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Capítulo 39. La imperfección del reino ideal


Nota de la autora.
Escribí este capítulo hace 6 meses y recuerdo el miedo que tenía al hacerlo. Defraudar mis propias ideas y todo lo que pienso que Descendientes 3 hizo y no me llegó o a lo deseaba complementarle. Así que más allá de que les guste, espero que represente lo que en mi opinión, es el aspecto más hermoso de Descendientes y cómo son Mal y Ben el centro de todo esto.

Canciones del capítulo
It has begun - Starset
You and me - Descendientes 2
Free - Tommie Profitt. Feat. Svrcina

Mal

Más isleños salían sin parar, en tanto Uma se reía por primera vez en toda la noche como una verdadera maniática.

—¿¡Tú hiciste eso!? —le reclamó Mal.

—¿Te da rabia, Mal? Pensé que te empezaba a interesar al fin la Isla —le comentó con sarcasmo.

Mal dio un paso hacia el agua y Ben juró ver a su cabello electrizarse.

—No creas ni por un segundo que rogaré que me creas —le remedó Mal con algo que esta le había dicho antes. Sus ojos se pintaron intensamente de esmeralda—. Mejor te lo muestro.

La reina se cubría poco a poco de niebla púrpura. Se transformaría.

Uma sonrió.

—Tu madre sí que estará orgullosa de ti, ¿eh?

Se extinguió el fuego en el rostro de Mal y casi se tropezó con su rey al tratar de retroceder. Entonces recuperó su atención en lo que ocurría más adelante en el puente y pasó a sujetar la mano de su esposo. Jay les asintió, seguido de Freddie y Haizea.

Todos se pusieron a correr, pero no lo suficiente porque uno de los tentáculos de Uma les cerró el pasó.

—¡No dejaré que sigan arruinándolo! —les riñó a Ben y a Mal.

—No es tono para hablarles a los reyes de Auradon —Los susodichos levantaron la mirada del tentáculo de Uma y delante vieron a Evie y Carlos, quienes tenían la apariencia de acabar de salir de una jungla.

—Tienen que venir a ver esto... ¡POR LAS DUREZAS DE MI MADRE! —Carlos reparó en Uma en su forma pulpo en el agua.

—Ja y esto solo es una parte de esta larga noche —se cruzó Jay de brazos.

—Ya obtuviste lo que has querido, Uma. No tienes por qué pelear más —le gritó Ben.

—Oh, sí tengo, y definitivamente es muy divertido —contestó con una sonrisilla..., aunque ya no le salió tan natural—. De haberlo hecho ustedes mismos... Es lo que quería. Lo justo. —dirigiéndose enteramente a los reyes—. Por favor, déjenlos vivir una vida al fin.

La escucharon.

Es eso, pensaron los reyes. Y sabían que su auténtica preocupación no era hacia los villanos.

Pero no terminaron de reaccionar, cuando Haizea refunfuñó.

—¡Por favor, esto es ridículo! Esta no puede evitar que lleguemos al... —y Uma lanzó con todo un tentáculo hacia la descendiente de Hades, haciéndola estamparse contra un árbol.

Mal hizo una cara bastante intimidante y apuntó con la vara a un cielo a nada de tornarse azul. Este empezó a sonar peligroso justo encima de la chica de turquesa, cuando otro tentáculo entregado con decisión a sus verdaderos objetivos, le alcanzó a dar a Mal pese al intento de Ben por apartarla, saliendo despedida hacia arriba. Mal agitaba la varita con desesperación y entonces ocurrió. Sintió como en su mano cerrada, la vara se engrosaba y tomaba la altura  de un báculo. Luego un brillo. Su caída se detuvo. Se percató que flotaba entre resplandores verde, y lo que sostenía era un cetro que como piedra central tenía el artilugio esmeralda.

Su piedra. Que había acudido a ella.

A la distancia, incluso Uma le mostraba una estupefacción sin igual. Bajó lentamente hasta sus amigos, pero ella era la que no podía apartar aterrada la vista de su arma. Aún así... había una liberación recorriéndola, como si toda la noche hubiese estado empujando una jaula y acabara de desprender todos los barrotes.

Vio el puente

—Mal... —musitaron todos.

Ella negó y los hizo apartarse. Puso el báculo contra el suelo y la concha marina en el cuello de Uma vibró. La aludida frunció el ceño y por la forma en que posteriormente el collar luchaba constantemente por quedarse o alejarse, claramente Uma iba en contra del hechizo de Mal, con la ventaja de que al ser técnicamente de su propiedad, la reina no conseguía atraerlo lo suficiente hacia ella.

Una mano se posó cerca de la Mal encima del báculo. Haizea. La única luz púrpura que llegaba al collar se entremezcló con una azul intenso y la fuerza se intestificó de su lado.

Sin embargo, Mal empezaba a tener la cabeza desgastada. Ponderaba que pudiera ser Uma tratando de meterse en su cabeza, pero algo le dijo que más bien era el cetro. Por su parte, Haizea estaba desaliñada y mirando a Uma como si anhelara derrotarla, pero no como si estuviera a nada de apagarse. Pero solo fue por un momento, porque al siguiente la caracola llegó a su otra mano que no sostenía el báculo. Después oyó un chapoteo en el agua.

Uma tenía piernas de nuevo.

Esta mantuvo su mirada en lo dos brevemente, para después sumergirse en el agua.

—¡Se va! —exclamó Haizea.

Mal miró a Ben y ambos a la concha marina en la palma abierta de ella.

—Déjala. El daño que quería ya está hecho —respondió el rey, observando preocupado lo que pasaba en el puente.

Carlos

—¡APÁRTENSE! Yo no merecía esta putrefacción en primer lugar, ¡así que a un lado! —hablaba una señora de peinado exótico. Carlos la reconoció como Lady Tremaine.

Las nietastras la seguían, pero ellas no daban la impresión estar apuradas por salir, sino cautivadas. Tal encanto se acrecentó al reparar en Ben.

—¡Apenas vamos saliendo y ya hay príncipes!

—No seas tonta, Griselda, es el rey y está con su esposa. ¡Vienen a devolvernos! ¡VAMOS! —las oyó decir y se dispararon a correr como si no hubiera un mañana.

Mal y Ben ni siquiera las vieron, ya que no paraban de agacharse para ayudar a la gente que se caía por andar a las prisas (claro que estos al verlos escapaban más deprisa).

Carlos nunca había visto así a Mal. Habitaba algo nuevo en ella. No lo terminaba de descifrar, pero a leguas Ben lo había hecho desde hacía eternidades.

La gente se golpeaba unos con otros al estorbarse y gritaban porque obviamente su instinto era irse, pero sin saber realmente adónde.

Para entonces, los chicos ya estaban en la entrada, en el límite, donde la barrera tendría que estar.

—¡Trae a tu hermana a rastras si es necesario! ¡No habrá otra oportunidad! —gritaba una aldeana común.

—P-pero... —el muchacho tragó saliva—. No quiero irme. Los vill...

—Basta de tonterías. Tenemos que irnos ya. ¡Esto está por acabar!

Más personas surgían de la entrada y los reyes estaban cada vez más desorientados. Pero era Mal a quien se le dificultaba respirar, parecía como si estuviera a nada de explotar. Ben le susurraba cosas y la acariciaba el cabello.

Freddie, Evie y Jay llegaron detrás de Carlos.

—¿Qué van a hace...r? —dijo Freddie y se calló al tropezar con la escena de Mal y Ben.

La chica de nueva cabellera morada retrocedió y contempló el bullicio enfrente. Carlos pensó que haría algo para detener el caos al verla echarle una mirada larga a su nueva arma, pero lo que hizo, en cambio, fue simplemente entrar a la Isla de los Perdidos.

Mal

El suelo temblaba. Escasamente, pero pudo notarlo.

Recorría las primeras calles cuando Ben llegó junto a ella. Él no dijo nada, se limitó a darle la mano. Apreciaban juntos las grandes casas de la zona que tenían escombros y el pavimento en ciertas partes resquebrajándose. Pero era el borde el que tenía más destrucción. Literalmente había chozas hundidas en el agua.

—¿Todo esto lo causó Uma? —se preguntó Ben.

—No nada más eso. ¿Cómo habrá hecho Uma para quitar la cúpula ella sola? —Mal veía el collar de Úrsula—. Antes nos intentó engatusar para que lo hiciéramos nosotros. Sé que tiene su poder, pero tampoco habría podido provocar esto. Parece como si la Isla fuera a...

—Colapsar —completó Carlos por ella, llegando junto con Evie.

Los reyes lo instaron a continuar.

—Hay demasiada magia en las Catacumbas. Es tan inestable que un pequeño cambio es catastrófico. Hace dos días Úrsula, Uma, Madam Mim y Mad Maddy la penetraron. Como ya saben, Yen Sid hizo de todo por detenerlas, pero... bueno, sus talismanes son parte misma de la tierra de la Isla, sacarlos es como quitar la columna que la sostiene.

—Claro —resoplaron Ben y Mal. Permanecieron tan enfocados en la batalla con las brujas que no sopesaron lo que supondría que la Isla se quedara con dos talismanes menos.

—Es lo mismo que sucedió hace años cuando ustedes reclamaron los talismanes de sus padres —evocó Ben.
Evie y Carlos asintieron.

—Cuando ellas se los llevaron... temblores, agujeros, energía disparada. Como aquella vez, la diferencia es que esta vez nadie pudo intervenir. Estuvo un día entero así. La noche de ayer acabó de desgarrar la cúpula y finalmente la hizo venirse abajo —terminó Evie.

Mal se cruzó de brazos. Adelante se localizaba la Embarcación de Oro del Capitán Garfio. Normalmente estaba lleno de sus tripulantes y gente a la que le gustaba pensar que el barco algún día traspasaría la barrera; al final lo habían logrado. Volteó hacia su esposo. Ben también estaba fijo en la embarcación.

—Se van a hundir —ilustró él—. Los talismanes.

—Será como dejárselos en bandeja de plata —maldijo Evie.

—Malas noticias —llegó Jay—. Es decir, ya estamos en una mala noticia, pero... el puente ya no está tan atestado de isleños. Freddie y Haizea ahora están ahí y...

—¿Qué? —lo apuró Ben.

—Está llegando gente de Auradon. Camelot, Charmington...

Ben hizo ceño.

—¿Cómo llegaron tan rápido?

—Fuimos nosotros —confesó Evie—. Carlos y yo nos dimos cuenta de lo que pasaba en la barrera y se nos hizo buena idea alertar a alguien. No sabíamos que ustedes venían para acá —Evie movía nerviosamente las manos—. Lo sentimos. No era nuestra intención hacer esto más grande.

Mal bajó la vista al suelo.

—Creo que no nos creyeron —explicó Carlos—. Tal vez pensaron que les queríamos tender una trampa dado que piensan que nosotros... —señalándose con los demás VK's—, ya saben.

Se desperdigó un gran silencio. Jay hizo una mueca.

—¿Entonces por qué vinieron?

La chica de cabello púrpura se frotó un brazo sin despegar la vista del piso.

—Vienen por la villana —dio la respuesta entre sarcástica y enojada. Los cuatro la enfocaron—. Mi amor, no creo que sea buena idea que nos vean a nosotros. A Jay, Carlos, Evie y a mí. Tienes que ir tú.

Pero él comenzó a sacudir frenéticamente la cabeza y se acercó a su rostro.

—¿Los dejamos solos? —preguntó Jay.

—No —determinó Mal tajantemente—. Yo los dejaré solos. Tengo que visitar un lugar por última vez.

La sacudidas eran mucho más potentes ahí; Mal podía sentir una energía poderosa volviéndose loca en un punto más allá de sus pies. Y el puente ya no estaba, las barandas flotaban en piezas en el lago.

Estaba sentada con las piernas dobladas viendo al horizonte. En verdad hubo un momento en esa intensa desventura con las brujas en que creyó que iba a poder hacer algo.

Y al final no iba a poder hacer nada.

—¿Puedo sentarme?

—Claro, después de todo eres el amor de mi vida —contestó ella e intentó imprimir en su voz una sonrisa.

Ben se dispuso a ponerse justo frente a ella.

—¿Sabes? Tenemos que dejar de hacer esto. Por alguna razón siempre me toca encontrarte cuando estamos en la Isla.

—Pero no fue difícil —replicó y giró la cabeza hacia el agua.

—No. Barajé otro posible lugar, pero... pensé que no irías sin mí.

Mal asintió. Ben suspiró.

—Carlos, Evie y Jay están recorriendo la Isla para convencer a los que quedan de irse.

Mal trató de buscar con urgencia los ojos de Ben, pero él ya tenía agachada la cabeza.

—Pero el puente... Jay dijo...

Ben no contestó inmediatamente. La chica de cabello morado tuvo que levantarle la barbilla para que la mirara.

—No quieren irse. Les temen más a los villanos que han escapado que a morir encerrados entre escombros. Son casi todos aldeanos y...

Mal tuvo una sensación similar a como si se hubiese quedado con puro aire en el estómago.

—Mi reina, los que escaparon no representan ni la mitad de la población total de la Isla de los Perdidos y son quienes se supone tenían que cumplir su castigo aquí.

—¡No podemos dejarlos! —exclamó Mal con pasión—. Para el atardecer la Isla de los Perdidos será historia.

—Hey, vamos a convencerlos —y cogió sus dos manos—. Tú y yo.

Pero ella no le correspondió.

—Solo empeoraré las cosas. Me señalan como una villana. Yo sé lo que veo en sus caras, porque es lo que vi la mitad de mi vida. Y no dejo de pensar en ese terror. En lo que pude haber cambiado antes...

Se quedó fija en la cara de Ben. Se veía tan asombrado.

—¿Está mal que me preocupe más la Isla de los Perdidos que Auradon?

Después de unos segundos, en absoluto ni mu, el chico proclamó:

No pude haber tenido mejor reina—dijo y rió de un modo tan hermoso.

—¿Una reina que piensa más en el supuesto lugar enemigo? —acusó con un pillín de coqueteo.

Ben se inclinó hacia ella con un semblante repentinamente serio.

—Podemos ser lo que queramos. Podemos hacer las cosas diferente. Mis padres se equivocaron, no lo hicieron mejor que los villanos a los que mandaron a pudrirse lejos. Es esto lo que no está bien. Mi Mal, demostraste ser mejor en el mismo momento en el que decidiste no intentar detenerlos.

Mal se encogió de hombros.

—Miré atrás y simplemente me di cuenta que devolverlos era como volver a hacer lo que mi suegro hizo —Mal apretó los ojos con fuerza. Su voz se rompió—, y no me gustó pensarlo.

El rey juntó su coronilla a la de su reina. Los dos cerraron los ojos.

—A mí también me preocupa más la Isla. Auradon sabe dónde está su lugar y tiene una oportunidad de defenderse. Aquí no tienen eso. De ese puente en adelante, no tienen adónde ir. No tienen... nada.

Mal suspiró y su esposo se distanció un poco para ver bien su rostro.

—Yo vivía aquí y ahora yo tengo mucho. Y no me refiero a mi realeza —le dijo Mal—. Incluso cuando fuimos tú y yo aquí por una semana, fui más feliz que yo sola viviendo con... Maléfica 15 años. —Ben quiso abrazarla y no soltarla jamás, pero ella siguió hablando y él tuvo que contenerse—. ¿Por qué ellos no podrían tener eso? Y pienso que todo este tiempo hemos intentado evitar el caos que los villanos pudieran desatar, pero... —con decisión—, ¿simplemente los atrapamos y encerramos nuevamente y se crea más odio, más Maddys o chicas con intenciones nobles como Uma pero confundidas?

—Un ciclo sin fin. Una solución cobarde —murmuró Ben, apagado—. Hasta cruel.

—Ben, tus padres siguen siendo tus padres, ¿sí? Y son unos buenos.

Él le sonrió a medias.

—Lo sé. ¿Y te digo algo más?

—Sí.

—Una villana no cruzaría todo DunBroch con dos locas y una por ver pisándole los talones para hacer lo correcto —orgulloso—. Eso lo hace una reina.

—Eso estuvo loco, ¿no? —se regocijó ella.

—Es que la Mal de la que estoy enamorado es la más fuerte de todas.

Una bella sonrisa se trazó en el rostro de Mal.

Se le cayó de las manos el collar de la Bruja del Mar. Su esposo fue tras el lugar al que se dirigía su atención y como a ella se le esfumó todo destello de alegría. Mal la recogió entre los dedos desde la concha.

—Ya lo hice una vez, pero quitárselo ahora es lo último que me hubiera gustado hacer. Nada más le pertenece a Uma.

—Tal vez puedas devolvérselo.

Mal despegó la vista del collar.

—Quizá para la siguiente que quiera entrar en mi mente para obligarme a ahogarme o algo así. Sería conmovedor —sarcástica.

—Ya veo que te estás haciendo amiga de una tal hija de Hades —le contestó él, riendo mientras le tocaba la punta de la nariz tiernamente.

Se dejó llevar y se rió. Pudo sentir el preciso momento en el que flotó en el aire todo lo que sentían por el otro.

—No te quedas atrás, Benjamín Florián —empezó unos segundos después. Tomó el báculo—. Jay y tú. Al ir por el artilugio.

—Ya sabes, no podía perderme ver a ese cuervo convertido en piedra —bromeó.

Mal sonrió, en un principio...

y entonces resopló. Ben se acercó.

—¿Qué dices, hacemos las cosas diferente? —le preguntó. La encontró únicamente como él sabía hacer.

Ella no pudo hacer más que también mirarlo, y lo que había en su corazón.

—Hacemos las cosas diferente.

Pero antes se arrodillaron frente a frente. Los labios de Ben en los de Mal y los de Mal en los de Ben eran el latido más sonoro que nunca había rugido con tanta fuerza entre ellos.

—Sí eres esa reina que crees, Mal, y yo debo ser ese rey que mereces.

Se alejaron lentamente, lo suficiente para poder seguir saboreando esa nueva sensación. Era hermosa... y complicada, pero ahora quedaba atenerse al corazón.

—Extrañaré la Isla, pese a todo —confesó.

—Y nosotros —habló Jay detrás—. Oye, nadie olvidaría el lugar donde le robaste el café a la chica más gruñona.

Mal hizo un sonido de puf con la boca.

—¿Qué extrañarán ustedes? —dirigiéndose a la VK de pelo azulado y al más pequeño de cabello bicolor.

—El lugar en donde conocí a mis mejores amigos —respondió Carlos y Evie asintió con los ojos brillosos.

Ben le ofreció a su esposa las manos para pararse y le hizo una seña hacia los tres VK's. Mal le dedicó una bonita sonrisa y encauzó hacia Jay, Evie y Carlos. Los cuatro se abrazaron fuerte.

La pequeña mancha en el Mar de la Serenidad sí había visto nacer algo irrompible después de todo.

—¿Lograron convencer a alguien? —preguntó Ben en lo que caminaban.

Los chicos languidecieron. Evie habló.

—A muy pocos. En lo que se refiere a los demás, me sorprende que nos hayan escuchado más de cinco segundos.

—¿Y dónde están? —inquirió Mal.

—Les dijimos que nos esperaran más allá —señaló Carlos y era verdad, un grupo de gente aguardaba ahí. Mal inhaló con fuerza, sabiendo que necesitaría en serio de toda ella.

—Sobre los talismanes —carraspeó Jay—, fuimos a los sitios.

—¿A los cuatro? —se volvieron los dos.

—Bueno...., no. Menos a la Cueva de los Mil Sueños —contestó Carlos—. Estuvimos viendo en el mapa los verdaderos nombres...

Mal hizo un ademán para que se detuvieran.

—Escuchen, chicos, no volverán a ir. Ninguno. Esto no me gusta.

—Estuve pensando, Mal —abordó Evie—. Haizea peleó de nuestro lado aún con su talismán. Creo que si nos hacemos de...

—Prometan que no regresarán. Mal tiene razón.

Jay los miró, tal vez su firmeza o algo más y asintió por los tres.

Ben y Mal se viraron hacia adelante otra vez. Siguieron avanzando, pero ya no era lo mismo. El puente estaba justo a la vuelta. El suelo ahora parecía sentirse como brasas de fuego, pero a la vez como si dar cada paso lo fuera a significar todo. Cruzaron en dirección al puente y, al instante, los cuchicheos y al tiempo un silencio espantosamente inquietante.

Unos rostros eran acusadores, otros increíblemente aturdidos, otros asustados. Eran tanto que ni Mal ni Ben podían dar ni una sola hipótesis de lo que pasaba por su cabeza, pero tal vez escogían no saberlo.

Se detuvieron al llegar a mitad del puente.

Sintió el pequeño apretón de Ben. El cielo ya estaba casi claro del todo, pero aún algo gris. 

Jay provocó un ruidito para llamar su atención.

—Oigan, pero qué tensión. ¿Acaso nunca han estado con esas fachas frente a su pueblo?

Ben y Mal tenían que admitir que eso los hizo alivianarse un poco.

—La Isla de los Perdidos se está cayendo a pedazos —fue lo primero que reveló Mal, sin mirar a nadie— y... todos los villanos ya han huido.

Y fue como si la la palabra «huido» se hubiera quedado haciendo eco en el aire por todos los «¡no!», «no es posible», «¿qué vamos a hacer?» y unos cuantos murmullos maliciosos que señalaban a los VK's, pero no daban la cara.

Hasta que pasó lo inesperado (y a la vez no). Varios arcos se alzaron y otros guerreros de los diferentes reinos desvainaron sus espadas. Era claro adónde iba dirigido el espectáculo. A Mal, Jay, Evie y a Carlos, todo en menos de un segundo.

—Ahora puede apartarse, rey Ben. Nos encargaremos de ellos.

Los ojos de Ben llamearon. Evie, Jay y Carlos estaban súper seguros que por lo menos despotricaría sentencias que recalcaran «derechito al calabozo», pero ahí fue cuando Haizea estalló de risa. Ben, Mal, los VK's y otros tantos del gentío, la otorgaron, incrédulos, la atención.

—¿Qué? ¿Soy la única a la que esto le resulta tan irónico? —al darse cuenta que ninguno reía, rodó los ojos—. Vaya, ¿que no son ustedes los que determinan quiénes son "buenos o malos"? Porque hasta para mí es obvio lo que sucede aquí.

Los cinco se observaron brevemente y alzaron las cejas pensativos. La chica de morado cruzó miradas con su amado y el ceño en su príncipe desapareció.

—Déjenlo —les ordenó Mal a la guardia. No hicieron caso al principio, pero sí titubearon ante la certeza en su voz. Obedecieron.

Mal le devolvió al apretón a Ben y él le asintió.

—Hace tres semanas ocho villanos hallaron la forma de salir —inició Ben—. La Reina Malvada, Cruella, el Hombre Sombra, Úrsula, Jafar, Hades, Yzma y Madam Mim. Me enteré dos días después y lo oculté desde entonces. Desde que decidí quedarme.

Los aurodianos se miraron entre sí, exclamando entre susurros desconcertados.

—Por favor, están sueltos desde hace tres semanas ¿y apenas inició su venganza, —preguntó alguien del pueblo, que se apresuró a agregar— majestades?

Mal señaló un lugar al este del puente.

—Hay un lugar en la Isla de los Perdidos, se llaman las Catacumbas Infinitas, un subsuelo formado de túneles llenos de energía. Esta energía son los poderes de los villanos que reprimió la barrera mágica del Hada Madrina. Pero hasta el mal busca la forma de permanecer, así que saltó debajo de la misma isla y con el tiempo se convirtieron en talismanes, para esperar a que sus dueños los reclamaran algún día. Ese día llegó cuando Maléfica se liberó de su forma de lagartija.

Los gente se removió con total incredulidad. Era palpable que creían que se lo estaban sacando de la manga.

—¿Haizea? —la llamó Mal.

La muchacha, quien estaba a lado de Freddie, caminó hacia los reyes. Cuando llegó hasta ellos, Haizea estiró el brazo y dejó ver un tatuaje que emulaba la forma de las llamas del fuego. Eran de un azul potente y peligroso. Como fuego celestial. Mal se echó hacia atrás junto con Ben y después unas impresionantes llamas surgieron de las manos de Haizea. Algunas personas hasta atrás de la multitud se caían al agua de no ser porque Mal con su magia los impulsó de nuevo hacia adelante.

—Este es el poder de mi padre, Hades, el Rey del Inframundo, el dios de los Muertos... a quien por cierto, se le destruyeron casi todos los negocios que levantó en la Isla. Eso es injusto.

Jay soltó una carcajada. Al notar las la completa seriedad de los reyes, se calló.

Por primera vez con embriagante lucidez, mirando a su gente, Ben se dio cuenta de que Auradon no era ni de cerca tan perfecto como todos creían que era. No se robaban unos a otros con tanta normalidad como sí en la Isla y no acostumbraban a divertir con picardía a costa de otros, pero podían ser muy tajantes y pocos gentiles al momento de ver que algo no encajaba en su perfecto cuento de hadas.

Pero nada puede ser tan bueno o malo por regla. Ninguno de los dos lados.

Al volverse hacia su Mal, ella lo contemplaba a él, con tanta profundidad, como si quisiera rascar hasta el último pedazo de su alma solamente a través de sus ojos. Él suspiró hondo. Cogió la mano de su esposa y la besó, sintiendo los latidos resonar con fiereza bajo su pecho. Luego se separó y retrocedió, pero jamás perdiéndola de vista, ni a ella ni a sus amigos VK's.

—Todo lo que quisimos hace décadas fue deshacernos de la maldad para siempre y vivir felices, pero resulta que solo produjimos más maldad y sufrimiento. Mientras nosotros, los buenos, estuviéramos bien, el otro lado se podía pudrir —De pronto, hasta el aire se puso pesado. Ben bajó la vista y con voz dolida, continuó—: Estuve varios días en la Isla de los Perdidos y de ese lado no diría que hayamos sido los buenos.

Al levantar la vista, frente a él estaban Mal, Evie, Carlos y Jay.

—Pero son mis mejores amigos quienes mejor lo saben.

—Hemos estado equivocados todo este tiempo. No podemos deshacernos para siempre de las personas malvadas y no debemos dar por hecho que algo está bien o no por haber tenido la fortuna o el infortunio de nacer en un sitio o en el otro —Con voz repentinamente suave, Ben se dirigió de nuevo hacia Mal y deslizó los ojos suavemente sobre ella—. Puede que nos sorprendamos si nos atrevemos a mirar más de cerca —le sonrió—. Yo lo hice y ahora no podría apartar la mirada.

Mal y Ben se encaminaron más cerca de su pueblo, esta vez con la fuerza y gracia de lo que eran: la reina y el rey. Les sostenían la mirada a todos y cada uno con los que se topaba su mirar, también a los isleños, a quienes instaron a dejar de encogerse como ratones en lo más recóndito. Después de unos segundos, muy pero muy titubeantes, en tropel fueron hacia allí.

—Hace unas horas mi esposo, mi amigo Jay y yo estuvimos en DunBroch. En el bosque cerca del palacio, hay un acantilado. En ese acantilado los villanos labraron su escondite. Pero no es casualidad que hayan permanecido ahí estas semanas —Iba causar una tempestad, pero se plantó firme frente a ella y lo dijo—. Marlene, la heredera al trono de DunBroch, es la traidora al país. Es quien los ayudó a escapar.

Y el escándalo se disparó. Gritaban que era un ultraje. Algunos decían que debía estar equivocada. Unos pocos nada más permanecían boquiabiertos.

—Es verdad —hizo eco entre la ráfaga voces, una que le puso los cabellos de punta a Mal.

Una pueblerina con capucha negra y muy rota, más bien chamuscada, pasó adelante. Cuando se dejó descubrir el rostro, primero no hubo reconocimiento, hasta que sí y Ben en un santiamén jaló a Mal mucho más cerca de él.

—¿Audrey? —preguntó Mal, arrugando la nariz (aunque no en el bonito gesto de siempre)—. ¿Qué te... pasó?

La princesa de Sleeptown, como si también se estuviera dando cuenta apenas, se barreó de pies a cabeza, lo cual le dio el suficiente tiempo a Mal para construirse ella misma una respuesta. Audrey llevaba un vestido harapiento, muy rosa todavía, pero nada vistoso o digno de su vanidad. No tenía los pómulos delgados y finos, lucía unas ojeras muy marcadas y sus labios parecían tan muertos en color que ahora era difícil creer que era hija de la resplandeciente Aurora. A alguien le había dado la gana el exprimir su belleza y Mal sabía perfectamente quién era ese alguien.

—Audrey, sea lo que sea, puede esperar.

—Quiero decir la verdad —dijo ella.

Mal dio un vistazo alrededor. Tanto los isleños como los aurodianos estaban a la expectativa. Pero era Jay quien destacaba. Tenía una expresión entre dura y sorpresiva mientras escudriñaba a la recién aparecida princesa.

—No, no quieres. Maléfica te dijo que si lo hacías, el hechizo se revertiría, ¿no es así?

Audrey no fue capaz de sostenerle la mirada.

Mal meneó la cabeza. 

—Los hechizos de ese monstruo son muy complicados de romper para cualquiera que no sea yo. Ahora apártate, luego nos ocuparemos de ti. Estamos en medio de algo importante.

Y le dio la espalda.

—¡Mal, espera! —y le rozó la muñeca, desesperada.

Todo el dragón de Mal relampagueó de furia. Hizo brillar cuan intensos sus ojos y obligó a Audrey a observar a los isleños.

—Ellos no tienen casi nada y sin embargo, están muertos de miedo por perder lo único que creen tener. ¡Sus vidas! Por Cruella, Facilier, la Reina Malvada, Maléfica... Villanos que sí merecían la prisión que tú tanto repudias ¿y te atreves a preocuparte por algo tan superficial?

La chica tartamudeaba y titilaba.

—¿Ves cuántos son ahí? No más de diez. La Isla de los Perdidos se viene abajo a cada momento por culpa de tu amiguita Marlene y adentro cientos de personas se rehusan a salir por un horrendo miedo a lo que hay aquí afuera —la lagrimas salían a borbotones de los ojos de Mal, sus pómulos ardían y su voz sonaba implacable pero al mismo tiempo tan frágil como el cristal—. No entiendo cómo fuiste capaz de venir solo por tu maldita vanidad. Ben y yo estamos asustados. No... no sabemos cómo vamos a parar esto. No sabemos cómo hacer que esas personas salgan y tú... tú... 

La chica de melena púrpura detuvo el huracán en su pecho y de pronto se encontró entornando los ojos a su primer hogar, que estaba cerca de desaparecer con todo y sus escombros bajo el agua, al hogar que en su tiempo le resultaba tan parte de ella como su alma rebelde y del que quiso irse con tantísimo anhelo hacía no demasiado tiempo.

Quitó la tensión del cuerpo de Audrey y esta cayó al piso.
Ahora su pueblo no estaba a la defensiva. Les había bajado la guardia por primera vez.

Que se atrevan a mirar más de cerca —Mal le indicó la Isla de los Perdidos.

Ben fue capaz de ver el mismo escenario que ella en unos parpadeos y su sonrisa reflejó el brillo más poético de todos.

En un inicio, abundaban las malas caras, las muecas de «yo no tengo por qué estar aquí» y más llamativamente, el miedito de que les salieran de las esquinas unos piratas o unos malandrines que los asaltaran. Incluso no había segundo que ninguno diera un quejido o respingo, o trastabillara al toparse con alguna cosa que los intimidara. Muchas de esas veces, Haizea no paró de reírse (y no lo hacía con discreción, precisamente). Era tan obvio como la oscuridad en el Inframundo de su padre que le regocijaba la situación una inmensidad. Aprovechó esos momentos para apuntar a casas y castillos tenebrosos, diciéndoles jactándose a quién pertenecía.

Los VK's y los reyes sospechaban que se les había ido más de una vez el alma del cuerpo, pero la dejaban porque si les pensaban enseñar algo diferente, tenían que ver las dos partes de la moneda.

Aún así, para Mal y Ben significaba más que eso. Era el principio.

—Ah, es uno de los negocios de mi padre. Claro, ya tiene el edificio de a lado encima, pero antes no estaba tan mal. Se llamaba el Bar del Inframundo. Servía unos deliciosas sopas caducadas. Sí, y esos cafés con leche rancia y azúcar todavía más que a la reina Mal tanto le gustaban antes de que le gustara más un hombre que el vandalismo. ¿Lo recuerdas, Mal?

—Sí... gracias, Haizea, por esa encantadora verborrea.

Caminaron un poco más, pero no demasiado. La aldeas más escasas y "residencias" con mayor desesperación estaban a la vuelta: La Zona de la Desgracia. Haizea ya no habló, porque no había modo de convertir aquello en un chiste.

A diferencia del borde, en esas calles no llegaba tan fuerte la destrucción todavía, pero no necesitaba estar para mostrar lo que querían.

—Por estas zonas no vive ningún villano que conozcan en sus historias. Solo es gente que contaron con la terrible suerte de estar relacionados de algún modo con ellos —inició Ben.

—Son hijos de secuaces, nietos. Una larga lista de etcéteras que probablemente el primer robo que cometieron fue por no tener otra influencia que una llena de malicia y por no tener oportunidades para alcanzar otra opción aquí adentro.

—Como mi esposa —indicó el rey—. Hasta que sí las tuvo.

Entonces descansaron su atención en las casas; en lo alto, desde los barandales, portones o ventanas, se asomaban algunas cabecillas. Pero la mayoría al reparar en la multitud, rápidamente se metieron o se escabulleron ligeramente de la vista. Lo que ninguno se esperó fue:

—¡Váyanse! ¡No vamos a salir! Es preferible hundirnos que sufrir venenos o maldiciones —gritó un muchacho delgaducho no mayor a Carlos.

Los monarcas respiraron hondo. Se terminó, ya no permitirían que lo que parecía salírseles de las manos los paralizara. Sin embargo, no eran los únicos, y al darse cuenta, su corazón sin exagerar demasiado se saltó un latido. La repugnancia carecía en esas caras duras, incluso se habían olvido de revisar cada dos por tres atrás. Lo que había no era otra cosa que compasión.

—No estuvo bien crear esta Isla —prosiguió Ben—. Tratamos como plaga a las personas vengativas, pero la Isla de los Perdidos es todo un himno a nuestra hipocresía.

Hizo una pausa y Mal le acarició suavemente el rostro, porque sabía lo duro que era para él desenmascar las terribles decisiones que tomaron sus padres.

—Llegaron aquí decididos a atraparnos, a mis amigos y a mí, porque cuando los rumores de nosotros como traidores recorrieron Auradon, hay quienes no dudaron en señalarnos, pero cuando les dije que una aurodiana era la verdadera villana, lo negaron a capa y espada. Yo no podría gobernar un pueblo así —Mal sacudió la cabeza—. De hecho, yo no voy a gobernar un pueblo del que la Isla de los Perdidos no sea verdaderamente parte.

—Ninguno de lo dos —determinó Ben—. Las consecuencias es este caos y tenemos que aceptarlo.

Jay había presenciado tantos momentos valientes de esos dos, pero nada que igualara la epicidad de ese instante. Se fijó en Evie y Carlos, que los contemplaban maravillados y en que Freddie daba el primer paso al aplaudir fuerte. El trío se unió con entusiasmo en compañía de los Antihéroes.

Con el pasar de los segundos no todos, pero más y más aurodianos aceptaban lo que podría ser...

—Ni crean que esto se quedará así —clamó Haizea y el silencio se hizo. Luego en sus ojos se originó una peculiar chispa. Alzó los brazos y en su manos aparecieron doradas y majestuosas dos coronas—. No me miren así. Hadie y yo las robamos, mmm... guardamos por si acaso. Y hay que sellar esto de algún modo, ¿no?

Mal y Ben se arrodillaron. La hija de Hades le colocó primero la corona al rey.

—Puede que tu padre haya sido un buen rey, pero tú lo eres aún más. Por darnos una oportunidad —Ben lo agradeció con un movimiento solemne.

Pasó a Mal y en cuanto ella tuvo la mirada de la muchacha encima, se dio cuenta que ella jamás la había mirado de un modo que no fuera burlón. En ese momento había absoluta veneración. Mal agachó la cabeza con un tamborileo extraño pero poderoso, salvaje pero compasivo arrinconando su ser, y aunque su mente lo captó antes, era la reina dentro de ella la que acababa de entender lo que Ben quiso decir una vez hace años.

pero justo oyó una vistosa exclamación de su pueblo y levantó la cabeza. Lo primero que vio fue a Haizea con las manos vacías y apuntando sus nuevamente ojos vivaces hacia Uma, quien jugaba con la corona de la reina entre los dedos.

—Mal, Ben —se aventuró y luego a Haizea—, chica que me desagrada.

—¿No aguantaste mucho tiempo en las profundidades, eh? ¿Es que ni en el mar te puedes perder? —le picó Haizea.

Uma rechazó su provocación con un gesto de la mano y se dirigió a los reyes.

—Uma, escucha, esto es entre nosotros tres. Nada más —le dijo Ben.

—No. Esto es para todos. Tanto para Auradon como para la Isla. ¿No es esa la idea? —Uma no esperó contestación—. No te preocupes, la energía restante debajo de nuestros pies aún se está acumulando, por lo tanto, faltan horas para que arrase con lo que queda. Pero eso tu Mal ya lo sabe.

—Bien, Uma, ¿qué quieres? —la apuró Mal.

—Quiero la opinión de la princesa que inició este lío —y se volvió en un punto cerca de los VK's—. Audrey, ¿estás de acuerdo en que a Mal, tu chica de la Isla menos favorita, le pertenece esta corona?

La hija de Aurora se echó para atrás, buscando urgentemente esconderse de las miradas, pero obviamente al final no fue capaz de rehuirle a la intimidante descendiente de Úrsula.

—Yo... sí. Es la esposa de Ben.

—No fue eso lo que te pregunté —replicó gravemente ella.

—¿A qué quieres llegar, Uma? —la confrontó la reina—. ¿Desde cuándo te interesa si merezco o no gobernar? Tú ya me has dejado claro lo que piensas.

—Y esta princesita no. Así que, Audrey, ¿qué piensas? Por lo que me han contado, en el pasado no tuviste problema alguno para criticar a Mal. No es que diga que yo no lo haya hecho.
Silencio.

—¡No lo puedo creer!, la persona que los inspiró a traer aquí a esta gente ni siquiera aún puede comprender qué significa lo que está ante sus ojos —Mal y Ben se miraron—. Sin embargo, todavía puedes demostrar que perteneces al lado "que importa" del puente. Mal está en lo cierto, una bruja como su madre hace hechizos muy sofisticados y, claro está, no es del tipo de hechicera que te quiera dar una lección sobre la sinceridad. Supongo que de todas formas, sigues dispuesta a contar la verdad —La brujita hizo una mueca irónica, aproximándose, apabullante, a su presa—. Digo, tú eres la buena aquí.

Mal juró ver a Audrey llorando de la vergüenza y la humillación pese a que la capucha no permitía ver con claridad su cara.

Mentiría si dijera que no lo disfrutaba en el fondo.

Audrey empujaba los no no no entre sollozos. Uma se le quedó viendo con profunda aversión. Era la representación de lo que odiaba.

—Lo haré yo, en ese caso. Tal vez se pregunten por qué la Princesa Audrey está aquí con esa apariencia que le aterra y no dormida con el resto de su familia en Sleeptown. La respuesta es que estuvo encerrada por días en los calabozos del palacio. Mal la encerró.

La gente dio un «ahhh» ahogado.

—Lo interesante es que su princesa no es la víctima. Si algo algo le he aplaudido a Mal desde que éramos niñas, es que se atreviera a encarcelarla. Pero es el por qué de su castigo la parte más jugosa de la historia, así que ya llegaremos.

—Mmm... ¿acaso acaba de decir algo bueno de Mal? —le susurró Carlos a los hijos de villanos.

—Los villanos estaban muy felices con su libertad; al deshacerse de los Héroes de Auradon, eran libres de tomar sus talismanes, razón por la cual decidieron inaugurar su venganza en el Castillo Bestial. La vandalizaron y prácticamente destruyeron y entretanto, arribó la Emperatriz del Mal a los calabozos para tomar a la hija de sus mayores enemigos.

Uma transpiró malhumor en forma de carcajada. Mal no pudo haber adivinado lo que la chica reveló enseguida.

—Aquí viene lo curioso. Audrey, (que estoy segura apenas se ha roto una uña), pudo escapar de la propia Maléfica. Debió estar andando por mucho tiempo porque incluso paró hasta Sleeptown. ¿Cómo Maléfica no la atrapó en dos días? ¿Por qué no la destruyó o la hizo dormir una vez entró a Sleeptown y se contentó con hacerle nada más unos retoques a su cara? —La chica inspeccionó a Audrey con acusación—. Quisiera saberlo.

Uma aprovechó el ambiente en un puño y continuó.

—Este es el lado más oscuro del cuento. Hace aproximadamente un año, Mal estuvo teniendo muchos problemas con su magia, lo cual no me sorprende porque es mucho poder el que posee y estarlo reprimiendo no le ayudaba. Tal parece que a nadie cercano le quiso decir y se le ocurrió justamente confiar en la persona en Auradon que más la detestaba. Esta pretenciosa —e indicó a Audrey—. Supongo que Mal estaba muy desesperada, pues Audrey le prometió que la llevaría con sus tres madrinas.

—No —musitó Audrey, pero Uma la pasó completamente de largo.

—Intrigante, ¿están de acuerdo? También lo pensé. Es increíble de lo que puedes enterarte cuando estás atrapada por días con villanos.

Ben no estaba intrigado. El enojo era una forma suave de describir su reacción.

—Un día se dispusieron a viajar a Sleeptown, o eso le había dicho a Mal. La verdad es esta: "La perfecta Audrey" la encaminó a una trampa, una trampa con el nombre de Marlene de DunBroch, la misma chica que llevaba meses confabulando con el Hombre Sombra y Cruella para hacer posible que huyeran de la Isla de los Perdidos. Pero para hacerlo, precisaban a una bruja con gran poder. Mal.

—Marlene, que es una chica que sí es mala hasta el hueso, tenía un artefacto que el Hombre Sombra le había enseñado a usar después de que los Seres del Más Allá accedieran a dárselo, prometiéndole en nombre de Facilier que él les pagaría ese favor, sus deudas pasadas y más cuando consiguiera escapar; ese artefacto sumiría a Mal en una suspensión que la haría pasar parte de su magia a la piedra que un año más tarde se volvería «la gran salvación de los villanos». Audrey sabía lo que le ocurriría a Mal y aún así lo hizo. Porque no soportaba la idea de ver a la hija de una villana en el trono.

Acto seguido, retó a los aurodianos a que se pronunciaran.

La reina y el rey tenían los ojos fuertemente puestos en Audrey, quien seguramente por primera vez en su vida quería dejar de ser el foco de atención. Ben permanecía con la cólera hacia ella, pero Mal solamente observaba a la hija de Úrsula.

Uma —Mal dejó escapar su nombre, atónita.

Esta balanceaba de un lado a otro La Corona de la reina.

—Tantos años de confrontación, de insultos entre las dos y nunca lo quise aceptar. Me sentía inferior a ti. De alguna forma, todo lo que hice en tu contra cuando aún vivías en la Isla era, qué patético —rodó los ojos—, para que vieras que podía ser tan fuerte como tú. Pero mi rencor real empezó cuando le diste la espalda a tu disque pueblo.

Mal separó las cejas.

Uma continuó, esta vez para los dos.

—Pensé que la Isla de los Perdidos era una parte más de su reinado que ignorarían. Una piedra más con la cual lidiar. Mi error.

Los miró con un ademán extraño y después simplemente se alejó sin mirar atrás. Los reyes la observaron hasta que se perdió entre la oscuridad del callejón más cercano. Al contemplar las reacciones de su gente, Mal se percató, sobre todo en los VK's y en sus ojos abiertos en par en par, que alcanzaban una cosa sobre su cabeza. Tocó su pelo y sintió la corona encajada entre los cabellos morados.

Ben la rodeó completamente con los brazos y le dio un beso en la frente.

Devolvió la vista y se encontró con algo realmente bello. Juntos, un lado del puente y el otro estaban ante sus ojos y ambos se atrevían a arrodillarse ante lo diferente.

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