15- Kae no puede matar a nadie.
꧁ঔৣ☬✞ 15 ✞☬ঔৣ꧂
—Coño— gimió de dolor, era una voz bastante conocida así que me detuve a mirarlo.
No era nada más que Tam. Él me tomó por los hombros abrazándome fuertemente, me aferraba a su cuerpo como si fuera a desaparecer en cualquier segundo.
—¿Dónde estabas? —preguntó con una voz sumamente ahogada—. ¿Por qué haces esto?
No supe qué responderle, empecé a sentir sus lágrimas empapar mi hombro, mientras sus manos continuaban aferrándome a él a toda costa. No me quedó de otra que corresponder a su vigoroso abrazo acariciando su espalda.
—Thamael —le llamé intentando apartarlo al cabo de unos largos y tortuosos minutos—. Me estas lastimando.
Él reaccionó apartándose rápidamente, aún con lágrimas en los ojos. Esbocé una mueca al verlo en ese estado, parecía que le habían pasado cien años por encima de repente.
—¿Dónde estabas? ¿Estás bien? ¿Qué te sucedió? ¿Porque te acusan de asesinato?— me bombardeó con rápidas preguntas, tomando aire apenas.
—Thamael, no estoy aquí para responder tus estúpidas preguntas. ¿No te ibas con los demás? —cuestioné lo último confundida.
—Tienes que responderlas, tienes que hacerlo para ver cómo salimos de esta.
—Responde la mía.
—Te vi, cuando te escondiste, logré verte por lo que me quede para confirmar si alucinaba o eras real.
—Entiendo— respondí fijándome mejor en sus fachas.
Su cabello que siempre había estado corto ahora estaba un poco largo y descuidado, sus labios se notaban resecos y algo partidos, tenía unas leves ojeras que dañaban por mucho su rostro. En definitiva, era menos atractivo.
—No creo que entiendas —afirmó receloso—. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?, ¿te logras hacer una idea de eso, eh, Danya?
—La verdad es que no, no puedo imaginarte preocupado por mí, después de todo tú...
Mis palabras quedaron al aire por una fuerte palma que impactó en mi mejilla volteando mi rostro bruscamente con fuerza. Quedé en el aire, sin saber que debía o no debía hacer, en mi boca se sintió un fuerte sabor metálico y de mis ojos empezaron a salir lágrimas.
—¿Te escuchas? Por dios, soy tu maldito hermano, si yo no me preocupo por ti nadie más lo hará. ¿no ves todos los sacrificios que hice por ti, eh? —me tomó de los hombros, obligándome a verlo—. ¿Piensas que no me dueles?, me dueles maldita sea, me arde verte sufrir, siento que me quemo en el infierno. Nunca he deseado tu mal y tampoco lo haría.
Fue entonces cuando forcé una sonrisa, sonriéndole como si nunca lo hubiese odiado en lo más mínimo.
—No creo que seas capaz de sentir, cuando pasó lo que pasó, tú no mostrabas el más mínimo arrepentimiento.
—¡¡Porque fingí!! —gritó alterado, sus lágrimas no eran impedimento para que hablara—. Fingí que no me dolía delatarte, cuando en realidad me estaba matando por dentro.
—Eso no fue lo que vi...
—Ya deja las estupideces, no eres una niña. Son solo estupideces que te has creado, porque no puedes madurar y aceptar tus malditos errores, ¿creías que siempre iba a estar protegiéndote de todo? ¿ocultando tus errores y cargando con la culpa yo? —baje la cabeza, porque en parte lo sentía así—. No, esta es la vida real y aquí no siempre voy a estar para ti.
Guardé silencio, ahogándome con mis propias lágrimas, no sentía en lo absoluto ningún tipo de tristeza, aun así, algo dentro de mí no podía evitar llorar desconsoladamente delante de mi hermano mayor. Ese que fue una figura paternal y maternal, en algún punto de mi infancia.
La persona a la que más admiraba y en la que quería convertirme cuando creciera...
Eran unos sentimientos que en aquel entonces eran genuinos, pero que ahora ya no estaban.
—Ya lo entendí— dije, secando mis lágrimas para mirarlo sin temor ni pena a los ojos.
Le tomó unos minutos calmarse, cuando al fin lo logró me miró con las manos enlazadas sobre su cabeza, respirando hondo cada que podía.
—¿Dónde estabas?
—Secuestrada.
—¿Quién fue?
—El asesino de las tres caras, Biel.
Tam bajó sus manos, deslizándolas fuertemente por todo su rostro con frustración, suspiró y las dejó reposar en su cintura.
—Todo el mundo piensa que eres su cómplice, se acaban de llevar a Kae porque según ellos han encontrado pruebas que lo comprometen como cómplice tuyo también— habló rápidamente.
—Eso es imposible, ¿Qué tipo de pruebas encontraron?
—ADN, y unas supuestas grabaciones de eso que ocurrió.
Fruncí el ceño confundida, no era imposible, era extremadamente imposible. Quien había hecho eso era Viper, el ADN de Kae ni por asomo podría estar allí, a menos que solo fuera una estrategia de las autoridades para desviar la atención, tomando al primer postor como culpable por la presión que el pueblo ejercía sobre ellos.
Noté algo reluciente dentro del bolsillo de Tam, sin permiso lo saqué, era una sevillana muy afilada de color platino, tenía un llavero con un bultito de cuál saqué algunas monedas sin permiso y me las quedé. Con eso compararía un refresco o algo.
Levanté la mirada recorriendo el patio trasero, observando todo con cuidado, mi atención fue captada por una para nada discreta cámara.
—Tam —le llamé sintiendo la ira crecer dentro de mí—. ¿Por qué diablos hay una maldita cámara siguiéndome? —pregunté moviéndome para confirmarlo, la cámara se movió para el mismo lugar.
—Yo no lo sé...
—Mientes, ¿fue un plan no?, esto disque de quedarte, querías traerme para que me detuvieran —afirmé acercándome peligrosamente hacia él, solo era un maldito mentiroso y traicionero de mierda—. Eres un mamaguevo, Thamael.
Su rostro era la máxima expresión de confusión, apostaba a que era fingida. Esa maldita escoria era una serpiente venenosa.
—De verdad, no tenía ni idea de esa maldita cámara, te lo juro, yo solo quería verte— habló, tan rápido como solo él solía hacerlo.
—¡Mientes!, mejor cállate la maldita boca, traicionero de mierda —lo amenacé con su misma sevillana, apuntando directo a su cuello, sin titubear—. ¿Dónde quedó el compañerismo?, ¿la maldita hermandad? ¿Dónde quedó todo eso que solías inculcarnos, eh?
Estaba molesta, en un principio no hubiese estado tan centrada en la traición si él no se hubiera empeñado tanto en repetirla. Ese maldito se había pasado la mitad de nuestra infancia inculcandonos eso y la otra mitad tomando papeles que no le tocaban.
—Te dije que no se, jamás te delataría de esta forma.
—¿Jamás dices? ¿Y lo de Mariano?
—Coño, que era necesario.
—¿Entonces esto también lo es?
—¡Que no le avisé a nadie! —gritó exaltado, acercándose e intentando quitarme la sevillana—. Ni siquiera sabía de la existencia de esa cámara.
—¡¡Pero suéltame maldito!! —grité, forcejeando con este.
—Te puedes hacer daño, o hacérmelo a mí, todo por tu nula incapacidad de razonamiento, ¿Cómo crees que haría esto?
—No es mi culpa, ya lo hiciste una vez.
Estaba demasiado enojada, y mi enojo aumentó al escuchar en la lejanía las sirenas acercarse. Tam y yo forcejeamos, ninguno cedía a soltar la sevillana, estaba consciente de que se hacía daño intentando quitármela, pero si él no desistía, yo tampoco lo haría.
—Aprende a perdonar, porque tú también te equivocas y cometes errores.
Había comenzado a llover, no era mucha la lluvia, pero sí la suficiente como para obstruir un poco mi vista, las sirenas se escuchaban cada vez más cerca, y el nerviosismo comenzaba a controlarme.
Tam se resbaló y caímos al suelo, me golpeé la cabeza sintiendo un fuerte pitido, me levanté viendo algo borroso.
—Vas a estar bien— escuché a Tam murmurar, mirando hacia la calle, donde venían las patrullas—. Corre, no dejes que te atrapen.
Le di una ojeada, estaba sentado en el suelo, tenía la sevillana en sus manos, la lluvia caía por su cabeza escurriéndose por su rostro, pegando su cabello a su frente y empapando su cuerpo.
No lo pensé dos veces y corrí empezando a escalar la reja de patio, para correr, al mirar hacia atrás lo pude ver sonreír, estaba tendido en el suelo despidiéndose con la mano con la que sostenía la sevillana de plata.
Me escabullí por los patios de las casas hasta lograr salir del otro lado de la calle y continuar mi huida.
Me detuve a respirar en un hediondo callejón, estaba demasiado sofocada y sudada como para seguir corriendo hacia sabría dios que. Calmé mi respiración allí, hasta que pude volver a respirar con tranquilidad.
Mi nuca palpitaba un poco. Y la falta de respiración era anormal. Di unos pasos mareada, tuve que tentarme la cabeza para jadear de dolor al sentir un ardor. Mi mano estaba ensangrentada por la sangre que salía de mi nuca.
Empecé a caminar algo tambaleante aferrándome a la pared, mi vista se volvía borrosa entre veces, mi cabeza dolía demasiado. A rastras logré avanzar por una solitaria calle, algunas luces destellantes obstaculizaron mi vista mucho.
Volví a tentar mi nuca que punzaba y ardía mucho sintiendo algo de metal, observé mi mano de la cual escurría algo de sangre, ahí relucía aquel anillo que me había regalado Aestevan.
Me detuve a pasar una mano por mi rostro, si quería llamar a alguien primero debía llegar a una cabina telefónica, respiré hondo caminando con dificultad. Había podido correr porque no era consciente de la herida que botaba sangre constante.
Me detuve a respirar profundamente, lo hacía cada tanto, intentando avanzar con normalidad, la verdad era que mi cabeza dolía demasiado. No sabía cómo, pero logré llegar a las cabinas.
Entré a ella tomando el teléfono y dejándome caer al suelo, no podía ya con mi cuerpo, ni siquiera tenía idea de cómo me había hecho esa herida. Mi cabeza parecía estar nublada por una niebla espesa que me impedía saber cómo me había hecho eso.
Introduje una moneda de las 1ue tenía a duras penas, marcando el número que estaba en el anillo, pasaron unos dos tonos cuando el teléfono fue tomado, di gracias al señor.
—Hola, ¿quién habla?— cuestionó la inconfundible voz de Aestevan.
—Ayúdame— murmure sin tacto.
—¿Danya? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?
—Me estoy desangrando —admití, mi vista estaba cada vez peor y mis ojos se cerraban inconscientemente—. Solo sé que estoy en una cabina telefónica.
Fue impresionante el hecho de que no hiciera más preguntas, me tomó unos minutos darme cuenta de que me había colgado. Era estúpido pensar que iría a por mí a allí.
La impotencia comenzaba a carcomerme por dentro, las lágrimas comenzaban a escurrirse de mis ojos. Había hecho algo malo, lo sabía, de lo contrario no lloraría sin razón.
Sentía que de verdad había cometido un acto imperdonable, pero algo en mi cabeza me impedía saber con exactitud qué. No supe cuando tiempo estuve allí solo que poco a poco fui perdiendo fuerzas hasta no poder levantarme.
Fue cuando ya estaba resignada a morir miserablemente que escuché un grito.
—¡Danya!— gritó alguien desde algún lugar.
Levanté la cabeza pestañeando para ver a Aestevan estrellar la puerta arrodillándose delante de mí. No podía ver bien porque mis ojos se cerraban solos.
—Oye, ¿Que pasó? Dios —lo ví mirar hacía atrás mientras se queitaba un abrigo—. Llama al doctor, ¡de prisa!
Empezé a llorar de felicidad.
—Maldición, no llores que a tu carita le saldrán arrugas— dijo, moviendo mi cabeza palpando en mi nuca.
—No quiero morir, duele mucho— logré decir llorando aún más, este movía mi cabeza con cuidado, aun así dolía.
—Todo va a estar bien, no vas a morir, no llores más— pidió sosteniéndome en sus brazos.
Sentía la brisa fría chocar en mi piel, como si estuviera desnuda, tenía demasiado frío e incluso temblaba. Con cada movimiento, por leve que fuera, mi cabeza palpitaba demasiado.
—Si voy a morir, tengo mucho frío— murmuré sintiendo el suave cojín de los asientos debajo de mí.
Este acomodó mi cabeza en sus piernas diciéndole algo a alguien que no entendí de lo rápido que lo había dicho.
—Que no vas a morir, ahora si deja de llorar, te ves muy fea— murmuró cerca.
—¿Sabes que soy una mala persona?
—Haz silencio, no hagas mucho esfuerzo en hablar.
Me callé, pero no porque así lo quise sino porque estaba perdiendo el conocimiento al fin, lo ultimo que pude ver mientras todo se volvía negro fue a Aestevan muy cerca diciendo cosas inentendibles en su idioma natal con un rostro preocupado y alterado.
«★꧁༒☨༒꧂★»
Me dolía mucho la cabeza, sentía una muy fuerte presión alrededor de mi frente y toda la cabeza en total. Quería moverme o abrir los ojos, pero no podía por más que lo intentaba.
En mi cabeza se lograron colar ciertas voces, al principio no entendía lo que decían, pero poco a poco se iban volviendo más entendibles, hasta el punto en que el timbre de voz de una me incomodó.
—¿Por qué diablos no despierta? —fue lo que dijo en un tono alto—. ¿No sabes hacer tu trabajo?
—Señor, ella despertara. Pero no creo que las dos criaturas sobrevivan.
—¿Qué insinúas, Louis?
—Son muy pequeños, no hay buena alimentación, no.
—Solo cállate, aunque mejor vete, no te quiero ni ver.
No entendía de hablaban, en mi mente todo parecía distorsionado. Llegó un punto donde no supe más de mí, me sentía como si flotara en una nube, se sentía pacifico. Una vez más volví a perderme en la negura.
«★꧁༒☨༒꧂★»
Pov, Biel.
A decir verdad, la porquería de noticias que veíamos en el televisor era aburrida, de eso no cabía duda. Pero no teníamos nada más que hacer.
—¿No hay nada más divertido que ver en tu tele?— preguntó David.
Resoplé ignorándolo, todos los canales habían hecho una pausa para hablar del inquietante caso de asesinato.
Observaba mi muñeca impaciente, ese Javier debía de estar saliendo del trabajo para ir a beber. Lo había observado durante semanas, incluso meses.
Un alto chico que cuidaba su cuerpo y su alimentación, una amable persona para muchos. Pero un monstruo en las cuatro paredes de su casa.
Solía maltratar a su novia, tanto psicológicamente como física. Si algo me molestaba era eso, por eso, mis víctimas pasaban por una exhaustiva investigación. Mataba a los maltratadores y las maltratadas.
Ellos debían descansar en paz, salir de infierno en el que Vivían. Por eso las mandaba al otro lado, en cuanto a las mujeres maltratadoras también las mataba. No había muchos casos de mujeres maltratando a hombres, pero los pocos que había eran reales.
Por eso no tenia piedad con ningunos, sin importa el sexo.
Nadie debía sufrir lo que mi madre, y lo que lo hacían solo eran estúpidos.
—Erika tiene on año y dos meses, me dijo la innombrable— habló Viper, llegando de la nada con su copia en brazos.
—¿Dónde está Danya?
—¿Qué no había bajado?— inquirió Viper, confundido y extrañado.
—Maldición— me levanté rápidamente yendo a revisar todas las habitaciones.
La llamé en más de una ocasión, sin encontrar rastros de ella por ningún lado.
¿Por qué no se podía quedar simplemente quieta?
Terminé el baño, viendo la ventanilla completamente abierta, ni se había dignado a cerrarla la descarada.
—Esa maldita...
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