19- Lo que Viper tiene que hacer.
Viper Claver.
꧁ঔৣ☬✞ 19 ✞☬ঔৣ꧂
Estaba de pie bajo un largo charco de sangre. Examinaba el cuerpo en el suelo mientras David lloraba en la esquina de la habitación, con Erika acurrucada en sus brazos.
—Estaba aquí, con Erika... Solo me fui un minuto y la estaba mirando... Yo... No quería matarlo... Lo juro, es que me acordé de... De aquello— murmuró él entre lágrimas.
Me acerqué a él mientras respiraba con dificultad, sus manos temblaban mientras sus lágrimas caían sobre Erika que casi no era visible por lo oculta que estaba en su cuerpo.
—No te preocupes, no hiciste nada malo —toqué su cabello sentándome a su lado—. Pero, nadie te hará nada, yo estoy aquí, ¿Bien?, Nada va a pasarte, nadie te hará nada en este lugar.
David asintió eufórico, lo abracé palmeando su espalda. Debía deshacerme del cadáver para ir con Biel.
Conocía al hombre, no le iba a hacer nada a Erika. Yo lo había mandado a ver qué hacían esos dos, quería saber si todo estaba bien.
Era una lástima.
David tenía secuelas de lo que vivimos cuando niños, era un muchacho sensible, no era fácil de comprender. Aun así, yo lograba hacerlo.
Siempre habíamos vivido allí, era nuestro hogar. No era un lindo sitio para niños, en especial en ese tiempo cuando aún lo éramos.
Uno de los señores que solían visitar el club había querido violar a David. Se había hecho la fea herida de su frente intentando defenderse.
Siempre me había lamentado por no haber estado allí con él, pero hice pagar al sucio hombre, quemándolo vivo junto a Biel.
—Bien, ahora voy a deshacerme del cuerpo y luego iré con Biel. Vas a quedarte en su casa— le dije mientras agarraba su rostro.
Él asintió más calmado.
Me alejé para arrastrar el cuerpo, estábamos en el sótano que era por completo nuestro, allí había un gran horno que solía utilizar para ciertas cosas.
Cómo desaparecer cuerpos inmundos que ya no necesitaba.
Lo encendí programándolo para que durara cuarenta minutos, encendido y dejé el cuerpo dentro.
Salimos de la casa con las cosas de Erika, estaba muy tranquila en los brazos de David, le gustaba estar con él. Cuando él la soltaba lloraba.
—¿Vas a traerme la caja de chocolates, verdad?— pregunto una vez estuvimos en el auto.
—¿Qué caja de chocolates?— cuestioné confundido.
—Dijiste que me darías una caja enorme de chocolates, de hecho, lo dijiste hace tres días. La espero desde entonces...
Lo recordé, había visto una caja estar grande con muchos chocolates ese día, por lo que al llegar a la casa le dije que la compraría.
—¿Por qué no me la pediste?
—Porque se supone que me la ofreciste, si me ofreces algo no deberías esperar a que te lo recuerde para dármelo.
Me quedé mudo al escucharlo, no iba a refutarle, él tenía razón.
Llegamos a la casa en silencio, David bajó del auto y yo le seguí.
—Ven con papá, Erika— la llamé cargándola.
Era una niña hermosa y era mi hija. No estaba en mis planes, pero la había aceptado con gusto.
Si no me la quedaba estaba seguro de que ella la enviaría a un centro de adopción o ya de por sí la dejaría a su suerte con alguno de sus nefastos familiares. Yo no quería que ella viviera tan siquiera algo de lo que a mí me había tocado vivir.
Mordí su mejilla levemente haciéndola reír, era algo tierna como para ser hija mía, pero suponía que iba a cambiar con el tiempo.
—Suéltala ya, después la vas a dejar llorando— dijo David instándome a entregársela.
Le planté un beso y se la dejé entrando a la casa. Biel estaba esperándome en otro lugar, pero por si acaso revisé que no estuviera en la casa.
—Me voy— dije observando cómo David encendía la televisión dejando a Erika en el suelo gateando.
—Lo que digas, lárgate— dijo el luego de encenderla sacando los juegos de Erika del bulto que habíamos traído.
—Te cuidas, no asesines a nadie, luego te jalaran los pies mientras duermes.
—¡Vip!— gritó mirándome alterado.
—¡Adiós, niño que sería esclavo en otra época!— salí de la casa riendo mientras escuchaba sus murmullos.
Conduje hasta el juzgado dónde se haría el juicio de Dana, no podía entrar todo el mundo, pero gracias al padre de Allan nosotros podíamos hacerlo.
Era el jefe de estado de las fuerzas armadas, tenía el mayor poder sobre el país después del presidente.
Allan me había dicho que había conseguido ese mando tras volver al país, era hijo de un funcionario, pero se había criado en otro país dónde tuvo a Allan y luego volvieron.
Misteriosamente, un mes luego de que volvieran el viejo murió, su padre, quien ya tenía un nombre, hizo todo lo posible para quedarse al mando y lo consiguió.
Nadie se imaginaba que tenía un hijo, menos que era un hijo de perra y menos aún. Que encubría todos sus crímenes, porque en parte él era igual a su hijo.
Creo que esa era la mayor razón por la que Biel no era atrapado, si quedaba un cabo suelto, él se encargaba...
Bajé del auto viéndolo afuera, le sonreí varías reporteras antes de llegar al frente de él.
Estaba cruzado de brazos con el ceño fruncido. Vestía muy formal.
—Parece que se ha muerto un ser querido, relaja esa cara.
—No quiero.
—No importa que no quieras, relájala, que parece que estuvieras planeando un asesinato— dije en vista de que parecía molesto, y Allan molesto era insoportable.
—El hijo de puta de mi padre está...
—Ay, por favor, no me hables de tu padre. De solo escuchar una mera mención de él me empieza a doler la cabeza, no lo soporto. No lo mando al otro lado por ti— afirmé con una mueca de desprecio.
Ese señor era un grano en el culo, aún no se me olvidaba todas las que le había hecho a Biel cuando pequeño. E inclusive las veces que había intentado manipularme, como si yo fuera otra de sus marionetas.
Era realmente insoportable, pero lo peor era que Allan no se atrevía a contradecirlo...
Recibí una notificación en mi teléfono, era una de mis novias, entonces recordé que me descubrió con alguien más, y para mal, un hombre.
—¿Cómo le hago creer a mi novia qué la engañé por su culpa?— le pregunté a Allan.
Me miró mal.
—¿Es que no tienes vergüenza?
Sonreí, entré al chat con la intención de hacerle pensar que era su culpa, pero su mensaje era una disculpa, así que desistí y solo guardé el teléfono.
Cambié mi cara a una más amable, recibiendo miradas de algunas reporteras y reporteros. Eso era lo que debían hacer, observarme con atención, alguien tan espléndido cómo yo no se veía todos los días.
Ambos entramos, Allan decía algo, no le prestaba atención porque era de su padre y porque estaba ocupado sonriéndole a las cámaras.
—No sé si lo sabes, pero me importa una hectárea de mierda lo que dices— le dije mientras le sonreía pretendiendo ser amable.
Él torció los labios y le mostré los dientes agradeciendo que se callara de una vez por todas.
—Te ves muy falso, sonríe menos— dijo mientras nos sentábamos como espectadores.
Hice lo que pidió, quería que observarán todo lo que quisieran de mí, realmente me encantaba la atención.
A la sala fueron entrando todos los implicados uno a uno y a una velocidad agobiante. Cuando fue el turno de Danya fruncí el ceño al ver a su acompañante.
Lo conocía, no éramos amigos, pero lo conocía. Después de todo siempre andaba merodeando por mi casa.
La pregunta que me hacía mientras el juicio transcurría era;
¿Qué demonios hacía ese delincuente haciendo de abogado?
Observaba curioso, la defendía muy bien, sacando unas pruebas de la nada mientras ella daba su testimonio de lo vivido con el asesino, en este caso a Biel.
—¿Estuvo con el bajo su voluntad o secuestrada?
—Secuestrada.
—¿Qué fue lo que vivió exactamente?
—Me torturaba siempre. Todo el tiempo permanecí en un sótano oscuro y sucio. Me jalaba del pelo arrastrándome por el lugar, arrancó mis uñas, me torturó física y mentalmente —dijo ella llorando desconsoladamente, miré de reojo a Allan, él se acomodó en el asiento—. Recuerdo que una noche llegó, me sacó del sótano para amarrarme a una silla eléctrica dónde me torturó hasta que no resistí. Dos días después, él... Él me violó.
—Pero qué desgraciada— murmuró Allan a mi lado con el ceño fruncido y los puños apretados.
Continué mirando todo, cuando le mencionaron a una tal Natalia que fue asesinada por ella, apenas ayer pude ver cómo el chico Aestevan le levantaba el pulgar.
—¡No era Natalia, era él, era su rostro, su voz, su cuerpo!— gritó, levantándose alterada mientras Aestevan intentaba calmarla.
Volteé a ver a Allan, miraba todo tranquilo, aunque sabía bien que estaba molesto.
—¿Preparaste todo, verdad?
Sonreí con malicia.
—Por supuesto.
Viví a poner mi atención en el juicio.
—¡¡Ahí está, es él, ayuda!!— gritó señalando una esquina vacía—. ¡Viene por mí! ¡Ayuda, va a matarme, me sacará los ojos, no quiero, no quiero, no quiero!
—Perdón, es que mi cliente quedó muy dañada por lo vivido, solo es una víctima más que necesita ayuda psicológica— explicó el mientras fingía intentar calmar sus movimientos bruscos en el suelo.
—¡Ayuda! No quiero volver, no quiero, no quiero.
El juez dio la orden de que se la llevarán a un lugar, ella continuó moviéndose y gritando cosas mientras se la llevaban a rastras.
Justo antes de que la sacarán de la sala, ella formó un círculo con sus dedos en una clara seña, hacia Aestevan quien hizo lo mismo disimuladamente.
—¿Quién diablos es ese?
—¿No lo sabes? —cuestioné confundido—. Bueno, es hijo del señor Laurent, su familia es la encargada del lavado de dinero más grande de Latinoamérica. Es su sucesor, Aesteban Laurent, siempre anda por el club, por eso lo conozco. Tengo entendido que es el menor, su hermana Franchesca Laurent debió heredar el negocio, pero al parecer quería otras cosas.
—¿Qué mierda hace de abogado entonces?
—No lo sé, es todo un misterio. No habla con nadie en el club, mira a todos con asco muchas veces, creo que le desagrada lo que allí sucede. Te has cruzado muchas veces con él.
Biel, o más bien Allan, como me gustaba llamarle, miró atentamente a Aestevan, torció los labios y recorrió la sala con la mirada.
Lo conocía tan bien que suspiré dejando de verlo, estaba pensando en cómo podía matarlo lo más rápido posible, eso era seguro.
Se hizo una pausa al juicio. Después de una hora volvió a avanzar con Danya nuevamente en la sala.
Allan estaba que miraba sin expresión a Danya desde su lugar, esta lo acusaba de barbaridades que estaba seguro y había hecho.
—Dijiste que nunca me rogarías... quiero ver qué mantengas esa promesa— susurró con la vista fija en ella y lo hice más que sonreír
Cuando el juicio llegó a su fin salimos de allí, el veredicto se daría al día siguiente.
—Quiero ir a tu casa, o bueno, a la casa— dije mientras salíamos por uno de los pasillos.
Su padre, Daurin nos interceptó. Esbocé una mueca al verlo.
—Biel, ¿Tanto deseas parecerte a mí?— sonrió arrogante, mirándolo con superioridad.
—No.
—Bueno, ve a la casa hoy, quiero que hagas algo —le dijo para luego mirarme—. También ve, los necesito a los dos.
—¿Yo porque iría?— era irritante ese viejo.
Siempre mandaba a Biel y este se dejaba con un estúpido. No podía hacer nada por el porqué estaba tan adoctrinado por su padre que si él le decía que el cielo era morado, él le diría que sí, con total seguridad, era capaz de hasta creérselo.
—Porque te lo estoy diciendo— dijo mirándome bastante mal.
—No vas a estar mandándome, no soy tu hijo, ni quiero serlo. De hecho, no soy tu títere, así que mide bien como te refieres a mí, ¿Quieres un favor? Perfecto, pídelo, no te lo haré, pero pídelo. No me mandes porque no me gusta.
—Tiene razón, no puedes estar mandando a las personas, así por así— Biel se calló cuando la dura palma de su padre impactó fuertemente en su mejilla derecha.
Lo observé e intenté agarrarlo de los hombros para verificar que no hubiera sangre en su boca cuando Daurin me tomó de la muñeca, impidiendo que siquiera llegue a tocarlo.
Le quité la mano bruscamente y solo me fijé en Biel, quien a pesar de los maltratos que recibía no era capaz de alejarse. Todo porque creía que así debía ser todo.
Esa Danya no era la primera chica a la que le hacía eso, pero sí la que buscaba. Pensaba que así se conquistaba a alguien, justo como lo había hecho su padre con su madre.
—No me lleves la contraria— le dijo el enojado.
Cuando Biel intentó refutar, levantó su mano nuevamente con las claras intenciones de volver a golpearlo.
Detuve su mano, si yo no lo detenía Biel jamás se revelaría.
—Deja de golpearlo, ten algo de respeto por ti y por él. Desgraciado— tomé a Biel y a rastras conseguí que me siguiera.
—¡Biel! ¡Biel, ven aquí, Biel Allan Baker, te estoy llamando!...
—Tienes que hacer algo cuando las cámaras estén— le recordé.
—Lo sé.
—Qué bueno, tengo que hacer cosas.
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