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Yandere! Boa Hancock

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Yandere! Boa Hancock
Tesoro blanco

Hancock sonrió mientras su pequeña Aina se enganchaba en su brazo sonriendo con las mejillas levemente sonrojadas, habían pasados años hasta que su enamoramiento por Luffy desapareciera, cosa que la dejó devastada hasta que apareció una pequeña albina de hermosos ojos claros. La emperatriz pirata había estado destrozada y en uno de sus ataques de rabia había terminado en la playa de la isla.

Fue duro, a pesar de su extremadamente arrogante y déspota personalidad hacia todo el mundo, ella realmente había amado a Luffy, aunque pareciera que era una obsesión.

Y aunque todo el mundo dijese que era una obsesión lo que sentía hacia él, aun así ella fue capaz de decidir cuándo parar, cuando vio que esa sonrisa de felicidad no era por ella y jamás la correspondería del mismo modo que lo hace con esa pelirroja.

Hancock supo que ella no era para él y desistió a pesar de su orgullosa, dura y competitiva personalidad. Entendió que su corazón estaba con Luffy, pero el corazón de él no le pertenecía a ella, sino que a su atrevida navegante.

Y mientras lloraba con el corazón hecho pedazos por la tristeza y amargura de un amor no correspondido, apareció una pequeña chica a la deriva. Al principio, quería simplemente destrozar su barco -o lo que quedaba de él- y dejarla ahogarse en las profundidades del mar por interrumpir su tristeza y lamentos de un amor no correspondido, pero algo la detuvo.

Quizás ese hermoso cabello blanco como la nieve misma, esa pálida piel levemente enrojecida por los fuertes rayos del mar, aquellos pequeños y regordetes labios levemente rojizos o su pequeña estatura. Simplemente no sabía que fue lo que impidió que hundiera ese barco, mucho menos que fue lo que la impulsó a sumergir sus tersas piernas y mojar su ropa para atraer aún más la barca que se desmoronaba y atrapar a la pequeña mujer en sus brazos.

Entonces sintió como si todo su mundo se volviese tan blanco como el cabello de la mujer, como su pálida piel, como su camisa blanca y sintió como si los pensamientos negativos que la rodeaban desaparecieron, su amor por Luffy parecía nunca haber existido, su pasado que la atormentaba día y noche parecía haber simplemente volado con el viento y todo su mundo era silencioso.

Un silencio tan bueno, tan necesario.

Era un silencio cómodo, acogedor y tranquilo, era tan aliviane no tener que escuchar los gritos, sollozos ni nada que le recordara a su sufrimiento, que se quedó con la mujer en sus brazos durante horas, solo con los ojos levemente cerrados pudiendo por fin disfrutar de cosas tan banales como la brisa marina, el olor a sal del mar, el suave movimiento de su cabello, los suaves rayos de luz acariciando su cuerpo casi diciéndole que todo estaba bien.

¿Por qué esa desconocida la hacía sentir tan bien? ¿Por qué sentía que con ella todo estaba bien? ¿Qué no había de qué preocuparse?

No sabía nada de ella, ni siquiera el color de sus ojos, su nombre, ni su voz, pero aun así se encontró abrazando el suave y pequeño cuerpo de la chica.

Era tan diferente, estaba acostumbrada a los cuerpos robustos y fornidos, con músculos duros que hacían juego con su fuerza, ¡Es que incluso ella con sus curvas que se veían tan suaves tenía los músculos duros! Sus patadas eran mortales y firmes, capaz de defender la isla y a sus habitantes de todo mal porque ellas eran guerreras.

Cuando la mujer en sus brazos abrió sus ojos -oh... sus bellos ojos- fue como si esas pequeñas pestañas abrieran las cortinas a un mar blanco, cristales que reflejaban la nada y el todo a la misma vez, ojos azules casi blancos que brillaban como gemas a la luz del sol, esa mirada curiosa y algo temerosa mirando a la imponente mujer que era la azabache que suave, pero firmemente, la sostenía en sus brazos.

Fue silencioso, ninguna dijo nada y solo se quedaron mirándose directamente a los ojos. La primera en romper contacto visual fue la menor, que se acurrucó en sus brazos con una pequeña sonrisa y pómulos rosados mientras su cuerpo parecía encogerse aún más, provocando que pequeñas garras rascaran suavemente el corazón de Hancock haciéndola temblar levemente de emoción.

¡Sus ojos eran tan inocentes! ¡Parecían haber encontrado en ella toda la seguridad del mundo! No había malicia en esos ojos claros, ni un sentimiento de codicia, admiración, lujuria o envidia, solo confianza en que ella no la dañaría.

El progreso de "su enfermedad del amor" escaló demasiado rápido con la inseguridad de perderla, sentir ese pánico constante de que alguien se la arrebataron empezó a crear sombras en la ya dañada mente de la azabache, la cual fue lentamente controlando a la albina.

Y tampoco es como si tuviera que esforzarse mucho en primer lugar, Aina recordaba muy pocas cosas ya que parecía tener amnesia y recodaba cosas muy pequeñas, ¡Era como si todo el mundo fuese nuevo? Ah, ah, se emocionaba por todo con inocente curiosidad y calma emoción que Hancock no podía evitar sentir como esas garritas del primer día volvían a raspar su corazón y empezó a mimarla hasta las nubes, cada cosa que pedía la albina era concedida por la azabache, si había algo que llamara su atención la emperatriz se lo daba, si había algo que no entendiera con mucho gusto se lo explicaría -a cambio de sentir sus brazos abrazarla, su pequeña cabeza apoyada en sus pechos o esos deliciosos besos en su mejilla que la dejaban k.o en menos de un segundo-.

Aina era demasiado pura para el mundo, ¡Ni siquiera podía imaginar lo terrible que sería si un asqueroso y desagradable hombre la conociera! ¿Jugaría con sus sentimientos? ¿La dañaría? ¿Intentaría corromperla con sus sucias y repugnantes manos? ¡No lo permitiría! ¡Aina nunca saldría de sus dominios ni jamás conocería a un sucio hombre!

Lentamente empezó a llenarle la cabeza con cuentos a la albina, sobre lo terrible que eran los hombres, lo crueles que podían llegar a ser, lo despiadados que eran y como le harían daño una vez que vieran lo pura y hermosa que ella esa.

¿Si quiera falta decir que la ingenua albina tenía con pesadillas con esos monstruosos hombres? Ni siquiera a las bestias más feroces le tenía miedo, pero el conocer a un hombre hacía que su cuerpo estallara en sudor frio y piel de gallina haciéndola parecer un pequeño conejo asustadizo.

En especial cuando una vez le contó a Hancock que recordó algo de su pasado, ¡La azabache estaba dispuesta a encerrarla si ella quería irse por un hombre o si quiera pensar en alejarse de ella! Pero al contrario a sus expectativas, la albina entre sollozos y gruesas lágrimas le contó que, a su madre y hermanas, hombres codiciosos y brutales le sacaron los ojos mientras estaban vivas.

Ainu era de un clan especial, uno muy antiguo que tenía los ojos más hermosos del planeta, ojos que brillaban como joyas incluso aún más cuando los sacaban de sus cuencas y muchos nobles estúpidos los coleccionaban, lo que llevó a una masacre y persecución constante del clan, Ainu solo sobrevivió ocultándose en un pequeño rincón de la pared en la que estaba atrapada, era un lugar minúsculo, sucio y desagradable, pero vio lo terrible que le hacían a sus familiares hembras y no pudo estallar en llanto con terribles pesadillas.

¿Hace siquiera decir que Hancock se aprovechó al máximo de este punto?

La sostenía entre sus brazos, acariciaba sus largos cabellos salvajes deslizándolos suavemente entre sus finos dedos y besaba la tersa piel de la mujer, creando caminos de besos por encima de un camino de lágrimas. Abusó de su poder en la albina, volviéndola su pequeño pájaro asustadizo en su jaula de oro macizo recubierto en la más fina joyería y el más elaborado grabado en esas cadenas doradas.

Una sonrisa amorosa y obsesiva se posó en los dulces y finos labios de la emperatriz que besaba las delgadas y pálidas muñecas de una mujer dormida, sus ojos suaves y tiernos brillaban salvajes mientras la sonrisa se iba agrandando junto con el cambiar de sus claros ojos azules a unos oscuros y casi morados mientras la locura brillaba en ellos.

Un camino de sangre fue marcado por el tacón de su zapato, dejando a la vista las vidas arrebatadas por el frívolo y despiadado corazón de la emperatriz pirata la cual no sentía remordimiento alguno con la vida que acabo. Hombre o no, simplemente no importaba si te acercabas de una manera que a ella no le gustara a su hermoso tesoro blanco.

Un oneshort de la arrogante y enamoradiza Emperatriz pirata jsjajsja

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