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9- Marlene & Beverly

La enorme cantidad de coches aparcados en la calle y junto a la entrada de la casa de las Matthews no dejaba lugar a dudas de que ahí se estaba celebrando una fiesta a lo grande. La música se escuchaba nada más entrar en la avenida, y también se podía ver parte de la hoguera montada al otro lado de la casa, en la playa.

—No debería de haber venido —Marlene Dawson alzó la mirada hacia la entrada de la casa, ya abarrotada de gente.

—Ni de coña. Estás demasiado guapa, como para quedarte encerrada en casa, jugando videojuegos con Mason —Bastian le guiñó un ojo a la azabache.

—Bast tiene razón —Violet le sonrió a su amiga, provocando que esta se relajara un poco, aunque no demasiado.

Sebastian y Violet eran dos pilares fundamentales en la inestable salud emocional de Marlene, no al mismo nivel que Mason, pero indispensables igualmente. Apenas hacía diez meses que había comenzado a salir de la fuerte depresión en la que había caído tras la muerte de su novio, pero sabía que, si estaba mejorando, era gracias a ellos. Por eso, no se había sentido capaz de negarse a acompañarlos a la fiesta. Lo hacían por su bien, para que se divirtiese y fuese abandonando poco a poco ese aura de nostalgia y pena que parecía no querer apartarse de ella.

Pero Marlene todavía no era capaz de volver a sentirse cómoda en esas situaciones. Las multitudes la agobiaban, y tampoco ayudaba que su hermana anduviese por ahí, preparada para humillarla en cuanto se percatase de su presencia.

—¡Dawson, no esperaba verte por aquí! —Una mano se posó sobre el hombro de la chica, sobresaltándola.

Se giró, para encontrarse con Robert McClain, que le dedicaba una simpática sonrisa.

—Yo tampoco esperaba venir, la verdad —contestó ella, al tiempo que se cruzaba un brazo sobre el vientre.

—Hemos tenido que traerla a rastras, pero lo hemos conseguido —dijo Violet.

—Pues habéis hecho bien —Robert le sonrió a la rubia, y saludó a Bastian chocando el puño.

—¡Hey! —Derek Peterson se acercó a ellos, saludándolos con un rápido cabeceo—. ¿Mi primo no está con vosotros? —Miró a Marlene, pues sabía que de su grupo de amigos, ella era la más unida a Mason Handel.

—No le apetecía venir —respondió la chica.

Derek chasqueó la lengua, pese a estar en el mismo instituto que su primo, y vivir en la misma ciudad, no lo veía demasiado, pues pertenecían a grupos muy distintos, y estaban en diferentes cursos, pese a esto, lo apreciaba mucho. Mason no sería muy elocuente y hablador, pero sabía escuchar como nadie, y era el único con el que podía conversar sobre su padre fallecido. Aunque ese lejano trance estaba más que superado, le agradaba recordarlo de vez en cuando y contar anécdotas sobre él.

—La próxima vez, lo arrastráis a él también —propuso Robb divertido.

—Eso está hecho —aceptó Bastian.

—Y tú —Robert señaló a Marlene con un dedo—, ni se te ocurra largarte sin haber bailado conmigo primero, o le diré a Taylor que te deje en el banquillo toda la temporada.

—Golpe bajo, McClain —Derek se echó a reír, al igual que las dos chicas y Bastian—. Nos vemos por aquí —Los dos tigres se alejaron para regresar con sus grupos.

Violet no tardó en girarse hacia Marlene.

—¿Tú sabes cuántas chicas se raparían el pelo para que Robert McClain les dedicase cinco minutos de su tiempo? Lo sabes, ¿verdad? —pestañeó varias veces, sacándole otra sonrisa a la azabache.

—Supongo que soy una chica con suerte —respondió Marlene.

Robert había sido un descubrimiento para ella. La habían apuntado al club de ajedrez por recomendación de su psicólogo, que decía que debía ocupar su tiempo en la mayor cantidad de actividades posibles. Allí la habían colocado como contrincante de McClain, y enseguida había comprendido que no era el típico futbolista. En poco tiempo había conseguido hacerla sonreír, cosa que no pasaba desde hacía mucho.

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Beverly entró en la habitación, cerró la puerta tras de sí, y miró a las tres animadoras que, sentadas en su cama, aguardaban a que ella hablara.

Desde el piso de abajo, y a través de la ventana, ya se podía escuchar la música proveniente de la fiesta, iniciada una media hora atrás, junto con el barullo causado por decenas de adolescentes divirtiéndose.

—¿Podemos saber a qué viene esto?, acabas de cortarme el rollo con Nick Gallaher —El deje impertinente de Kendall Dawson fue zanjado con una simple mirada por parte de Beverly. La menor de las Matthews no consentía que nadie le faltara al tono.

Respiró hondo una vez, se recolocó la perfecta melena, y se llevó las manos a la cintura:

—Blanchard está otra vez en Emerald, y no puedo permitir que me vuelva a quitar lo que es mío —explicó—. Ya lo está haciendo, para empezar, ya ha conseguido entrar en el equipo, pero no va a durar, no la vamos a dejar.

Safary Rushell arqueó las cejas.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer? —preguntó. Porque sabía que Beverly tenía un plan, la conocía desde que eran unas crías, podía interpretar a la perfección el lenguaje corporal de la rubia. Así como sabía que no las habría sacado de la fiesta para encerrarlas en su habitación si no tuviera algo que pedirles.

Beverly miró a su amiga pelirroja:

—Quiero que os peguéis a sus chicos, quiero que os acerquéis a ellos y les saquéis todo lo que podáis —expuso—. Me da igual cómo lo hagáis, o cuántas veces tengáis que acostaros con ellos. Solo hacedlo.

—Ever, ¿es necesario? —aventuró Cassidy—. No creo que vayamos a conseguir nada así, y tampoco creo que Liber quiera quitarte nada, o sea, ha rehecho su vida, tiene nuevos amigos, y...

—Y entre esos nuevos amigos no estás tú, Cass —la interrumpió Beverly, implacable pero exenta de reproche—. Te dejó atrás para irse con otros que le interesaban más. No le importas ahora, y no le importaste antes. No se puede confiar en ella, solo piensa en sí misma.

La aludida bajó la mirada automáticamente, provocando que un leve, ínfimo, casi inexistente vestigio de arrepentimiento, se asentase en la mente de Beverly.

La rubia se acercó a su amiga, y le colocó una mano bajo el mentón, alzándole el rostro con suavidad:

—Pero ahora nos tienes a nosotras Cassie, nunca te haríamos algo así.

Una risa sarcástica asomó desde los labios de Safary, aunque se cortó en cuanto percibió los ojos de Beverly puestos sobre ella, azules, fríos, y amenazantes. La pelirroja alzó las manos al frente en señal de disculpa, y dejó que la rubia siguiera hablando.

»Si no quieres participar, no pasa nada —continuó Ever—, pero sería una pena, he visto como te miraba hoy Scorpius Malfoy en la piscina de waterpolo.

—¡Malfoy para Travers! —intervino Kendall escandalizada—. Está demasiado bueno.

—Con cuántos te estás acostando actualmente, Dawson —El tono de Beverly no era de interrogación, pero la animadora castaña no pareció darse cuenta.

—Actualmente solo con cuatro. Soy una dama.

—Mi hermanastro entre ellos —fulminó Safary.

—Derek está bueno —Kendall se encogió de hombros.

—Y por eso, Scorpius es para Cass —cortó Beverly—. Los Malfoy son una de las familias más refinadas y selectas de Gran Bretaña. No te ofendas Kendall, pero con tu reputación no conseguirías ni que te mirase. Sin embargo, Cassidy es inteligente, guapa, y educada; cualquier chico con dos dedos de frente se fijaría en ella.

—¿Mi reputación? —la castaña frunció el ceño.

Beverly rodó los ojos, totalmente agotada... Kendall no era más tonta, porque no podía. Volvió a respirar hondo, tal y como Emma le había pedido que hiciera antes de estallar. Tras unos segundos, retomó la palabra:

—Safary, tú te encargarás de Albus Potter. He oído que los Potter tienen una especie de fetiche con las pelirrojas —añadió, chasqueando la lengua. Esos ingleses eran raros a rabiar.

La aludida sonrió satisfecha. Había visto al susodicho en bañador durante la prueba de waterpolo, y tenía que reconocer que estaba para comérselo... Aunque nadie podría superar a Luke.

—¿Y tú? —preguntó la pelirroja.

—Yo no me puedo separar de Jasper —contestó Ever, como si fuera obvio.

—Entonces, ¿yo qué hago? —preguntó Kendall, totalmente perdida.

—Por el momento nada —se limitó a contestar Beverly, consciente de que no merecía la pena perder el tiempo intentando explicarle a la mayor de las Dawson la segunda fase del plan.

—¿Y después qué? —preguntó Cassidy. En el fondo, no podía negarle nada a Beverly, ella había aparecido cuando más necesitaba a una amiga, y desde ese momento no la había abandonado. Definitivamente, no la privaría de su ayuda.

La rubia esbozó una sonrisa torcida:

—Todo en su momento, queridas. Por ahora, limitaos a desplegar vuestros encantos con los británicos.

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—Tenemos que repetir, Fred y Rose han hecho trampa —señaló Lysander.

—Estoy de acuerdo —corroboró Roxanne, cruzándose de brazos y fulminando a su hermano con la mirada.

—No podéis demostrarlo —Rose les dedicó una sonrisa divertida a Roxanne y Lysander.

—¡Se siente! os toca conducir a la vuelta, así que ni una gota de alcohol, Roxie —Fred le guiñó un ojo a su melliza, que resopló como acto reflejo.

Los once caminaban por la calle en dirección a la fiesta. Lily y Hugo no habían obtenido el permiso de Harry y Ron para acudir, por lo que, en ese momento, seguían en la mansión Blanchard, lamentándose por no tener un año más.

Al haber tanta gente, habían tenido que aparcar los tres coches en los que habían llegado, un par de calles atrás, así que durante el camino habían dispuesto de tiempo de sobra para echar a suertes quienes se mantendrían sobrios para conducir cuando la fiesta terminase.

—¿Tú no te quejas, Agatha? —Albus miró divertido a su amiga rubia, que parecía incluso más decepcionada por perder que Lysander y Roxanne.

—Si sirviera de algo —Ella exhaló un suspiro.

—¿Y si alguno de nosotros no va a dormir a casa? —Lysander lanzó la baza al aire, buscando una última oportunidad de librarse.

—¡No me digas que ya tienes una víctima en mente! —Dom enganchó el brazo del gemelo, dedicándole una simpática mirada de curiosidad—. Venga Sander, cuéntale a la tía Dominique quién es tu chica.

—Ninguna todavía —Sonrió él—. ¿Por qué?, ¿estás interesada? —añadió en un dramático tono meloso.

—Cualquiera estaría interesada, solo mírate —contestó la semiveela riendo, y provocando la risa del chico.

—Va, venga, muy buena la broma —James se metió entre los dos, que dejaron de reír para escucharlo—. Ahora en serio, necesitamos un plan. Una hora para quedar si nos separamos, y todo eso. Tenemos que organizarnos.

Albus arqueó las cejas.

—El que acaba de decir eso no puede ser mi hermano —dijo, igual de sorprendido que los demás.

James hundió los hombros.

—Tengo que saber cuánto tiempo tendré, para calcular a cuantas chicas me podré ligar. ¡El arte de ser James Sirius Potter no es tan fácil, requiere cierta organización! —señaló con toda la naturalidad del mundo.

Una carcajada general acompañó a las palabras del chico.

—Tan típico de ti, Potter —dijo Agatha.

—Algo de razón tiene —Lorcan apoyó a su amigo—. Hora y lugar. Tú mandas Liber, eres nuestra anfitriona

La música ya llenaba sus oídos, y un importante tumulto de estudiantes se agolpaba junto a la entrada de la casa, que ya tenían enfrente.

—Por mí no hay problema, podemos quedarnos todo lo que queráis. Mañana es sábado, y esta es vuestra primera fiesta en California, sería una tontería no aprovecharla al máximo —contestó Liber.

—No entiendo qué hay contigo, Blanchard, pero hasta cuando insinúas que nos emborrachemos y nos desmadremos a tope, haces que parezca lo más razonable y honrado del mundo —Scorpius le revolvió el pelo a su amiga, mientras ella lo intentaba apartar entre risas.

—Talento natural —respondió Liber.

—Todo esto me parece estupendo, no voy a decir que no —James se frotó las palmas de las manos—. Pero que ninguna de vosotras se pase de desmadre, porque me la llevo derechita a casa, ¿capisci? —Miró tanto a sus tres primas, como a Liber y Agatha. Por muy James Sirius Potter que fuera, siempre había contado con un instinto protector exagerado hacia todas las chicas que consideraba parte de su familia.

—Claro, papá —Dominique respondió con una sonrisa cargada de ironía—. ¿Podemos ir ya a jugar? —añadió divertida.

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