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Capítulo 21. El espectacular brillo de la Piedra Descendiente


Dedicado a xDBGirlWritterx. Gracias por seguir
aquí leyendo. Te quiero 💛

Su prometida se deslizaba aún entre sueños cuando Ben en estado un poco somnoliento despertó con el pensamiento de buscarla en la cama. Pero no fue necesario, la sintió en torno a él. Abrió poco a poco los ojos y efectivamente ahí estaba, intacta y hermosa, como la vivió tan solo unas horas atrás. Tan especial bajo la sonrisa llena de vida que se postraba en su rostro, tan irreemplazable con su brillante melena morada.

Su chica de cabello morado que lo rescató de una zanja incluso desde antes de hacerlo.

Su palma llegó a la mejilla de Mal y la acarició. Entre los dedos peinó su cabello. Después lo recorrió hacia un lado, dejando a la vista su espalda desnuda, que rozó con los labios. Pero al entornar los ojos hacia sus pies, encontró un pedazo de papel. Miró a su amada y la movió con la precaución de que la cabeza impactara contra la almohada.

Se enderezó para coger la nota.

Queridos Mal y Ben:

¡Hey, tortolitos! No saben cómo me alegra que
hayan arreglado sus diferencias. Y tal cual tengo
certeza, sé que estarán leyendo esto hasta mañana.
Pero no se preocupen, los chicos no los vieron.
Por suerte entré sola. Les dije que fuéramos a mi casa,
pues quería dejarlos solos.

No se apresuren a buscarnos, yo me encargaré de mantener
alejados a los chicos del Castillo de las Gangas.
Los esperaremos en el Castillo-al-otro-lado.

Psd. Carlos y Jane están aquí.

Atte. Evie.

Aventó la carta en la cama y volvió a acostarse, suspirando. Eso quería decir que los chicos sí habían regresado. Por un momento se habían imaginado a Carlos descubriéndolos. Sería penoso e incómodo, sin duda. Alejó esos pensamientos extraños y tomó la decisión de desplazar el cuerpo de Mal al suyo de nuevo. Pero el movimiento logró hacer despertar a su chica.

—¿Ben?

—Shh... Tranquila, hermosa, descansa, ¿de acuerdo?

—Detesto que te despiertes tan temprano —dijo medio adormilada—. Ahora ya no podré dormir.

Ben tiró el recado de Evie por un lado de la cama y Mal se acomodó sobre el estómago de su hombre.

—Me siento... desnuda, Ben.

—Princesa —comentó, suprimiendo su propia risa y mirándola pícaramente—, es que estás desnuda.

—¿En serio? —preguntó—. Hum..., ya no me acordaba—Suspiró y dibujó una sonrisa en el rostro, lo que le hizo pensar a Ben que estaba recordando la noche anterior—. Y dime, ¿te has aprovechado de eso esta mañana?

Esbozando una sonrisa, Ben esperó a que Mal abriera los ojos para responderle.

—Creo que de eso ya me aproveché demasiado ayer.

Mal se tapó con las sábanas la parte superior. Ella estaba verdaderamente sonrojada, pero todavía acostada demasiado íntimamente con él. Se sentía tan mágico. Por una fracción de segundo Mal se mordió el labio. Resultaba tan excitante tener bajo ella a Ben desnudo. En definitiva un bombón indiscutible.

Se empezaron a besar despacio, con suavidad. La cama iba retumbando debido al movimiento que causaban. La mano de Ben pasó a lo largo de toda la espalda de Mal. Ponía su corazón contra el de ella y ambos se movían a la misma sintonía. Él la giró para quedar sobre ella.

Ben y ella se hundieron más al colchón, acariciándose tiernamente. Su prometido estampaba su boca sobre su pecho e iba descendiéndola en forma vertical hasta llegar a su vientre.

Su alma se enfocaba en él y en sentir el momento. Estaban solamente ellos dos.

Nada más ellos.

Tenía los ojos cerrados y los abrió súbitamente. Quitó a Ben de encima y se tocó el dorso de la mano contra la frente, como lamentándose por olvidar algo.

Ben también se enderezó junto a ella, alarmado.

—Amor, ¿qué pasa?

—Los chicos. Nos deben estar buscando y.... ¿Carlos no llegaba ayer? Ellos deben estar...

—Está bien, princesa.

Sin embargo, Mal seguía intranquila.

—Tengo que bañarme, príncipe.

Mal saltó de la cama. El impulso fue tan fuerte que cayó en el suelo con poca gracilidad. Tomó una sábana para taparse el cuerpo desnudo y se paró rápidamente del suelo. Pero al hacerlo, su vejiga tuvo un leve dolor, el cual desapareció tan pronto como llegó. Ella sujetó la sábana con los dedos pulgar y índice de ambas manos.

Sonrió al ver la mirada de sorpresa de Ben ante el accidente.

—¿Estás bien, hermosa?

Mal asintió.

—Sí, pero tengo que ir a bañarme, amor —Le dio la espalda para dirigirse al baño, pero éste la tomó por la muñeca suavemente y la regresó—. ¿Qué sucede?

Todavía sentado, con los pies al suelo, la sedució allegándola a él por la cintura. Le apartó el cabello hacia atrás.

—¿Y si nos bañamos juntos? —le preguntó. Mal empezó a transformar su expresión preocupada a una pícara—. Te prometo que seré muy buena pareja de baño.

—¿Tú me pondrás el shampoo? —Ben la acercó a su rostro y la miró directo a los ojos.

—¿Y si mejor me encargo del estropajo?

Mal fue cerrando los ojos lentamente, conteniendo una sonrisa mientras el dedo pulgar de Ben se deslizaba en un roce perfecto por sus labios.

El castaño se levantó de la cama y comenzó a besarle el cuello. Mal cerraba los ojos, disfrutando de las caricias de su prometido. Después le besó los labios y gemidos salieron de su boca. De un momento a otro, Ben ya la tenía cargada por la parte baja de las rodillas para luego reposarla de nuevo sobre el colchón. Entre los planes de Ben no estaba el de dejar los dedos quietos, así que los desfiló por su cuerpo. Y Mal jadeaba en la cama sin poder resistirse.

—Amor. —lo nombró Mal conteniendo el aliento contra los besos de Ben—. Amor, Doug y Evie nos deben estar buscando.

—Te prometo que no lo hacen —le aseguró. Ella negó con la cabeza.

—Tenemos que buscarlos.

—Relájate —le pidió Ben con un tono tan sensual que sus palabras fueron demasiado poderosas—. Déjame amarte.

Mal dejó de preocuparse y se le abalanzó. Giraron en la cama y se besaron con la misma pasión con la que lo hicieron la noche anterior. Ya había aprendido que dejarse amar así por Ben era cosa de otro mundo.

Ben y Mal fueron al Castillo-al-otro-lado después de ducharse. En la entrada, se toparon con Carlos, que iba ir a dejar algunas cosas a la limusina (entre maletas, mochilas, estuches, etc). Era muy seguro que primero pensaban ir al Castillo de las Gangas a pedirle las llaves a Ben, así que les vino como anillo al dedo que fueran llegando. Apenas habían cruzando miradas los tres amigos, cuando Carlos dijo:

—Ustedes no pueden estar peleados más de un día, ¿verdad?

—No pareces sorprendido de vernos juntos —subrayó Mal.

Carlos se paró a evaluarlos un segundo y luego contestó.

—Dado que vienen tomados de las manos y mirándose de la forma más insoportablemente empalagosa, no resulta fácil sorprenderse.

No había forma de debatirle.

—Con que aquí termina la aventura, ¿eh? —destacó Ben.

—Si se le puede llamar así —menciono Carlos sin rastro de emoción en la voz. Tal vez restándola debido a la falta de adrenalina de los últimos días—. Pudo haber habido túneles, cosas o personas que rescatar sin facilidad —aclaró, haciendo referencia a Mal en la cueva— o por lo menos una pelea con alguien de aquí.

Muy posiblemente, Carlos no era el más valiente del grupo de amigos, pero sí que lo era de todos modos. Hizo una mueca como lamentándose de algo que pudo haber sucedido y después abrazó tanto a Mal como a Ben. Desde que había llegado a la Isla de los Perdidos, no los había visto.

Duró un poco más abrazando a Mal, debido a que aún se cargaba sobre sí parte de la culpa de que su amiga-hermana se haya ido. Creía que pudo haberla detenido. Mal presintió con la muestra de cariño aquella sensación.

—Tranquilo, prometo no obligarte a hacer otra fiesta a modo de venganza —Levantó la palma, como indicando juramento. Estaba bromeando. Le dio golpecitos suaves en los pómulos—. Relájate, ¿sí?

—Okey —respondió. La verdad era que no quería ponerse sensible.

Ben lo agarró por la espalda para abrazarlo.

—¿No trajiste a Chico?

—No —Negó—, pero ya me lo imagino esperando a que regrese.

—Bueno, pero en cambio trajiste a alguien más —Y justamente de la puerta, iba saliendo Jane, casi corriendo y con unas maletas en la mano.

—Al fin tomaste en cuenta mis consejos sobre chicas —le dijo a Carlos, procurando que ni Jane ni Mal lo escucharan. Sin embargo, su novia lo escuchó y abrió la boca como reclamándole, pero solo en son de broma.

—Sueñas, Ben, tus consejos son muy cursis. «Le dices que la amas cada vez que la veas» —Hizo el ademán de imitarlo—. «Si estás enamorado de ella, no existe otra chica en tu vida» —Mal esbozó una risita—. Y sobre todo: «Quiérela tal y cómo es».

Carlos puso los ojos en blanco.

—¿Qué? —Ben se encogió de hombros—. Son buenos consejos.

—Si deseo parecer un baboso enamorado como tú, sí que lo son.

Riendo, Ben sacó las llaves del bolsillo y se las entregó. Carlos continuó su camino y Ben ciñó con una mano la cintura de Mal. En ese momento aparecieron Evie y Doug, saliendo del castillo con más cosas que llevar a la limusina. Mal y Ben acercaron sus frentes para acariciarse.

—Enamorados a Auradon, ¿qué no? —disparó E repentinamente. Los enamorados rieron por lo bajo. Ben le colocó un besito en la coronilla a Mal—. Doug, Carlos y Jane ya desayunaron, pero yo como la mejor amiga que soy los esperé. ¿Vamos? Jane trajo un pan asombroso de Auradon.

—Te lo agradezco, Evie, pero tengo que ir a llevar unas cosas que Mal quiso traer del Castillo de las Gangas. Pero pueden desayunar ustedes.

Jane de pronto llegó a plantarse frente a Mal para darle un abrazó muy fuerte.

—Juro que jamás hice algo tan rápido pero saldrá muy bien —Agarró las manos de Mal. Completamente confundida, estaba por preguntarle a qué se refería, pero Jane huyó de su interrogatorio antes de siquiera soltar palabra—. ¡Lo prometo!

Gritó esto último mientras corría tras los chicos, que se dirigían a la limusina.

—Qué saludo tan cálido —dijo a modo de sarcasmo.

—Solo están felices de que volvamos —le dijo Ben. Luego tomó su mano y la levantó a la altura de la boca para besarla—. Iré con ellos, pero regreso pronto, ¿está bien?

—Perfecto, sirve que hablo con Evie de cosas de chicas —Desvió los ojos hacia la puerta, luego a Ben.

—¿Y me vas a incluir en esa conversación? —preguntó coqueto.

—Eres mi hombre, sería un terrible delito si no estuvieras ahí —respondió con el mismo aire de coquetería.

—¡Te amo! —exclamaron al unísono. Después se dieron un beso corto.

Ben se fue con Doug hacia la limusina.

Sobre el comedor, Mal dejaba todo el peso de su cabeza en su mano, con los codos recargados en la mesa. Estaba muy distraída sin prestarle la más mínima atención a Evie, quien estaba a un lado de ella hable y hable.

—... es lindo, ¿no crees? —indagó a Mal al concluir con su explicación.

—Sí. Ben es tan lindo —Dio un suspiro largo y sus ojos se perdieron en un lugar indefinido de la habitación.

Evie al percatarse que Mal no le ponía atención, cerró su libro de diseños de portazo y se quedó mirando a su mejor amiga con una de esas típicas caras de ternura. Evie miró a la puerta y después a su amiga. Creía que jamás había visto a Mal tan desconcentrada con algo.

Creía firmemente que ya estaba por llegar aquel felices para siempre de Ben y Mal, solo tenían que tomar las llaves de la limusina, presionar el botón que abre la barrera, que a su vez  impede el paso de la Isla de los Perdidos a Auradon y, por ultimo, pasar por aquel puente mágico. Listo, volverían a reanudar sus vidas de hacía un año.

—No me refería a Ben —destacó Evie aguantándose la risa—. Así que ya no luce tan mal un novio, ¿o sí?

Sabía que no era precisamente una pregunta, pero Mal no podía disimular la felicidad. Eso era sentirse plena. Así que únicamente le hizo un gesto para indicar que le daba la razón.

—Es lo mejor que me pudo pasar y que me seguirá pasando.

Evie se le quedó viendo, mientras Mal no dejaba de suspirar.

—¿Y cómo fue que pasó? —le preguntó.

—¿Cómo pasó? —pregunto, crédula.

—Sí, esa fue mi pregunta —Sonrió—. Sé que te aburren las conversaciones acerca de mis diseños, pero no es la razón de que hoy especialmente estés distraída.

—No sé de qué hablas —Y Mal apartó sin nerviosismo su mirada hacia el traste que tenía bajo la cabeza, donde estaba terminando su desayuno.

Mal sintió la mano de Evie sobre la de ella.

—Te mereces lo que te pasa con Ben —E hizo una pausa—. No te imaginaste que aquí sería la primera vez, ¿eh?

—¿Puedes hablar claro, E?

—¿Por qué no? —aceptó—. Aquí, en la Isla de los Perdidos, tú y Ben... ¡Tú y Ben tuvieron su primera vez!

—Ah, eso —respondió Mal sin darle importancia a lo que dijo Evie. Al entender lo dicho por la Princesa Azul abrió bastamente los ojos—. ¡¿Qué?! ¿Ben te contó algo?

—No fue necesario —contestó con tono tranquilo, sonriéndole burlonamente. No a manera de molestarla, sino al contrario, para felicitarla—. ¿Olvidas que soy la madrina de su relación?

—¿En serio?

La chica de largo cabello azul asintió orgullosamente.

—¿Y es una buena historia? Ya sabes, la forma en que sucedió —Mal suspiró, indicando un completo sí.

—Evie, solo creo que esta historia ya la había soñado antes, pero nunca me hubiera imaginado cómo terminaría —confesó con una sonrisa ensoñadora.

—A esto se la llama el destino de almas gemelas —E tomó la mano de Mal, mostrando que compartía su felicidad—. ¿Puedo preguntarte algo? —indagó. Luego corrigió rápidamente—. Bueno, aparte —No espero a que Mal respondiera y siguió—. ¿Crees qué estás lista para casarte?

—Mi corazón lo está y confío en él —Miró a sus anillos por un instante.

Evie no se sorprendió al ver que la expresión de aquella chica segura, confiada y astuta había transformado el miedo y fragilidad en polvo. Mal de la Isla de los Perdidos y Mal de Auradon se habían convertido en una sola.

—Volveremos —musitó Mal con firmeza.

Evie la siguió apretando junto a ella y en un momento imprevisto le susurró algo.

—¿Será un mini Ben o una mini Mal?

Se apartó de Evie, mirándola sorprendida.

—Evie, si no estoy embarazada —aclaró a modo de reclamo—. Te estás adelantando mucho.

—Entonces supongo que se cuidaron, ¿no es verdad?

La hija de Maléfica blanqueó los ojos.

—Sí, Evie, como en la Isla de los Perdidos hay farmacias —contestó sarcastica.

—Qué graciosa —expresó—. En ese caso tengo algo para ti —De una bolsa pequeña que tenía, Evie sacó un sobre color escarlata y se lo mostró a su amiga. Ella negó con la cabeza a modo de desaprobación.

—Olvídalo, yo no usaré eso —dijo tozudamente.

—No seas tontita, M. Esto no lo usarás tú, lo usará Ben.

Pero ella volvió a negarse, cruzando los brazos.

—¡No, Evie! Además, ya nos vamos a casar.

Los ojos de Evie saltaron de la emoción.

—¿Me tratas de decir que quieres tener un bebé con Ben?

—No dije eso. Yo solo dije que apartes eso de mí, Evie —recriminó refiriéndose al sobre que la Princesa Azul tenía en las manos.

—Es solo por si lo necesitas, Mal.

Y le acercó el sobre. De nuevo lo rechazó bruscamente, pero su mejor amiga insistió y siguieron peleándose entre que lo recibiera o no, cuando por la puerta entró Ben. Fue entonces cuando la hija de Maléfica compuso una sonrisa falsa hacia su prometido y guardó el sobre de Evie rápidamente.

—Los dejo solos, tengo un asunto que resolver con Jane —anunció Evie. Se paró de la silla y se dirigió a la salida del castillo—. ¡Y no olviden cerrar cuando se vayan! —gritó justo antes de que sus mejores amigos la perdieran de vista.

Al instante, Mal advirtió que alguien le tocaba los hombros por atrás. Ben. El príncipe extendió las comisuras de sus labios para que Mal recibiera el impacto de un beso dulce en la coronilla.

Se quedó en silencio y Ben prosiguió a recorrer una silla para sentarse.

—¿Estás lista? —le cuestionó a Mal. Ésta asintió decidida, tal vez gracias a lo que le dijo su amiga momentos previos.

—Absolutamente —declaró y le guiñó el ojo.

Ben se le quedó viendo. Tuvo la agradable sensación de que el día en que estaba sentado en aquel árbol en los jardines de la academia y donde luego llegó Evie a decirle sobre su boda con Doug, sucedió mucho tiempo atrás. Cuando Evie reprendía la imagen de Mal en las oscuridades de su vida y los chicos solo vivían con ello, ahora ya formaba parte de un mal recuerdo.

—Eres real, Mal —dijo—. Me gusta estar seguro de que lo eres.

Estiró el brazo para con la mano acariciar su rostro. Presionó su labio inferior y la miró a los ojos. Lo más que pudiera.

—Lo soy —afirmó—. Ben, yo quiero.... quiero decirte algo.

—¿Qué cosa, pequeña?

—Sé que no te gustará, pero lo voy a hacer estés de acuerdo o no —Ben asintió no muy convencido—. Hablaré con Audrey y no quiero que interfieras.

Pasmado, Ben se congeló en el momento. Cuando se recuperó negó a Mal obstinadamente.

—Lo haré, amor. No me importa que no quieras —dijo—. Es algo que necesito.

Pero Ben siguió negándose testarudamente. Odiaba la idea de que Audrey pudiera hacerle daño a su chica. ¿Por qué Mal quería hacerlo después de que Audrey era la culpable de todo? Él mismo hablaría con ella. Pero Mal de ninguna manera debía acercársele.

—Mal, no dejaré que lo hagas. Todo ya pasó —Juntó sus manos con las de ella. Mal no mostró duda en ningún momento. Ben sabía muy por dentro que no la haría cambiar de opinion. Cambió la dirección de su mirar hacia otro lado, resignado, para instantáneamente volverla a mirar—. ¿Por qué tienes que hacer esto?

—Porque no arruinó mi vida —respondió a modo tajante. Él se mostró confundido—. Sé que es raro lo que digo, pero en verdad no lo hizo.

—Audrey tuvo malas intenciones a pesar de no haberlo logrado, Mal —mencionó cansinamente. Audrey era algo que ya despreciaba. Tal vez la primera persona que en verdad despreciaba.

—Yo he llegado a tener malas intenciones, Ben —dijo subiendo un poco su volumen de voz, procurando no gritar— y eso no significó que no me pudiera arrepentir.

—Ella no me permitió amarte por todo un año, Mal —contestó—. Era como si mi corazón hubiera dejado de latir por ese tiempo.

—Sí lo hiciste. Por eso ahora estas aquí —Y sonrió.

—Lo sé —reconoció.

—Estoy enamorada de ti, Benjamín Florián —le dijo. Se paró de la silla, dejando a Ben sorprendido. Se paseó por detrás de este y con el brazo derecho rodeó el pecho y acurrucó la cabeza en el hombro del muchacho. Lo abrazó—. Mucho. —soltó risitas—. Y quiero que ella lo sepa.

—¿Me dejarás hacerlo contigo? —inquirió con desesperanza antes de oír siquiera la respuesta.

—Tendremos toda la vida para hacer todo lo demás juntos. Pero esto no.

—Bien —Lo único que pudo decir Ben fue suficiente para los oídos de Mal. El muchacho se levantó y se puso frente a Mal—. Pequeña, ¿te gustaría que nos despidamos como se debe del Castillo de las Gangas?

—¿Como se debe?

—Por supuesto, de la forma que mi chica conoce. Con grafitis —dijo y le mostró tres latas de spray de distintos colores. Acompañado de aquel gesto, Ben contrajo sus labios hasta formar una digna sonrisilla rebelde.

—Esta propuesta no me atrae tanto como tú, pero no deja de ser adorable.

Seguida de esa repuesta, Mal le quitó una de las latas y le arrugó la nariz con todo el corazón.

El mural había quedado espléndido. Mal había hecho la obra dentro de su cuarto, detrás de la cama y el dosel. Por eso Ben le había ayudado moviendo los muebles para dejarle espacio. Mal tenía más latas ahí, así que tenía de muchos tonos, en parte porque Evie le había traído algunas latas de aerosol de Auradon.

En cuanto finalizó su obra, Mal buscó la mano de Ben. Juntos la contemplaron.

El protagonista del grafiti era un puente. pero no de cualquier puente. El Puente Tambaleante. No era hermoso ni de cuentos de hadas, pero había sido el lugar elegido por el destino para cumplir la Ilusión de las Ilusiones.

Y lluvia. La lluvia descendía del cielo como si gritara de furia.

El significado prácticamente se salía del mural de lo obvio que era.

—Así es cómo se escucha al corazón —le susurró Ben suavemente.

Mal estaba conmovida. Adoraba ese mural.

—¿Te das cuenta que quizá sea la última vez que estemos aquí?

—Supongo, sí.

—¿Y vas a extrañarla? —le preguntó Mal, mirando fijamente el mural—. La Isla, estar conmigo aquí.

—Claro que sí, bonita. Pero ahora le toca el turno a Auradon de presenciar nuestro ridículo amor.

—Y daré todo de mí porque así sea —expresó Mal, acostando la cabeza en el hombro de su prometido.

Cuando el aerosol se secó volvieron a acomodar los muebles. Estaban ya saliendo del cuarto, cuando vieron sentados a Jane, Carlos y Evie en el comedor.

—Mal, ¡qué bueno que te veo! —exclamó Carlos, parándose de tirón—. Me preguntaba si te gustó el regalo que te di por tu compromiso.

—¿Qué regalo?

—Exacto. Por eso eres mi hermana favorita, Mal. Siempre tan astuta. Te daré tu presente.

—¿Ahora? —dijo Mal, viendo cómo Carlos la agarraba del brazo y la alejaba de Ben.

—Ahora  —contestó. Pero Ben no soltaba la mano de Mal—. Solo son unos minutos, hombre enamorado.

Mal le encogió los hombros, tan o más extrañada que él y salió con Carlos del Castillo de las Gangas.

—Tenemos buenas noticias para darte. Vienen de tu padre, Ben —le informó Jane.

Ben las vio a las dos.

—Muy buenas —enfatizó su mejor amiga.

—Dime que no bromeas, Evie.

—No lo hago, Ben. ¡Es verdad! —gritó, dando saltos de emoción.

Tan solo habían pasado veinte minutos desde que Mal se había ido y Ben había recibido la mejor noticia. Enseguida, caminó hacia sus amigos y las abrazó. No había manera mas grande de agradecerles. Con una sonrisa, Ben se tocó la frente, pensando en todo lo que le habían dicho.

—¿Cómo puedo agradecerles? —le preguntó en un susurro, aún abrazándolas.

—A mí solo prométeme que la harás feliz.

—Toda la vida —contestó a Evie.

Se separaron del abrazo.

—¿Y ahora por qué tan felices? —indagó Mal con una sonrisa, al adentrarse al castillo.

Ben no lo pensó cuando tomó a Mal de la cintura y la alzó para darle unas cuantas vueltas en el aire. La bajó al suelo, con su prometida ensimismada todavía ante la reacción de Ben al verla.

Evie y Jane loa veían con una cara divertida desde la distancia. Decidieron irse para dejarlos solos.

—Los esperamos afuera —anunció Evie a los dos—. Antes de irnos, iremos por la cosa que ya saben, así que no se tomen demasiado tiempo —sonó a broma, pero lo decía en serio.

Mal suspiró con alivio cuando sus amigas se fueron.

—¿Crees qué puedas decirme lo que hablaste con Jane y Evie?

—Sí —Asintió para sorpresa de Mal—. Me dijeron que ya no soy más un príncipe.

—¡Ay, Ben! Eso solo quiere decir que...

Se tapó la boca llena de felicidad.

Ben movió la cabeza de arriba abajo, confirmándole que estaba en lo cierto. Como él anteriormente, no lo meditó y se arrojó y balanceó sobre Ben. Sus piernas hicieron un circulo alrededor de la cintura del chico castaño. Luego, éste la dejó en el suelo con cuidado. Mal y Ben habían dejado el tema de que Ben había abandonado su reino luego de que se comprometieran. Era por esa razón que ella evitaba preguntarle, pero nunca había dejado de pensar en ello.

Ben volvería a tomar la corona de rey.

—Los monarcas de los otros reinos y mi padre hablaron sobre esto el mismo día que salió el artículo. Dijeron que siempre vale la pena luchar por amor —explicó—. Creen que un rey siempre debe seguir a su corazón.

—Siempre has sido un gran rey, Ben.

—Y tú serás una gran reina —Juntaron sus frentes y sonrieron— cuando seas mi mujer por todas las leyes.

—¿En serio lo crees o lo dices por que me amas? —le preguntó entre incrédula y suspicaz.

—Por las dos cosas —confesó.

—Hmm... no lo sé —replicó dubitativa—. Creo que tu amor por mí te está cegando demasiado.

—Es la verdad y ya lo comprobarás.

El calor de sus labios rozaron la sien de Mal, mientras tomaba de su cintura. Ben creía que una actitud sagaz y inteligente, pero sobre todo valiente, era lo que el reino siempre había necesitado.

Mal siempre fue una chica distinta a todas las que Ben en algún momento hubiera conocido. Era un príncipe rodeado de princesas y chicas con comportamiento demasiado refinado, que en su mayoría intentaban complacer a los demás. Audrey siendo su anterior novia, la primera que había tenido, solo veía lo que había estado frente a ella toda su vida. Nunca se le pasó por la cabeza pensar en los demás o cómo vivían los demás. Era una princesa egoísta. Una princesa que nunca había salido de su zona de confort. Creía a ciegas que su vida ya estaba resuelta solo por ser "buena" y de sangre real.

Mal, en cambio, era la manifestación misma de algo nuevo, algo grandioso e interesante. Eso fue lo que pensó cuando la vio por vez primera. No supo en ese momento lo que sentía por ella, pero cuando lo supo, tuvo la certeza que toda la vida había estado enamorado de alguien que no conocía. Y aunque parecía imposible, así era.

—Vamos, princesa —le musitó al oído.

Ella se separó y dejó que le tomara la mano.

Posteriormente Mal hundió el pecho una y otra vez, con la frente en alto. A pesar de que Ben ya había llevado sus cosas a la limusina no quisieron irse sin despedirse. No tenía idea de si algún día volvería a pisarla. Aunque de algo estaba segura: extrañaría ese lugar. La primera razón era que a pesar de que su madre no correspondiera a su cariño, Mal sí que la quería y por eso la iría a visitar cuando volviera, donde yacía dormida en la biblioteca de la Academia Auradon.

La segunda razón ¿qué otra podría ser si no era la casi semana que pasó con Ben? Él nunca abandonó su actitud respetuosa hacia ella. No la tocaba si ella no quería. Y sí, se dormían juntos (ejem, mejor dicho: extremadamente juntos), pero Ben se limitaba a besarla y abrazarla. Solo eso.

Eso hasta una noche anterior.

—Larguemonos de aquí, Ben.

—Larguemonos —proclamó y salieron del lugar.

—Todos estarán contentos de verte, Mal —informó Jane detrás de ella, todo el grupo caminando hacia la Cueva del Espejo. Mal se volvió hacia Jane, pero no replicó nada—. No sabes las cosas tan positivas que dijeron de ti cuando se supo la verdad.

—Fueron muchas —aceptó Evie.

La Princesa Azul había dado testimonios sobre aquella noticia. Al principio se había rehusado, pero entendió que si ya todo se sabía, no había por qué no responder preguntas. Al menos las que fueran prudentes según ella. Había una pregunta que especialmente recordaba: «¿Hasta dónde crees que pueda llegar el amor de Ben por Mal al sacrificarse al quedarse en aquella isla? Y lo que respondió fue: Sinceramente no considero que para Ben haya sido un sacrificio. Simplemente no estaba entre sus deseos perderla de nuevo».

Bestia al enterarse de toda la verdad, le pidió a Evie que trajera a Mal y a su hijo a toda costa. Y al día siguiente de eso, Evie y Doug se prepararon para irse a la Isla de los Perdidos.

—Sí —continuó Jane—. Todos los quieren de vuelta.

—Todos menos Audrey —aclaró Carlos fríamente—. De hecho, hoy es el festejo de su reino.

—Es cierto, por eso ¡a apurarse, chicos! —los apresuró Evie, que aceleró el paso justo al momento—. Rápido, rápido.

Todos los chicos aceleraron el paso.

—La gente suele amar estas cosas —Todos ceñudos mostraron su confusion y Jane continuó—. Ya saben, que algo que creían perdido vuelva. Como ustedes —Miró a Mal y a Ben.

—Estoy segura que sí —dijo Mal—, aunque no tanto como yo amo regresar —Giró a ver a todos uno por uno—. Les debo mucho, chicos.

—Les debemos —aclaró Ben con un gesto de agradecimiento, apretando más fuerte a su prometida.

Al lugar al que el grupo se dirigía era a la Cueva del Espejo. Era por eso que llevaban dos estuches, en uno estaba resguardada la lámpara y en la otra estaba la manzana de la Reina Malvada. Carlos les había explicado a sus amigos que en cuanto a la manzana se le quitara el encubrimiento mágico que se le había colocado para que nadie resultara envenenado, ésta haría solita el trabajo para aniquilar la protección de la Piedra Descendiente.

—Recuérdenlo, mantengan firmes sus intenciones y el sitio los dejará entrar —dijo Mal y entró con Ben para hacerles la demostración.

Carlos, Doug, Evie y Jane se adentraron y siguieron al fondo de la cueva.

—¿Con qué eso es la cosa por la que nos hemos estado preocupando estos días? —comento Carlos, burlándose de tal cosa—. Es algo tonta —concluyó, riéndose.

—Es mágica —explicó Mal—, no tiene que verse siniestra.

—Es patética. Esa cosa no puede tener tanto poder como para desaparecer a una decena de personas —le discutió a Mal. Pero ella seguía pensando que Carlos estaba equivocado.

Mal vio fijamente la Piedra Descendiente. Era verdad que asimilaba ser tan inofensiva como una pelota de tenis común, pero aunque no se viera el poder podría ser muy peligrosa. Al menos eso averiguarían al volver a Auradon.

—¿Y no podemos destruirla ahora mismo? —preguntó Carlos—. No es tampoco que me dé escalofríos.

—No seas tonto, Carlos. No podemos arriesgarnos a que suceda algo peligroso. ¿Qué pasaría si lo hacemos mal y creamos un desastre?

—Estoy de acuerdo —terció M. Sus amigos le pusieron atención—. No lo sabemos, pero podría romper la barrera de la Isla si no se retiene de alguna forma. Será justamente ese el trabajo de la lámpara.

Evie suspiró y al fin decidió voltear a ver exclusivamente a Ben y a Mal.

—Cierto y no nos arriesgaremos ahora que los sacaremos de aquí.

Carlos inspeccionó la piedra. Honestamente se había imaginado algo mejor para ser creada por un maestro en magia como Facilier. Estaba decepcionado.

—Si esto lo ha portado Audrey y fue el arma que usó en mi contra, no es nada inofensiva.

Mal se aproximó a esa arma, esa arma ruin que había contribuido a distanciarla tanto tiempo de su amor. Dejó de sentir el tacto de Ben y de pronto su mente solamente estaba fija en la Piedra Descendiente y en su espectacular brillo. Algo pasó, sus ojos entraron en una competencia por poseer ese mismo resplandor. Aún mejor, en superarlo.

—¡Mal!

Ya no hacía la competencia, ahora estaba siendo alejada del artilugio, por precisamente su hombre. Ben la hizo mirarlo para asegurarse de que estuviera bien.

—Estoy bien, mi vida.

—¿Qué fue eso, Mal? —le preguntó Doug.

Angustiado todavía, Ben esperó con interés su respuesta.

—No fue nada —decidió. Luego miró a la persona que más anhelaba convencer—. Mi amor, en serio, no fue nada. Mis ojos hacen eso cuando...

—Cuando te pones eufórica o estás canalizando tu poder —Por la respuesta de Ben, Mal se percató de que su futuro marido la conocía más de lo que se imaginó—. Y amo lo maravillosos que tus ojos y toda tú pueden ser, pero por tu bien es mejor que mantengas la distancia con eso, ¿de acuerdo, mi corazón?

—De acuerdo —dijo.

Y fue en serio lo de la distancia, porque inmediatamente Ben la hizo retroceder con él y la apapachó en un abrazo exageradamente protector. No pudo evitar dar una carcajada ante eso. Hace una horas Ben estaba desnudo haciéndole cositas y ahora la envolvía en un abrazo más dulce que la miel.

Mientras disfrutaba de esa dulzura tan magnética, sus amigos sacaban los objetos mágicos que trajeron. Primero la Lámpara Maravillosa que presumía su aspecto dorado, reluciente y bueno, atrayente para cualquiera que conociera su historia. Después estaba una manzana roja hecha con oscuridad, con envidia y hermosa en muchas formas insólitas. Doug le pasó a Evie unos guantes especiales para tocar esta última.

—¿Nos haces los honores, Jane?

Ella le dijo que sí a Carlos con una risita nerviosa.

—Les recomiendo que retrocedan —Jane los volteó a ver e instantáneamente obedecieron.

Mal la vio y le sorprendió el control que Jane mostraba al hacer levitar en el aire la Manzana Envenenada. Al exprimir el veneno, lo orientó a la cúpula para hacerla ceder. El veneno cayó como en cascada. Tardó un poco pero acabó deshaciendo la protección que la envolvía.

—Bonita, quiero estar contigo cuando decidas utilizar tu magia en Auradon —abordó Ben, lo que causó que Mal dejara de prestar atención al espectáculo frente a ella—. ¿Te gusta la idea?

—Me gusta.

—Listo, ahora que el Hada Madrina se encargue de rastrear el Refugio de los Perdidos —determinó Evie ya habiendo cerrado la cajita donde su novio había dejado la lámpara.

—Genial, ahora vámonos —ordenó Mal, saliendo con Ben apresuradamente de la Cueva del Espejo. Esperaba, esta vez para no volver.

—Bien, a por Auradon —anunció Carlos—. Nos esperan.

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