Capítulo 28. Mal sí puede y sí quiere suspirar por un chico
Este capítulo está dedicado a Angel-Hechizada.
Amiga, llevo meses esperando que lo leas. Desde que te hablé de él. Y afortunadamente, ahora es tiempo 😉. (Uy, sí, por cierto, probablemente ocupes de verdad los pañuelos).
Mal
𝓟lantada de nuevo ante el gentío proveniente de todas partes del reino, de mi reino, esbocé una sonrisa.
A lo lejos, observé al Hada Madrina hablando con las tres hadas buenas y Merlín. La directora señaló el castillo y luego a su hija Jane, que estaba con Carlos en la mesa de Jordan, Ally, Zevon, entre otros hijos de personajes bien afamados en la historia de este país. Evie ya me había dicho que mi noche de bodas debía ser mi prioridad, pero me daba muchísima intriga todo esto del artilugio y del Refugio de los Perdidos. Al fin de cuentas era algo que concernía mi atención, no solamente por haber pertenecido a ese montículo de roca al que se decidió mandar a los villanos o por ser la reina, también por entender por completo el plan de esos siniestros maestros de la maldad.
Claro, ya sabía su objetivo: destruir Auradon, vengarse, sembrar el miedo. Eso era obvio. Lo que me daba intriga era el inicio del plan. Para empezar, ¿quién diablos es en serio El Aliado? ¿Cómo fue tan descuidado para dejar la Piedra Descendiente en la Cueva del Espejo? Sin los talismanes, sin los poderes de su lado, ¿cómo los exiliados comenzarán la destrucción?
—Me alegra que les hayas tapado la boca a todas esas aurodianas que se morían por cautivar a Ben —Quien habló fue Freddie, que repentinamente llegó a pararse junto a mí. Pasé a ver mi anillo. Suspiré—. Te lo tienes ganado, Mal. Que no digan que una princesita es la única que puede gobernar.
—Gracias —dije y ella asintió.
—Oye, ¿en serio Ben pasó una semana entera en la Isla de los Perdidos? Es decir, no es que sea un petulante y vanidoso como el acosador de Chad, pero... ya sabes, vive en este castillo.
—Sí lo hizo.
Me crucé de brazos y no hice más que sonreír. Claro que lo hizo.
—En ese caso, creo que ese chico se tumbaría inclusive a un agujero inmenso nada más por ti.
—Y yo seré la chica que siempre le dará la mano, no importa qué.
Freddie me oyó suspirar, lo más probable es que adivinando a juzgar por su mirada, que eso ya sucedió. No precisamente estaba en esa zanja por mí, pues se había caído, pero Ben y yo logramos crear un momento único, solo de los dos y que solamente podría tener destino en los brazos del otro.
—Pensé que Jay estaría aquí.
Automáticamente mi sonrisa se perdió con el latido alegre de mi corazón.
—Yo también. Al menos lo pensé antes de que le importara más el chico mujeriego que el chico leal a sus amigos —contesté con una mueca marcada por la decepción—. Él fue mi mejor amigo desde que tengo memoria. Siempre peleando pero también sin falta puestos a la aventura.
—Es un buen chico. He visto cuánto los quiere a ustedes cuatro. Se dará cuenta que Audrey no vale perder a sus amigos.
Mal esperaba que entonces pronto Jay pusiera en funcionamiento su cerebro porque se estaba demorando demasiado.
—Estos años que he estado en Auradon me he percatado de lo que tú y Ben tienen y sé que el casarte con él no significó cualquier cosa para ti. Es por eso que lamento que Jay no esté aquí.
—Carlos será un lengua suelta, pero por lo menos está —Las palabras se ahogaron en mi garganta. Anudé mis dedos de una mano con los de la otra. Miré una vez más a Freddie y intente dar mi mejor cara. Encogí los hombros—. Como sea, ni siquiera la maldad de mi madre podría arruinarme este día. Ben está por llegar.
—¡Ya quería oír eso!
Freddie y yo nos giramos inmediatamente al escuchar la exclamación a nuestras espaldas.
—Justo te iba ir a buscar, Evie.
Freddie dio un vistazo a su mesa y luego a nosotras.
—Sobre Jay... ¿Qué les digo? Solo es un gran tonto —comentó, poniendo los ojos en blanco—. Pero un tonto que me llegó a decir que su hermana —dirigiéndose a mí— no pudo encontrar mejor hombre para ella que Ben. Esa es la verdad.
—¿Realmente te dijo eso?
Yo sabía que Jay suele hablarse mucho con Freddie pero no creí que realmente pudiera haber salido un comentario así de él. Freddie asintió. Evie me abrazó por los hombros tiernamente. Tal vez podría haber todavía una esperanza de recuperar a nuestro amigo. Finalmente Freddie Se despidió de nosotras y volvió a la mesa en donde estaba Jordan.
—¿Estás lista para tu noche de bodas? —me preguntó Evie, levantando burlescamente la ceja.
—¿Que si estoy lista para enamorarme más del príncipe de mis sueños? —Mi sonrisa embobada se volvió a formar en mi rostro con la misma facilidad con la cual el latido alegre de mi corazón reapareció—. Claramente lo estoy.
Evie mostró su buenos deseos con una sonrisa honesta. Miré otra vez hacia al lugar donde se suponía ya tenía que haber entrado Ben. En realidad no había pasado tanto tiempo desde que me levanté de su regazo pero lo había estaba esperando con las enormes ansias de una auténtica mujer enamorada.
—Perdón, E, ¿dijiste algo? —le pregunté.
Evie se dio cuenta de mi inquietud y lo supe porque de inmediato comentó:
—A ver, Mal Enamorada, tu hombre ya llegará. No te preocupes —Y me sonrió.
Y no funcionó. Sin percatarme me empezaba a morder las uñas y mirar demasiado las mesas para ver si estaba en alguna.
No era así.
No, Evie estaba en lo cierto: mi propio embeleso por Ben estaba haciéndome sentir que había pasado una eternidad. Y no. Respiré profundamente, una y otra vez. Pensé en cosas bonitas, como en grafitear murales, en mis amigos y, obviamente, en el más sublime pensamiento que podría nadar en mi cabeza: en mi príncipe tocándome bajo las sábanas con el frenesí tan poético que lo caracteriza en la intimidad, mientras me dice en su tono tan principesco y masculino cuán enamorado está de mí.
Sí, en eso debería pensar. En los besos arrebatados, en mis manos sobre el cuerpo buenísimo de mi esposo, en la sensaciones que bullen por él en mí, sensaciones que no tienen cabida en este universo. Bajé la mirada a mis nudillos, específicamente a mis dos anillos. El de bestia estaba ausente. Esperaba pronto volver a la habitación en la Academia Auradon para encontrarlo. Con la cita con Ben, la visita a mi madre y mi casamiento no hubo chance de buscarlo con calma.
Evie me sacó de mi remolino de pensamientos cuando me propuso ir por unos postres. No fue para nada mala idea. El antojo me llegó en cuanto lo mencionó. Y no me sorprendió. Desde que llegué a Auradon había estado comiendo muchísimo.
—Creo que debería hablar de una vez por todas con Audrey —dije de pronto a Evie, sin mirarla, aventando fresas a un tazón. Capté su atención enseguida—. En pocas horas tendremos la ubicación del Refugio de los Perdidos y si es una traidora a su país, tenemos que saberlo ya con certeza. Ya no más especulaciones.
Evie se mantuvo callada varios segundos. Sabía que estaba pensando en lo mismo que yo. Antes de hablar, verificó que no hubiera alguien cerca.
—¿Y si resulta serlo van a encerrarla en un calabozo?
—Eso haremos.
—Y en el remoto caso de que solamente te hubiera embrujado y estuviera honestamente.... arrepentida, ¿considerarías otorgarle un perdón?
—Como la reina de Auradon, sí lo consideraría. Pero solo en el caso de que no tuviera nada que ver con la Piedra Descendiente y el escape de los exiliados —dije—. Como Mal Enamorada, como tú dices, no le dejaría siquiera escoger la celda en la que la pondría —agregué en un tono duro.
Evie asintió. Giramos las cabezas hacia las mesas justo el momento en que Chico saltó a los brazos de Carlos, quien perdió el equilibrio y cayó sobre el pasto demasiado graciosamente para no admitirlo. Jane se rió dulcemente de él.
Poco a poco las carcajadas se fueron esfumando y llegó el silencio.
—Ben y yo hemos ordenado a Merlín viajar a la Isla de los Perdidos en cuanto sepamos en dónde se esconden los villanos. Es el más idóneo para el trabajo. Si los talismanes no salen de las Catacumbas, los villanos se tropezaran con muchos obstáculos para llegar a Auradon.
—Eso es genial, M. Es bueno saber que estás aquí para la aventura. Los VK's no son lo mismo sin ti.
—Y seguiré aquí —aseguré. Miré a Evie e instantáneamente me vino a la mente lo que ella tuvo que hacer para que llegara a la catedral. Carraspeé un poco—. Usé magia para escapar de la lámpara de Jordan.
Pronto clavó la mirada en la mía.
Momento de seriedad.
Y luego, como aguantándose, empezó a reírse con fuerza.
—De verdad querías salir de ahí, ¿no?
—Veamos, una noche hablando de chicos o una noche en la cama con mi bombón —Como fingiendo pensarlo, agarré mi barbilla. Sonreí—. Sí, la preferencia ya es más que obvia.
Las risas duraron un poco más. Largas carcajadas que solo consiguieron acabarse cuando Evie me dio personalmente su regalo de bodas para mí. Era una enorme caja beige. Dejé mi tazón de fresas a un lado y Evie me sostuvo en los brazos el regalo para abrirlo.
Estaba tan embobada pensando en mi Ben que no se me pasó por la cabeza qué podría ser. Lo abrí y vi un... ¿retazo de tela negra? Muy aturrullada, busqué explicación en Evie, quien simplemente se encogió de hombros y trazó sobre su boca una sonrisa socarrona.
Examiné más el regalo. Se borró mi mueca confusa y la sustituyó una expresión reprobatoria. Al darme cuenta de lo que era, cerré a empujones la caja y le recriminé a mi BFF entre dientes.
—Evie, eres tan graciosa.
—¡Es para tu noche con Ben, M!
—No me digas. La transparencia por poco no lo hace evidente —dije entre dientes. Tomé la caja y caminé hacia la mesa en la que estuve con Ben para dejarla ahí.
Ella me siguió.
—Mal, no seas gruñona. Yo creo que es bonito.
—Ajá, y yo creo que te pasaste —respondí.
—¿Pero lo usarás? —preguntó Evie, adoptando un tono de complicidad y burla—. Piensa que si se lo modelas, tendrán sexo muy alocado. No puedes quejarte.
Me puse la mano en la cadera y me recargué en la mesa. Quise mantenerme firme en mi posición de negación pero ya no fue posible. No me cabía en la cabeza que sí deseaba ponérmelo para excitar a Ben.
—Como que con eso acabas de convencerme.
Y me pregunté si en algún momento las sonrisas abandonarían mi semblante. Irradiaba felicidad y estaba consciente de que era complicado disimularlo.
—Evie, puedes decirme que soy una cursi —En mi mente, recordé los más buenos y poderosos momentos con Ben. Eso me animó a continuar—, pero estoy infinitamente enamorada y no puedo esperar a que sea mi noche de bodas con mi príncipe. Más emocionada y más enamorada no puedo estar ¡te lo juro!
—Yo sé, ¡debe ser emocionante!
Dimos pequeños saltos de alegría. Después, puse mis dedos de la mano derecho sobre mis sortijas.
—Estoy impaciente —informé—. Nerviosa un poco —confesé—. Evie, ¿me veo bonita? Digo, no es que me importe demasiado.... Bueno, un poco sí —reconocí— pero es que quiero estar bien para él y...
—Mal, Mal, tranquila —me detuvo Evie, tanto de mi caminata de un lado a otro que no parecía llevar a ningún lado como de mi divagues—. Te ves bellísima. ¿No has notado lo cautivado que lo tienes?
—Eso es cierto, Reina Mal Godquen de Reynalde, y por eso el rey en persona solicita su presencia para presionar sus labios con los suyos y corroborarle que es la mujer de su vida —Esa voz. Santos dragones, qué sexy suena.
Evie se fue enseguida para dejarnos a solas.
Por dentro grité de la emoción y luego mi sonrisa se volvió un arcoíris. Mejor dicho, toda mi expresión se había iluminado con nada más sentir en mi cintura sus manos y en mis oídos su voz. Rebeldemente me insertó besos en el cuello, pues sus brazos se cernieron alrededor de mi cintura. De pronto, el aliento se me cortó.
Me volteé para verlo y acercarlo a mis labios.
—Tardaste mucho, mi amor. Estaba empezando a pensar cosas feas.
—¿Y qué pasó?
Le di un besito en la mejilla y respondí:
—Confié en el hombre de mis sueños.
Me sonrió.
Jugué con su corbata traviesamente unos segundos antes de darme el honor de contemplar sus hermosísimos ojos.
—Confié en el hombre que fue por mí a la Isla y me despertó solo con su amor. En aquel príncipe que cumplió su promesa de rescatar a su princesa —Pegué mi frente a la suya. Nos sonreímos con ternura. Luego me distancié un poco, lo suficiente para verlo a los ojos—. En aquel que ama sinceramente a Mal, la hija de Maléfica.
—A Mal Igna. Tus dos nombres son perfectos.
Sonreí y esperé que no se notara mucho el rojo encendido de mis mejillas.
—Pequeña.
—¿Sí?
—Quiero tanto besarte, pero tu sonrisa me tiene intimidado y tus ojos hipnotizado.
—No seas tonto, Benjamín. Hemos hecho esto un montón de veces.
—Esto es importante, mi corazón. Hoy es el primer día en que te amo como mi esposa. Ahora más que nunca tengo que cuidar las marcas en tu corazón que claman enamorada de Ben.
Sentí cómo una hilera de mariposas se instalaron en mi estómago para volar como locas cuando recostó mi palma sobre su pecho. Sobre su enloquecido corazón.
—Quiero que todas las veces que me veas, halles en mí al amor de tu vida —dijo—. Mal, quiero hacerte feliz. Tú me haces feliz.
¿Este hombre algún día se cansaría de superar sus niveles de romanticismo? Reí y vi fijamente sus ojos.
—Ya lo haces.
Ns paramos a mirar los fuegos artificiales. En uno de ellos apareció en el cielo estrellado un «¡Larga vida a los Reyes de Auradon!». Para entonces, los meseros nos habían arrimado copas de vino. La fiesta en general gritó lo mismo que estaba escrito en los fuegos artificiales, para después venerarnos con una inclinación.
Los saludamos con la mano y con eso dimos fin al Último Día de los felices. Varios de nuestros amigos nos sonrieron desde su lugar y otros tantos corrieron a darnos un fuerte abrazo de despedida, prácticamente eran las mismas personas que nos dieron la bienvenida cuando retornamos a Auradon.
Terminado aquel cúmulo de despedidas, Ben me condujo en dirección a las rejas que cubrían la parte frontal del Castillo Bestial. Aparcada estaba una fascinante limusina púrpura. Junto a ella se encontraba parado en una posición demasiado firme un chofer, esperando pacientemente cualquier orden.
—Hay algo que quiero decirte —inició Ben. Puse toda mi atención en él.
En su mirada se formó la expresión más preciosa, más llena de sentimientos y que sabía que solo era para mí.
—¿Mi bella esposa me hará el honor de hacerle el amor esta noche?
Se hizo hacia delante ligeramente para besar mis nudillos. Incendió mis ojos de alegría cuando esperó mi repuesta con el amor de mil universos.
—Su esposa no se lo perdería.
Sus ojos miel me sonrieron, sus palmas se posaron en mis mejillas y su sonrisa se convirtió en beso cuando enredó sus labios con los míos. Sus labios, pensé, podría quedarme en ellos toda la vida.
—Deseo estar contigo —le susurré apenas me empecé a despegar de las comisuras de sus labios.
—Suena lindo, bonita.
—Es solo que... —dejé en suspenso mis palabras y suspiré pesadamente. Con la vista en el piso, continué—: Antes quiero que vayamos a atender el asunto del artilugio. Siendo los reyes considero que es importante que estemos ahí.
Probablemente no se lo tomaría de lo mejor. Y ciertamente a mí tampoco me daba gracia, pero apenas hacía unas horas juré proteger a un país que consta de once reinos. ¿Qué tipo de monarca sería si me perdiera esto?
—Es nuestro deber.
Volví a mirarlo.
Marcada en su sonrisa, estaba la hermosa vista de sus hoyuelos. Sus ojos amorosos me miraron como siempre hacían pero esta vez para completar su demostración cursi de amor me tomó por la cintura y me elevó en el aire. No sabía cómo se sentía ser literalmente un dragón como mi madre pero no lo necesitaba, todo con Ben siempre era jodidamente especial, hermoso y fantásticamente real.
Me dejó en el piso.
—¿Qué fue eso? —es lo que le pregunté.
—Fui yo diciéndote en modo hombre loco por su esposa lo orgulloso que estoy de ti, Mal. Es lo que una buena reina haría.
—¿Lo crees?
—Lo creo —dijo sin pararse a pensarlo. Así sencillamente lo soltó.
Envolvió mi mano con la suya y nos sonreímos.
—Le pedí al Hada Madrina que iniciaran en cuanto diéramos la orden. Se reunirán en las bóvedas del castillo.
—Demos la orden, entonces —sentencié.
ღღღ
Cuando llegamos a las bóvedas, todavía nadie había llegado. Ben ordenó a dos guardias ponerse a cuidar la entrada a las mismas. Si acaso alguien sospechoso quería entrar, esperaba que sirviera de algo ponerlos a custodiar. Lo que se haría dentro no era cualquier cosa, por supuesto. En lo que esperábamos, con montones de reliquias viejísimas —inclusive más que las del Museo de Historia Cultural—, nos dispusimos a sentarnos.
Ben a propósito se sentó primero para hacerme caer en su regazo y invitarme a comerlo a besos, cosa que no me molestó, claro está. Me besaba tan bonito que decidí olvidarme deliberadamente que en minutos tendríamos que planear una línea de acción en contra de los padres de mis amigos y otros enemigos más de Auradon.
—Mal, ahora que eres mi reina y mi mujer...
—Me gusta cómo suena eso —me maravillé, juguetona.
Él rió. Yo continué entusiasmándolo con mis caricias.
—Hay un lugar muy importante que deseo que conozcas.
—¿Qué lugar, guapo?
Se aclaró la garganta y esquivó un segundo el verme. Estaba nervioso. Metió la mano con la que no me sostenía en su bolsillo del pantalón. Buscaba algo, aunque no se me ocurría qué.
—Olvídalo. Las mejores cosas pueden esperar.
Sacó la mano de su bolsillo. (Otra vez, ¿qué rayos estaba buscando ahí?). No era una suposición, estaba segura de que estaba relacionado con la sorpresa que antes le había mencionado. Me tenté con la idea de seducirlo y sacarle del bolsillo lo que sea que tuviera. (¿Podía haber todavía más coqueteo entre él y yo? Me parece ya imposible de creer).
Pero no.
Podía esperar.
—Hablé con Freddie antes de que volvieras por mí.
—¿Sobre qué?
—Sobre Jay. Ella cree que aún debemos tener esperanza con él.
—¿Y tú qué crees, corazón?
—¿Quieres saberlo de verdad?
Él asintió con esa maldita sonrisa tranquilizadora que me sube los ánimos hasta las nubes.
—Yo creo que él debió estar aquí. Es su deber como mi mejor amigo. Él ha estado conmigo desde el principio. Sobrevivimos juntos a la Isla de los Perdidos, incluso antes de Carlos y Evie. Me vio creerme la chica más cruel y fallar desastrosamente en el intento. Me vio sacar mi verdadero yo en Auradon. Más importante —atontada—, me vio enamorarme.
Miré a Ben pero no conseguí sonreírle. No pude porque tenía mucho coraje. ¿Cómo Jay pudo hacerme esto? ¿Y a Ben?
Sin darme cuenta, mi rey había sacado su pañuelo dorado de su bolsillo y me estaba recogiendo una lágrima que ni yo había sentido salir de mi ojo. Besó mi frente con una delicadeza que le mandó una calidez intensa a mi corazón y que me hizo recordar todavía más por qué estaba enojada con Jay.
—¿Por qué no vino a verme casarme con el amor de mi vida? —Se me rompió el habla y mi esposo me abrazó con fuerza.
Con el hilo de voz, agregué:
—Con el AMOR DE MI VIDA. ¿Acaso eso no significa algo para él?
—Mucho, seguramente —Con desconcierto, me le quedé mirando—. Sé que no lo parece a veces pero está contento de vernos juntos.
—Ojalá fuera cierto —disentí tras reír con ironía.
—Pequeña, te prometo que así es —Hizo correr un mechón de mi cabello hacia un lado. Ese gesto volvió a liberar las cosquillas en mi corazón, sin duda.
Yo asentí y enseguida Ben hundió sus dedos entre los míos y me lanzó una mirada mágica, llena de complicidad y algo más que en su momento no supe comprender con exactitud. Pero no me decía nada, solamente me miraba fijamente a los ojos. Aunque pronto me percaté de que aquello era nada más el presagio de lo que haría.
Repentinamente mi rey recogió la cola de mi vestido y la colocó sobre mi regazo. Me sonrió pícaramente y después...
—¡Benjamín! —Me reí divertidamente mientras dábamos vueltas. Y yo en sus brazos.
Él también se divertía y carcajeaba tanto o más que yo. Fue un instante, unos segundos solamente, pero para mí la vida estaba escupiéndome felicidad hasta por los oídos. Volaban chispas y se incendiaban nuestros corazones. El sonido de su regocijo me daba vida. Y entonces se detuvo. Pero no me bajó. Lentamente y con suavidad se inclinó hacia mí y endulzó mi boca con su ternura. Con pasión, así era cómo me besaba. Su aliento recorriendo mi aliento. Y ese éxtasis con que me hacía suya solo con su beso era sorprendente y lindo. Verdadero.
El beso terminó, pero solo literalmente, porque mi piel seguía refugiándose en la de él.
—¡𝒯𝑒 𝒶𝓂𝑜! —me susurró Ben con la forma íntima y amorosa de sacarlo de sí mismo que me enloquece.
Sus ojos destellaban todos los más bonitos y puros sentimientos del mundo. Llevó las manos a mi cabeza y me enchuecó la corona. Sonreí y me salió una lagrima. Una de nostalgia. Eso yo se lo había hecho en su coronación. Carcajeamos y recordamos. Yo recordaba. Chocamos las frentes y disfruté de haber tenido otro Beso de Amor Verdadero con mi príncipe una vez más.
Era hermoso.
Sin embargo, las puertas se abrieron y prontamente ya no éramos los únicos en las bóvedas. Carlos, Doug, Evie y Jane venían hacia nosotros. Las carcajadas se desvanecieron.
—Tienen que venir con nosotros. Uno de ellos estuvo aquí —comentó Carlos.
Ben y y yo nos quedamos de piedra y luego intercambiamos miradas. Con cuidado, mi marido me bajó al piso. No sabía muy bien qué pensar al principio con eso de «Uno de ellos estuvo aquí» pero ciertamente me aceleró el corazón.
—¿De qué estás hablando, Carlos? —preguntó Ben.
—Alguien vio a Jafar —se adelantó a contestar Jane—. Al menos cree haberlo visto.
—El Hada Madrina nos pidió que viniéramos para avisarles —dijo Evie.
Quise decirles que se tranquilizaran y nos explicaran con más calma, porque mi cabeza estaba empezando a hacerse un lío. Es decir, acababa de bajar de los brazos de mi príncipe ¿y de pronto llegan mis amigos diciéndome atropelladamente que Jafar estuvo aquí? ¡Jafar, el más manipulador de los manipuladores! Le daría una clara competencia a Facilier, sin duda. Sacudí mi cabeza y crucé los brazos.
—Por favor, chicos, ¿Jafar que estaría haciendo... —Abrí los ojos cada vez más— aquí?
Un segundo, ¿el más manipulador? Aparte, un ratero.
—Pero ya venían con el artilugio para acá —dije, angustiosa por lo que estaba pensando—. El artilugio. ¿Dónde está el artilugio?
Mejor dicho, ¿qué tanto había pasado en los patios del castillo en todo este tiempo que estuve con Ben en las bóvedas?
Temí verdaderamente la repuesta, pero lamentablemente ya la había descifrado. Sí, Jafar fue poderoso..., poderoso en varias formas, en Agrabah. En la Isla de los Perdidos lo discutiría, pero no era el punto. No importaba, más que un hechicero o genio, era un cuateloso y astuto ratero. Y claro, ¿qué haría un ratero de esa categoría en una celebración tan grande como la de hoy arriesgándose a que lo capturen? Debía venir por algo importante
—Sí lo robó.
Quien me respondió fue Carlos. Lo miré y él a mí. Parecía querer decirme algo más, pero no lo hizo.
Ben me haló hacia él por la cadera y nos quedamos pensativos.
—Mi madre me dijo que Merlín habló con ella después de que ustedes le avisaran que estarían presentes para revelar la ubicación del Refugio de los Perdidos.
Fruncí el ceño con confusión.
—¿Cuál es el punto? —dije yo.
—Artie Pendragón, el hijo de Arturo encontró a Merlín inconsciente en una de las habitaciones del castillo —explicó Jane.
—¿Los invitados están bien? —se apresuró a indagar Ben.
—Es lo más extraño de todo —dijo Evie—. Si de verdad era Jafar, no hizo nada de alboroto. Nadie sospecha que estuvo aquí. Casi enseguida el Hada Madrina se percató de la ausencia del artilugio, pero para entonces Jafar había desaparecido de la fiesta.
—No me imagino a Jafar con el suficiente poder para hechizarse a sí mismo y ser Merlín. Se supone que no tiene talismán —dijo Ben y me asusté con la posibilidad de que hayan podido recientemente hacer ceder la Cueva de los Malditos.
En mi cabeza estaba siendo un poco paranoica.
—¿Quién es esa persona que vio a Jafar? —pregunté.
La vacilación se vio reflejada unos segundos en los rostros de todos.
—Fue Jay.
Clavé la vista en Carlos y luego la desvié a mi castaño. Jay era la persona que más conocía a Jafar, lo mismo que yo a mi madre; si alguien lo reconocería era él. La cosa era que no había sido eso lo que me había conmocionado, sino el hecho de que Jay estuviese aquí, en mi boda.
Tal vez tanto Freddie como Ben tenían razón, tal vez Jay podía volver a nosotros, a sus amigos de verdad. No obstante, traté de no fijar mi pensamiento en eso.
—Necesitan al rey y a la reina —nos llamó la atención Doug—. Temo que Auradon debe empezar a prepararse para el levantamiento de los villanos.
Todos enfocaron su mirada en Ben y en mí. Suspiré hondo. Se suponía que esto no debía ser así. Ben cogió mis dos manos suavemente y me llevó un poco lejos con él a una distancia prudente de nuestros amigos. Me encontré con sus ojos. Vaya, cuánto me costaba verlo y no mostrar cómo me hacía sentir esto. Agaché la cabeza.
—¿Hermosa?
Tomó mi mentón y levantó mi cabeza para que lo viera.
—Supongo que una corona no me convierte en reina, ¿verdad?
—Lo siento.
—Lo sé —dije, también por lo bajo.
—Mi reina, no hay nadie que lo lamente más que yo. En serio.
Yo medio le sonreí.
—No estés seguro de eso.
Una mueca de pesar. Había ansiedad en su expresión. Ya era capaz de entender sus palabras sin necesidad de que las dijera. No hacía falta. Escaparía conmigo si no fuera porque los más malos de los malos se les había dado por salir de su escondite. Apreté con más fuerza su mano. Enseguida él aceptó mi gesto y entrelazó sus dedos con los míos.
—Ya sé que no es lo mismo, pero seguiré tomado de tu mano. Esa nunca la soltaré —declaró él.
—Tú podrías solo mirarme y ya con eso me haces la mujer más afortunada de la tierra.
—Y tú, pequeña, con solo sonreírme alumbras mi vida.
Pusimos nuestras manos a la altura del pecho. Nuestros sortijas de matrimonio repiquetearon entre sí de la manera más armónica y perfecta. Vi venir sus labios hacia los míos. Suaves, amorosos, honestos. Pero no pasó. La luz se fue y algunos de mis amigos gritaron. (A decir verdad, estoy prácticamente segura de que únicamente fue Evie).
Quise reírme de eso, pero un resplandor verde se manifestó y acalló mi carcajada. Pasó todo tan fugazmente que no le tomé importancia en su momento. Cuando lo hice, ya era tarde, la luz verde se había esfumado.
Mi corazón se encogió y empecé a sentirme resfriada. Su mano ya no tentaba la mía. Sencillamente no estaba. Tampoco su aroma ni la calidez que me da cuando está cerca. Lo llamé, primero en susurros, después en voz alta. Y luego a todo pulmón.
—¡Ben! —exclamé.
Ni mu.
El miedo subió por toda mi columna vertebral y se instaló en mi pecho, aunque no sabía muy bien dónde. No desistí y repetí su nombre más veces de lo que creí nunca haberlo hecho.
Al escuchar mi tono de desesperación, los cuatro se sumaron y también lo comenzaron a llamar. Pero su dulce voz no acarició mis oídos como siempre hace. ¿Por qué no me contestaba? ¿Y por qué no me abrazaba? Algo dentro de mí se estaba quebrando. Seguí llamándolo, pero cuanto más lo hacía, mi garganta articulaba con menos fuerza y sin darme cuenta, con muchísimo miedo.
—Corazón, no bromees conmigo —le supliqué trémulamente y me moví en la oscuridad—. ¿Dónde estás?
Respira, Mal, ahorita va a aparecer, me dije y intenté mantenerme de pie. Todas las bodas tienen finales felices, y más la de los Amores Verdaderos, ¿qué no?
—¿Mi amor? —musité patéticamente afónica.
Peor, patéticamente aferrada a un feliz para siempre.
Lo sabía, me estaba engañando a mí misma. Alguien había venido a llevárselo, alguien que tenía en su poder el artilugio diseñado por el Doctor Facilier (¿Jafar?). Porque ya nunca lo podría dudar: Ben en ningún momento se hubiera despegado de mí por su voluntad. Él jamás. Al contrario, me hubiera dado el abrazo más hermoso y acogedor. Y completo. Me hubiera hecho sentir que la oscuridad era tranquila solo con tenerlo a mi lado.
La luz volvió pero para entonces ya tenía clavada una espina grandísima en la parte de mí que antes se había sentido fuerte. Viva. Todo lo especial de la galaxia.
Nadie reaccionaba.
Los escalofríos pasaron por mis brazos y como pude empujé las puertas de las bóvedas y encontré que no había nada fuera de lo común en los pasillos. Volví sobre mis pasos y posé la mirada en cada uno de mis cuatro amigos. Todos tenían esa mirada de lástima, de estupor, de desconcierto. Y aún así, nadie lo entendía, yo me estaba muriendo.
Quería llorar y sucumbir.
Dejarme caer.
La vista se me comenzó a nublar y estaba aturdida. Y sola. Completamente sola.
ღღღ
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