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Capítulo 6

—Buenos días, bella durmiente —saludó mi abuela empleando una voz cantarina.

Yo acababa de descender las escaleras y la había encontrado en la cocina, preparando el almuerzo. Había despertado pocos minutos antes, ya que dormí en profundidad por largas horas debido al efecto de las pastillas.

—Buenos días —respondí arrastrando las palabras con un tono de volumen bajo, delatando somnolencia.

A pesar de mi sopor, percibí la celeridad en la actividad de Dorothy. Se movía con vigor de un lado a otro en la cocina para cortar vegetales o trozos de carne y echarlos en la olla. Fruncí el ceño, recordando lo mucho que le costaba caminar sin ayuda tan solo dos semanas atrás.

—Veo que te sientes bien hoy —observé.

—Sí, sí... —confirmó, distraída— No tanto como tú después de dormir casi diez horas.

—Con respecto a eso, gracias por preocuparte por mí ayer, ¿eh? —pronuncié el sarcasmo con humor.

Mi abuela dejó de picar el perejil que sostenía sobre la tabla y me miró.

—¿De qué hablas? —inquirió.

—Nunca fuiste a mi habitación para ver qué había pasado.

—No entiendo, Moira, ¿qué pasó en tu habitación?

—Cuando grité —aclaré— No viniste a verme cuando me escuchaste gritar.

—No sé de qué hablas, cariño. Yo nunca te escuché gritar.

Parpadeé varias veces, tomándome mi tiempo para asimilar sus palabras. Era imposible que no hubiera captado mis gritos. Nuestros cuartos estaban pegados uno al lado del otro. Yo podía oír cada vez que daba un paso e incluso escucharla roncar por la noche.

—Ayer tuve una pesadilla y grité en sueños —expliqué.

—¡Moira! ¿Te dormiste sin tomar la pastilla? —me regañó.

—Fue sin querer. Me quedé dormida mientras componía... ¿Estás segura que no oíste nada?

—Cariño, no gritaste en ningún momento. Lo hubiera escuchado y, ten por seguro, hubiera ido a verte.

Sacudí la cabeza mientras intentaba aclarar mis ideas. Si no había gritado, ¿cómo supo Justin que debía despertarme? Quizá estaba removiéndome o emitiendo sonidos de menor frecuencia, pero, ¿cómo pudo escucharlos él? No había explicación plausible...

A no ser que ya hubiera estado presente en mi habitación previo a que mi pesadilla comenzara.

Un recuerdo acudió a mi mente. Un recuerdo nebuloso de una figura oscura acercándose a los pies de mi cama justo antes de quedar dormida. Había ocurrido el día en que llegué a esa casa por primera vez, después de un largo viaje desde mi hogar. No lo había reconocido entonces, pero podía identificarlo en ese momento mientras la memoria resurgía.

—Moira, ¿a dónde vas?... ¡Moira!

La voz de Dorothy fue perdiendo volumen a medida que me alejaba. Crucé la sala y abrí la puerta de entrada, emergiendo al porche.

El vehículo todoterreno de Justin no estaba allí.

—¿Moira? ¿Está todo bien?

Annie estaba regando las plantas del porche. Me observó con curiosidad mientras doblaba la manguera para cortar el flujo de agua.

—Sí, sí. Todo está bien... Solo quería saber dónde está Justin para... dar otro paseo hoy.

Mi excusa no era convincente, lo supe incluso antes de ver la incredulidad plasmada en el rostro de Annie, pero no me importaba. Lo único que acaparaba mi mente era mi necesidad de interrogar a su hijo.

—Oh... —Annie asintió— Bueno... Justin tuvo que irse, pero volverá en unas horas.

Esperaba que mi impaciente ansiedad pudiera soportarlas. Almorcé con mi abuela, Annie y Fred, ignorando las miradas de soslayo que me dedicaban, incitadas por mi inusual silencio. No podía hacer grandes aportes en la conversación cuando mi atención estaba puesta en otro lado, lejos de la mesa.

Sabiendo que aun restaba largo tiempo por mata, por la tarde tomé mi bajo, mi cuaderno y una botella de agua, caminé varios metros por la planicie, deteniéndome frente a un olivo. Me senté bajo su sombra, con la espalda apoyada en el tronco, y transcurrí las horas siguientes intercalando notas en la cadena de trastes hasta lograr componer una melodía para el puente de la canción.

Abrí la grabadora en mi teléfono y lo deposité sobre el césped mientras tocaba, esperando que el audio se escuchara lo suficientemente bien para enviárselo a la banda. La noche anterior, antes de dormir, les había enseñado mi progreso y ellos lo habían elogiado, aunque Lenon me recordó que prometí una canción completa.

—Mañana —aseguré.

Quería aplacar su insistencia con la nueva melodía, aun si todavía no ideaba la letra que iba a acompañarla. Se la envié en cuanto la tuve grabada y no obtuve respuesta inmediata.

Mientras tanto, seguía esperando a Justin. Había dejado la casa atrás en mi caminata y no podía distinguir mucho de ésta con mi visión, sin embargo, procuré sentarme cerca del camino, de esa forma vería su vehículo llegar. Tenía la esperanza de que no se ausentara hasta la noche como a veces solía hacer.

Hasta el momento, no había rastros de él, aunque sí divisé a Penelope dando vueltas por la llanura a escasos metros de distancia. Tenía la mirada clavada en el suelo, como si estuviera buscando algo, no obstante, para mi vasto asombro, descubrí que solo buscaba una excusa para estar cerca del sonido que emitía mi bajo.

Varias veces detecté que su cabeza se movía al ritmo de las notas y, en una secuencia particularmente dramática, sus labios se abrieron y su pecho se desinfló, delatando que había expedido una profunda exhalación. Yo conocía el sentimiento, aquel que te dejaba sin aire. Lo experimentaba cuando escuchaba una pieza impactante.

Al parecer, Penelope también era capaz de apreciar la música.

—¡Oye, Penny! —la llamé.

Ella me dedicó una mirada cargada de antipatía, como si al pronunciar su apodo la hubiera ofendido. Me dio la espalda y empezó a caminar de regreso a la vivienda.

»—¡Espera!

Continuó su marcha sin prestar atención a mi voz, así que recurrí a mi bajo y empecé a tocar la melodía que la había impresionado minutos antes.

Penelope se detuvo abruptamente. Miró sobre su hombro directo al instrumento, a la forma en que mis dedos se movían por las cuerdas. Con lentitud, se dio la vuelta y comenzó a acercarse. Su indecisión se manifestaba en la expresión en su semblante y en la vacilación de sus pasos que, a veces, retrocedían antes de seguir avanzando.

Toqué la canción completa, dos minutos y cuarenta y cuatro segundos, mientras ella se aproximaba, atraída por la música. Me sentí como el flautista de Hamelín, aunque esperaba que el final de este encuentro fuera menos trágico.

En cuanto se halló de pie frente a mí, la melodía culminó y, en el silencio absoluto que le siguió, nos miramos una a la otra durante largos segundos.

Entonces, me sorprendió al hablarme:

—¿Tú hiciste eso?

Titubeé, creyendo que se refería al funcionamiento del instrumento.

—Eh... Sí. Tocando las cuerdas.

Penelope negó con la cabeza.

—¡No! Me refiero a... ¿Tú creaste esa música?

—Oh... —exhalé, comprendiendo su pregunta— Sí, la compusimos con un amigo. Él hizo el coro.

Toqué los acordes del estribillo para que los reconociera y ella quedó embelesada una vez más.

—Impresionante —admitió en un suspiro.

Luego, cruzó los brazos sobre su pecho y frunció el ceño. Sacudió la cabeza, como si estuviera negando los pensamientos que empezaban a surgir dentro de ella.

Reconociendo que se me estaba escapando la oportunidad de hablar con la chica, fuente valiosa de información sobre su escurridizo hermano, me apresuré a preguntarle si quería oír otra canción.

Ella suspiró, dejando caer sus brazos a los costados y relajando los músculos tensionados de su cara. Asintió con vehemencia y, para mi asombró, se sentó adelante mío. Ajuste algunas clavijas para afinar las cuerdas antes de mostrarle uno de los temas que solíamos tocar en vivo con la banda. Sin darme cuenta, empecé a cantar y Penelope me observó con los ojos muy abiertos.

—Esa fue más dulce que la anterior —comentó cuando terminé— ¿También creaste la letra?

—Sí. Usualmente, yo las escribo.

—¿Cómo haces para crearlas?

—Me inspiro en cosas diversas —expliqué.

—¿En qué?

—Bueno... Me dicen que suelo escribir mucho sobre angustia, pero el contenido de la canción no es lo importante para mí. Lo único que me importa es que las sílabas de la letra entonen con la música.

—Pero lo que acabas de cantar no fue triste, fue... ¿de amor?

La voz de Penelope sonaba enérgica mientras me interrogaba, opuesta a las ocasiones anteriores en que habíamos interactuado, donde se dirigía a mí con lento desdén.

—Sí, también escribo sobre amor —confesé, evitando su mirada.

Pocas cosas lograban que sintiera timidez, una de ellas admitir quién era la inspiración de mis canciones románticas. El único que lo sabía era Lenon y, a veces, solía burlarse de mí por ello, lo cual intensificaba mi decisión de no revelarlo a nadie más.

»—¿Quieres tocar? —consulté, cambiando de tema.

Penelope abrió los labios, aunque ningún sonido salió de ellos. Tardó varios segundos en recuperarse de la consternación.

—¿Qué? ¡No! Yo no sé hacerlo —respondió al fin.

Le pasé mi bajo y ella se negó a tomarlo, pero insistí, por lo que terminó accediendo. Lo colocó torpemente entre sus brazos y la ayudé a acomodarlo.

—Inténtalo —la animé.

Ella tragó saliva antes de raspar las cuerdas con sus dedos, lo cual produjo un ruido discordante. Frunció la nariz y los labios, provocando que sus ojos se achicaran. Me reí.

—No te preocupes. Lleva mucho tiempo de práctica. Podría enseñarte...

—¿Hablas en serio?

Penelope sonaba deslumbrada por mi oferta, pero logré captarlo poco con mis oídos, pues mi atención se había desviado al vehículo que apareció en el camino.

Justin estaba llegando.

Me puse de pie de un salto y sentí las articulaciones de mis piernas doler por el cambio repentino de postura. Las estiré un poco, hablándole a Penelope.

—Lo siento. Tengo que volver a la casa.

Ella miró sobre su hombro a la camioneta de su hermano y asintió, comprensiva. Me devolvió el bajo, poniéndose de pie. Yo lo guardé en su funda y lo colgué en mi hombro, tomando mi cuaderno y la botella ya vacía.

—Puedo enseñarte otro día —propuse.

Los ojos de Penelope, usualmente opacos, brillaron en ese momento.

—De acuerdo.

Manteniendo una marcha moderada para no fatigarme, regresé a la vivienda. El coche de Justin ya estaba estacionado en la puerta, así que me apresuré a entrar. Deposité el bajo y mi cuaderno en el sofá de la sala y me dirigí a la cocina para rellenar la botella con agua y dejarla en la heladera.

No me crucé con nadie mientras llevaba a cabo esas tareas en el piso inferior, por lo cual inferí que Annie y Dorothy estaban en la huerta mientras Fred trabajaba en el llano. La casa estaba vacía y a oscuras, pues habían bajado las cortinas para que el sol de la tarde no aumentara la temperatura en su interior.

Subí las escaleras, intentando captar algún sonido que delatara la ubicación de Justin, pero el silencio era hermético. No sabía cuál era su habitación, aunque una vez lo había visto encaminarse al pasillo derecho y, por consiguiente, supuse que debía encontrarse allí.

Una vez en el rellano, doblé en esa dirección y mis ojos se fijaron enseguida en la puerta al final del pasillo, desde la cual habían emergido los murmullos dos noches atrás. No podía apartar la mirada mientras me acercaba a ella.

De repente, sentí que las sombras circundantes se hacían más espesas y la negrura empezó a estorbar mi visión. Los latidos de mi corazón se precipitaron a un curso veloz, mas logré convencerme que era un efecto inducido en mis ojos por estar sumida en la oscuridad durante varios minutos.

Finalmente, logré apartar la mirada de la puerta y detuve mis pasos, observando alrededor con objeto de detectar el dormitorio de Justin.

Entonces volví a oírlo.

Los murmullos.

Me sobresalté. Absorbí una abrupta bocanada de aire mientras mis ojos se abrían de manera desmesurada, centrándose de nuevo en la puerta al final del pasillo. La parálisis que el miedo me provocó fue tal como si mi sangre estuviera hecha de hielo al tiempo que recorría mis venas, congelando cada parte de mi cuerpo.

No podía entender lo que decían las voces, no solo por su lenguaje enrevesado, sino porque los latidos retumbando en mis sienes tapaban el sonido del siseo. Moví las manos a mis costados para lograr salir de aquel trance producido por el pánico y conectarme con el plano físico de la realidad. Las apreté con fuerza, convirtiéndolas en puños.

Al sentir las uñas clavándose en mis palmas, el temor se fue disipando y mis pensamientos empezaron a esclarecerse. Tenía que haber una explicación lógica para lo que estaba sucediendo y esa explicación se hallaba detrás de esa puerta. Necesitaba cruzarla.

Caminé a paso ligero hasta posicionarme frente a ella. El sonido de los murmullos aumentó y logré distinguir algunas sílabas.

Des... Sal...ción... Ai...

Incliné mi cabeza y apoyé mi oído contra la fría madera de la puerta.

Dest...

Destino...

Es hora.

—¿Qué estás haciendo?

Di un respingo, alejándome de la puerta y girándome con celeridad. Justin estaba de pie detrás de mí, observándome fijamente.

—Yo... Estaba...

Fui incapaz de formular una respuesta. Lo único que acaparaba mi mente eran las palabras susurradas que acaba de oír: Destino. Es hora.

—¿Husmeando?

La seca acusación de Justin provocó que mi atención volviera a centrarse de un golpe en la realidad.

—¡No! —me defendí de inmediato— Es solo... Me pareció oír algo y yo...

Él se fijó brevemente en la puerta antes de volver a hacer contacto visual conmigo.

—¿Oír algo? —pronunció con lentitud— ¿En el trastero?

—¿Es un trastero? —pregunté, asombrada.

—Es el armario donde mis padres guarda sus porquerías —explicó Justin— ¿Qué estás haciendo aquí?

Froté mis manos y tragué saliva, tratando de olvidar lo que había experimentado segundos atrás. No podía explicárselo a Justin sin que me tratara de loca, ya me estaba mirando con suficiente altivez.

Y, de todas formas, no era el indicado para contarle intimidades, pues tras meditar la pregunta que me hizo, recordé el motivo por el que estaba allí.

—Te estaba buscando.

Justin frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Necesitamos hablar, —indiqué, carraspeando y dando un paso hacia adelante para alejarme de la puerta— sobre lo que pasó anoche.

—¿Qué pasó anoche?

—Cuando me despertaste.

—¿Qué con eso?

Tomé una profunda exhalación, cruzando los brazos delante de mi cuerpo.

—¿Qué hacías en mi habitación?

—Ya te dije. Te escuché gritar.

—Eso es mentira, mi abuela lo habría escuchado también.

—No estabas gritando tan alto —su voz se elevó lo justo para exhibir exasperación— Pasé por tu puerta y te oí. Era como un chillido. Aunque siempre estás chillando, así que...

Su comentario me hubiera molestado en cualquier otra circunstancia, pero no cabía en mí lugar para el enfado cuando esa puerta seguía tan cerca de mí. Podía sentirla a mis espaldas, amedrentándome como una amenaza.

Coincidentemente, la atención de Justin se enfocó en el trastero, lo cual encendió todavía más mis sentidos de alerta. Di otro paso al frente para alejarme de mi miedo, sin notar que eso me estaba acercando a Justin. La proximidad entre nuestros cuerpos era tal que, cuando él volvió a mirarme, tuvo que hacerlo inclinando su cabeza hacia abajo, pues yo estaba a la altura de su pecho.

Sentí su gélida temperatura corporal y eso acrecentó los escalofríos ya surgidos por el temor. Me estremecí y lamí mis labios resecos. Por inercia, él deslizó su mirada hacia ellos una milésima de segundo antes de volver a centrarla en mis ojos.

—Lo siento —murmuré antes de carraspear y obligarme a dar un paso atrás.

—¿Eso es todo? —su voz sonó profunda y más ronca de lo habitual.

Destino. Es hora.

Esas eran las únicas palabras que cobraban relevancia en mi mente, así que tuve que esforzarme por enfocarme en las de Justin.

—¿Qué?

—Ya me hiciste tu tonto cuestionario, ¿eso es todo?

La actitud de Justin comenzaba a fastidiarme, mitigando las demás sensaciones que recorrían mis nervios.

—¿Por qué diablos me tratas de esa forma? —espeté, recuperando la voz que instantes atrás había perdido— ¿Por qué me odias?

Él lanzó una carcajada arrogante.

—No te odio. No me importas, lo que es distinto.

—No. Claramente, tu comportamiento hacia mí indica...

—Nada —me interrumpió, sus ojos opacos parecían más cadavéricos por las sombras— Me eres indiferente, Moira... Lo que pasa es que, en tu pequeño universo donde todo debe girar alrededor de ti, eso hace que te lo tomes personal.

Descrucé mis brazos, permitiendo que irradiara de mí el enojo que previamente intentaba domar.

—¡El descaro que tienes al intentar dar vuelta la situación llamándome egocéntrica! Ese no es el problema entre nosotros...

—¡No hay nada entre nosotros!

La exclamación de Justin retumbó en las paredes y sonó como un trueno en el reducido espacio. Me sobresalté, alejándome de él hasta que mi espalda chocó contra la puerta del trastero.

Destino. Es hora.

Contuve la respiración. Me sentía atacada desde todos los frentes.

Justin se encorvó ligeramente para que sus ojos quedaran a la altura de los míos y, por primera vez, capté algo de emoción en sus irises dorados.

—No hay nada entre nosotros —repitió con menos ímpetu e igual determinación.

Apreté los labios para no dejar escapar el aliento contenido en mis pulmones, los cuales comenzaban a arder por el esfuerzo. No quería realizar el menor movimiento, porque sentía que eso activaría una embestida en mi contra.

Vi el ceño de Justin fruncirse y, por costumbre, al principio creí que era una expresión de enfado, sin embargo, su siguiente pregunta exhibió algo parecido a la preocupación.

—¿Estás bien?

Fue entonces que sentí los pinchazos del sudor frío emergiendo en mi rostro. Adiviné que mi palidez debía ser excesiva para provocar una reacción en Justin que no fuera iracunda. A pesar de los temblores que recorrían todo mi cuerpo, logré negar con la cabeza.

—¿Moira?

Justin tocó mi mejilla y, aunque lo único que quería era alejarme de él y de esa puerta, su gélido tacto ayudó al sofoco y exhalé con fuerza.

Destino. Es hora.

Las voces susurrantes continuaban martilleando mi cabeza, como si buscaran la forma de romperla y liberarse.

—Destino. Es hora —solté en voz alta.

Justin miró la puerta del trastero una vez más antes de volver a centrarse en mí. Me tomó por los hombros, su mirada lucía expectante.

—¿Qué dicen, Moira? —murmuró, apenas moviendo sus labios —¿Qué te están diciendo?

—Destino. Es hora —repetí.

Él suspiró, cerró los ojos un segundo y asintió, pero no llegué a comprender el gesto de alivio. Tampoco comprendí que él acababa de aludir a las voces, dándole entidad real a mi perturbadora alucinación. Lo único que comprendía, lo único que parecía real, eran los dedos de Justin que volvían a tocar mi mejilla una última vez, antes de que girara sobre sus talones, alejándose por el pasillo rumbo a las escaleras, las cuales descendió con ligereza, provocando que lo perdiera de vista. 

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