
II
—Buenos días.
—Buenos días, doctor Kim —respondió el agente, educado.
Abrió la puerta para el joven y él le obsequió con su mejor sonrisa a pesar de tener la cabeza en otra parte. La conversación que mantuvo con Jin el día anterior mientras comían no dejaba de atormentarlo de todas la formas posibles, y la sensación de vértigo en su estómago no hacía más que aumentar.
—Intentó estrangular a su antiguo médico —le informó en tono serio—. Por eso lleva las esposas.
Y allí se encontraba él, intentando que sus dedos no temblaran demasiado mientras se ataba el reloj a la muñeca. ¿De verdad estaba haciendo lo correcto? Jin le había advertido, y él conocía más de cerca todos los problemas que Jungkook había causado en el centro.
Las llaves en el bolsillo interno de su bata pesaban mucho más de lo que creyó que lo harían. Necesitó más de cinco minutos antes de desbloquear el sistema de seguridad que le impedía visitar a su paciente por culpa del profundo temblor de sus piernas, y cuando logró poner un pie dentro de la habitación, la garganta se le secó.
Todo estaba igual a como lo vio horas atrás. Las sábanas se hallaban impecables sobre el colchón, evidenciando que nadie había puesto un dedo sobre ellas.
Por lo tanto, tampoco le sorprendió encontrar a Jeon en la misma posición fetal en la que lo descubrió durante su primera visita.
Los pasos del chico hicieron que Jungkook despertara de su extraño letargo y buscase al joven doctor que le habían asignado.
—Buenos días, Jungkook —Tae trató de aparentar una entereza ya inexistente en su cuerpo—. ¿Has dormido bien?
—No —respondió este, escrutándolo con una desconfianza aterradora—. No puedo dormir.
—Pero eso tiene solución —le comunicó el doctor mientras abrazaba su carpeta—. Puedo pedir algún fármaco que te ayude a descansar sin que altere tu dosis habitual.
—No. No quiero más droga —murmuró él antes de esconder el rostro entre sus piernas, agotado por el esfuerzo en que se había transformado el no rendirse al sueño cuando este llamaba a sus puertas—. Ya tengo suficiente con todas esas pastillas.
Tae desconocía entonces cuáles eran los medicamentos exactos que suministraban las enfermeras a Jungkook junto a cada comida, pero se prometió preguntar por ellos antes de terminar su jornada.
Jungkook, por su lado, tampoco sabía para qué servían todas esas pastillas de colores que le daban a diario. Y, aunque en un principio se las ingeniaba para no tomarlas, acabó comprendiendo que aquel engaño solo lo llevaría a un destino mil veces peor que un simple dolor de cabeza. Las ingería a cambio de un pizca de paz en aquel manicomio porque era su única forma de conservar la poca racionalidad que le quedaba.
La poca que no le habían arrebatado ya, claro.
Jungkook ahogó un grito cuando Tae puso sus cálidos dedos sobre sus frías manos.
Él lo observó, sin poder creer que aquel chico fuera tan irresponsable como para acercarse a un asesino en potencia sin ningún tipo de protección. Trató de romper el contacto, pero Tae no iba a perder la oportunidad de ganarse la confianza del pequeño de los Jeon, así que rodeó los puños de Jungkook con calma y se permitió ser un maldito crío que quería creer en la estabilidad mental de un sujeto como Jungkook.
Los ojos de este lo taladraron en silencio, y por lo pesada que se volvió su respiración, Tae dedujo que hacía mucho que no entablaba un roce directo con otra persona.
A sabiendas de lo mucho que sudaban sus palmas, llevó su mano derecha al interior de la bata. Sacó el manojo de llaves del bolsillo bajo la impasible mirada de su paciente y se propuso coger la llave exacta sin hacer demasiado el ridículo.
Quiso centrarse en la minúscula cerradura de las esposas, pero la suavidad de las manos de Jungkook lo desconcertó por unos segundos.
Arrodillado frente a él, incluso llegó a creer que ese chico de cabello oscuro y feas ojeras no era ni la mitad de psicópata de lo que en los informes se relataba. Por unos instantes, Tae se dejó llevar por las vagas esperanzas que su puro corazón se empeñaba en construir de la nada.
Arrancó las piezas de metal de sus muñecas, cuidadoso de no herir más su piel, y las dejó sobre la cama.
—¿Qué ...? ¿Qué demonios está haciendo?
Tae se atrevió a mirarlo a los ojos, descubriendo un terror infundado en ellos al que no fue capaz de dar explicación.
—No necesitarás esas esposas el tiempo que esté contigo —se humedeció los labios, imaginando la furia de Jin si se enteraba de que estaba haciendo algo así.
—Intenté matar al primer doctor que entró aquí —su voz cada vez era más ronca y oscura—. Podría hacer lo mismo con usted y ... No hace más que facilitármelo.
Tae alejó las manos de los nudillos de Jungkook, devolviéndole al más frígido de los estados.
—No lo harás —aseguró él, aunque apenas estaba segura de aquella rotundidad—. No creo que quieras desechar de buenas a primeras tu única forma de salir de aquí.
Jungkook frunció el ceño, visiblemente interesado en las palabras de Tae.
—Nadie puede escapar de aquí, doctor Kim.
—Te equivocas en eso —el castaño sonrió, satisfecho por estar derribando las murallas con las que ese chico se protegía—. Todo dependerá de tu diagnóstico. Ese que yo estoy encargado de elaborar.
Jungkook intentó imaginar el futuro que su doctor le estaba ofreciendo, pero las palabras de su madre volvieron a resurgir de las cenizas de un pasado que le impedía avanzar.
—Ella no me lo permitirá —dijo, revolviendo sus hebras negras en un intento de sacar de su mente las hirientes confesiones de la mujer que lo trajo a la vida—. Ella dice que los animales deben estar enjaulados.
Tae tragó duro al oír aquello, pero lo más impactante fue ver la sangre adornar la cara interna de las muñecas de Jungkook.
Mordió su labio, impotente y atado de manos.
No podía llamar a nadie aún para que lo curaran. Empezaba a indagar en sus pensamientos y eso era más de lo que habría esperado en el segundo día.
—¿Alguien quiere que estés aquí? —Jeon asintió—. ¿Es porque intentaste hacerle daño?
Jungkook esbozó una tétrica sonrisa, advirtiendo a Tae de un cambio de actitud distinto al que había mantenido hasta ese momento.
Cuando desvió los ojos y los clavó en él, Tae vio sus pupilas dilatadas por la escasa luz del cuarto y sus orbes inyectados en sangre.
¿Qué clase de mierda llevaban los medicamentos que le daban a ese chico?
—Mientras yo viva, cualquiera está en peligro a mi alrededor, ¿entiende?
Kim Taehyung escudriñó la mirada enfermiza y desgastada de Jungkook, intentando ver algo que hubiera pasado por alto. Algo que ...
— No ... No entiendo ... —sacudió Tae la cabeza.
Entonces, Jungkook hundió los incisivos frontales en su labio inferior tan fuerte que este comenzó a sangrar.
Él, alertado por este forma de auto lesionarse, cogió el borde su bata y se acercó todo lo que pudo a él, dispuesto a limpiar el viscoso líquido que resbalaba por su barbilla.
Jungkook sujetó la mano de Tae, sobresaltándolo y regalándole así un pequeño arañazo.Taehyung se dio cuenta de que la respiración de su paciente se volvió irregular de una manera repentina. Él cerró los ojos, intentando alejar a unos demonios que se habían enraizado demasiado bien a su alma, y se dirigió a él.
—Póngame las esposas otra vez.
—Jungkook, ya te he dicho que ...
—¡Póngame las jodidas esposas!
Tae se puso de pie, examinando la figura descompuesta de Jeon, que parecía estar luchando consigo mismo y cedió a sus gritos solo porque entendió lo que él intentaba.
Sus brotes debían estar condicionados cada vez que alguien mencionaba su vida o a una persona que la hubiera marcado, tal y como Tae había hecho. Jungkook perdía el control sobre sí mismo cuando se trataba de su historia, de las muertes que acarreaba a sus espaldas, pero él, al contrario que otros enfermos, tenía la capacidad de prever esos ataques de ansiedad antes de que estos se desencadenaran.
Lo hizo todo tan rápido como pudo; acomodó las esposas en sus muñecas ensangrentadas y guardó las llaves en su bata. A ojos de cualquiera, allí no había ocurrido nada extraordinario.
Sería su secreto. Un secreto que ambos guardarían.
El primero de muchos.
—¿Podría ...?¿Podría dejarme solo? —apoyó la cabeza contra la pared—. Prefiero no estar rodeado de gente cuando ... Cuando ...
—Llamaré a alguien para que cure tus heridas —dijo Tae—. Aunque no ahora, tranquilo.
—Váyase —respondió Jungkook en voz baja.
El doctor retrocedió sin dejar de examinar la ancha complexión de Jeon temblar por el escaso autocontrol que le quedaba.
—¿Jungkook?
El hilo de sangre ya había llegado a su ropa, empapándola lentamente.
Tae quería limpiarla.
Tae sentía un peculiar cosquilleo en las puntas de sus dedos que gritaba por tocar de nuevo la tersa piel del chico de cabello azabache. Se dijo que era mera compasión por el enfermo. Un sano deseo de cuidar de alguien que vivía atormentado y que apenas llegaba a detener sus trastornos más superficiales.
Jungkook lo miró en respuesta, hastiado de todo aquello y molesto consigo mismo por no haber sido plenamente capaz de llevar las manos al cuello de su inocente doctor, arrancando una vida más.
Su lado lóbrego y sombrío quiso hacerlo; matar a la dulce paloma que había caído en la trampa más tonta. Sin embargo, sus dedos quedaron inertes después de sentir el tacto del chico, recibiendo singulares descargas corriendo por su piel.
Él era alguien moribundo, más cercano de la muerte que de nada que tuviera un corazón. ¿Por qué sintió entonces un pulso sano nacer en su pecho? Su interior estaba podrido, su familia lo había repudiado, encerrándolo en aquella prisión. No merecía las buenas intenciones de Tae. Ni siquiera querer arrebatarle la pureza que él estaba demostrando comportándose de aquella forma.
—Nos vemos luego.
El doctor Kim salió de la habitación, sin saber muy bien qué extraer de aquella conversación, y quedó petrificado al escuchar el sonido sordo y hueco de algo golpeando la pared.
No le hizo falta mucho más para saber que Jeon Jungkook estaba golpeándose contra el cemento, como si así fuera a sacar las voces que le gritaban el maldito asesino que era.
Tae continuó allí, pegado a la puerta, escuchando los sollozos y los golpes que llegaban a sus oídos. Pasaron varias horas y creyó adecuado volver a entrar para asegurarse de que Jungkook no tuviera heridas demasiado graves, pero escuchó voces provenientes del pasillo que lo hicieron replantearse aquello.
Una enfermera llegó con la bandeja de comida pertinente. Saludó al doctor cordialmente y se dispuso a pasar su tarjeta de identificación por el lector. Tae tuvo el tiempo suficiente para distinguir una de las pastillas que descansaban en una servilleta.
—Perdone —dijo, reteniendo a la enfermera cincuentona que se disponía a abrir la puerta—, ¿podría decirme la receta del paciente?
—Eso es algo clasificado, señor. Debe pedírselo a un superior que ...
La soberbia de la señora molestó mucho a Tae, así que no se reprimió ni un pelo.
—Perdóneme usted, pero yo soy el doctor de Jeon y me gustaría saber los medicamentos que se le están administrando desde su ingreso en el centro —Tae sonrió con suficiencia ante el gesto de desagrado que se apoderó de la enfermera.
—Bonito, no lo he visto antes por aquí, así que no creo que conozca cómo funcionan las cosas en esta respetable institución —escupió como si ella tuviera voz y voto en el tratamiento de Jungkook—. Hable con el director Kim sobre esto. Yo no puedo darle esa información.
Las manos de Tae se volvieron puños a causa de la impotencia, pero no permitió a la mujer dar un paso más y bloqueó el sistema de seguridad con su huella táctil.
—Deme la bandeja.
Los ojos de la intrusa arrogante se abrieron de par en par.
—No sea insolente y ...
—He dicho que me de la bandeja —zanjó Tae a la estúpida mujer.
Esta, alterada y murmurando lo maleducada que era el nuevo doctor, dejó en las manos de Tae la dichosa lámina de metal.
Con el orgullo por los suelos, la mujer hizo el amago de salir del cuarto de espera, pero se paró a escuchar lo que su rival tenía que decir.
—Vaya a buscar algunas vendas y desinfectantes para el paciente, por favor. Deberían curarle a diario para evitar que sus heridas se infecten, ¿no cree?
Junto a un soplo cargado de irritación e incredulidad, la señora salió con la barbilla bien alta, dejando allí a un Taehyung realmente cabreado por cómo lo habían tratado.
Como si él no pintara nada y solo fuera una mandado.
Dejando a un lado su indignación, centró toda su atención en las píldoras que traía junto a la comida. No estaba seguro porque no había trabajado con ese tipo de medicinas aún y no quería precipitarse, pero tenía una ligera idea de lo que podía tratarse.
Nervioso por lo que iba a hacer, esperó a que el sistema aceptara su identificación y entró a la habitación.
Jungkook continuaba en el mismo lugar, solo que estaba más pálido de lo que recordaba Tae, con las manos manchadas de sangre que también pintaba la pared blanca. Él lucía desorientado y adormilado, entre el mundo real y la inconsciencia, y ver a Tae, fue casi como descubrir a un ángel en el infierno.
—Jungkook, ¿me prometes que lo que pase en esta habitación quedará entre nosotros?
Tae se arrodilló ante él de nuevo, en un acto casi suicida que le podía costar más que el puesto de trabajo.
—¿Qué va a hacer? —Jungkook rió con sorna, observando al castaño manipular algo de la bandeja a toda prisa—. ¿Matarme? Adelante ... Hágalo antes de que pueda hacerlo yo mismo.
—No —se guardó una de las píldoras en el bolsillo, cosa que Jeon vio a la perfección—. Tienes que tomarte las pastillas, ¿vale?
—Pero ... —balbuceó él.
—Sé que te marean, pero necesito algo de tiempo —Tae le ofreció el vaso de agua y el puñado de píldoras en su mano, suplicándole por ayuda—. Por favor, Jungkook. Necesito que me hagas caso por unos días y prometo que te sentirás mucho mejor.
Jungkook se relamió los labios y terminó accediendo.
Tae podía ser inexperto, pero no tonto. No necesitaba más que ver la reticencia de su paciente para saber que ya había intentado esconder sus medicinas en lugar de tomarlas, pero quería ayudar a Jungkook, y solo podría hacerlo si este ponía de su parte.
El doctor Kim acercó a la boca de Jeon las pastillas, y este entreabrió los cortados labios para tragarlas.
Por inercia, Tae acarició la mejilla de Jungkook una vez las tuvo todas en su cavidad bucal, relajando al instante el acelerado pálpito del paciente. Él estaba habituado a esa clase de gestos con sus enfermos. Siempre que trataba a un niño, acariciaba su carita y le decía lo valiente que era, así que quiso atribuir aquella muestra de cariño a la costumbre.
Jungkook lo miraba en silencio, obedeciendo cuando le ofreció el vaso de agua y tragando las píldoras sin queja alguna. Lo cierto era que se encontraba demasiado aturdido y exhausto como para pronunciarse, y observar el semblante de concentración de Tae lo desequilibraba incluso más. Había algo en ese chico que lo adormecía, ofreciéndole una calma difícil de explicar. Irreal después de haber pasado meses allí recluido.
—Bien —suspiró él, atento a cualquier ruido que viniera de la sala externa—. Ahora deja que esa bruja que tienes por enfermera te cure los golpes, ¿vale?
Jeon sonrió un poco al escuchar lo que iba destinado a ser un insulto hacia la vieja enfermera que lo trataba como un trapo sucio. Tae no era tan correcto como él había creído, y eso lo hizo sentir más cómodo.
—Doctor Kim —lo llamó Jungkook, sintiendo ya la droga alterar su organismo. Él reaccionó y se dedicó a limpiar la sangre seca que quedaba en el mentón del chico, aprovechando que parecía más dócil que antes—, ¿qué va a hacer con eso?
Tae se tensó de pies a cabeza, pero no abandonó la sonrisa y siguió eliminando todo rastro de la blanca piel de Jeon. Con delicadeza, sostuvo el rostro de Jungkook.
—¿Con qué?
—La píldora que se ha guardado.
El pitido que anunciaba la llegada de una visita, lo hizo levantarse, sosteniendo en su mano el pedazo de bata con el que había limpiado a Jungkook para que nadie lo viera.
—Creo que te confundes, Jungkook —negó él—. No sé a lo que te refieres.
—Señor —la irritante voz de la enfermera alertó a Tae—, he dado aviso de su comportamiento al director Kim y me ha pedido que le avise de que lo está esperando en su despacho.
—Genial —dijo, intentando camuflar el nerviosismo—, pero no me iré hasta que usted haga algo útil y cure a Jeon. ¿Le parece?
Y, estuviera de acuerdo o no, la mujer sabía que no tenía más alternativa que acatar lo que aquel niño le ordenara.
Tae observó cómo la enfermera se dedicaba a vendar las muñecas y nuca de Jungkook, pero no pensaba en su paciente ni en lo que le diría a Jin, sino en volver lo antes posible a casa.
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