Capítulo 20. La chica de cabello púrpura
Nota de autora:
Este fue uno de los capítulos de esta novela en el que puse
sin dudar todo mi corazón.
Y dado que estoy haciendo un alboroto con este capítulo, daré una dedicatoria. Se lo dedico a Angel-Hechizada. Tú lo pediste y lo mereces porque eres una total fan Beal 🙌💜
Canción del capítulo
The One - Kodeline
Ben
Muchas voces me susurraban al oído que regresara a la fiesta (ese tipo de voces que prácticamente son tu consciencia). No hice caso. Miré hacia los lados y no tenía idea de a dónde ir. Estaba enojado, muy enojado. Las palabras de Mal me hirieron a tal magnitud que sacó lo peor de mí. ¿Cómo se había atrevido a decirme que no la amaba y a decirme que me avergonzaba casarme con ella?
Por algo le di el anillo.
Caminé por varias calles pero no levantaba la cabeza, estaba encorvado mirando el suelo. Decidí ir a un lugar a donde a nadie se le ocurriría buscarme: a la limusina real. Por suerte traía las llaves, ya que Doug creyó prudente que yo las guardara. Abrí la puerta trasera y me deslicé por el sillón. Sabía que Evie estaría histérica por saber mi paradero y Doug solamente sucumbiría a su preocupación, sin embargo, me molestaba poder decirles algo que no sentía y ofenderlos.
Me acosté en el sillón y traté de cerrar los ojos.
¡Mejor me hubieras olvidado, así te ahorrarías la vergüenza de estar conmigo!
Giré hacia otro lado, pero de nuevo su voz volvía a mis pensamientos.
Me mentiste...
La elección de voz que usó para decírmelo estaba llena de decepción. Eso no lo olvidaría pronto. Me volteé hacia otro lado. Durante las horas posteriores venía a mi mente toda mi discusión con Mal, pero al final mis ojos se cerraron y me quedé dormido. No supe cuánto tiempo tarde en hacerlo, porque me pareció una eternidad.
Al despertar supe una cosa: tenía que buscar a Mal.
Me fijé en el reloj de mi muñeca y ¡vaya!, ya eran las doce de la tarde. ¿Cómo rayos había dormido tanto? Casi salté del asiento de un sobresalto. Mi corazón estaba palpitando muy rápido y entendí que me deberían estar buscando. Bostezando y con los ojos medio cerrados, busqué casi a tientas la palanca para abrir la puerta. La jalé bruscamente y salí corriendo de la limusina.
Mis palmas estaban calientes y mi pecho seguía retumbando en medio del cansancio. Me detuve para descansar y me agarré por las rodillas, evaporando mi aliento en medio del frío que se empezó a sentir en la Isla de los Perdidos. Estuve minutos en la misma posición y cuando al fin contuve la respiración y mi corazón dejó de agitarse, continúe la marcha, pero ya caminando en vez de corriendo.
¿Qué estaría haciendo mi Mal? ¿Seguiría enojada? Me la imaginaba sentada en algún rincón, arrojando piedras a la nada por lo frustrada que se sentía. Me la imaginaba maldiciéndome y decidiendo una y otra vez que quería olvidarme. Si la encontrara ¿me perdonaría? Volvería por lo menos a mirarme a los ojos. Creo que fue una tontería la razón por la que peleamos, pero en algún momento teníamos que haberlo hecho.
Al fin me dejé caer al suelo. Hundí mi cabeza en el hueco que hice en medio de mis brazos, pensando en ella; en su dulce mirada y en sus labios. En sus ojos. Y recordé nuestros momentos juntos.
—Mal, yo te dije que te amaba... ¿Y tú? ¿Sientes amor?
Tenía la esperanza de que me dijera que sí. De todos modos tenía que admitir que era muy deprisa para que fuera una realidad. Me miró fijamente, pero al final volteó la cabeza, como si presintiera que algo vería en sus ojos, algo que le aterraba.
—No sé cómo se siente el amor en realidad —me respondió. En ese momento supe una cosa: yo le daría mi amor pasara lo que pasara.
Giré su cabeza tomándola de la barbilla. Sus ojos se conectaron con los míos. Esa chica ya se había vuelto parte de mi vida. El encantamiento ya no importaba más. Sentía algo por ella, algo de verdad. Un amor como el que mis padres se tuvieron y se seguían teniendo, y por el que lucharía.
Ella era todo lo que yo soñé.
—Quizá yo pueda enseñarte -le propuse. Sabía que ella tenía miedo, pero algo más que noté en su mirada, fue el destello más precioso. Una luz de amor que se comenzaba a encender.
Algo impactó contra mi piel. Cabeceé un momento hasta que me di cuenta que era agua. Había comenzando a lloviznar. Desubicado traté de entender dónde estaba. Estaba más que seguro que todavía no estaba cerca del Castillo de las Gangas, así que me levanté y sacudí mi ropa debido a la mugre que tenía. Verifiqué en el reloj qué hora era. La manecilla más pequeña indicaba un 12 y la manecilla grande el minuto 30.
Ni siquiera vi venir tanto tiempo.
Seguí caminando.
Para entonces, la gente iba saliendo de sus casas. Algunas caras estaban tristes, la aldea comía de las sobras de Auradon: de fruta podrida o café solo. ¡Era un horror! ¿y apenas me daba cuenta de estas cosas? La gente se me quedaba viendo. Pensé que aquellos no pertenecían al Club Antihéroes, puesto que ellos se veían mil veces más desconsolados. Aún así, continué mi camino.
Segundos después sentí que tropecé con algo y caí en algún tipo de zanja.
Mi cuerpo sintió la colisión contra el suelo. Mis huesos parecían haberse adormecido, pues pasado el impacto no los sentí por unos segundos. Tenía que salir de alguna manera, solo tenía que hacer fuerza y de alguna forma podría...
Sin embargo, una palma tocó mi mano, estaba fría pero su manera de atrapar mi mano era cálida. La agarré y la envolví con firmeza. No esperó nada de tiempo para jalarme con el fin de ayudarme a salir. Cuando ya hube escapado de aquella zanja, me detuve a sacudirme rápidamente, primero las rodillas y después la playera. Tenía la cabeza gacha y mi vista hacia la suelo.
—Gracias —dije agradecido—. ¿Quién eres?
Antes de escuchar su repuesta, levanté la mirada. Una hermosa chica de cabello morado me había rescatado. Un vuelco al corazón me paralizó en aquel momento; sus ojos verdes me atraparon como tantas veces habían hecho. Su pelo estaba un poco mojado y su ropa consistía en un vestido color lila con un chaleco negro.
Lo más hermoso de ella en aquel momento era la sonrisa que llevaba en el rostro.
Esto se me hizo familiar, ya lo había vivido antes. Pero no como un Déjà Vu', era más como un sueño que había tenido. Pero ahora la chica no desapareció, se quedó ahí.
—Soy Mal, la mujer que más te ama en este mundo, que lamenta todo lo que te dijo ayer. No lo merecías —reconoció. Acortó la distancia entre los dos—. Pero mi amor, sigo estando decidida a casarme contigo —dijo y sonreí.
La lluvia se hacía cada vez más intensa. Parecía que el cielo gritaba de furia. Las gotas caían una tras otra sobre nosotros y pronto ya estábamos empapados. El alma me volvió al cuerpo. Me acerqué a Mal y la tomé por el rostro, le acaricié sus tiernas mejillas, mientras ella me dirigía una expresión culpable, pero a la vez alegre.
Su boca estaba debajo de la mía en el momento en que mi nariz se frotó con la suya.
Luego le susurré:
—Perdóname, princesa. Yo nunca quise ni querré estar con una mujer que no seas tú. Eres mi mundo. Escucha, puede sonar trillado, pero junto a ti soy realmente feliz —Rodeé con mis brazos sus caderas. Mi frente se topó con la suya. Cerramos los ojos unos momentos. Entretanto, me despeinaba el cabello mojado—. Te amo, amor y quiero que seas mi esposa y deseo que todo Auradon lo sepa cuanto antes. Que sepan que siempre has sido la única.
—¿Y que también sepan que soy tu primer beso de amor?
—Sí, hermosa —contesté y su reacción a mi respuesta hizo que su belleza se acentuara aún más—. Y sobre lo que te oculté ... Mal, quiero decirte que...
—Cállate, tontito y mejor bésame —me ordenó y la presioné muyo cerquita de mí.
Mis labios se encontraron con los suyos. La lluvia nos mojaba, pero me había dado cuenta que no pudo haber un momento más romántico. Mi mano se desplazó por su espalda, buscando el tacto de su piel. El sentimiento me invadía y mi mente se ponía en blanco por todo, excepto por besarla. Esos labios que siempre me habían vuelto loco. Su cercanía era como la de un ángel que me podía llevar volando al cielo. No lo sabía, pero me sentaba bien sentir su pulso junto al mío. Su boca me sabía a mil delicias y su cuerpo...
Ella dejó primero mis labios, con el plan de poner sobre mi cara una hoja que seguramente tenía guardada en el chaleco. La desdobló y enseguida la reconocí, con ella venía una carta de color azul con morado. Las dos hojas provenían del diario de Mal. Eso la había escrito tan solo un mes atrás. Me miró y la miré. Se encogió de hombros. Las gotas de agua seguían cayendo con desates sobre nosotros, pero lo pasábamos por alto.
Me ofreció la hoja y el sobre para tomarlos.
—¿Me lo leerías, príncipe? Quiero oír esto de tu propia boca.
Le eché un gesto de aprobación, para después extender la hoja y leer desde el inicio.
26 de septiembre de 2019
Esta tarde no me siento bien. De hecho, no me he sentido bien desde que ella se fue. Solo he logrado sobrepasar la línea de tristeza por mis amigos. Ellos ahora son el motor de mi vida. Han pasado diez minutos desde que me fui de la pedida de matrimonio de Evie. Le deseo que sea feliz y hasta he podido sonreír solo por verla a ella y a mi amigo felices. Pero me sentí tan frustrado al sentir que aquella expresión de júbilo y de eterno amor que se formó en una única sonrisa de Evie, podría haber pertenecido a Mal, y que yo podía ser el chico que se le arrodillara para pedirle matrimonio. Me imaginé la escena que pudo haber sido, así que solamente tenía el impulso de salir corriendo y no detenerme hasta que su hermosa sonrisa se borrara de mi mente. En cambio, Evie vino hacia mí con cara de preocupación.
—Ben, ¿te pasa algo? —me preguntó al fin, en medio del silencio.
No negué con la cabeza. Sabía que si lo hacía no serviría de nada. Mi mejor amiga me conoce como la palma de su mano, así que solo le dije:
—Perdona, Evie, no te mereces que te haga esto, pero tengo que irme.
—Bien —dijo—. Pero vuelve pronto. Doug quiere invitar a nuestros amigos para que celebremos.
Asentí y me fui.
Al fin me senté, recargándome sobre el tronco de aquel árbol que tanto nos gustaba a ella y a mí. Quería hacer algo, sacarla de mi mente, pero no me era posible: está tan tatuada en mi mente como lo está en mi corazón. Y no me imagino que funcione de igual forma si ella dejara de existir en él.
He decidido escribirle una carta, una carta que sé que no leerá, pero tengo la necesidad de escribir sobre el día en que supe que se convertiría en mi esposa. Al menos en ese momento lo pensaba.
Mi princesa Mal:
Un día tú me preguntaste: «Si no contaras el día de nuestra primera cita, ¿cuál sería tu día favorito?». Ésa vez no te contesté, quería darte esa respuesta un poco más adelante, cuando te pidiera matrimonio o cuando fuera nuestra boda. Está de más decirlo, pero nunca sucedió ni una ni la otra, así que me concentraré en lo que vivimos realmente.
Ese día era nuestro segundo aniversario y te había preparado una sorpresa por ello. En ese momento pensaba que era horrible, pues Jay y Carlos lo habían arruinado. Me enojé con ellos como nunca en mi vida, pero después de ver cómo te reías cuando llegaste a la desastrosa cita, casi deseaba besarles los pies, porque podía quedarme admirando todo el día el mundo que había detrás de tus ojos, que junto a tu sonrisa, eran más que perfectos. Traté de explicarte lo que había sucedido, quería decirte que te amaba tanto que llevaba meses planeando el día perfecto junto a ti, en nuestro lugar: el Lago Encantado. No obstante, de un momento a otro ya no te estaba explicando, solo balbuceaba y me comportaba como un tonto. Pero a ti no te importó que tu cita haya sido una completa catástrofe. No te importó que pareciera un tonto, hiciste algo mejor que eso, me callaste de la forma más especial que alguien me haya podido callar.
Me agarraste por la camisa y me atrajiste hacia ti. Vi tus ojos, estaban llenos de seguridad. Pero más que nada, repletos de sentimientos. Me acercaste tanto a tu rostro que me sentí nervioso por lo inesperada que se volvió la situación. Después vi venir tus labios y la manera deseosa en que buscaban encontrarse con los míos. Pensé que no lo harías y como tantas veces habías hecho, voltearías la cara.
Recuerdo que fueron dos veces cuando pasó. Una cuando te había cantado una canción de amor en frente de toda la Academia Auradon. La otra, después de la coronación. Estábamos bailando y en un pedazo de la canción algo me decía que tenía que besarte, pero ¡diablos, volteaste la cara hacia otro lado! Eso hizo que te deseara más. Volví a intentarlo más veces, pero eran más disimuladas y intentaba que miraras mis labios, pero eras tan distraída que nunca te diste cuenta de mis insinuaciones.
Todo eso me vino a la cabeza antes de que mis labios se conectaran con los tuyos. Al hacerlo, el suave calor de tus labios era tan cálido contra mi boca que sentí como si un ejército de hormigas me estuvieran haciendo cosquillas por todo el cuerpo. Al principio no cerrabas los ojos. Tal vez no lo hacías porque te sentías segura viendo los míos. En un inicio, tu boca se movía torpemente junto a la mía, pero solo pasó en los primeros cuatro segundos. ¿Qué si conté los segundos? Sí, lo hice, porque quería saber cuánto iba a durar nuestro primer beso. Pero al cabo de cinco segundos tu mano ya había pasado por mi cuello y la mía ya había apretado tu cintura.
Llevabas una blusa y admito que mis dedos traviesamente levantaron un poco la esquina de aquella prenda. En cuanto eso pasó, mi palma acariciaba tu piel con alguna especie de deseo entrando en mi cuerpo.
En ese momento avivaste más el beso y sentí que te habías vuelto experta en besar, pues tus labios se movieron con firmeza, y tu lengua junto a la mía se enredaban y se desenredaban continuamente. El sabor de tus labios se volvieron mi adicción en solo los primeros cinco segundos que los tuve entre los míos. No solo mi boca estaba sintiendo la sensación más perfecta, también mi cuerpo entero.
Unos gemidos salieron de tu boca mientras me besabas o mientras yo te besaba. Desde ese momento supe dos cosas: 1) Jamás dejaría de besarte cada día del resto de mi vida y 2) supe que quería convertirte en mi esposa lo más pronto posible.
Tardaste hasta el segundo seis para cerrar los ojos, dejándote llevar por el sonido de mi boca. La pasión que se iba desatando en ese entonces fue mi parte favorita.
Tú eras mi parte favorita.
Yo ya sabía que te amaba, pero ese día encontré un amor escondido hacia ti que no había descubierto: el amor de sostener tu cuerpo mientras besaba tus labios. Tu piel que hacía conexión con la mía, prendían calor a la situación y supe una tercera cosa: deseaba algo más que tus labios.
Los dos años que habíamos pasado juntos había intentado adivinar cómo sabían tus labios. Tal vez era a fresas, quizá a chocolate, pero no se comparaban, tus labios tenían un sabor especial, un sabor que me hacía sentir real. Por lo mismo, algo indebido sobre tú y yo se hizo presente en mi cuerpo. Deseaba hacerte el amor. Quería hacértelo justo en ese momento. Quería acostarte sobre la manta, sacudir mi cuerpo con el tuyo y mis labios recorriendo cada parte de ti, quitarte la ropa que traías puesta y hacerlo contigo. Tal parecía que no podía controlar esas ganas que tenía, pero no quería que eso arruinara el maravilloso instante, así que por el tiempo restante que tu boca le hacía cosquillas a la mía, los mantuve.
Al separarnos del beso me quedé petrificado ante la hermosa mujer que veía en ese momento: Mal, la chica que me había robado el corazón y que desde ese día hurtó la pertenencia de mis labios, que ya eran suyos y los suyos eran míos.
—Te amo, mi Príncipe Ben —Así me dijiste, sin duda, sin temblor en la voz.
Me lo confesaste de corazón.
—Te amo, mi Princesa Mal —Te respondí y una parte de mi alma voló a tu sonrisa.
Ese día tuve mi primer beso; ese día escuché por primera vez que me amabas; ese día me robaste el corazón de nuevo; ese día quise tenerte entre mis brazos el resto de mi vida.
Es la historia de nuestro primer beso. Del perfecto beso. Y lo más raro de todo, es que siempre de todos los demás que nos dimos después, los sentí igual que el primero: mágico y con un poco de rebeldía en él. Así que supe que si mi primer beso fue tan inesperado como mágico, nuestra primera vez sería igual de inesperada y igual de perfecta.
Una pregunta que me hiciste después de que me besaste fue: «¿Qué es lo que quisieras cambiar de mí?». Ni siquiera tuve que pensar la respuesta. Por lo tanto, te la di tan pronto te acerqué más a mi rostro.
—Me enamoré y me sigo enamorando de ti cada día —Hice una pausa y froté mi nariz con la tuya—. No me avergüenzo de que la hija de Maléfica sea mi novia. No tendría por qué ser así. La respuesta es que no te cambiaría nada. Eres perfecta tal y como eres.
Te tomé de la mano. Supe que siempre quería tomarte de la mano. Toda la vida.
Terminé de leer la carta, aquella carta de mi primer beso con Mal y mi primer beso con la única chica que se volvió importante en mi vida.
La guardé en mi bolsillo y la abracé muy fuerte.
Durante el abrazo me susurró varias veces que me amaba.
Luego salimos corriendo hacia el Castillo de las Gangas. En el camino nos entreteníamos jugando bajo la lluvia. A Mal se le ocurrió jugar con el lodo y yo como buen novio le seguí el juego. Saltábamos en charcos y nos ensuciábamos. La sonrisa de mi chica era lo que más me entretenía en aquellos instantes. La perseguía y la besaba cuando lograba detenerla (porque vaya que corría rápido). Al soltarla me lanzaba más bolas de lodo y yo fingía aventárselas de vuelta, pero cuando veía que hacía trampa, fruncía el ceño divertida y volvía a besarme de nuevo.
La lluvia en ese momento era el escenario de nuestro amor.
—Ben, ¿qué es eso que está allá? —me preguntó y volteé por instinto al lugar que me indicaba.
No vi nada y al regresar mi vista al frente, un puñado de lodo me dio en la cara. Al retirármelo lo suficiente de la cara, noté que Mal reía muy divertida.
—¡Ah! ¿Con qué esas tenemos? —Y corrí hacia ella, persiguiéndola.
—¡No lograrás atraparme! —exclamó y siguió corriendo lo más veloz que podía.
Quizá cinco horas después, llegamos al castillo de su madre, riéndonos a carcajadas. El agua se había encargado de quitarnos el lodo, así que solo estábamos demasiado empapados. Nos asomamos a los cuartos y no había nadie. Seguro que habían salido a buscarnos.
Me fijé en el reloj de pared y ya marcaban las siete de la noche.
Mal temblaba del frío, así que tuvo que recurrir a abrazarse a sí misma. Me le acerqué. Ella hablaba con voz entrecortada, chocado sus dientes una y otra vez por los escalofríos que le pasaban por el cuerpo.
—No recordaba que hiciera tanto frío —Mal se pasaba las manos repetidas veces por los brazos, tratando de calentarse.
Me metí por una cobija al cuarto (una de las que Evie había traído. De verdad esa chica trajo toda una casa en aquella limusina). Le puse la cobija a Mal. Parecía una cosita adorable dentro de la misma.
—Amor, ven para acá.
De un jalón me envolvió con ella en la cobija y sus brazos me abrazaban por el torso.
Le besé la nariz y ella mostró una gran sonrisa.
—¿Crees que los chicos lleguen pronto? —me preguntó.
—No lo sé, amor, quizá hayan ido a preguntar por la aldea si nos vieron. Seguro vuelven pronto —afirmé.
—Tienes razón —concordó conmigo—. ¿Y ahora qué hacemos?
—No lo sé, ¿qué quieres hacer? —le pregunté, coqueto.
Pero ¿no era muy tarde para que no hayan regresado? ¿Adónde tanto habrían ido a buscarnos? Y ya que lo recordaba, ¿no se suponía que Carlos y Jane llegarían hoy?Lo más probable era que querían esperar a que pasara la tormenta para volver. En ese caso tendrían que estar bien. Aparte, Evie conocía casi mejor que nadie la Isla de los Perdidos y ambos debían estar bien.
Me tranquilicé.
Las luces de la casa encendían muy poco, eran casi tenues, así que estábamos con algo de penumbra, pero la suficiente para lograr ver a mi bella chica, quien no dejaba escapar su tímida sonrisa. Acaricié su cabello y lo alisé con mis dedos de arriba abajo. Me miró un poco insegura un segundo. El sonido de nuestras respiraciones eran bastantes calmadas, pero al sentir su cuerpo pegado al mío, los latidos de su corazón eran más frecuentes y acelerados.
Tomé su cara entre mis manos, mientras ella sujetaba con las suyas la cobija con el fin de que no se cayera. Una sensación parecida a un fuego que me recorría el cuerpo me corrió por las venas. Mi cuerpo me insistía en tener a Mal tan cerca de mí como fuese posible. Algo comenzó a golpear mi corazón; algo como un martillo lo golpeaba con una suavidad impresionante, que en vez de dolerme, me llenaba del todo.
-Princesa, creo que ya no resisto más -reconocí con cierta cubierta de nerviosismo.
—¿Qué es lo que no resistes más?
—No tocarte -respondió con el hilo de voz. El sonrojo llegó a los ojos de Mal—. Quiero hacerte el amor.
—¿Pues qué esperas, príncipe? -replicó.
Mal me sobó el brazo.
—¿Estás segura? —pregunté tímido.
—¿Qué te dice tu corazón? —Me volteó la pregunta. Fácilmente compuse una risita al ver que Mal señalaba mi corazón.
—Que debo hacerlo —contesté.
—Bien. Es lo mismo que dice el mío.
Acto seguido se lanzó a mis labios. Casi se puso de puntillas, pero la agarré por debajo de las rodillas para alzarla y envolver sus piernas en mi cadera.
Con los dedos jugaba traviesamente con su piel. Esa piel húmeda que provocaba que mis labios quisieran recorrer cada centímetro de ella.
La seguía besando en los labios. Lo hacía profundo y ella me lo seguía. Nuestros labios formaban un equipo perfecto para revolverse. Sus caderas jugaban un peso importante en el impulso que le di contra mi cuerpo, que de pasarlas ahí, las fui bajando consciente de que deseaba más que rodear su cintura.
Nos separamos un instante, inhalando el aire que le faltaba a nuestros pulmones. Bastó ese único instante para que Mal se balanceara hacia arriba, haciendo que su boca quedara a más altura que la mía. En ese momento, mis manos acariciaron su espalda hasta posarse en su trasero. Mis pulgares lo tocaban traviesamente. Y me entraron ganas de quitarle lo que impedía que entrara en contacto real con él.
Chocamos contra la pared. Con la voz entrecortada y con el poco aire que apenas conseguiamos atrapar, me susurró:
—Ben, por lo que más quieras, no detengas este momento.
Las comisuras de sus labios se abrieron de tal manera que podía leer sin lugar a dudas que en verdad deseaba que siguiéramos. Su sonrisa era tan auténtica y llena de felicidad que odiaba podérselo arrebatar.
Confía en mí, me dije.
—No lo haré —aseguré y continué besándola.
Mal volvió a sujetarse fuertemente de mi cuello y yo regresé a bajar mis dedos a sus rodillas y las fui ascendiendo hasta que llegaran a su entrepierna. Las yemas de mis dedos fueron capaces de hacer temblar su piel. Mi princesa se escondió en mi cuello, mientras su provocativa boca me besaba de manera sensual, soltando gemidos cada vez que yo iba subiendo mi mano por abajo de su vestido.
Varios gemidos salían de su boca mientras la besaba. La sujeté bien a mi cuerpo y la llevé cargando así hasta llegar a la cama de la habitación.
Nos acomodamos justo en el centro, arrodillados uno junto al otro. Nuestras palmas se tocaron la una a la otra. Sus tibias manos le prendieron calor a mi piel cuando las pasó por mi cuello y luego las descendió hasta los botones de mi camisa. Cuando terminó de desabrocharla, me la quitó.
Sus dedos hacían trazos invisibles por mis bíceps y mi abdomen.
Me miró directamente a los ojos.
—Deberías quitarme el vestido, mi Ben, estás quedando en desventaja —me incitó.
—No necesito oírlo dos veces.
Bajé el cierre de su vestido. Mal estiró los brazos hacia arriba para que pudiera desprenderme de él. Se lo quité, lo tiré despreocupadamente al suelo y la dejé en total ropa interior. Repasé con la mirada lo sexy que se veía y no dudé un segundo en hacerla recostar en la cama.
Aparté sus cabellos morados, momento en que nos miramos fijamente.
—No lo dudes, mi príncipe, estaba destinada a aprender a amarte. Nadie podría amarte mejor que yo.
Le sonreí.
—Me robaste las palabras de la boca.
Me sonrió.
Debajo de su pecho habían otras cosas que quería recorrer con mis labios: eran sus pechos, que estaban tapados por un sostén. Quería arrancárselo, así que no lo pensé dos veces para llevarlo a la práctica.
Tomé de su cintura y la presioné bajo el tacto de mis dedos.
—Amor, cierra esa boca, se te meterán las moscas —susurró al oído cuando se dio cuenta que no podía dejar de mirar sus bubis.
Después de admirar cada centímetro de sus pechos, mi boca se topó con ellos. Mal jadeaba en la cama con los besos traviesos que daba en ellos. Mientras su cabeza descansaba en mi hombro, me rasgaba la nuca cuando su gemido no era suficiente para liberar su entusiasmo ante lo que le hacía. Mis labios bajaron hasta su parte interior y mis pulgares que estando tiempo atrás en su cintura bajaron un poco más para toparse con su ombligo. Besé ese parte y ella gritó de placer. No lo suficiente cuando mis manos fueron descendiendo para juguetear con sus bragas.
Pero luego se las quité.
Al impulsarme hacia arriba y volver a unir mis labios con los suyos, encontré que se había sonrojado de manera adorable; quizá mostrando que se sentía un poco avergonzada por lo que ya he visto y tocado de ella. Se veía un poco asustada por lo que procedía, además de que estaba algo insatisfecha de que yo en ese momento todavía estuviera con la parte de abajo cubierta por mis pantalones. Me los quité. Después hice lo mismo con mis bóxers.
Su mirada era muy profunda. Sé que evitaba mirarme. Para que se sintiera más segura, deslicé mi mano izquierda para encontrarla con la suya, que en ese caso era la derecha. Antes de estrecharla con la mía, vi en sus ojos timidez.
—Si necesitas confianza solo tómala. Apriétala lo más que puedas y no dejes de avisarme si te duele, princesa.
—Creo que lo que sentiré en un momento será todo. El dolor se esfumará pronto.
—Te amo —le dije.
—También te amo.
Manejaba su cuerpo de un lado a otro, con suavidad y evitando poderla aplastar y hacerle daño. La besé. Cuando lo dejé de hacer se ocultó en mi cuello mientras yo me hundí más a su cuerpo.
Mal hacía ruidos de excitación, que pronto se convirtió en un grito. Eso sucedió cuando empecé a penetrarla.
Mi miembro entraba en su vagina, tanto que enseguida mi cuerpo tembló del deseo que me recorría la espalda. Me estaba encantando hacerlo.
Sus gemidos iban aumentando de una manera intensa, que en una de esas gritó con todas sus fuerzas, las mismas que usó para apretarme la mano. Sabía que sentía algún dolor en ella que podría imaginarme casi por la fuerza que usaba en envolver con su mano la mía. Con la otra que le quedaba libre me rasguñaba la espalda con sus uñas largas, por lo que muy pronto yo también jadié. Salí de ella para dejarla descansar. No quería liberarme de ella. Tenía que admitirlo, el deseo de entrar más en ella me había vuelto loco.
Su cuerpo me había vuelto loco.
—Hermosa, sabes que si quieres parar nada más tienes que decírmelo.
—Esto es lo más bello que he hecho con alguien alguna vez —su voz sonaba melodiosa e íntimamente feliz.
Yo me sentía así también.
Nos volcábamos en la cama. Jugamos con las sabanas, las cuales de pronto nos cubrían y de pronto ya no. Dibujé las partes de su cuerpo con mis manos, mientras lo recorría. Y ella acariciaba mis brazos.
Volví a entrar en ella, con sumo cuidado al principio, pero pronto mi miembro se adentró con muchísima más profundidad. Las estocadas lentas que le di aumentó su placer, por lo que decidió hacer un juego con mi espalda, sujetándose de ella como pudo.
Nos giramos en la cama.
Por un momento creí sentir que mi frente estaba mojada, pero como mi cabeza estaba hundida en su cabello, en realidad no era yo quien soltaba humedad, era mi pequeña princesa que por el esfuerzo que estaba haciendo el sudor de su frente tentó la mía. Acaricié sus pómulos y vi en sus ojos un resplandor especial.
Me besó con dulzura.
Yo continuaba penetrándola a tal magnitud que de pasar de un simple gemido pasó a un gruñido. Mi miembro no podía estar más adentro de ella de lo que ya estaba. El calor que se desprendía de los dos era algo nuevo y tenerla entre mis brazos ya no era nada más abrazarla, sino disfrutar todo de ella teniéndola fusionada a mí.
Mal hacía sonidos de placer que mis oídos interpretaron para que elevara mi excitación. Salí de ella después de mucho tiempo de estarla penetrando. Alcanzamos un orgasmo impresionante, que la satisfacción que quedó en nosotros era inigualable. En ningún momento dejamos de entrelazar nuestras manos, ni siquiera cuando ya totalmente exhaustos nos dejamos resignar.
Su cabecita morada se posó en mi pecho.
—¿Sabes que me acabo de enamorar aún mas de ti, Ben?
—Yo igual —afirmé—. Mal, fue la noche más maravillosa de mi existencia. El tacto de tu cuerpo eran todas las sensaciones que nunca había experimentado juntas. Eres lo primero que quiero ver cuando despierte, porque cuando me case contigo, quiero hacerte el amor todos los días.
—Eso espero, mi amor.
Un rato después, Mal se había acomodado entre mis piernas, sentados. Ella tenía la espalda contra mi pecho, mientras le insertaba besos ahí y en los hombros, pequeños y sensuales. Mal disfrutaba placenteramente cada momento. En su rostro se veía la calma y no el temor. El sentimiento y no la vergüenza. Le apretaba ligeramente los pechos.
Ella con sus manos tocaba las mías, con una nitidez de pasión en sus dedos. De vez en cuando le daba besos en los pechos y luego otra vez en el cuello, haciéndola soltar varios gemidos.
—Esta es un sensación única, guapo.
—Tú eres una sensación única y perfecta, Mal.
—Ben, cuéntame algo que nunca le hayas contado a nadie —me pidió.
Enseguida me detuve y acomodé mis manos en su cintura.
—Hum... ¡Ya sé! Bueno, ¿recuerdas aquella vez que fui a ofrecerte mi ayuda cuando recién habías llegado con los chicos?
—Sí...
—Bueno, admito que solo fue una excusa para ir a verte -confesé y le di un beso en la mejilla—. Te adoro.
—Yo te adoro —amorosa—. Mi amor, quiero preguntarte algo.
—Dispara -dije y la di un beso más en el hombro.
—¿Cómo está mi... madre? —preguntó Mal, con cierto temblor en la voz.
Dejé de besarla y la giré solo lo suficiente hacia mí para obligarla a verme a los ojos.
Suspiré.
—Muy pequeña, princesa. Lo siento.
Bajó la cabeza, pero hizo un intento de sonrisa cuando volvió a mirarme.
—Tranquilo. Supongo que el amor no es para ella -se esforzó por meterse en esa idea, pero era cierto que ella siempre había querido que su madre la quisiera de verdad-. ¿Podré verla cuando regresemos? —Asentí—. ¿Y podrías acompañarme?
—Sabes que sí —Y la abracé.
—Ella siempre me dijo que era débil, que jamás podría ser tan mala como ella, sin embargo, solo deseaba que se sintiera orgullosa de mí.
—Y debería.
Luego desvié la mirada a mi mano. Me saqué el anillo de bestia y se lo deslicé a Mal en el dedo corazón, quedando arriba del de compromiso.
—Mal Igna, eres mi vida entera.
Besé su mano.
Los ojos llenos de estrellas de Mal se reflejaron y me agradeció con un beso.
Al estar entre mis piernas, Mal usó mi abdomen como su almohada. Y como su cuerpo se encontraba boca abajo, sus pechos impactaron contra mi piel. Definitivamente mi mujer me quería volver loco. Después hizo que mis brazos rodearan su cadera, haciendo reposar las manos en su espalda baja. Mi príncipe, me dijo melodiosamente antes de cerrar los ojos y dormirse. Parecía tan tierna que me quedé observándola largos minutos, que en realidad para mí fueron segundos.
Esperaba cerrar los ojos en cualquier instante.
Mientras eso pasaba, yo flotaba en las nubes.
—Espérenme aquí, revisaré. Si no encuentro a alguno de los dos, seguiremos buscando —sentenció Evie.
—Pero ya son las doce de la noche. Es muy tarde —indicó Carlos a regañadientes.
Evie puso los ojos en blanco.
—Espérenme aquí —ordenó y después pasó sola al Castillo de las Gangas.
Entró. Estaba por prender las luces, pero ya estaban encendidas. Le pareció extraño, ya que estaban apagadas antes de que se fueran. Dejó unas llaves sobre la mesa y llamó a Ben y a Mal desde el comedor.
Nada.
Por fin decidió revisar algunos de los cuartos. Al entrar al de Mal estaba en penumbra. Prendió la luz y...
—¡Oh por Dios! —exclamó en un tono bajo.
Allí estaban ellos con una sábana blanca que los tapaba. La mano derecha de Ben entrelazaba la de Mal a la vez que parecía estar tocando su cintura baja. Las dos manos de Evie taparon su boca y se fue para atrás. Estaba tan emocionada. ¡Ben y Mal se habían reconciliado! Y vaya reconciliación. Los dejó de ver casi enseguida porque tuvo el sentir de que incurría en su intimidad. No esperó más y buscó un papel en su bolso para escribir una nota. Tomó un lápiz que de casualidad se encontró sobre una mesita.
Escribió lo más rápido que pudo para no despertarlos. Lo selló con una firma y una corona al costado de su nombre. La dejó en la esquina de la cama. Casi queriendo dar saltos de alegría se apresuró a irse del cuarto. Ben y Mal habían hecho... ¡Vaya!
Cerró la puerta de entrada tras salir. Doug, Carlos y Jane cruzados de brazos la miraron en cuanto la vieron salir.
—¿Y? —le preguntó su novio. Ella se encogió de hombros, disimulando desilusión.
—Vámonos, aquí no hay nada que ver. Mejor deberíamos ir al castillo de mi madre. Ya saben, para descansar. Ha sido un día largo.
—¡¿Al castillo de tu madre ?! —explotó Carlos como si hubiera dicho la cosa más loca del mundo—. ¿No acabas de decirnos que...?
—Olvídense de lo que dije. Ellos están bien. Y ahora nosotros nos merecemos una buena siesta, así que...
Carlos se dirigió a la puerta con el afán de entrar, pero Evie lo detuvo interponiéndose en su camino.
—Dije vámonos, no tenemos nada que hacer aquí.
Lo jaló del brazo y se lo entregó a Jane.
—Sinceramente no comprendo cómo las chicas cambian de opinión tan rápido —mascullo Carlos.
El pecoso puso los ojos en blanco. Jane le sonrió. Por otra parte, Evie tomó a su novio del brazo y se adelantó con él hacia el Castillo-al-otro-lado.
Que se diviertan, tortolitos.
Ése fue el último pensamiento de Evie antes de ver desaparecer el castillo de Maléfica.
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