Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27. El amor de mi vida


𝓜𝓪𝓵 𝓷𝓪𝓻𝓻𝓪 𝓪 𝓑𝓮𝓷

Las trompetas comenzaron a sonar.

Del brazo de tu padre, era acompañada al altar, donde con una cara de contemplación no me quitabas los ojos de encima.

Todos los presentes guardaron silencio, con un aire de conmoción y alegría llenando la catedral. Las paredes estaban especialmente adornadas de una manera sofisticada y elegante, con los colores principales: azul y morado, los cuales parecían haber sido elegidos para la más memorable ocasión.

Un coro comenzó a cantar.

Los rostros de los invitados eran de ternura. Mientras yo pasaba por la alfombra, le sonreía a cada persona que me veía pasar. Ellos hacían alguna especie de reverencia que no creo haber visto nunca. Lo hacían de manera ordenada, lo que lo hacía ver más lindo todavía. Cuando llegué hasta la primera fila, me topé con mis amigos. No pude evitar saludarlos, pero lo hice de una manera tan estruendosa que provoqué que se oyera el ruido fuertemente.

Enseguida me percaté de ello y me llevé las manos a la boca.

—Lo siento —musité avergonzada.

Recobré la compostura.

Sin embargo, al regresar la mirada al frente, tu expresión era de un chico divirtiéndose con la manera en que su prometida se comportaba. Te sonreí y nos reímos juntos.

Mi mano suavemente fue a parar a la tuya, que la envolvió con gran suavidad y amor al arribar al altar.

—Cuídala, hijo, la chica que tanto esperaste ya está aquí —Asentiste. Tu padre me entregó por completo a ti—. Confío en que serán los mejores reyes que Reino Unido haya tenido nunca —Pero estabas fascinado viéndome, que tuve que darte un golpe en el pecho para que atendieras a las palabras de mi prácticamente ya suegro.

—Estoy seguro de eso, padre —contestaste.

Y me dejó contigo, ¿qué más podía pedir?

Me tocaste la cara y luego pasaste el brazo a mi espalda, en la pose típica de un príncipe. Besaste mi mano.

—Pequeña, has controlado mi corazón incluso desde antes de que llegaras a mí, imagínate cómo está brincando ahora mismo de lo cautivado que lo tienes.

—Mi apuesto príncipe —Rodeé con los brazos tú cuello y hice de mí misma la chica más romántica del mundo cuando acaricié mi cara con la tuya y con una sonrisa, demostré que mi corazón también era capaz de hacer los mismos trucos que el tuyo—. Aunque seas el rey, para mí siempre serás el príncipe que alguna vez repudié soñar.

—Cómo te amo, mi Mal —expresaste.

La sonrisa más bella del mundo se tejió sobre tu boca. Sonrisa que para mí es una droga que nunca quería dejar de ver. Esperaría el tiempo que fuera necesario con tal de poder admirarte sonriéndome así.

Ambos nos acercamos al lugar donde nos esperaba el Hada Madrina. A su lado había dos cúpulas que adentro guardaba dos coronas doradas, hermosas y majestuosas.

Eso me trajo a la mente lo que tristemente me estaría diciendo mi madre en ese momento.

Eres pura decepción. Como tu padre.

¿Por qué siempre que mi madre hablaba de la decepción de hija que le parecía nombraba a mi padre? ¿En algún momento esa hada del terror, llegó a ser tan débil para creer en el amor? ¿De verdad?

Tragué saliva y te miré fijamente. Me hiciste andar hacia los escalones delante de nosotros. Nos hincamos con cuidado. Nunca había sentido esa sensación. Se me revolvía el estómago mientras observaba la varita que le había pasado Bella al Hada Madrina. Eso me hacía pensar en todo, desde mi último día en la Isla de los Perdidos antes de conocerte hasta la coronación. ¿Sería una buena reina capaz de liderar un reino? Y peor o mejor aún, ¿de ser una buena esposa para ti, Ben? Y no solamente para un chico normal. Para el rey.

La Varita Mágica ya se encontraba en un espacio intermedio entre ambos, justo entre nuestras cabezas.

El coro terminó de cantar.

Ya esperaba la bendición del Hada Madrina. Ella posó la Varita Mágica arriba de mi cabecita morada.

—¿Juras solemnemente gobernar junto a Ben los Estados Unidos de Auradon —preguntó con voz clara, lo suficiente para que todos en la catedral la escucharan. Agaché más cabeza— con bondad, justicia y misericordia durante todo tu reinado?

Estaba nerviosa pero decidida.

—Lo juro solemnemente.

El Hada Madrina alzó a una altura más grande su varita, misma que brillaba de un modo especialmente sorprendente.

—En ese caso, es un honor coronarte Mal, Reina de Auradon y en su conjunto, de todos los reinos que en él descansan, que son: la Ciudad de Auradon, Charmington, Sleeptown, Maldonia, DunBroch, el Reino de la Costa, la Ciudad Imperial, Camelot, Summerlands, Agrabah y el Reino del Sol.

Me bendijo con la varita y yo sonreí.

Tu papá retiró la protección que tenía una de las cúpulas, cogió una corona y él mismo te la colocó. Habiéndolo hecho, te levantaste y fuiste directo a la otra cúpula, en donde había una tiara muy bella de color dorado.

Te aproximaste a mí para ponerme la corona en la cabeza.

—Mi reina Mal —me dijiste en un lindo susurro.

Me felicité a mí misma cuando me abstuve de darte un beso.

Pasaron los padrinos de lazo, Lonnie y Chad. Ellos traían un pedazo de tela en forma de tira color lila. La envolvieron alrededor nosotros. Lonnie nos sonrió. Chad como era de esperarse solo te dio unas palmadas en la espalda. Apreté más tu mano y tú la mía.

Doug y Evie llegaron a darnos nuestros anillos en una almohadilla dorada con hilas moradas y azules alrededor. Si, qué bobo, nuestros colores juntos (en realidad es bobamente hermoso). Al verlo de cerca pude notar que cada uno tenía el nombre del otro. Evie te dio una sortija dorada, muy elegante y que tenía grabado Mal en letra cursiva. El que me entregó Doug era exactamente igual al tuyo, solamente se diferenciaba por el hecho de que éste tenía escrito tu nombre.

—Ben, no es por amenazarte, pero si no haces a Mal feliz... Bueno, pues yo... —A Evie se le agradaron los ojos. La miraste serio—. ¿Es una promesa, Ben? —Te sonrió con hipocresía. Diste una pequeña carcajada a modo de asentamiento.

Ahora la que seguía era yo.

—Tú no quedas exenta, M —aclaró, señalándome—. También tienes que hacerlo feliz, sino...

Entendí rápidamente la amenaza.

—¿Es idea mía o me estás amenazando en mi boda? —expresé con una carcajada igual de efusiva que la tuya.

—Tómenlo como prefieran, pero recuerden que después de todo sigo siendo la hija de la Reina Malvada —contestó—. ¡Y vamos!, no me metí en tantos problemas por ustedes en los últimos días para nada. Así que más les vale que sean tan cursis para darse su final feliz para siempre.

Dimos manita arriba. Evie sonrió, encantada, tomando las manos de nosotros. ¿Qué haríamos sin la mejor amiga y modista del mundo?

—Mejor me voy, me harán llorar —Y no jugaba, ya le salían varias lágrimas de emoción de los ojos. Trató de removérselas—. Tarde, tarde.

Evie y de Doug tomaron asiento de nuevo. Ya sentada, E abrazó tiernamente por la espalda a Carlos, como de esas veces en que se ponen nostálgicos. Carlos se puso a acariciar a Chico. Jane lo imitó. Entre todos, mis amigos se sonreían. ¿Y dónde estaba Jay?

Con Audrey, la enemiga. Me volví hacia ti, que curiosamente parecía también que los hubieras visto como yo.

Nos pusimos de frente.

—Dirías que es una cursilería hacer esto, pero quiero decirte lo que siento por ti. Es muy complicado luego de que lo piensas detenidamente. Me has preguntado una y otra vez que cómo pude elegirte a ti. A ti en vez de a una princesa. Es fácil la respuesta, en realidad sí elegí a una princesa. Eres tú —Te sonreí y me sonreíste. Si soy sincera unas lágrimas discretas brotaban del contorno de mis ojos—. Debo admitirlo, tu belleza fue impactante para mí. No lo negaré. Tanto que en el instante de estrechar tu mano con la mía, me quedé como un baboso viéndote. Sé que lo notaste.

—Lo noté, mi príncipe lindo baboso —dije con encanto.

—Oh, gracias, amor —me agradeciste sarcásticamente. Suspiraste y seguiste como si no hubiera habido una interrupción—. ¡Dios! Jamás en mi vida me había puesto tan loco por alguien. A la fecha sigo loco por esa chica. Mi misteriosa chica de cabello púrpura. Prometo cuidarte, amarte, consentirte y divertirme contigo por el resto de nuestras vidas.

Me colocaste el anillo que decía tu nombre en el dedo anular de mi mano izquierda. Me tocaba a mí y lo sabía. No tuve que esperar a volverme romántica o algo por el estilo, ver en tus ojos era más que suficiente.

Pude abrirte mi corazón.

—Ben —empecé nerviosa. Me tomaste de la mano para destruir mis nervios. Sí que funcionó—, te amo. Son las dos palabras que me ayudaste a decir. La primera vez que lloré fue por ti. No quería perderte. Pero no pasó porque siempre confiaste en nosotros. Y si te lo preguntas, sí Ben, cada vez que te veo me tiembla todo. Mi corazón suena como mil tambores tocando y tus labios me hipnotizan. Amor, contigo es la persona con la que quiero tener hijos. No sé si pronto —Y me miraste como diciéndome: «Ojalá»— pero lo deseo.

Hice lo mismo y deslicé el anillo que decía mi nombre por uno de tus dedos.

—Prometo cuidarte, respetarte y llevarte a la aventura por el resto de nuestra vida juntos, que es siempre —Suspiré con las mejillas rosadas y arrugas asomándome por las costuras de mi sonrisa, eso debido a mi alto nivel de felicidad.

Ya sé que querías besarme. Pero como sabías que aún no llegaba esa parte, te limitaste a todo el tiempo agarrarme la cintura.

Ya teníamos puestos los anillos que decían el nombre del otro y que a su vez simbolizaban el compromiso entre nosotros.

El sacerdote se paró frente a nosotros, escalones arriba.

—Los declaro rey y reina de Auradon —anunció en voz alta—. Rey Ben, puedes besar a tu esposa —te animó, algo que tan pacientemente parecías haber estado esperando. Y yo—. No la harás esperar, ¿verdad? —Si no lo hubiera visto con claridad, no hubiera creído que el propio sacerdote te guiñó el ojo.

Me quitaste el velo lentamente, sin dejar de verme a los que tú llamas mis espectaculares ojos verdes. Lo gracioso es que para mí, tus ojos son los preciosos.

—Te amo, mi bella esposa —aseguraste y acomodaste tu brazo en un círculo alrededor de mi cintura.

Pestañeé y me correspondiste con un dulce gesto.

Moviste mi cabello hacia atrás. Antes de besarme, tus dedos se encontraron con mi ombligo. Me atisbaste con tus ojos penetrantes y llenos de amor, pero pronto sentí que nuestras ilusiones se habían vuelto realidad cuando unos labios tremendamente de mi propiedad se estremecieron junto a los míos en un ritmo perfecto y alucinante. Se movían con firmeza. Me apegué más a tu cuerpo. Nos deseábamos con cariño. Me seguías besando y yo te seguía besando.

La profundidad del beso se estaba tornando impredecible, ninguno de los dos era lo suficientemente valiente para separarse del mágico instante que acabábamos de crear.

Los invitados gritaban, aplaudían, vitoreaban, festejaban.

Disfrutando el momento, mis pies se aislaron del suelo todavía pegada a tu boca cuando me cargaste. Pero eso no nos detuvo y continuamos besándonos con pasión.

—Ya está bien, tórtolos —mencionó Carlos. Nos separamos—. ¡Y que inicie la fiesta ya! —gritó.

Eso tuvo que decirlo Jay, pensé para mí misma.

Ya no importaba: todos sonreían. Chico con su traje color negro con blanco se daba volteretas felizmente, persiguiendo su propia cola una y otra vez. Mi esposo sonreía... Vaya, cómo me encanta referirme a ti de ese modo.

Ambos volteamos en dirección al lugar donde estaban mis suegros. Ellos que estaban hasta delante, inclinaron la cabeza en señal de aprobación. Creí que tanto tu padre como tu madre querían abrazarme, darme su apoyo ante todo. Yo instantáneamente puse la mano sobre mi pecho en indicación de agradecimiento. 

—Larga vida a mi esposa, ¡la reina Mal de Auradon! —dijiste a coro alto, poseyendo mi cintura, sonriéndome.

—¡Larga vida a la reina! —gritaron todos en la catedral.

Yo ya era la reina de todos los Estados Unidos de Auradon. Pero millones de veces más importante, ya era tu esposa. Volví a abrazarte y el grupo celebró. Todo el reino ya estaba preparado para dar comienzo a la celebración del último Día de los felices.

—Una foto más, mis reyes —pidió el fotógrafo.

Se acomodaron de nuevo para otra fotografía. Quizá ya les habían tomado unas 200 fotos. Bueno, tal vez Mal solo lo exageraba en su cabeza, pero ya le dolían los ojos de estar al frente de tantos flash's de cámara.

Mal sostenía su ramo morado, asegurándose de mostrar de hito a hito sus dos anillos. El de compromiso en el dedo corazón y el de matrimonio en el anular. Ben envolvió la otra mano libre de Mal. Estaban en una linda posición, con Ben mirándola. Ésta tenía los ojos cerrados, como disfrutando del momento.

Él no podía dejar de mirarla. Mal se veía como toda una monarca y ella estaba enterada, porque no paraba de sonrojarse cada vez que su marido le dedicaba su expresión de baboso de amor.

Se capturó el momento con la cámara.

—Esta foto irá en primera plana —concluyó el fotógrafo. Les hizo otra reverencia y se retiró.

La celebración de la boda se había hecho en el jardín super gigante del Castillo de Bella y Bestia. Todo era tan perfecto, desde los bellísimos adornos hasta el fino pasto que reposaba debajo de sus pies.

A Mal nunca le habían hecho tantas reverencias en tan solo tres horas. Tendría que acostumbrase de nuevo. Ben y Mal hicieron el amago de ir a sentarse, pues ya habían estado casi una hora dejándose tomar fotos, pero justo llegó Evie corriendo con una cámara sujeta a la mano, a la vez que tiraba de Doug.

—Solo una —suplicó, haciéndoles cara de perrito. Al final aceptaron y Evie hizo un gesto como de cuando consigues algo. Los abrazó por detrás, tomando un espacio entre ambos—. Tómala, cariño, luego se arrepienten.

Doug obedeció y sacó la foto.

—Ay, salió asombrosa. Irá directo a un marco —Evie saltó de felicidad, admirando la bonita fotografía—. ¿Por qué me miran así? —preguntó cuando notó la insistencia de sus amigos en mirarla.

—Nada, es solo que... —A Mal le brotaban lágrimas. Ya basta, estúpida nostalgia —. No podemos esperar a que sea tu boda.

—Sí, mi esposa tiene razón.

—Lo sé, ¿no es increíble? —loó híper mega contenta—. Todo está terminando con un final feliz.

—Ah, no, este no es el final —aclaró Mal—. Creo que aún faltan cosas por pasar. Lo presiento.

Los tres estuvieron de acuerdo con la chica.

—Siempre y cuando no falte una aventura en la Isla de los Perdidos, está genial. Creo que hay que dejarla ir por un rato —abordó Evie, sonriendo. Y lo decía en serio, por el momento no ansiaba para nada regresar a la Isla.

—No prometemos nada. Esta chica —rodeó la cadera de su esposa— siempre logra llevarme a varias aventuras —dijo Ben.

Mal le guiñó el ojo en señal de complicidad.

—Es mi especialidad, amor —aceptó Mal en un tono pretensioso.

—Por eso me casé contigo, es que las princesas son tan aburridas —le dijo a Mal.

—Súper aburridas —respondió ella en un tono sensual.

—Y es muy divertido amar a una hija de villana.

Evie y Doug se sintieron incómodos y se hicieron hacia atrás.

—¿Crees que sepan que seguimos aquí? —comentó Doug.

Evie negó y rió.

—Nop —dijo—, ya están en su mundo.

Detrás de Evie aparecieron Carlos y Jane. Carlos tenía a Chico en brazos y aunque el perrito trataba de zafarse de su dueño, él no lo soltaba. Jane venía arrastrando su vestido azul en la hierba y su larga melena caía sobre su espalda. Cuando notaron que llegaron justo en un romántico momento Beal, Carlos le susurró a su amiga:

—Nunca lo voy a entender, se casan y se vuelven aún más cursis —dijo—. Eh, Evie, ¿has visto a... Jay?

La hija de la Reina Malvada le musitó a Doug que ya volvía.

—No vino —repuso—. Hace rato Audrey trató de convencer a Mal de no casarse y lo peor es que Jay estaba ahí y no hacía nada. ¡No estaba de lado de su hermana!

—Ese chico está mal del cerebro. No me sorprende.

Fueron a sentarse en una de las tantas mesas que había.

Carlos no lo decía por ser mal amigo. El que había sido mal amigo en los últimos días fue Jay. De ser el más leal pasó a ser el más desleal del grupo.

—Escucha, Evie, no interesa lo que haya pasado. Podemos intentar olvidar que perdimos a un buen amigo y a cambio tenemos a Mal de vuelta.

Definitivamente eso no lo hizo sentir mucho mejor.

—No pareces muy convencido de que eso te reconforte —mencionó. Carlos frunció la boca, intentando que Evie no lo viera.

Ni uno ni el otro dijo palabra.

Carlos se recargó en la silla.

—¿Qué tanto piensas, Evs? —El chico odiaba ver así a su amiga.

—En Jay y Audrey. Algo entre ellos me sigue pareciendo raro.

—No es el momento de pensar en eso. Sabes que si Mal te ve así se pondrá como su nombre. Y mírala, no ha dejado de sonreír. Nunca le había visto tantos arco iris en la cara.

—Puede que tengas razón.

—Creo que tienes razón.

—Solo quita esa cara de amargada. Ya me estás haciendo arrepentir de nombrar a Chad —Carlos vio que Doug venía hacia ellos y una sonrisa se extendió en sus labios. Dio un gran suspiro de alivio—. ¡Amigo! Ven aquí —Lo abrazó de forma fraternal—. Oye esto, te doy permiso de que te pongas a coquetearle a Evie. Con tal de que le quites esa cara de...

—¡Hey! —refunfuñó Evie—. Bueno, tienes razón. ¡Oh por Dios! Miren, Ben y Mal ya se pondrán a bailar su primer baile como marido y mujer —Evie señaló a los susodichos.

Más allá, en la pista, el coro que cantó en la catedral se puso a tocar la clásica canción de los padres de Ben con algunas modificaciones en la letra. A Evie de pronto se le levantó la moral y se puso contenta. Mientras veía como se acercaban a la pista, se dio cuenta que jamás había visto a Ben y a Mal tan majestuosos. Tenían la perfecta postura de la pareja de monarcas que ya eran.

La novia se agarró la larga cola del vestido para no arrastrarlo.

Ya habían bailado hacía tres años esa misma canción, sin embargo, la hija de Maléfica hacia su mayor esfuerzo por recordar cómo se bailaba. Siguió los pasos de Ben. Lo estaba haciendo muy bien. Él la sostenía con gracia.

La coreografía era tan bella y precisa como la imagen de la pareja viéndose amorosamente.

—¿De quién crees que haya sido la idea de cambiar la letra de la canción?

—No me costaría mucho adivinar.

Mal tenía razón. Era tan obvio.

—Eres tan hermosa, princesa. O tal vez deba empezar a decirte mi reina.

Se seguían moviendo al ritmo dulce de la canción.

—Esto es loco, Ben —rió—. ¡Es tan loco! Tú y yo casados, bailando nuestro primer baile como esposos. Y yo que esta mañana creía que bromeabas cuando me decías que nos casaríamos más pronto de lo que podía imaginar —rememoró—. Y con los reporteros de ayer tampoco bromeabas.

Ben se encogió de hombros.

—¡Te odio, Benjamín! ¡Me ocultaste mi propia boda!

Golpeó su pecho, divertida.

—Acepta que te encantan las sorpresas. Lo noté desde nuestra primera cita —Le dio la vuelta a Mal y la alzó en el aire tomándola por la cintura.

Cuando ya la hubo dejado en el suelo, Mal dijo:

—Mientras sean buenas no me molestan.

—Y si te digo que te daré una gran sorpresa más tarde, ¿qué más podrías sentir por mí?

Ella iba a responder, pero llegaba la parte en la cual Ben la hacía dar muchas vueltas.

—Sentiré mucho por ti, eso te lo aseguró —Sonrió. El baile se acabó y con ello, los invitados aplaudieron, creando un gran bullicio—. Lograste hacerme tu esposa, cielo. Es increíble como siempre te sales con la tuya.

Al acabar el vals, en vez de ir a su gran mesa de reyes y de novios, Ben y Mal prefirieron ir a convivir un rato con sus amigos.

—Oigan, ¿recuerdan la vez que Doug y Ben se pusieron a cantar como locos afuera de los dormitorios de las chicas? —preguntó Carlos.

—Difícil de olvidar. Fue la primera vez que alguien me llevó serenata —Evie pestañeó varías veces, viendo a Doug con cariño y tomando su mano.

Todos se rieron. La verdad era que había sido muy gracioso. Eso fue hacía aproximadamente tres años. Lo que había sucedido era que Evie y Mal se habían enojado demasiado con sus respectivos novios, por tales motivos, ellos fueron a cantarles. Ese día, Ben y Doug se ganaron una hermosa reconciliación pero también se ganaron una detención con el Hada Madrina.

Y eso que Ben era el rey. Lamentablemente no lo libraba de los castigos en la Academia Auradon.

—¡También a mí me llevaron serenata! —les recordó Mal, quien ya llevaba una falda más corta de la parte delantera, puesto que el vestido era en dos piezas. Se veía super alucinante. Nunca verían una novia más original que Mal hasta el momento.

—M, déjame algo de protagonismo. Mejor quédate con la loca serenata de Ben en el partido de Tourney —reprendió a Mal—. Además, confesó su amor hacia ti ese día.

—Eso fue único —declaró Jane. Aún pasados los años todos lo recordaban y era más que seguro que se convertiría en un clásico—. Me pregunto si algún día alguien por aquí —enfatizó— hará algo así por mí.

Jane no fue muy disimulada, ya que todos sabían a quién se refería. Lo único que faltaba era que Jane tuviera una cartel que dijera «Te hablo a ti, Carlos». Pecas trató de hacerse chiquito, pues en verdad seguía siendo tímido con Jane.

Necesitaba ayuda urgente.

—Qué incómodo —dijo Doug. Evie le dio un codazo para que se callara.

—Pero no quieres mis consejos, ¿verdad? —le dijo Ben por lo bajo. Carlos apartó la mirada. Tenía que admitir que la cursilería siempre serviría con las chicas, hasta con la misma hija de Maléfica.

—Me llegó un mensaje muy raro de Lonnie —les informó la hija del Hada Madrina. Frunció los labios, tratando de comprender lo que se hallaba en su tableta—. Dice que Audrey se peleó con Jay.

—¿Será por qué al fin recapacitó? —dijo Carlos esperanzado.

Intentó, igualmente, no mostrar demasiado entusiasmo.

Mal, Evie y Ben estaban igual, solamente que ellos sí se quedaron en silencio, imaginándose que por fin Jay volvería a ser su amigo. ¿Pero habría posibilidad de que fuera así?

Se quedaron pensativos.

—Chicas, ¿ustedes creen que sea por lo que pasó antes de la boda?

Y otra vez apareció el Carlos con comentarios imprudentes.
—Gracias por mencionarlo, Carlos —le agradeció Mal sarcásticamente—. Como siempre eres muy prudente.

—No fue nada —se limitó a decir.

–¿Mal...? —Ben volteó a verla a los ojos.

—¿Mi amor, te parece si vamos a partir el pastel de una vez? Tengo mucha hambre —Hizo el ademán de levantarse, pero él la obligó a sentarse de nuevo. El rey puso su brazo por detrás de la espalda de su reina.

Mal hacía juegos con sus manos, con la vista en su regazo.
—Cuéntame —le incitó, agarrando su mentón y forzándola a verlo a los ojos.

—Audrey quiso convencerme de no casarme contigo —Su tono cada vez fue adquiriendo menos volumen. Evie desde su asiento le dio ánimos para continuar—. Pero por supuesto que no lo consideré. Simplemente no entiendo cómo a estas alturas sigue tratando de separarnos.

Cerró la boca, sin saber qué más decir.

—Pero ya ves que no lo hizo —En verdad que Ben tenía algún tipo de truco para hacerla sonreír.

—¡Bueno! —exclamó en un aplauso—. No sé ustedes, pero si los esposos no parten el pastel, lo haré yo —Carlos de un salto se levantó, mirando el pastel desde la distancia—. Ustedes deciden —les comentó a Ben y a Mal, quienes rieron y se pararon.

Ya estando frente al pastel y ya con muchas personas alrededor de ellos, tomaron un cuchillo que estaba a lado del pastel, arriba de un pequeño platillo color plata. Mal sostenía el cuchillo y Ben envolvía su mano con la de ella, haciendo fuerza con el utensilio, empujándolo hacia al centro del pastel.

—A la una..

—A las dos... —siguió Mal.

—A las tres —Contaron al unísono, con una sonrisa, poniendo más atención a verse que a partir bien el pastel.

Las cámaras atraparon el momento y los reporteros se fueron muy contentos por haber conseguido una foto más de la hermosa pareja.

Ya luego, los sirvientes comenzaron a repartir el pastel a al resto de los invitados (que vaya que era muchos). Ben y Mal aprovecharon que todos estaban distraídos comiéndose el pastel para escaparse. ¿Los reyes escapándose de su propia boda? En definitiva muy extraño. Aunque no lo hicieron del todo, ya que únicamente querían estar en un lugar más tranquilo.

A solas.

El rey guió a su reina a un pasadizo lleno de flores. Entretanto, en la fiesta todos bailaban muy animosamente.

—¡Ben! Por favor, para —le pidió saltando hasta más no poder de tantas risas. Él le causaba un montón de cosquillas en el estómago—. ¡Ben, ya déjame!

Estaba sentada sobre el regazo de su marido. La forma en la que Ben la miraba siempre le había parecido encantadora. Bien... su ahora esposo era su persona preferida en el mundo. No necesitaba otra cosa que la hiciera darse cuenta de eso. Lo amaba más que a sí misma y eso nunca cambiaría.

—Me haces demasiado bien —confesó. Ya no le hacía más cosquillas—. Mal, estoy muy enamorado.

—Yo también —El muchacho se alegró—. Y... —Le tocó la nariz en un dulce gesto— no hay cosa en el mundo que me haga tan bien como tú.

—¿Ni siquiera las fresas? —le preguntó.

—Ni las fresas. Y ya que lo reflexiono, me pareció que no saber que la reunión que tuve con las chicas era realmente mi despedida de soltera, fue muy cool.

—No queríamos decirte.

—De todas formas no tuve gran despedida de soltera. Si me la pase contigo toda la noche haciendo... cosas —Y se mordió el labio.

Ambos carcajearon.

—Lo único que quiero aclararte, es que yo hice mi intento para que sí fuera una despedida de soltera. Sin embargo, fue complicado luego de que te quitaste el vestido —Y miró las prendas de Mal de una manera traviesa—. Sacaste la bestia que hay en mí.

—Después de todo yo soy Mal, la chica que tanto te ama.

Y Ben se lanzó a darle un beso a su esposa en los labios.

Mal respondió al beso. Los gemidos salían de su boca. Ben la acariciaba. La reina puso sus manos en el cuello del rey y lo hacía cada vez más profundo y encantador y distinto. Mal sentía que mil sensaciones se instalaban en su cuerpo. Cuando llegó el momento de dejar de besarse, ella hizo lo posible por contenerse. Ansiaba que pronto se acabara la celebración y por fin fuera de noche.

Tal vez la sorpresa consistía en algo relacionado con eso.

A Mal le palpitaba el corazón aceleradamente. Ambos se levantaron. Primero ella que estaba encima de Ben. El joven rey se fijó en su reloj y de pronto se vio apurado por hacer alguna cosa.

Mal no le puso demasiada importancia.

—Corazón, tú ve adelantándote. Tengo que ir a un lugar primero. Después de eso te enterarás de la sorpresa.

—¿Te veré pronto? —Sin esperar contestación, le dio un beso en la mejilla—.Te amo, Florián, recuérdalo.

—Lo tendré en mente, hermosa.

Mal sonrió. Su felicidad de ninguna manera podría irse pronto. Alguien ya se lo había dicho: había llegado su feliz para siempre con Ben. 

Se encaminó de vuelta a la fiesta, por un rumbo distinto al que tomó Ben.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro