I
Su primer día se desarrolló demasiado normal.
El cielo, encapotado, auguraba una tormenta que no demoraría en desatarse, repleta de relámpagos y de presentimientos que no presagiaban nada bueno.
Las calles mojadas y el ambiente húmedo fueron sus anfitriones al aparcar su automóvil frente a la puerta del prestigioso psiquiátrico. La fachada lucía nueva, como si no hiciera mucho la hubieran pintado, pero de un color grisáceo, más tétrico de lo que nunca imaginó. Aquella tonalidad le daba un toque siniestro que lo hizo detenerse por unos instantes, controlando el sibilino escalofrío que lo recorrió desde la nuca hasta los dedos de los pies.
Tae se abrazó a sí mismo tras tomar sus cosas con firmeza y se recordó mentalmente que empezaría con buen pie aquel día. Ni siquiera el mal tiempo lograría nublar sus expectativas, y menos aún, las ilusiones que había depositado en aquel lugar.
No se demoró más tiempo y comenzó a caminar hacia la entrada del edificio de tres plantas; ese que sería a partir de entonces su segunda residencia.
Con solo atravesar las puertas de cristal, una joven y bonita recepcionista le dio la bienvenida, tan sonriente que él no pudo quedarse atrás, sonriéndole de vuelta más de lo que estaba acostumbrado junto a una reverencia de lo más educada.
—Buenos días. ¿Es usted el señor Kim? —preguntó la chica tras el escritorio.
—El mismo —respondió el aludido.
—Genial. Entonces, ya debe saber que el doctor Kim lo está esperando en su despacho.
—Lo imaginaba —asintió Tae, recobrando parte de esas crecientes ganas que revoloteaban en su estómago—. ¿Podría acompañarme? No quiero hacer esperar al doctor Kim. Él siempre es muy puntual.
—Claro. Sígame.
Como ya había imaginado, el mejor psiquiátrico de todo Seoúl tenía la mejores instalaciones, insuperables a la vista del castaño. Todo estaba en su lugar, haciendo gala de la seriedad y el control de su regente. Los pasillos que recorrieron yacían calmos, sin ningún incidente y con cientos de carteles y pósters sobre cualquier detalle referente al lugar hasta que la joven se detuvo frente a una puerta, invitándole a pasar con toda la educación que supo reunir.
Tae le agradeció su amabilidad y esperó a que su guía desapareciera por el fondo del mismo corredor que había atravesado. Seguro de haber quedado solo frente a la puerta que daría paso a la vida que siempre quiso y por la que había trabajado tan duramente, golpeó con sus nudillos la superficie, demasiado impaciente por lo que la esperaba detrás de ella.
—Adelante.
Kim Seokjin esperaba sentado tras su escritorio de madera de roble, enfrascado en la lectura de unos documentos que el invitado especial desconocía.
Al levantar la mirada y encontrar al chico allí, sus abultados labios se curvaron en una sonrisa que logró darle un aspecto realmente atractivo. Él hizo una pequeña reverencia hacia el doctor y vio cómo el eminente director del centro psiquiátrico se levantaba de su lugar en busca de más cercanía entre ambos.
—Tae, tan puntual como siempre —la hermosa sonrisa que regaló al nombrado dio una enorme paz en aquel sitio de locos-. Vamos, ven que te de un buen abrazo, amigo.
Tae no se hizo de rogar y terminó por acortar la distancia que los separaba, fundiéndose en una bonita muestra de cariño con el que llevaba años siendo su mejor amigo.
—Buenos días, Jinie —dijo él, muy contento por volver a verlo.
—Espero que sean buenos para ti también —Jin se alejó de él.
—Inmejorables, en realidad. Este sitio está superando todas mis suposiciones.
—Me alegra oír eso —se resguardó ambas manos en los bolsillos de su impecable bata blanca—. Todos estamos muy ilusionados por tu incorporación como el ilustre doctor que eres.
Tae se sonrojó, tan dulce y tímido como siempre. Tal y como había permanecido en los bellos recuerdos que Seokjin seguía guardando como el tesoro más codiciado.
Su TaeTae ya era toda una hombre, y el orgullo no cabía en su pecho.
—No exageres, Jinie —añadió él, intentando quitarse unos méritos que resultaban extraordinarios para su corta trayectoria en el mundo de la medicina.
—Nada de eso, Tae. No seas tan modesto. Has trabajado duro para llegar hasta aquí. El mundo entero reconocerá eso pronto.
—Y debo seguir esforzándome por mantener esa reputación de la que tan bien hablas —le aleccionó el joven, sonrojado hasta la médula y poco acostumbrado a tantos halagos—. Así que, si te parece bien, me gustaría conocer a mi paciente —dijo él, con los ojos resplandecientes—. Si tienes un rato libre a la hora de la comida, podemos ponernos al día.
— Dalo por hecho, TaeTae. Aunque antes de que lo visites, quedan algunos trámites por zanjar —una sonrisa cruzó sus labios al escuchar aquel dulce apodo de nuevo—. Y después, he reservado en un restaurante excelente. Tenemos mucho de lo que hablar —pasó el brazo por sus hombros antes de salir del despacho—. ¿Cómo está Park? ¿Te cuida bien o debo hablar con él?
Tae se carcajeó mientras atravesaban los impolutos pasillos. Jin siempre había actuado como su hermano mayor y su novio sabía eso. Es más, lo había experimentado en su propia piel. Cuando se trataba de hombres, Seokjin era un depredador al acecho de su próxima presa.
Nunca perdonaría que alguien hiciera ni el más mínimo e insignificante rasguño a su querido Tae.
— Todo va bien entre nosotros, Jinie —aseguró el castaño—. Nuestra relación está mejor que nunca. ¿Y Namjoon? ¿Cómo está él?
Los amigos continuaron hablando sobre los caminos que habían tomado sus respectivas vidas desde que se alejaron en la universidad durante un par de minutos más.
No tardaron en llegar a su destino. Taehyung firmó unos cuántos papeles que indicaban el día de su ingreso como doctor especializado en psiquiatría y el tiempo que duraría su estadía. Hasta que decidiera aceptar el contrato de larga duración que Jin le propuso desde el primer momento, claro.
Tras unas cuántas presentaciones con otros colegas con los que compartiría su día a día allí, Seokjin le entregó su tarjeta de identificación, esa que le daba un acceso casi total a cualquier departamento de la institución. Se puso su bata y pidió los documentos que hacían referencia a su enfermo.
Una vez listo para la primera visita, decidió dejarse guiar por Jin hasta el segundo piso.
—Su caso es un tanto especial —le informó Jin mientras su mirada estaba fija en los papeles que le habían proporcionado—. Llegó hace más de un año, pero solo ha tenido un doctor y eso fue hace ... Bastante. Así que no creo que reaccione muy bien al contacto con otras personas.
—¿Solo uno? ¿Por qué? —él de verdad quería saber todo acerca de aquel chico al que trataría exclusivamente—. Aquí dice que su familia es de posibles y que ...
—Tae —su nombre en los labios de Seokjin lo hizo erguirse, algo asustado por el tono que su mejor amigo había utilizado. El ceño fruncido de Jin era verdaderamente preocupante y Tae sintió la tensión enseguida—, atacó a su psiquiatra.
—Pero ... —murmuró, un tanto perdido.
—Hay un protocolo de seguridad, así que estarás a salvo durante tus sesiones —Jin se dio cuenta de que el pequeño Kim había perdido el color de su rostro y quiso ofrecerle algo de calma—. Solo debes tener cuidado con él. Sus ataques de ansiedad pueden ser ... Peligrosos.
Él asintió y las puertas metálicas del ascensor se abrieron junto a un chirriante sonido.
—Nadie quiso hacerse cargo de su caso por eso, ¿no? —dedujo.
—Exacto —le confirmó el pelinegro—. Tiene brotes psicóticos bastante fuertes y todos los profesionales que están a mi disposición han preferido esperar a que ...
—A que alguien como yo aceptase por voluntad propia.
Tae sabía desde el principio que podía estar metiéndose en la boca del lobo, pero tenía claras sus ideas y no permitiría que un paciente quedara desatendido solo por unos prejuicios que ni siquiera habían sido constatados.
En aquella carpeta que Jin le había confiado, ponía por escrito que aquel chico de veintidós años asesinó a su padre con cristales de un jarrón roto, clavando la mayor parte de estos en la yugular y rostro de su figura paterna. Además de que también intentó atentar contra la vida de su madre con las manos todavía repletas de la sangre de su padre, un importante empresario en Corea.
Todo aquello le hacía preguntarse sobre muchas cosas, pero se esforzaría más que nunca para llegar a conocer los demonios que alimentaban ese mal en la cabeza del muchacho del que se encargaría a partir de entonces.
Tae no se achantaría por nada; por eso Seokjin le propuso aquel delicado caso.
—No te mentiré, TaeTae —dijo de pronto Jin—. Había más candidatos para encargarse de ese pobre, pero no hay nadie en quien confíe más que en ti —la cordial sonrisa relajó mucho a Tae—. Sé que lograrás entrar en su cabeza. Te he visto trabajar y eres el mejor de la plantilla.
Se detuvieron frente a la única puerta acorazada de la planta, custodiada por un agente de policía que los saludó amablemente antes de apartarse y permitirles pasar.
Tae sudaba cuando entraron a la sala en la que había un pequeño escáner que barrió todo su cuerpo de arriba a abajo. Cuando la pantalla del monitor adoptó un apagado color verde, pudo dar el siguiente paso.
Jin le explicó que la familia, a pesar de todo el daño que había recibido por parte del enfermo, no escatimó nunca en gastos y siempre procuró darle lo mejor.
La mayor seguridad para la cárcel más codiciada de todas.
—Dame tu muñeca —Tae extendió su brazo hacia Jin, observando cómo este se apoderaba de un reloj de muñeca negro—. Este reloj tiene implantado un programa que contará los minutos que pases ahí dentro cada día. Los recopilará a diario a petición de la madre, ¿tienes algún inconveniente con ello? —él negó, intentando comprender por qué esa mujer querría saber los minutos que pasaría con su hijo—. Bien —Jin lo acomodó a su muñeca y señaló uno de los botones que adornaban sus laterales—. Si pulsas aquí, el guardia que hay fuera sabrá que algo no marcha como debería y entrará. Úsalo solo si te sientes amenazado, ¿vale? Él recibirá un castigo siempre que eso ocurra.
—¿Qué clase de castigo?
El silencio los envolvió y Tae supo que los castigos de los que Jin hablaba no eran nada parecido a un día sin comida o a un correctivo normal.
—Hablaremos de ese tipo de represalias en otro momento —concluyó.
Él decidió no preguntar nada más porque la seriedad en el semblante de Jin lo dejó helado.
—¿Debo saber algo más antes de conocerlo?
—No —le mostró el código que abría la puerta interna y lo dejó añadir su huella digital al sistema de seguridad que rodeaba aquella celda—. Te espero en mi despacho dentro un rato.
El castaño le sonrió, limpiando las palmas de sus manos en la bata, pero Jin se detuvo antes de salir de la pequeña sala de espera.
— ¿Tae?
—Te escucho, Jinie.
—Que no te engañe su apariencia —el chico tragó saliva, nervioso—. Es un asesino y no podemos cambiar eso.
Cuando Kim Taehyung quedó solo, esperó unos minutos a que su corazón recobrara el ritmo de siempre. Él necesitaba experiencia y sabía que allí la encontraría, pero no había lidiado nunca con un interno que hubiera asesinado ni que diera verdaderos problemas. Intentó tranquilizarse, y aunque se dio cuenta de que era normal estar entre el pánico y el miedo en una situación así, también comprendió que no lograría apartar ese sentimiento de terror.
Colocó su tarjeta en el lector preciso y la puerta cedió junto a un pitido. Tae la empujó, consciente de que una vez pisara aquella habitación, su vida no sería la misma.
Él, tras cerrar de nuevo y quedar completamente aislado del exterior a excepción de aquel reloj, se humedeció los labios, y buscó con precaución una figura humana.
El chico estaba sentado en el frío suelo y contra la pared, cabizbajo, casi ausente a los ojos de Tae. Su ropa se basaba en unos pantalones grises de pijama y en un camiseta del mismo color de manga corta. No le pasó desapercibido el hecho de que su paciente iba descalzo.
Los pasos del joven resonaron entre las cuatro paredes mientras su mirada barría la estancia. Una cama de sábanas blancas, intacta, era lo único destacable además de la ventana, situada lo más alejada posible del suelo, que dejaba entrar una escasa luz al lugar.
El cuarto era sobrio y distante, y eso logró que Tae sintiera un escalofrío.
—¿Hola? —preguntó, precavido.
No recibió respuesta al instante, sino que tuvo que esperar con paciencia hasta que su paciente alzó el rostro, descubriendo un gesto demacrado, lleno de ojeras y de noches presididas por pesadillas.
Él lo examinó con los ojos negros, entrecerrados, de una forma tan oscura y atemorizante que Tae no pudo evitar sentir ese terror aferrarse a su estómago de nuevo.
Cuencas vacías, sin brillo.
Eran lo ojos de alguien muerto. Sin esperanzas, sin sueños.
Sin una vida a la que aferrarse.
—¿Quién es usted?
Su voz era más suave de lo que Tae habría esperado, al igual que sus rasgos. Estos eran delicados y más hermosos de lo que quiso reconocer. Todo en él lo invitaba a crear una idea equivocada.
Tal y como le dijo Jin, su apariencia no era la de alguien demente que había matado a su propio progenitor.
—Soy el doctor Kim, aunque puedes llamarme Tae —el chico ladeó la cabeza, curioso a la vez que cansado. Taehyung le regaló una amigable sonrisa, deseando de corazón llevarse bien con él—. ¿Y tú?
—Doctor Kim —por primera vez, Tae vio las esposas que sujetaban sus muñecas, y las marcas rojas que estas le provocaban al interno—, dudo mucho que no se haya informado ya sobre mí.
Tae entendió que sería difícil hacerle ver que no sería su enemigo y mucho menos su loquero particular, pero no tiraría la toalla tan rápido. Iba a ayudarle en todo lo que estuviera a su alcance, sin importar que sus manos estuvieran manchadas de sangre.
—Sí —admitió, dando un paso hacia adelante que alertó al de cabello azabache, que se abrazó las piernas, alerta a cada movimiento de su nuevo doctor—. Jeon Jungkook, ¿no es así? —hacía mucho que alguien no se refería a él con educación, como la persona que seguía siendo—. Es un placer conocerte.
—¿Un placer? —escupió Jungkook, incrédulo—. Nunca es un placer hablar a un asesino con problemas mentales.
Aquel comentario lo desconcertó bastante.
Ninguna persona que padeciera de algún brote psicótico o síndrome se llamaba a sí mismo loco. Siempre lo negaban, intentando victimizarse a los ojos de sus doctores, creyendo que así lograrían salir de un lugar del que normalmente no se tenía regreso.
—Yo no conozco a ningún asesino—Jeon lo observó en silencio—. No sé nada de tu vida anterior que tenga verdadera relevancia y no me importa lo que hayas hecho. Ni siquiera sé quién es Jeon Jungkook, pero me gustaría descubrirlo.
Jungkook apretó la mandíbula, parcialmente emocionado por tener ante él a alguien que no lo estaba juzgando por su pasado, pero se negó a mostrar cualquier tipo de esperanza, destrozándola antes de creer que aquel chico lo salvaría de la cruda realidad.
Una realidad en la que él había quitado vidas a sangre fría.
Mordisqueó el interior de su mejilla, lleno de una rabia a la que no supo dar una explicación racional. Todo en él era instintivo y primitivo, más próximo a lo animal que a nada. ¿Acaso merecía que alguien le hablara con la amabilidad que Tae estaba empleando?
Los locos no tienen sentimientos. Los enfermos mentales no tienen solución.
La locura es un laberinto del que nadie puede ser rescatado y Jungkook no se veía como la excepción a la regla.
Tae era una chica con cientos de planes de futuro y una alegría desbordante.
Jeon era un alma descarriada que no valoraba ni su propia existencia y que siempre se había creído hundido en la miseria más absoluta.
—No debería —murmuró el paciente para sorpresa de su doctor—. No debería querer conocer a un monstruo.
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