Capítulo 8
Justin y yo caminamos en silencio hacia la zona de matorrales que habíamos visitado dos días atrás, cuando la insistencia de Annie nos había obligado a pasar tiempo juntos. De alguna manera, esa situación se sentía aún más incómoda que aquella. Procuré caminar varios metros por detrás de él y, una vez que llegamos, me aproximé a las flores de lavanda.
El césped estaba menos cuidado en esa área. Se había aplastado en algunos caminos angostos donde circulaban personas, pero en el resto del terreno estaba demasiado alto. Por un momento, no quise pisar fuera del sendero por temor a lo que podía estar escondido en la hierba, pero estaba cansada del miedo, así que le dediqué una inspección cercana a la planta.
Justin continuaba en silencio y, cuando le eché un vistazo de reojo, lo vi centrado en su reloj pulsera. Fruncía el ceño pronunciadamente mientras miraba las manecillas marcando la hora. Siempre lucía como si estuviera llegando tarde a algún lugar.
—¿Otra vez con prisa? —inquirí.
A pesar de mantener mi voz libre de aspereza, no pude evitar que mi tono sonara seco. Justin no pareció afectado en absoluto por ello. Dejó caer el brazo a un costado y, finalmente, me miró sin expresión alguna en su semblante.
—¿Qué escuchaste anoche? —me interrogó abruptamente.
Iba a cruzar los brazos en mi pecho, pero terminé abrazándome a mí misma mientras evadía su pregunta.
—¿Cómo supiste que estaba oyendo algo?
Vi la irritación encender una chispa en sus ojos y estuve segura que no iba a responderme, mas me sorprendió al ceder.
—Las voces. Sé que están en el trastero. Con ellas se comunica Annie.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal a pesar de las altas temperaturas en el llano.
—Tu madre me dijo que es... una... ¿canalizadora de ángeles?
Justin asintió una vez.
—Sí, así es como los llaman.
—¿Qué diablos es eso?
—No tengo idea —admitió con naturalidad— Solo sé que se comunica con ellos.
Solté un bufido.
—No creerás que es verdad, ¿o sí?
—Tú los oíste.
—No sé lo que oí —determiné.
Justin exhaló una bocanada de aire, demostrando impaciencia.
—Eres imposiblemente terca.
—¿Disculpa?
Dejé caer mis brazos a los costados, mis manos volviéndose puños.
—Oíste las voces. Sabes que son ellos. Ahora, solo dime qué te dijeron.
—¡Lo único que escuché fueron extraños murmullos! Pudo haber sido un maldito parlante en ese maldito trastero. No me extrañaría que tuvieran una sonorización de ese estilo considerando que aquí parecen estar todos locos.
Esperé que se ofendiera por lo que estaba diciendo de su familia, no obstante, se mantuvo tan impasible como siempre. Sus ojos opacos observaron mi rostro con detenimiento.
—Para ser una estrella de rock... —pronunció con lentitud—, tienes la mente muy cerrada.
Me quedé atónita unos segundos, mis labios entreabiertos mientras la sorpresa se acumulaba en mi garganta, ahogándome.
—¡Estamos hablando de ángeles! ¡Ángeles! —reiteré— Como... criaturas sobrenaturales aladas al servicio de Dios mismo. Y tu madre dice que puede hablar con ellos.
—No es la única en la casa que puede hacerlo —Justin dio un paso más cerca— ¿Qué te dijeron?
Me concentré en la urgencia de sus palabras. La verdad era que no entendía lo que estaba pasando y, durante un fragmento de segundo, me incliné a aceptar la ilógica explicación de que había escuchado las voces de ángeles. Cerré los ojos y negué con la cabeza. No quería perder la cordura y era exactamente lo que iba a suceder si prolongaba aquella conversación. Decidí ser honesta para culminarla enseguida.
—Destino. Es hora —articulé con dificultad— Eso es todo lo que oí.
—¿Destino? ¿Es hora?
—Sí.
—¿Nada más?
—Nada más —confirmé.
Abrí los ojos, aunque centré la vista en el suelo. Otra vez, el silencio se hizo presente y logré distinguir pájaros trinando cerca de nosotros, mientras que, en la lejanía, graznidos y gorjeos delataban la presencia de otras aves. Levanté la vista al cielo a tiempo para detectar a dos de ellas cruzando por el cielo. Tardé un segundo en detectar el color rosa de sus enormes alas adornadas con terminaciones negras en contraste con sus cuerpos largos y blancos. Las observé detenidamente, sintiéndome maravillada.
—¡¿Son flamencos?! —señalé.
Justin emitió un pequeño gruñido, como si mi ignorancia fuera instantáneamente letal para su paciencia.
—Sí.
—¡¿Aquí hay flamencos?! ¿Cómo? ¡No hay cuerpos de agua!
—Sí que hay. Varios kilómetros al oeste.
—No me lo habían dicho...
Los flamencos se perdieron en los confines del paisaje y un brote de inspiración se apoderó de mí. Necesitaba componer en ese preciso instante.
Volví mi atención a la tierra y noté que Justin estaba dándome una intensa inspección. Con turbadora lentitud, su mirada subió desde la punta de mis pies hacia mis ojos. Negó con la cabeza de manera exiguamente perceptible, mas logré captarlo y lo tomé como un insulto.
Sabía que no había puesto suficiente esmero en mi apariencia ese día, pero tenía otras preocupaciones en mente. Además, verse moderadamente desarreglado era una regla preponderante para lucir más interesante. Al menos eso es lo que Lenon me decía y, con respecto a modas, yo seguía sus consejos. Él era la mejor opción entre el estilo nada convencional de Jolly y el convencional en demasía de Sterling.
Raramente me sentía insegura de mi aspecto, así que no pude hacer menos que ofenderme en ese instante.
—Deberíamos volver —dispuse, mi voz tan glacial como sus ojos.
Sin proferir contestación, Justin se giró y emprendió el camino de vuelta. Lo seguí, procurando que algunos metros se interpusieran entre nosotros.
Apenas llegamos a las inmediaciones de la casa, hallé a mi abuela sentada sobre en el porche, con una jarra de limonada fresca y dos vasos junto a ella.
—Hey, niñata —me saludó, aunque sus ojos siguieron a Justin hasta que él ingresó a la casa y desapareció tras la puerta.
—Hey —respondí, sentándome a su lado.
—¿A dónde fuiste con Justin?
—A ningún lado —le resté importancia— Solo caminábamos. Oye... —roté un poco mi torso para enfrentarla— ¡Vi flamencos reales! ¡Volando! Nunca los había visto volar.
El recuerdo hizo que mi inspiración volviera. La urgencia de correr a mi habitación, tomar mi guitarra y empezar a escribir era tan potente que casi sucumbo a ella, pero Dorothy me sirvió un vaso de limonada y quedó claro que deseaba pasar tiempo conmigo.
El refresco descendió por mi garganta, proporcionándome un alivio del intenso calor.
—Así que... Annie me dijo que ustedes estuvieron hablando.
Me atraganté y tuve que toser durante largos segundos antes de poder recomponerme y respirar con normalidad.
—Eh... —volví a toser— Sí.
—Te dijo lo que ella es. Lo que hace...
Hasta ese momento, no me había planteado la idea de que Dorothy sabía sobre las creencias de Annie, pero tenía total sentido. Asentí.
» —No debes juzgarla, Moira —me advirtió, y oí la entonación del reproche en su voz— Tú eres mejor que eso.
Asentí de nuevo, sin saber qué responder, ya que en realidad no estaba de acuerdo con sus palabras. No me sentía mejor persona que eso y mi desdén lo demostraba.
—No puedes ver la música, ¿cierto? —continuó ella.
—¿Qué? —inquirí, confundida.
—No puedes ver la música vibrando en el aire, sin embargo, está ahí.
—Puedes detectarla con los mecanismos sofisticados pertinentes —argumenté.
—Bueno, con los mecanismos sofisticados pertinentes, puedes detectar muchas cosas invisibles.
Observé a Dorothy con las cejas en alto durante un segundo. No podía creer que estaba implicando un grado de veracidad en las ideas irrisorias de Annie.
—¿En serio? ¿Tú crees en todo esto, abue?
—Lo único que digo es que no tomes tu perspectiva como la única válida.
Al menos en eso tenía razón y no lo podía discutir.
Logré volver a mi habitación una hora más tarde, luego de conversar con Dorothy respecto a sus avances en la huerta y señalar, una vez más, su vitalidad renovada. No quería insistir en el tema, me alegraba que se viera más sana, pero también me preocupaba que fuera uno de esos arrebatos de energía que el cuerpo generaba en su adrenalina antes de caer en un mayor deterioro.
—Estoy bien, Moira. Deja de analizar tanto las cosas. Empiezas a parecerte a tu madre.
Sabía que su comentario pretendía ser un insulto, sin embargo, extrañaba tanto a mis padres que no pude considerarlo de esa forma. De hecho, en cuanto ingresé a mi dormitorio, conecté mi teléfono al Wi-Fi de la casa para enviarles un mensaje, preguntando si podíamos hacer una videollamada en la noche.
Fue entonces que recibí el mensaje de mi psiquiatra, programando la sesión de emergencia que le había solicitado para esa tarde. Confirmé el turno, concluyendo que podía componer mientras esperaba.
Conecté la guitarra eléctrica al amplificador, bajando el volumen de éste al mínimo. Tomé asiento en la cama y rasgué un par de cuerdas para asegurarme que las agudas frecuencias estaban afinadas. Mientras las oía, suspiré y cerré los ojos, recordando el volar de los flamencos. Utilicé una melodía que Lenon me había enviado pocos días atrás para empezar unir notas y palabras en mi cabeza.
"Había olvidado cómo se sentía
Usar las cuerdas para entonar el día
Escribiendo nocturnos pasé mi vida
Porque la oscuridad me consumía
Pero llegaste
Volando en el cielo más brillante
Entonces supe
Que aún no era demasiado tarde"
Escribí los versos en mi cuaderno, anticipando que escribiría una estrofa más antes del estribillo. Quería dedicarle mayor tiempo a este para lograr una composición pegadiza. Sabía que las melodías genéricas iban a disgustarle a la banda, pero esperaba que el público aprendiera la letra fácil y rápidamente. Era la primera canción en mucho tiempo que difundía algo de esperanza.
Estaba acostumbrada a componer en base a emociones negativas, exceptuando las canciones en las que hablaba de amor.
De repente, acudió a mi mente un joven rostro de piel morena ornamentado con dos grandes ojos color celeste. Podía ver destellos reluciendo en las hermosas esferas mientras unos oscuros rizos rubios caían sobre ellas. Entonces, él me sonrió.
Sacudí la cabeza, pretendiendo que esa imagen se desvaneciera. Me reprochaba a mí misma que aún siguiera pensando en ese chico después de tanto tiempo. Eso era un disparate.
Volví a centrarme en la guitarra para ahogar con el ruido el resto de mis pensamientos.
"Las densas sombras de poesía
Atravesadas por coro en armonía
El astro que reinaba en lejanía
Regresa al trono en algarabía
Etéreo llegaste
Volando en el cielo más brillante"
La estructura musical estaba lejos de satisfacerme, así que grabé todo con mi teléfono y se lo envié a Lenon para que la terminara. Fue en ese momento que noté cuán cerca se hallaba el horario de mi sesión con el psiquiatra.
—Hola, Moira —me saludó al conectarnos en la videollamada.
—Hola... —murmuré, sintiéndome un poco nerviosa— ¿Qué tal?
—Sorprendido. No esperaba una emergencia de tu parte.
Era cierto. Aun en mis peores pesadillas, no solía pedir ayuda fuera de nuestros horarios de consulta. A veces, ni siquiera dentro de éstos.
—Sí... —titubeé.
De repente, me asaltaron las dudas. Mi psiquiatra, con su largo cabello entrecano, su barba tupida y gruesa y sus anchos anteojos que resaltaban la generosidad en sus ojos, evocaba confianza, pero aun me incomodaba confesarle lo que había sucedido. Me tomé unos segundos para elegir cuidadosamente las palabras que iba a utilizar.
—Tuve un... percance. El día de ayer. Yo... Estaba en la casa y... —mi voz temblaba notablemente— Me pareció escuchar unos murmullos detrás de una de las puertas. Bueno, al principio eran murmullos, pero finalmente distinguí voces. Y esas voces decían... cosas. Luego supe que ese cuarto era un trastero y no había nadie allí. Es decir, no sé de dónde pudieron salir las voces. Pero eran voces. Estoy segura. Yo... escuché bien.
—¿Qué decían? Las voces.
La expresión del psiquiatra no se alteró en lo más mínimo tras mi confesión. Lucía igual de apacible que siempre y eso logró tranquilizarme a mí.
—Destino. Es hora —respondí con mayor firmeza.
—¿Alguna vez escuchaste esas mismas palabras en alguna de tus pesadillas?
Su pregunta me sorprendió, mas procuré responder con presteza.
—Eh... Sí. Esa misma noche.
El médico asintió y anotó algo en la libreta apoyada sobre su escritorio antes de volver a hablar.
—Es un efecto colateral de las pastillas—dictaminó— Al hundirte de forma antinatural en una fase tan profunda del sueño, puede que un aspecto residual de tu inconsciente quede activado cuando estás despierta. Eran las voces de tus sueños sonando en tu propia mente.
—Oh...
Su diagnóstico era factible, solo que no explicaba cómo era posible que Justin supiera sobre los murmullos mientras los estaba oyendo. Por un instante fugaz, consideré comentarle el asunto de los ángeles, pero concluí que verbalizar eso frente a alguien con la potestad de encerrarme en un psiquiátrico no era la mejor decisión.
—Ok —acepté, soltando una carcajada nerviosa— Pensé que estaba volviéndome loca —bromeé, aunque era cierto.
—Moira, todos estamos locos —me respondió, sonriendo.
Sí. Lo estábamos.
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