Capítulo 11. La ilusión de la hija de Maléfica
Carlos notó muy cariñosos a Mal y a Ben. No habían separado sus manos desde que llegaron a la limusina y el joven ¿príncipe? no paraba de susurrarle cosas a su novia mientras le daba un beso tras otro en las mejillas. Se reían. De pronto ya no solamente eso, Ben estaba adueñándose de los labios de la chica de larga melena púrpura. Mal estaba recargada sobre la compuerta, con el chico demasiado pegado a ella.
Carlos le pegó a Jay en el hombro, para señalarlos.
—¿Crees que deberíamos hablar con él? —preguntó Pecas—. Míralo, ¡se la quiere comer!
—No seas aguafiestas, viejo. No la ha besado todo un año.
Carlos tenía que concederle la razón. Además, Ben se miraba tan vivo en ese momento, acariciando tiernamente los dedillos de Mal posterior a abandonar sus labios. Y aún así, simplemente no parecía que el frenesí por besarla se hubiera esfumado, porque su sonrisa demostraba lo feliz que aquel beso lo había hecho. Y junto a su sonrisa, puso sobre ella una mirada llena de corazones que, Carlos estaba seguro, había hecho sonrojar por lo menos un poco a Mal.
Aunque pronto el deber de Ben como rey se hizo presente cuando mencionó que no era conveniente volver a Auradon sin reunir información acerca de la huida de los villanos. Todos estuvieron de acuerdo con aquello, pues claramente era un tema que no podían pasar por alto.
—Por las Catacumbas Infinitas no pudo ser. El conjuro que el Hada Madrina puso sobre el sistema de túneles es... Bueno, es infalible —abordó Mal—. Nadie puede escapar ni siquiera con su talismán en mano de ahí.
Unos días posteriores a que los VK's regresaran con los talismanes de sus padres, en una de las reuniones que tuvo Ben con ellos salió la genialidad de idea de cerrar toda posibilidad de que cualquiera en la Isla de los Perdidos si por algún motivo recuperaba su talismán, pudiera huir con magia dentro de las Catacumbas Infinitas (donde había ido a parar la magia que no había en la Isla). Por eso el rey le hizo la petición a la directora de crear un conjuro en el lugar, de ese modo los villanos se quedarían sin salida.
—Sí, lo cual es mucho mejor porque menos tenemos idea de cómo lo consiguieron —refunfuñó Carlos.
—Vamos, amigos, hay un lado muy bueno en esto —dijo Evie, intentando desbordar optimismo—. ¿Qué no lo ven?
Los cinco la miraron pero no fue hasta que Evie añadió algo de unos cocodrilos cuando todos expresaron un sincronizado y bien dicho «ahhh».
—Los talismanes, claro. Si los tuvieran en su poder, Auradon sí se tendría que estar preparando para un verdadero infierno —dijo Jay levantándose más la moral.
—Es cierto, ya estarían manipulando a su antojo Auradon para sembrar pánico, sufrimiento y oscuridad desde hace días —dijo Carlos, mientras cerraba las puertas de la limusina—. Ya me imagino. Si Maléfica no fuera un reptil, crearía pánico con sus embrujos, Hades con su tema con la muerte y demás. El Doctor Facilier con su vudú... —Abrió los ojos grandemente nada más de pensar en el inframundo y los seres del más allá—. Escalofriante.
—Escalofriante como un villano —dijo Jay—. Justo eso.
—Sí, pero igual hay que recordar que son villanos —apuntó Mal—. Quizá por ahora no puedan hacer mucho, pero si se escaparon...
—Es verdad, amor, hay que comenzar a atar cabos. Llevar las noticias a la Corona de...
—A ver, a ver, Ben, ¿acaso el embobamiento por Mal te cortó el oxígeno al cerebro? ¡Tú eres la Corona! —exclamó Jay.
—Sí, no tiene sentido que digas eso —agregó Doug.
Mal fijó sus ojos en Ben, quien lo hizo un momento también.
—Tuve que elegir entre la Corona y venir. Hay una cláusula real que me obliga a permanecer en el reino atento a todo lo que tenga que ver con los Días de los felices. Mucho más con el hecho de que yo incentive la celebración. Rompí la cláusula al venir.
—¿Entonces ya no eres rey? —le preguntaron al unísono Carlos, Jay y Evie, en un tono totalmente ensimismado.
Un poco cabizbajo, Ben sonrió tristemente a modo de asentimiento. Mal lo notó y lo abrazó más fuerte que antes.
—¿Es eso posible, Ben? —indagó E poco convencida—. No pueden destituirte solamente por venir por tu novia a rescatarla de un embrujo. No es lógico de los cuentos de hadas que presume Auradon.
—No es lo importante ahora, chicos. Tenemos que ir a buscar a alguien que nos pueda dar explicaciones de esto —explicó Ben, muy pensativo—. ¿Creen que ahorita esté Yen Sid en el Palacio del Dragón?
—No lo creo. Si la Isla está tan deshabitada dudo que las clases continúen. Además, Haizea me dijo que el Doctor Facilier también se fue y él era el director del Palacio del Dragón —replicó Evie.
Mal abandonó los brazos de Ben.
—¿Y si Yen Sid también se fue? —Mal los miró uno por uno a los ojos—. Tal vez fue con ellos para tratar de dañar su plan.
—Razonamientos fantásticos, amigos, pero es hora de ir a buscar respuestas a esto. Si no lo hacemos pronto, temo ser el esclavo de mi padre.
—Es peor ser el esclavo de mi madre, créeme —apuntó Carlos, recordando su antigua vida en la Isla de los Perdidos. Nada agradable.
—No, peor es ver a tu madre imitando la voz de su antiguo Espejo Encantado —hizo notar Evie, viniéndosele a la mente imágenes de la Reina Malvada evocando y luego imitando la voz de su espejo.
—¿Entonces con quién vamos? —preguntó Doug.
—Tal vez lo mejor sería dividirnos. Ben y yo vamos a buscar a Haizea. Dos personas deben quedarse a cuidar la limusina y otras dos averiguar si Yen Sid está aquí —propuso Mal—. ¿Qué dicen?
—Perfecto, hermosa —dijo Ben, haciéndole una bonita mueca.
Evie se acomodó el bolso de corazón y dio un paso hacia adelante.
—Jay y yo iremos con Yen Sid —anotó E apresuradamente, tomándolo del brazo.
—Olvídalo, amiga, yo me quedo a cuidar la limusina. Doug y Carlos no son material para tratar contra posibles vándalos.
Evie hizo una mueca.
Ben y Mal se miraron y se dieron cuenta de lo que trataba de hacer su BFF. Así que M tomó las riendas de la situación.
—¿Evie, recuerdas aquella vez en que me dejaste sola para tener una difícil conversación con el amor de mi vida pese a mis súplicas para que no lo hicieras? ¿Y también recuerdas que eso sucedió justamente hace un rato? —Evie ya se temía lo que venía a continuación. Cerró los ojos un momento, deseando que M no siguiera a su mente maquiavélica—. Carlos, tú te quedas con Jay. Amor, vamos.
Mal le pidió la mano a Ben para entrelazarla con la suya y después se fueron.
El bazar que había en la Isla de los Perdidos estaba exactamente en la parte centro de la misma. Para entonces, ya había vendedores poniendo sus puestos llenos de baratijas y cachivaches. Iban caminando por ahí cuando surgió algo que le llamó la atención a Mal en una pared afuera de la crepería de Claude Frollo. Se trataba de un grafiti que en letras muy grandes decían «PIEDRA DESCENDIENTE».
—¿Qué sucede, Mal? —le preguntó cuando la vio detenerse.
Mal señaló el grafiti.
—Nunca antes había escuchado de una tal Piedra Descendiente. ¿No te suena a algún artilugio que haya aparecido en los libros de historia?
Ben lo pensó detenidamente. Había leído tanto pero jamás había había visto esa palabra en ningún libro de historia de Auradon. Aunque también podría ser que no fuera precisamente de Reino Unido.
—Lo siento, Mal, pero no —Puso los ojos en ella y la notó pálida—. Amor, ¿estás bien?
—Sí, solamente me siento un poco débil.
—Bueno, estuviste un año entero en la Cueva del Espejo. Si sobreviviste debió ser porque debías permanecer en un sueño muy largo, viva. Y también por las cualidades mágicas que corren por tus venas. Por tu sangre, hermosa —La rodeó por la espalda y se sacó algo de su chaqueta. Una bolsa de plástico con una galleta con chispas de chocolate—. Se me ocurrió traértela. Imaginé que la necesitarías, pero con todo lo que pasó hace rato...
—Está bien, guapo. No es una fresa ni tus labios, pero es deliciosa igual —Mal sonrió. Después le dio un mordisco.
A unos cuantos segundos, Mal se percató de la insistencia de Ben en mirarla. Al principio lo hacía tiernamente, pero luego puso una mirada cubierta de lamentación.
—No es tu culpa, Ben, es culpa de quien sea que me trajo aquí —Mal se quedó pensativa unos instantes—. Supongo que en parte también mía, por salir de la Preparatoria Auradon sin decirle a nadie —Sonrió como apenada—. Por no decirte a ti.
—Bueno, ya, dejemos eso atrás —dijo Ben, sonriendo hasta por los codos. Le encantaba tener a Mal con él, no importaba cuánto tiempo hubiera pasado para que pudiera ser así—. Vamos a sentarnos un momento para que descanses. Luego seguimos, ¿okey?
Mal rodó los ojos, pero movió la cabeza de arriba a abajo. Hecho esto, permitió que Ben la jalara del brazo hacia un tronco, en el cual ella se sentó enseguida. En cambio, su príncipe se puso en cuclillas frente a ella.
Mal siguió comiéndose su galleta. Al terminársela, le quedaron rastros de ella en la boca. Ben se rió entre dientes y le quitó las boronas de los labios tan lentamente que, pensó Mal, lo estaba haciendo a propósito para excitarla.
—Amor, si sabes que ya pasamos la etapa de las excusas para besarnos, ¿verdad?
Ben asintió, sin dejar de reír.
Mal se inclinó para aproximarse a sus labios. Ben cerró los ojos en el mismo momento que ella. Se besaron. Al separarse, la mano de Ben tocó su rostro y sus ojos la recorrieron con contemplación, como si estudiar su expresión fuera lo más importante del mundo en aquel momento.
—¿Por qué me miras así?
—Yo también lo lamento, bonita —se disculpó sincero—. Lamento no haber venido antes. Me necesitabas y no estuve allí para sacarte de esa maldita cueva.
—Pero ya estás aquí —Y sonrió.
—Es que no puedo concebir que mi princesa haya estado encerrada todo este tiempo —Se paró de un tirón. Mal lo imitó—. Ahorita deberíamos ser algo más que novios. Tú siendo mi...
El Príncipe Ben ya no quiso seguir.
Sin embargo, en la expresión de Mal se notaba que aquello le hubiera encantado. Ser algo más que la novia de Ben era algo que quería tener con él. En verdad, y le hacía sentir la chica más estúpida de la faz de la tierra no haber aprovechado en serio la oportunidad cuando la tuvo.
Dejó la calidez de la mano de Ben cuando la soltó y se puso las manos sobre la boca. Parecía que lo que más ansiaba en ese momento era la oscuridad para que nadie la viera y pudiera llorar a solas.
Se fue alejando de él.
—Es que... Yo... No sé cómo explicarlo. Créeme que lo que más me hubiese gustado es aceptarte. Más que usar una corona, aceptarte por la eternidad como mi... —Suspiró —. Ben, me da mucha tristeza no haber llegado. Mucha rabia. Desearía haberme quedado en tu regazo hasta que fuera tiempo de la cita.
—Y me hubiera fascinado que fuera así, pero... —Ben no hallaba como restarle importancia al asunto. Para él esa cita marcaría su vida—. ¿Sabes qué? Olvidémoslo.
—No puedo olvidarlo.
—Mal, si es por esa tontería de que no me mereces...
—Es que no lo entiendes —Mal bajó la mirada al piso. Él estaba totalmente desconcertado.
—Mi amor, tranquilízate. Si quieres mejor volvemos a la limusina y le decimos a Carlos y a Jay que ellos vayan con Haizea.
Y la tomó de la mano suavemente.
—No —negó Mal—. Todo está bien, ¿sí?
—En serio, princesa, vamos a la limusina. No pareces estar bien.
—¡Dije que no, Ben! —gritó.
—Ya vamos a Auradon, amor, ¿no lo ves?
Mal suavizó su expresión.
—Sí, claro que lo veo —aclaró.
—¿Por qué no me dices qué te ha puesto así?
Si tan solo pudiera decírselo tan sencillamente.
—Aquel día hace un año tuve una ilusión. ¡Yo, la hija de Maléfica! Yo que hacía cosas no muy buenas aquí. Yo que mi día a día se basaba en sembrar miedo en los demás. Y no comprendo por qué siento esto. Supongo que solamente soy una tonta por tener una ilusión así.
Ben estaba más que desconcertado. Ésa ilusión de la que Mal hablaba ¿podría tratarse de la misma ilusión que él tuvo? ¿Podría ser posible?
—Desperté hace una hora. Por eso para mí sigue siendo el día de nuestra cita. Y no puedo sentirme tranquila hasta que sepas que yo sí quería aceptar —Tomó la mejilla de Ben y se puso a acariciarla cariñosamente. Él tenía una expresión arrulladora en el rostro—. Mi Ben, yo quiero que sepas que de haber sucedido...
—Mal, mi corazón está por salirse de mi pecho. Te lo pido, no juegues con él, porque creo que está gozando de todo lo que dices sin estar seguro de si lo está malinterpretando —La miró fijamente—. ¿Lo estoy malinterpretando?
—Ben —La forma en que pronunció su nombre fue similar a la de mil cristales rompiéndose—. Necesito... respirar. Por favor, dame un segundo —dijo con un hilo de voz, llorando hasta por su garganta.
Quitó su mano del pecho de Ben. Era verdad. La respiración de Mal era dificultosa.
—Un segundo solamente —masculló Mal antes de dispararse a correr lo más lejos de él que podía.
Evie y Doug llegaron al Palacio del Dragón, pero de inmediato se percataron de que no iban a poder pasar. La escuela estaba cerrada y nada más había un letrero que rezaba «Clases de martes a jueves por falta de alumnado y profesorado. Atte. Yen Sid, nuevo director del Palacio del Dragón». Rápidamente los dos aventaron suspiros de resignación y, sin decir nada, Evie se encaminó de regreso con Carlos y Jay. Esperaba que Mal y Ben ya estuvieran ahí cuando ellos llegaran.
Desafortunadamente, Doug se interpuso en su camino. Ella se movía para ir por otro lado, pero su novio le seguía el movimiento y impedía que siguiera adelante.
—No es gracioso —aseveró Evie, furiosa—. Doug, déjame pasar —le pidió lo más amable que pudo. Tenían que llegar pronto para avisar a los chicos que Yen Sid seguía en la Isla de los Perdidos—. ¡Apártate, es la última vez que te lo repito! —amenazó con la poca paciencia que le quedaba.
—¿Por qué no sigues el ejemplo de Mal con Ben? Y ya lo ves, se ven muy enamorados.
—No lo sigo porque ellos en principio no estaban peleados. Nosotros sí —Intentó una vez más apartarlo, pero falló—. ¿Qué tengo que hacer para que te quites y vayamos con los chicos?
—Quiero que hablemos de nosotros —respondió.
Evie se obligó a no mirarlo. No obstante, el poder del chico sobre ella fue más fuerte cuando acarició su mano tiernamente. De pronto fue capaz de destruir el enojo que sentía por él y lo miró con fijeza.
—No quiero hablar de eso. Por favor, vámonos —dijo con voz susurrante.
Lo quitó de en medio a empujones. Creyó que el la seguía por detrás. Casi podía imaginarse sus pasos largos y que estaría maquinando algún plan para acercarse de nuevo y agobiarla otra vez, pero no fue así. Doug se quedó tan quieto como una estatua.
—Tienes razón en estar enojada, y te pido perdón. Fui un idiota por no decirte lo que sabía. Pero en ese momento yo tampoco sabía la versión completa —Evie se dio media vuelta, dispuesta a atender sus palabras. Se acercó—. Yo vi a Mal antes de subirse con Audrey a esa limusina, pero yo no sabía por qué se iba. Escuché a Mal diciendo que no estaba segura de si regresaría. Fue una conversación entre ella y Audrey que oí a medias. Ahora veo que lo malinterpreté.
—¿En serio lo crees, Doug? —le replicó E sarcásticamente
—Sí —contestó, muy apenado. Evie deshizo su expresión llena de sarcasmo—. Perdón. Todo parecía apuntar a que se había ido por voluntad.
—Doug, quisiera decirte que todo está bien con nosotros, pero mentiría —Los ojos azules claro de Doug revelaron que esas palabras lo habían herido—. En unas semanas es nuestra boda, pero no me creo capaz de confiar en ti pronto. Y no me puedo casar contigo así —Evie estaba llorando—. Yo soy la que lo siente.
De los ojos cafés de Evie salió algo cristalino: una lágrima. Después, otras más y más. En cambio, los de Doug estaban siendo invadidos por mucho dolor. No quería hacerlo, pero se sacó su anillo del dedo y lo puso con pesar en la palma abierta de Doug.
Él cerró el puño.
—Lo mejor será irnos. Nos esperan —dijo Evie, apartando con tristeza sus propias lágrimas.
Esta vez, Doug ya no le impidió el paso. Ambos se encaminaron rumbo a la limusina.
Hubo un momento en que Mal fue acariciada con la tentación de decirle a Ben que se encontraba allí, que la abrazara, cuando lo oyó repetir su nombre una y otra vez por el callejón donde ella estaba escondida tras un montón de paja. Pero se quedó hecha un ovillo en el suelo hasta que se aseguró de que se había ido a buscarla por otro lado.
Salió de su escondite.
El corazón se le iba a detener si no volvía con él pronto. Pero sabía que tenía que apartar su sentimentalismo un momento. Cuando se calmara por completo, iría a buscarlo. Ahora tenía que tener la mente fría. Lo importante era la huida de los villanos. A ver, el Bar del Inframundo se encontraba cerca de ahí. Haizea seguramente estaba ahí.
Se dirigió a ese bar.
Llegó pronto. Antes de animarse a entrar, observó el bar. Tan destartalado y... terrorífico como siempre. El cartel que decía el nombre del negocio estaba chueco y le faltaban varias letras, pero de todos modos podía descifrarse cómo se llamaba. No lo pensó dos veces cuando ya estaba dentro. El bar estaba totalmente vacío en cuanto clientes. Afortunadamente la persona que buscaba estaba ahí. Fue en eso lo que la llevó a entrar de inmediato.
—Vaya, parece que me equivoqué, el Beso de Amor Verdadero sí fue suficiente —se morfó Haizea, sin molestarle en detenerse a verla—. Tengo curiosidad, Mal, ¿qué estupidez hiciste para terminar en ese lugar?
—Te prometo que si lo supiera, a ti te elegiría para ser la última persona en saberlo —contestó, adentrándose más al bar —. Vayamos al punto —estipuló Mal, caminando en su dirección—. ¿Adónde fueron los villanos?
—¿Importa, Mal?
—¡Obviamente! Tú les dijiste a mis amigos y a mi novio que hace una semana que se fueron. Algo me dice que esa no es más que una mentira. De verdad, ¿hace cuánto tiempo se fueron?
Haizea dejó de limpiar las mesas y rió, divertida.
—Eres astuta. Y nada más por eso te responderé.
Se sentó, para después señalarle a Mal la otra silla. A regañadientes, la hija de Maléfica volteó la silla y se sentó también.
—Me encontré a tus amigos y al guapo rey de Auradon —A Mal le saltaron chispas por los ojos al oír eso último. Haizea pareció divertirse al notar el gesto de Mal— cuando veían la amenaza de los villanos a cobrar venganza. Ya sabes, típico de la Isla de los Perdidos. Venganza.
—¿Y? —le apresuró M.
—Ese graffiti no es de hace una semana. Tienes razón, les mentí. Es de antier —confesó—. Supongo que tus amiguitos estaban tan emocionales por verte que perdieron su toque.
Mal ignoró aquello y preguntó:
—¿Cómo lograron escapar?
—Nadie lo sabe con precisión —contestó—. Ni siquiera yo que estuve ahí. Pero en algo concordamos la mayoría de los que estuvimos: no escaparon, alguien los sacó.
—¿Alguien? —preguntó Mal, incrédula. Se rió—. Vamos. ¿Estás hablando en serio?
—Tú me preguntaste, Mal. Ahí está tu repuesta —dijo, recargándose en la silla—. Ahora ya puedes largarte con tu rey.
Se levantó de la silla. Pero Mal la detuvo antes de que se adentrara a la cocina. Al igual que la hija de Hades, se paró y levantó la voz.
—Y eso haré, pero antes me dirás por qué lo ayudaste a que diera conmigo. ¿Qué te ganabas?
Se oyó una risa de la muchacha. Se dio media vuelta, para estar frente a frente con Mal.
—Lamentablemente, nada.
—¡Ay, por favor! —se quejó Mal, golpeando la mesa.
—No todas somos tan afortunadas como tú. No esperaba ganar demasiado con eso, créeme —respondió con una sinceridad que Mal no vio venir.
—Si soy tan afortunada por salir de aquí, ¿por qué no aprovechaste la oportunidad y te fuiste con ellos?
—Porque al parecer no toda la Isla estaba cordialmente invitada a irse —dijo.
—¿A qué te refieres?
Abrió ligeramente la boca para responder, pero Mal maldijo el momento en que se arrepintió y cambió el tema.
—Ya se terminó la ronda de preguntas —comentó con firmeza.
Mal quería replicar y ordenarle que volviera, pero no tenía los ánimos para hacerlo. Se dejó caer de nuevo en la silla. Para entonces, Haizea había desaparecido ya por la puerta que seguramente llevaba al almacén del bar. Se agarró la cabeza entre las manos y pensó. El primer pensamiento que la apresó fue su madre. ¡Pero vamos! Maléfica era una lagartija. Y tenía la certeza de eso debido a que ni sus amigos ni Ben le habían dicho lo contrario. Seguramente continuaba bajo un cristal en la biblioteca, como ha sido por años.
De ningún modo ella tendría nada que ver en esto.
Y claro, era una bruja en todo el sentido, muy poderosa, pero nunca logró escapar mientras ella vivió en Auradon. Tampoco el año que ella estuvo ausente, al parecer. Aunque eso tendría que preguntárselo más tarde a una de las cinco personas que habían ido por ella.
Su mente de pronto pasó a otra cosa. A Ben y a lo que había sucedido momentos atrás. ¡Diablos! Prácticamente le había dicho en la cara que ella estaba enterada de que le propondría matrimonio en su cita que nunca llegó. ¿Habría hecho bien al decirle? No era como que algo fuera a cambiar. Ya se habían reconciliado y todo; incluso Ben le había dado a observar que a pesar de no estar juntos oficialmente, el letrero de novio y novia nunca lo tiraron.
Pero se había mostrado tan sentimental. Solamente con él conseguía ponerse así de vulnerable, pues su castaño tocaba su corazón de un modo que nadie más lo haría, porque para que ella se pusiera así de sensible no era cosa fácil.
—Mi dulce novia, al fin te encontré —le susurraron con la suavidad que solamente la voz de su amado podría tener.
Aguarden, ¿la voz de su amado?
Mal no tuvo que girar el cuello para verlo, Ben ya se había asegurado de dejarse ver. No se aguantó mucho tiempo y se levantó para rodearlo con los brazos. Él aceptó el abrazo y le revolvió un poco el cabello cuando presionó un poco la cabeza de Mal contra su pecho.
—¿En serio lo sabes? —El silencio le dijo más que mil palabras. —. Convertirte en mi esposa, amor, definitivamente es un sueño para mí.
La chica levantó la mirada. Sus ojos estaban firmemente puestos en lo de Ben. Era hora de enfrentarlo todo.
—Lo sé —dijo apenas en un tono audible.
—¿Cómo te enteraste?
—Vi cuando le mostrabas a Doug el anillo —empezó. Ben inmediatamente captó cuándo fue eso exactamente. Mal desvió un poco la mirada y continuó—. Cuando caí en la cuenta no sabes cuánto me reprimí, pero quería gritar de la emoción. ¡Me pedirías ser tu esposa! ¿Cómo no iba a aceptar? —Mal sonrió.
El tipo de sonrisa que haría caer a las estrellas porque no son los suficientemente bonitas en comparación con la de ella. A Ben ya mero se le caía el corazón al piso, pero Mal lo detuvo entre sus manos cuando lo besó en los labios. Y entonces, se percató por completo de lo que había dicho.
Mal, la mujer de sus sueños, le acababa de soltar que ser su esposa era algo que la emocionó al enterarse.
—Y yo que quería que fuera una sorpresa —rió Ben, acabando de una vez por todas con el silencio.
—Bueno, me haría la sorprendida —dijo Mal alegremente, siguiéndole en la risotada.
Rieron un poco más.
Pero no demasiado, porque la expresión de Ben se transformó a una muy seria repentinamente.
—No llores más, ¿okey? —Y le apartó con delicadeza la lágrima a punto de salir—. Prometo que tu ilusión sigue siendo la mía, mi vida —le aseguró afectuosamente.
La mirada que formó a continuación acabó paralizando el corazón de Mal. Era una llena de complicidad, de amor puro.
—¿Nos vamos, amor?
Mal instintivamente cogió la mano de Ben, contestando así a su pregunta y comenzaron a caminar fuera del bar.
En el camino, Mal le contó lo que Haizea le había dicho. No era mucho, pero no creía de todos modos que supiera más. Ahora solo quedaba aguardar cómo les había ido a Evie y a Doug con Yen Sid, si es que seguía en la Isla de los Perdidos. Y no importaba si contaban con esa información nada más, necesitaban ir a Auradon ya.
Llegaron a la limusina. Había mucha gente viéndolos, especialmente a Mal y a Ben cuando se reunieron con sus amigos. Entre la pequeña multitud se encontraban Gastón y Gastón y algunos ex compañeros más del Palacio del Dragón.
No obstante, se sorprendieron todavía más al ver la escena de sus amigos con caras de pocos amigos en vez de estar felices de que al fin hayan regresado. Carlos que estaba acariciando a Chico en el asiento de piloto fue el primero en verlos.
—Sucedió algo —inició con un tono de voz monótono. Desganado, dejó a Chico en la parte trasera de la limusina para que jugara.
Se paró, respingando.
Mal y Ben se miraron.
—¿Qué cosa? —preguntó Mal.
Carlos intercambió miradas con Doug, Evie y Jay. Como nadie hablaba pronto, Mal se enfadó de tanto misterio y repitió la pregunta, esta vez con voz más fuerte y estricta.
—En lo que ustedes volvían, alguien dejó un anónimo para ti, Mal. Jay y yo no nos dimos cuenta porque dejamos la limusina unos minutos porque nos preocupamos por ustedes. Se estaban tardando mucho. Obviamente la cerramos y todo—explicó.
Tanto Mal como Ben fruncieron el ceño.
Evie le dio el anónimo a Ben, quien se lo mostró a Mal.
El encantamiento no ha terminado. Tienes que volver a la Cueva del Espejo. Hay algo escrito para ti donde termina la cama de piedra.
—Pero... Chicos, no creerán que esto es cierto, ¿o sí? —expuso Mal, con una punzada de preocupación en el estómago.
—Eso pensamos también nosotros —admitió Jay, quien también se paró del piso y se acercó—. Que quizá lo había mandado la persona que te encerró para fastidiarte, pero si es verdad que hay una extensión que desconocemos de tu embrujo... Bueno, ¿qué sentido tendría ponerte sobre aviso?
Mal sin proponérselo apretó fuertemente la mano de Ben. Su cara adquirió inmediatamente un color muy blancuzco. ¿Había posibilidad de que todavía estuviera en un encantamiento? Porque ella se sentía bien. No tenía ni un poco de sueño siquiera. Sin embargo, un miedo empezó a escalar por su cuerpo. Una sensación que pocas veces en su vida había sentido en serio.
—¿Mal?
Volteó para ver quién había hablado.
Fue Evie.
—¿Qué hacemos?
—Volvemos a Auradon, obvio. ¿Qué más? —dijo poco convincente, intentando sonreír a la fuerza—. Jay, dale las llaves a Ben. Nos vamos ya.
Jay obedeció a Mal y se las aventó a Ben. El príncipe las atrapó. Mal, entonces, se dirigió a la puerta de copiloto. Ya ahí, se dio cuenta que todo tenían la cabeza baja y seguían en la misma pose de desánimo.
—Mi amor, abre la limusina. ¿A poco no estás ansioso por llevarme a nuestro hogar?
—Mi hermosa, tenemos que ir.
—No. No tenemos.
—Ben tiene razón. Puede que no sea cierto, pero no podemos quedarnos con las dudas —dijo Carlos.
—Bien. Si así logró largarme de aquí, vamos—aceptó Mal por fin.
A paso rápido, se dirigió a jalar a Ben de la mano. Al notar el gesto, Evie, Doug, Carlos y Jay volvieron a sentarse para esperarlos.
Sin pensarlo, al arribar, Mal se metió a la Cueva del Espejo. Enfurruñada, se puso las manos en las caderas posterior a soltar la mano de Ben. Poco tiempo después lo hizo éste también entró.
—¿Estás molesta, amor?
Mal resopló por la nariz. Sí, por supuesto que lo estaba.
—No —mintió, mas el tono de su voz indicaba completamente lo contrario.
—Pequeña, no te molestes conmigo.
—No me molesto —Y cruzó los brazos, con las marcas de su ceño extremadamente fruncido.
Ben la tomó posesivamente de la cintura. Vaciló un poco, pero Mal acomodó las manos alrededor del cuello de Ben, completando el gesto romántico.
—Estoy enamorado de la princesa más traviesa del universo, pero no puedo vivir sabiendo que está enojada conmigo. ¿Podré convencer a mi novia de alguna forma para que cambie ese ceño?
—Guapo, no estoy molesta contigo —confesó honestamente—. Es solo que... odio haber tenido que volver aquí.
Ben la dejó impactar la cabeza en su pecho. Mal aceptó la ternura y la comprensión de Ben para con ella.
—También estoy asustado. Y sé que estás asustada.
—¿Yo asustada? —Sacó rápidamente la cabeza de su pecho. Se señaló, ofendida. Rió con los ojos amenazando por ahogarse entre lágrimas—. No lo estoy. Yo no... —Se arrodilló frente a sus emociones. Se resignó. Y lloró por primera vez frente a él, a todo pulmón. Regresó a poner de nuevo la cabeza donde estaba momentos atrás—. Sí lo estoy. Lo estoy, príncipe.
—Tranquila, estoy aquí.
Todavía con la cabeza recargada en el abdomen de su novio, Mal lo sintió respirar inconsistentemente. Estuvieron así un poco más, hasta que Mal respiró hondo, decidida a averiguar de una vez por todas si el anónimo tenía algo de verdad.
Ambos con las manos juntas rodearon la cama de piedra. Ben no quería mirar y se dio cuenta que Mal menos, porque lo único que hacía era mantener sus ojos en él y dedicarse a no despegarlos. Pero pronto Mal tuvo que obligarse a mirar cuando Ben lo hizo. En letras apenas visibles había una escritura que ponía:
Si Mal logra ser rescatada por un alma noble, por su verdadero amor, sufrirá el sueño eterno si sale de la Isla de los Perdidos, y esta vez ni siquiera un príncipe azul podrá evitarlo.
Ahogando un pequeño grito, Mal escondió la cara en el pecho de Ben. ¿Qué hizo para merecer tal embrujo? ¿Había sido despertada nada más para ilusionarse con un futuro que pintaba asombroso en Auradon y ahora tenía que quedarse? Más pena la daba que sus amigos habían ido por ella con la esperanza de llevarla. ¿Ahora qué iban a hacer? Mejor dicho, ¿ella qué iba a hacer?
Los villanos estaban afuera quién sabe dónde, maquinando quién sabe qué cosa contra Auradon. Ella no podía quedarse en la Isla de los Perdidos.
—Mal, no te preocupes, estaremos bien aquí.
Mal retrocedió.
Grandemente sorprendida, lo miró.
—¿Esta... remos?
—¿Qué pensaste, hermosa? ¿Que me iría de aquí sin ti? —le hizo ver. Ben tomó su mentón y le sonrió—. No. Un te amo no se le dice a una persona así nomás. Y yo te amo. No me importa si estamos en Auradon o detrás de la cúpula del Hada Madrina, mi vida eres tú. Y si tú estás aquí, yo lo estaré también.
—Ben, es que...
—Ya está decidido.
—No. Tú te vas con los chicos. No puedo hacerte renunciar a tu hogar. Allá están tus padres, tus demás amigos...
—Y son importantes. Solamente te faltó indicarme dónde está la mujer que amo.
Mal suspiró. Qué difícil era entablar una conversación con un hombre tan enamorado.
—Florián, ¿en serio lo has pensando bien?
—¿No quieres que me quede contigo?
—Sería en verdad feliz, pero...
—¡Ya está, entonces! —la cortó. Acarició los nudillos de Mal. Volvió a posar sus ojos en ella—. Mi misión es tu felicidad. Me quedo.
—¿Y los chicos? Amor, si tú te quedas, ellos quizá quieran seguir tu mal ejemplo —Y lo señaló.
Ben negó con la cabeza.
—No lo harán, ellos sí se irán, porque aunque te adoran muchísimo, los conozco. Jay ama los deportes de Auradon y ama su vida mujeriego, supongo —Puso los ojos en blanco un instante—. Carlos tiene una mente tan brillante que está consciente que no puede desperdiciarla aquí. Y Evie... Bueno, ¿yo qué te cuento?
—Sí, no hay pasión más grande para ella que diseñar —Y sonrió—. Y claro, Doug estará allá —pausó—. Ojalá se hayan reconciliado.
—Y si no lo han hecho, pronto lo harán. Los hubieras visto el día en que se comprometieron. Puedo asegurarte que se aman mucho.
Mal asintió.
Ben levantó la palma de la mano para juntarla con la de Mal. Entrelazaron sus dedos. Toparon sus coronillas.
—¿Mal?
—¿Sí?
—Te lo suplico, no me hagas volver al infierno del que tú misma me acabas de sacar. No lo soportaría.
—Nunca haría eso —dijo Mal casi susurrándole.
El gesto de Ben fue de completo agradecimiento.
Entre risas, Mal continuó:
—Solamente te advierto que nuestras citas aquí serán un poco más... traviesas.
—Con esta novia tan rebelde que tengo, poco lo dudo.
Se sonrieron.
Luego se dispusieron a salir de la Cueva del Espejo. Sin embargo, Mal se detuvo cuando por el rabillo del ojo vio una especie de luz verde. Los dos se volvieron. Caminaron hacia la luz. Casi llegando al fondo, vislumbraron una piedra blanca con franjas verdes, totalmente brillante.
—¿Qué es eso?
Algo curioso es que aquella piedra tenía una cortina de protección como la misma Cueva del Espejo, pero algo diferente le notaba Mal a la cúpula.
Fue apenas un segundo que estuvo frente a ella, cuando su novio rápidamente la alejó.
—Lo mejor es mantenernos alejados de este lugar —le dijo Ben.
Mal no podía estar más de acuerdo.
Iban casi llegando a donde los esperaban sus amigos, cuando a los lejos, Ben observó una melena castaña. La chica que lo guió con Mal en la mañana, se encontraba hablando con los VK's. Estupendo. Lo único que les faltaba era más público aparte de los chismosos de los balcones que no paraban de señalarlos.
Y tenían que apurarse, porque el cielo amenazaba por tornarse de negro pronto. No querían que los chicos regresaran tan noche a Auradon.
Haizea al verlos, se apresuró a irse.
Confundidos, Mal y Ben se acercaron con su grupo de amigos. Asimismo, ellos acortaron también la distancia con ellos. No tenían idea ni de cómo empezar. Y al parecer no tuvieron que hacerlo, ya que ellos se dieron cuenta enseguida por sus caras que no traían buenas noticias.
—Lo lamentamos. Mal y yo no iremos con ustedes.
—¿Por qué? Quedamos de irnos todos juntos como la familia que somos —observó Carlos.
—Mal, Ben. ¿qué vieron allá? —dijo Evie.
—No puedo salir —contestó Mal inesperadamente. Más pausadamente, siguió—: Si lo hago, me sumiré en un sueño sin salida. Ya ni un amor verdadero me rescataría.
—¿Y si no es verdad?
—¿Cómo saberlo? —replicó Mal, encogiéndose de hombros—. Al menos por ahora no nos iremos.
—Pero... —Jay quiso replicar que estaba de locos lo que harían, pero ¿qué otra alternativa tenían? —. ¡Bien! Si Ben quiere quedarse con su amor, ya que, ¿no? Se lo merecen. El estar juntos.
Evie, Carlos y Doug, en cambio, no tenían palabras.
—Supongo que no dejarán que nos quedemos con ustedes, ¿cierto? —Evie cabizbaja, los observó.
—No. Además...
—La huida de los villanos —completó E por Mal.
—Tenemos pendiente eso —reconoció Ben. Dio un paso adelante—. ¿Yen Sid sigue aquí?
—Sí. Aunque no lo pudimos ver porque el Palacio del Dragón estaba cerrado —aclaró Evie, haciendo una mueca.
—Tendremos que buscarlo después, entonces —comentó Mal a Ben. Él asintió—. Y chicos, creo que lo mejor será no decir nada del escape de los villanos por ahora. Primero Ben y yo debemos investigar qué sucede realmente con esto.
—¿Pero cómo sabremos lo que Yen Sid les dirá? —cuestionó Jay.
—Esperamos que pronto podamos hallar la manera de sacar a Mal de aquí. Pero mientras, tendremos que comunicarnos con ayuda de cartas transportadas por duendes. Seremos listos y escribiremos criptogramas —dijo Ben—. Buscaremos la forma de convencerlos para que las lleven.
A Carlos simplemente le parecía una idea fantástica. Los criptogramas eran sus preferidos.
Todo se quedó en un silencio incómodo.
—Como sea, odio las despedidas. ¿Podemos dejarlo en no se porten mal? —disparó Jay, lo que hizo que todos soltaran carcajadas.
—Olvídalo. Aunque no me gusten los abrazos, deseo uno de mis mejores amigos —determinó Mal, ensanchando su sonrisa.
Evie, Jay y Carlos se aventaron a abrazarla. Mal recibió la muestra de cariño, encantada. Les agradeció por ir por ella. No obstante, tenía la certeza de que algo le faltaba.
—No sean tontos, vengan al abrazo —animó Mal a su novio y a Doug. Ambos se sumaron al abrazo—. Recuerda que ya eres un VK, mi amor.
Ben le dio un beso en la cabecita.
Acabaron el abrazo.
Todos, excepto la pareja retrocedieron. Ya viéndolos ahí parados, Ben no lo pudo evitar y se acercó para agradecerles a su forma la incondicional amistad que le dieron.
—Carlos, recuerda que Chico no es un animal rabioso que se come a los niños que no se comportan bien —Éste no asintió, sino que se rió ante el viejo recuerdo de cuando recién había llegado a Auradon—. Acércate a Jane, no seas tímido.
—Para ti es tan fácil decirlo, Mal te mira como si fueras la fresa más deliciosa del mundo.
Algo avergonzada, la hija de Maléfica puso los ojos en otro lado al sentir la mirada intensa de Ben sobre ella.
Luego pasó a Jay. Éste nada más le dio los puños como desde que lo conoció lo había hecho.
—No seas agresivo en el campo de Tourney. No empujes a nadie... ni siquiera a Chad, aunque se lo merezca.
Tal cosa hizo reír al hijo de Jafar.
—¿Y dónde estará mi diversión?
Ben no pudo evitar carcajear.
—En ese caso, asegúrate de empujarlo con toda tu fuerza.
Una vez más, chocaron los puños. Por su parte, Jay y Carlos se adelantaron al subirse a la limusina.
—Gracias por abrirme los ojos, Evie. Nunca lo olvidaré —le agradeció.
—Tenía que hacerlo. Desde que Mal y tú se conocieron supe que son el uno para el otro. Cuídala, por favor, o yo misma me encargaré de venir a darte unos coscorrones para que entiendas, ¿okey?
—Okey —Sin más, la abrazó en junta con Mal. Los tres dejaron el abrazo—. No dejes ir el amor, Evie. Piénsalo.
Evie medio consintió hacia Ben y se dirigió a la limusina para subirse.
Para finalizar, estrechó la mano de Doug.
—No te des por vencido con ella. Te ama de verdad.
—Por supuesto —contestó Doug. Ben le dio palmadas en la espalda.
Y para no alargar más la despedida, le entregó las llaves de la limusina a Jay.
Carlos y Evie estaban en la parte trasera de la limusina real, mientras que Doug se acomodó en el asiento de copiloto. Jay obviamente manejaría. Posteriormente, Jay encendió la limusina. Mal y Ben se quedaron mirando cómo aumentaba la distancia entre ellos y el automóvil, hasta que en algún punto desapareció.
Pero las sorpresas no terminaron para ellos, porque Ben y Mal tan pronto vieron que los chicos habían abierto la cúpula para salir con el control y se dieron la vuelta, Haizea los esperaba cerca. Les hizo señas para que se reunieran con ella. Vacilaron entre hacerle caso o no, pero sinceramente no se había portado mal con ellos. Incluso había sido de mucha ayuda.
—Díganme una cosa, ¿es en serio lo del encantamiento?
—¿No estuviste espiando? —refunfuñó Mal.
—Les servirá de algo, porque ¿saben qué? Ya tienen dónde quedarse.
—¿Ah, sí?
—Se quedarán en mi casa —les dijo. Mal y Ben ni por la cabeza se habían puesto a pensar en eso. Era justificable, claro, pero los agarró totalmente de sorpresa—. Vendrán, ¿o no? —les preguntó cuando no los vio caminar detrás de ella.
Mal no creyó poder rechazar la oferta, pues honestamente estaba muy cansada, no solamente por el sueño largo que tomó, también por los acontecimientos tan emocionales de aquel día. En su mayoría todos dirigidos a su corazón. De todos modos, su cuerpo también se sentía cansado. Ben, por su parte, pareció pensar lo mismo, así que la siguieron.
La casa de Haizea no era lo que precisamente Ben imaginó. No decía que fuera sofisticada, pero bastante pasable sí era. Seguro a Hades le iba muy bien con sus múltiples negocios en la Isla de los Perdidos. Según sabía, tenía muchos.
—¿De verdad nos dejarás quedarnos? —indagó Mal, incrédula ante tanta amabilidad.
—Sé que es difícil confiar, pero mi ayuda es honesta. Y les he demostrado mi desinterés, ¿o no?
Mal simplemente se limitó a mostrar una sonrisa lánguida añadida a un levantón de ceja. La verdad era que aquella actitud tan altruista todavía no la convencía. Y no la convencería pronto.
Ben le susurró algo en el oído.
—Si nos traiciona como lo hizo contigo Mad Maddy y tiene en mente hacer algo como aventarte a los cocodrilos, siempre podremos hacer un poco de vandalismo para vengarnos. ¿Qué dices?
Inevitablemente abrió mucho ambos ojos al escuchar semejante propuesta.
—Me gusta este Ben travieso —Y le golpeó el pecho con coquetería. Él le guiñó el ojo y le devolvió el ademán coqueto.
—Bueno, ¿entrarán o los dos enamorados se quedarán toda la noche coqueteando?
Por detrás de ella se metieron Ben y Mal.
Diez segundos después la pareja ya estaba inspeccionando la casa. Las paredes estaban descoloridas y mugrosas. En el aire se podía respirar un terrible olor a moho. Había pocos muebles, pero hubo uno en especial que se le hizo familiar a Mal: el refrigerador que estuvo por años en el Castillo de las Gangas, en donde Maléfica raramente escondió el libro de hechizos que le entregó para un lo usara en Auradon y blablablá. Sin pensarlo tanto, dedujo sin necesidad de preguntar qué hacía ahí. Pero Haizea le explicó igualmente.
—Se vendió casi todo del Castillo de las Gangas. Como pensó que nunca volvería Maléfica, Jafar puso todo a la venta —dijo.
—¿Por qué no me sorprende? —murmuró Mal para sí misma.
Sin embargo, la hija de Hades arrugó la nariz como si hubiera recordado otro detalle que deseaba agregar.
—Pero creo que de tu habitación no vendió nada. Supongo que no quería que lo convirtieras en un reptil.
Pareció hallar aquello gracioso, así que rió solita unos segundos, cosa que estuvo por sacar a Mal de sus casillas. Eso de transformar a su madre en una lagartija no había sido a propósito. Y ciertamente no le agradaba la idea de que su madre estuviera así el resto de su vida.
—Supongo que no les importa dormir juntos, ¿cierto? —dijo, jalándola inesperadamente a la conversación.
Haizea sonrió burlescamente.
Y con eso Mal empezó a sentir escalofríos. Sabía, de algún modo, que Ben tampoco había sido inmune al trasfondo que implicaba aquel comentario, porque inmediatamente hizo ruidos de incomodidad, pues a pesar de mantener una relación de tres años, jamás llegaron a dormir juntos. Juntos. En una cama. De noche. Ni de cerca.
Se asustó. Y extrañamente no le tenía miedo a casi nada. Pero eso sí le daba pánico.
A Ben y a lo que pudieran hacer solos en una cama.
—Se quedarán en la habitación de mi padre. Y si no encuentran otro lugar dónde quedarse en esta mugrienta isla —Asqueada, miró a su alrededor como si no le tuviera ni una pizca de amor a su hogar— pueden quedarse más tiempo.
Dispuesta a subir las escaleras, al tocar el pasamanos, se le ocurrió dirigirles unas palabras más.
—Traten de no romper nada —Si quería que Mal terminara de estallar de vergüenza, así fue—. Ay, lo siento, no hay nada que puedan romper. En ese caso, no hagan mucho ruido. Quiero dormir.
Las mejillas de Mal se pusieron totalmente coloradas. Más insinuación no pudo colarse por esas palabras. Se apartó del antebrazo de Ben, furiosa, porque éste se puso a reír. ¿Ahora resultaba a que insinuar con total cinismo que tendrías relaciones sexuales con tu novio era cosa común?
—¿Qué? ¿Acaso le... le entendiste?
—Sí, claro —dijo, desenfadado. Pero al ver la expresión realmente molesta de su novia, se retractó—. No, ¿cómo crees?
Ben la haló hacia él para entrar a la habitación que Haizea les había indicado. Por poco en un eslabón al pisar inadecuadamente Mal se estaba por tropezar, cuando afortunadamente Ben la sostuvo por la cintura.
Entraron al cuarto.
La cama era de hierro con un colchón medio duro. Las sábanas eran negras. Rotas desastrosamente. Pero había unos pocos muebles más, como un tocador, varias mesas y un ropero. También había una sillón individual recargado en una esquina muy cerca de la cama.
—Tú dormirás en la cama y yo en el sillón, ¿de acuerdo? —En verdad le gustaba el chico. Siempre tratando de calmarla, porque la verdad sentía los nervios a flor de piel.
Pero ¿y si mejor intercambiaba con Ben? ¿Y si él se quedaba en la cama y ella en la sillón? Después de todo Mal estaba acostumbrada a la incomodidad. Pero Ben no. Él había pasado toda su vida durmiendo hundido en las camas más blandas y finas del reino. Con sábanas de seda y unas diez almohadas perfectamente acomodadas, tan suaves como la piel de un bebé. Tenía tanta certeza de eso como que era la hija de Maléfica. Ella muchas veces llegó a ir al Castillo de Bestia. Por ende, también a la alcoba de Ben.
—Ni lo pienses, princesa —le advirtió, colocando el dedo en sus labios.
Prontamente Ben le dio un beso en la boca. Posteriormente, se apartó y se fue en dirección al sillón.
Ya en la cama, Mal no hallaba la forma de dormir. No dejaba de sentirse mal viendo que Ben estaba durmiendo en esa silla. Se volteaba de un lado a otro y nada.
Se rindió y se sentó sobre sí misma en la cama. Estaba decidida a hacer cualquier cosa por no ver a Ben así. No era tampoco que la cama fuera extremadamente cómoda. De hecho, no lo era para nada. Sin embargo, mejor que ese sillón sí lo era. Además, no era como que fuera el sitio más romántico para hacer... Bueno, para eso.
—Ben.
—¿Sí, hermosa? —contestó entre bostezos.
Abrió los ojos y se enderezó con movimientos bruscos. Se fijó si ya era de mañana. No lo era. Confundido giró el cuello hacia la pelimorada.
—¿Qué pasa, amor? ¿No puedes dormir?
—No —dijo—. He tenido muchas, muchas pesadillas —mintió. Si le decía que era porque no quería verlo dormir así, quizá no le haría el menor caso y únicamente se limitaría a decir: no te preocupes, amor. Tú duerme como la princesa que eres—. ¿Vendrías a dormirte a mi lado?
—Sí —Sorprendido—. ¡Por supuesto! —aceptó.
Inmediatamente se levantó y se metió a la cama con Mal. La abrazó por la espalda a la cadera. Ella reposó la cabeza en el pecho de Ben, donde podía oír latiendo el corazón de su chico a una velocidad bastante interesante.
—Mientras no estuve, ¿por qué no intentaste siquiera buscar a una princesa de verdad?
—Porque yo no necesitaba a una princesa "de verdad"—Haciendo comillas con los dedos— como tú dices.
—¿Qué necesitas entonces?
—A la mujer que amo. Porque, princesa, sin ti mi vida se define como un vacío oscuro del que no encontraría nunca suelo firme.
—¿Aunque te haya hecho sufrir tanto?
—El sufrimiento es parte del amor.
—Olvídalo, Ben. Me refiero a que imagínate gobernar con alguien que sea princesa por título, que conozca Auradon como la palma de su mano. Y que, sobre todo, no sea la hija de una... villana.
—No me busques excusas para irme, ya no soy rey. Lo sabes. Aparte, ¿querías que viviera sin amor el resto de mi vida?
Se hizo el silencio otra vez. Ben tenía razón, sí que la quería. Y yo todavía dudando, pensó Mal.
—No debiste dejar tu reinado.
Ben suspiró. Su novia podía llegar a ser muy testaruda.
—¿Recuerdas cuándo te canté después del partido de Tourney cuando recién te conocí?
—Claro. ¡Cómo no hacerlo! —exclamó.
—Quizá estaba hechizado, pero decía la verdad cuando te mencioné que daría mi reino por un beso tuyo.
—Mmm... ¿por solamente uno? —preguntó coquetamente.
El Príncipe Ben sonrió.
—¡Ajá! ¿Tú crees que me conformaría con nada más un beso?
Después, bajó sus labios en dirección a los de Mal y se unieron en un profundo y totalmente apasionado beso. Tomó con posesión su cadera, mientras ella envolvía con sus piernas la de Ben. Con la otra mano libre que le quedaba, Ben acariciaba la espalda de su novia por encima de las prendas. Para entonces, ya estaba encima de Mal.
A la chica le pasó una electricidad que jamás en su vida había sentido con tanta intensidad. Sintió la sensación de deseo en su cuerpo. Bullían en ella fuertemente, y pensó por primera vez seriamente en que por fin sucedería aquel momento tan especial que tanto había soñado con su chico.
Forcejeaban en la cama. Ben en vez de besar las comisuras de la boca de Mal, se fue en otra dirección y rozó con los labio el espacio entre el mentón y el pecho.
Mal empezó a rasguñar la espalda de Ben cuando éste la hizo soltar un gemido. Volvieron a girarse. Ya estaba por arriba de Ben. Él al reaccionar racionalmente y no con la emoción del momento, al estar a punto de deshacerse de la cazadora morada de Mal, se separó de sus labios.
La muchacha se desconcertó.
—Lo mejor será dormir. Nos levantaremos temprano para ver lo de la huida de los villanos.
Se acurrucaron muy abrazados, con la adrenalina de lo que acababa de pasar aún reflejada en sus respiraciones. Mal asintió con ¿tristeza?
Sí, así fue.
—¿No te arrepientes de... de haber parado?
—Ahora lo hago, amor.
Mal cerró los ojos muy lentamente, con el calor de Ben aferrado a ella.
—Te amo, Mal.
Le recorrió el cabello a un lado para insertarle un beso en el cuello.
—También te amo, Ben —dijo muy por la bajo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro