más que un alma perdida, asesina y depredadora. Jungkook no era una persona sin sentimientos. No era alguien que pudiera matar a sangre fría y, de alguna forma, Tae siempre supo aquello. El color de sus pupilas lo delataba. Mostraba a alguien que temía a la muerte, que a pesar de todo, deseaba haber tomado un camino distinto.

La mano de Jeon se aferró a la de Tae. Aferrándose a una vida que no le pertenecía, pero que quería conservar hasta el final.

Aunque no fuera capaz de admitirlo y cada fibra de su ser estuviera compuesta de un terror patológico, Jungkook deseaba ser salvado.

—¿Tae? ¿Tae qué ha pasado?

Él se inclinó para besar su frente perlada de sudor y prometerse que lo ayudaría a salir de esas arenas movedizas que solo lo engullían en la penumbra de un caos irremediablemente desastroso.

—No te rindas, Jungkookie.

Presionó con su dedo índice entre los pulmones del chico, que había caído inconsciente pero continuaba agarrando la mano ensangrentada de su última esperanza.

Tae tenía miedo.

Pero, Tae quería conocer al asesino, al chico detrás de la máscara, y eso le dio el valor para hundir el catéter en el pecho de su misterioso paciente.

—¡Tae!

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