
➵┆Cᴀᴘ. 04┆¡ғᴜᴇ ᴘᴏʀ ᴛᴜ ʙɪᴇɴ!
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K. Nahyun
—¿Mami, por qué papi te pegó en el rostro?
Un hombre que le levanta la mano a una mujer no es un hombre, y menos un "macho". Pero a pesar de la furia que quemaba dentro de mí, no quería arrebatarle a Jung la imagen que tenía de su padre. Porque, para él, Thomas era su modelo a seguir, su ejemplo, su héroe. Y destruir esa ilusión… no era lo que quería.
Mientras el auto avanzaba en silencio, mis pensamientos seguían enredados en el dilema que no podía expresar en voz alta. Desde el asiento delantero, Michael me observaba por el retrovisor con angustia evidente. No sabía el motivo. No tenía idea de qué estaba pasando por su mente. Pero tampoco iba a preguntar.
¿Quién soy yo para meterme en donde no me llaman?
Exactamente, nadie.
—¿Señora, iremos a la mansión Tuan?
La pregunta de Michael interrumpió mis pensamientos, obligándome a enfrentar la decisión que rondaba en mi mente una y otra vez.
¿Por qué debía ir allá?
No quería verle la cara cuando llegara. No quería escuchar sus disculpas vacías ni darle la oportunidad de justificarse.
Quería que sufriera.
Solté un suspiro, intentando contener la rabia que todavía ardía dentro de mí.
—No, iremos a casa de mis padres.
Mi tono fue firme, decidido, sin espacio para dudas. Le indiqué la dirección y él simplemente asintió, aceptando mis órdenes sin cuestionarlas.
—Gracias, Michael.
Él no respondió, solo se concentró en el camino, como si entendiera que no era el momento de hablar. Mientras el auto avanzaba, miré por la ventana, dejando que el silencio pesara sobre mí.
Senté a mi pequeño en mis piernas, rodeándolo con mis brazos, como si con ese simple gesto pudiera protegerlo de todo el mundo. Lo sentí acomodarse contra mi pecho, su calor reconfortándome más de lo que podía admitir en voz alta.
Jung era mi razón para seguir adelante.
Era mi fortaleza, mi impulso, la prueba viviente de que, sin importar cuántas tormentas se avecinaran, siempre encontraría una razón para luchar. Como madre, lo único que deseaba era verlo crecer, verlo convertirse en el mejor ser humano posible, en alguien que dejara una huella en este mundo.
Pero hoy, más que nunca, sentía que necesitaba refugio.
Después de cinco años, finalmente regresaba a casa de mis padres. No había cruzado esas puertas en tanto tiempo que apenas podía recordar cómo se sentía pertenecer a ese lugar.
¿Por qué nunca los visitaba, si estaban tan cerca?
La respuesta no era fácil.
Porque en algún momento, mi familia dejó de ser mi hogar y se convirtió en un convenio, en una estructura vacía donde el afecto parecía ser una recompensa, algo que debía ganarse en lugar de simplemente existir. Me habían decepcionado, me habían hecho sentir utilizada… Y en medio de todo eso, conocí a Thomas.
Un matrimonio impuesto, un vínculo forzado.
Las primeras semanas fueron difíciles, llenas de miradas inciertas y silencios incómodos. Pero con el tiempo, vi algo en él: su bondad, su respeto hacia mí, esas pequeñas virtudes que me hicieron ignorar los defectos más evidentes.
Y contra todo pronóstico, me enamoré perdidamente.
Fue un amor que, por un momento, pareció genuino.
Gracias a ese amor nació Jung, la personita que crecía dentro de mí, dándole sentido a todo lo que había vivido hasta ese momento.
Fueron los mejores nueve meses de mi vida.
Mi embarazo fue tranquilo, sin complicaciones. Jung no me hizo difícil el proceso; casi parecía entender que su llegada debía ser suave, sin sobresaltos. Apenas tuve náuseas, aunque mi antojo insaciable de helado de chocolate con menta a cualquier hora del día fue algo que Thomas jamás dejó de recordarme.
Y las ensaladas… bueno, esas nunca las soporté.
Ahora, mientras lo abrazaba contra mí, no podía evitar pensar que todo lo que había vivido me había traído a este preciso instante.
A este regreso inesperado.
A este encuentro con un pasado que nunca supe cómo enfrentar.
—Llegamos, Señora Tuan.
La voz de Michael me sacó de mis pensamientos, arrastrándome de vuelta a la realidad. Abrí los ojos lentamente, parpadeando un par de veces antes de bajar la mirada. Jung seguía en mis brazos, su respiración tranquila, su pequeño cuerpo relajado contra el mío.
Se había quedado dormido.
Por un instante, lo observé en silencio, sintiendo una ternura mezclada con una tristeza que no podía expresar en palabras. Con cuidado, ajusté mis brazos alrededor de él, asegurándome de que no despertara al moverme.
Inspiré profundo.
Era momento de enfrentar lo que venía.
Le sonreí a Michael con una cortesía automática antes de abrir la puerta del auto. Acomodé a Jung en mis brazos con cuidado, sintiendo el peso de su pequeño cuerpo contra el mío, su respiración tranquila, ajena a la tormenta que rugía en mi interior.
Bajé con calma, aunque por dentro mi mente era un caos, buscando las palabras correctas, las frases adecuadas para justificar mi presencia en esta casa después de tantos años. Porque lo que realmente quería decir era: “Aquí estoy de nuevo en casa, porque el esposo que me escogieron me abofeteó frente a TODOS en la reunión de Taehyung, su otro hijo, mi hermano. Iré a mi habitación con mi hijo. Gracias por su atención.”
Las ganas no me faltaban. Pero no podía. No debía. Aunque… tampoco era una mala idea.
La verdad es que no tenía intención de establecer una relación con ellos. No buscaba consuelo ni respuestas. Solo necesitaba un refugio, un espacio lejos de Thomas y todo lo que él representaba en este momento.
Solté un suspiro profundo antes de levantar la mano y tocar el cristal de la ventana del copiloto. Michael lo bajó sin decir nada, esperando instrucciones.
—Quiero que vuelvas a casa y no le digas a mi esposo dónde estoy. ¿Entendido? —mi voz fue firme, sin espacio para dudas ni negociaciones.
Michael me miró por un instante, la vacilación reflejándose en su expresión. Pero al final, asintió en silencio, porque sabía que desobedecerme no era una opción. Sin esperar más, me alejé del auto, ajustando a Jung en mis brazos mientras avanzaba hacia la entrada.
Dos siluetas permanecían de pie en la puerta de la gran casa, la que alguna vez llamé hogar. No necesitaba mirar dos veces para saber quiénes eran. El cansancio pesaba sobre mis hombros, y la urgencia de descansar aumentaba con cada paso. Quería dormir. Jung también… aunque él ya había cedido al sueño, ajeno a la tormenta que aún rugía dentro de mí.
Solté un suspiro, reajustándolo en mis brazos.
¡Y cómo pesaba!
Pero en este momento, no me importaba.
Lo único que necesitaba era cruzar esa puerta y dejar atrás, al menos por unas horas, el caos que me perseguía.
—¿Hija, eres tú? —el brillo en los ojos de mi madre era inconfundible, iluminado por una emoción que no esperaba ver.
Pero yo no respondí.
No hacía falta.
Ella ya sabía que era yo.
Sin pensarlo, corrió hacia mí y me envolvió en un abrazo desesperado, como si intentara recuperar cinco años en un solo gesto.
—¡Nam, nuestra hija volvió! —gritó con alegría.
Su voz resonó en el aire, pero no en mí.
Yo sólo me quedaré una noche.
No entendía por qué se alegraban tanto.
—Hola, mamá —dije, con expresión neutra. No estaba contenta de verlos, pero tampoco enojada.
Ella pareció ignorar mi frialdad, aferrándose a la esperanza que había construido en su mente.
—Hija, me alegra que estés de vuelta en casa. Aún es tu casa…
La interrumpí sin titubeos.
—Esta ya no es mi casa —mis palabras fueron tajantes, cortando cualquier ilusión de reconciliación—. Solo crecí aquí y borré los momentos felices que viví en ella —hice una pausa, dejando que cada palabra hiciera su efecto antes de soltar la última verdad que quedaba por decir—, mi casa queda a una hora de aquí.
El brillo en sus ojos comenzó a desvanecerse.
Su voz bajó, teñida de culpa.
—Lo siento tanto, hija…
Pero ya era tarde para disculpas.
Se separó de mí y caminamos hasta donde estaba mi padre. Apenas crucé miradas con él, su expresión fue tan neutral como siempre.
—Olvídalo, ya han pasado cinco años —solté, con una sonrisa fría—. Creo que ya pasó el tiempo para sentirlo, mamá.
Ella bajó la cabeza.
Mi padre, en cambio, negó con la suya.
—Fue por tu bien, princesa —se justificó, sin una pizca de duda en su voz.
Me reí, la ironía consumiéndome por completo.
—¿Mi bien? —mi sonrisa se torció, bañada en burla—. Claro, como no.
Su mirada seguía firme, imperturbable. Así siempre fue Kim Namjoon.
—Te escogí un esposo que pudiera darte los lujos que merecías.
El comentario cayó de la nada, como un golpe silencioso en medio de nuestra batalla de miradas.
Le sostuve la mirada unos segundos antes de hablar.
—Claro —murmuré, con una calma venenosa—. Tan bien lo escogiste que ahora está en bancarrota.
Levanté una ceja con desprecio.
—Gracias por nada, papá.
Pasé de sus caras sin darle oportunidad de responder, ingresando a la casa sin mirar atrás.
La puerta ya estaba abierta.
—Nahyun, por favor, escúchame…
La voz de mi madre sonaba desesperada, rota, posiblemente teñida con lágrimas que no podía ver por la oscuridad.
No me detuve.
Ni siquiera giré a verla.
—No sé si lo notaste, pero mi hijo está dormido. Hablaremos después.
Con ese cierre definitivo, atravesé la sala sin darle más espacio a la discusión, pero los recuerdos empezaron a atacarme sin piedad.
La cocina.
Los momentos vividos.
Las memorias enterradas.
Y, entre ellas, un nombre que nunca dejó de perseguirme.
Jung Kook.
Subí las escaleras con pasos pausados, sintiendo cómo la carga del día se asentaba en mis hombros. Al llegar al final, solté un suspiro, permitiéndome un instante de respiro antes de avanzar hacia la puerta que daba a mi antigua habitación. Mis dedos rozaron la perilla, y sin poder evitarlo, cerré los ojos.
¿Seguiría igual? ¿O los años la habrían transformado en algo irreconocible? No lo sabía. Solo había una manera de descubrirlo.
Giré la perilla y, al cruzar el umbral, encendí la luz. El brillo iluminó cada rincón, revelando una imagen que me dejó inmóvil por un instante. Estaba impecable. Exactamente como la había dejado. La nostalgia me envolvió por un breve segundo, pero no me permití quedarme atrapada en ella. Avancé hasta la cama, ajustando a Jung en mis brazos antes de recostarlo en el centro. Con cuidado, coloqué las almohadas alrededor de él, asegurándome de que no se moviera demasiado.
No quería que se cayera.
Le di un beso en la frente, un gesto automático, una costumbre que nunca cambiaría. Observé su rostro sereno por un instante, sintiendo un alivio que no podía expresar con palabras. Sin hacer ruido, salí de la habitación, tan rápido como había ingresado.
Era momento de enfrentar la noche.
—Nahyun... —Mi padre alargó mi nombre con un tono solemne—. Debemos hablar. Somos una familia y hay que permanecer unidos.
Rodé los ojos con frustración.
—¿Familia? —reí, sin una pizca de alegría—. Ustedes me perdieron hace tiempo, papá.
Mi mirada se endureció, la decepción reflejándose en cada palabra que pronunciaba.
—Lo peor es que intenté perdonarte, pero ¿para qué?
Alcé los hombros, sintiendo el peso del pasado sobre mí. Quería salir de su vista, que él desapareciera de la mía. Pero antes de que pudiera dar un paso, me tomó del brazo.
Ahora todos acostumbraban a hacerlo.
—Debo decirte algo, pero bajemos. No quiero que mi nieto escuche, hija.
Rodé los ojos de nuevo y me solté de su agarre con un movimiento brusco.
—Por favor, debes escucharme.
Lo miré con indiferencia antes de asentir.
Sin decir nada más, lo seguí hasta la primera planta.
Hazte la dura, pensé. Pero entonces, recordé esas palabras que alguna vez me dijeron: “Perdona, eso alivia y libera el alma”.
Hoy, mi cerebro no me hacía un gran favor.
Al llegar a la sala, vi a mamá en la cocina, preparando café. Eso me alegró. Necesitaba una buena taza. Papá caminó hasta los grandes sofás y lo seguí, tomando asiento en el que estaba más lejos de él. Mamá apareció con una charola de tazas, ofreciéndome una.
—Toma, hija.
La recibí con un leve asentimiento y acomodé mi postura nuevamente. Cuando di el primer sorbo, la calidez del café me relajó por un instante. Pero la paz no duró.
—Lo siento, hija —dijo papá, con un tono cargado de culpa—. No sabía qué hacer cuando me enteré de que te estabas acostando con Jung Kook y que ya no eras mi pequeña.
Su disculpa parecía sincera, provenía del corazón… pero, ¿a qué venía esto ahora?
Lo miré con incredulidad.
—No entiendo, papá. ¿Qué me quieres decir con eso?
Bebí otro sorbo de café, disfrutando el dulzor azucarado que siempre me gustó.
Papá titubeó.
—Pues… yo… realmente no sé cómo decirlo…
Su miedo era evidente.
Si antes no quería verlo, imagínate ahora, cuando su confesión podía ser peor de lo que imaginaba.
El silencio se instaló en la habitación.
Lo enterré en mi paciencia.
—Estoy esperando una respuesta.
Papá soltó un suspiro antes de soltar la bomba.
—Sun Hee no salió embarazada de Jung Kook por accidente —fue mamá quien habló, su mirada llena de terror.
Atónita, la miré.
—Explícate, mamá. No puedo creer lo que me estás diciendo…
Ella vaciló por un instante antes de confesarlo.
—Le pagué una fortuna a Sun Hee para que lograra que Jung Kook se acostara con ella… y le pagaría aún más si quedaba embarazada.
Las palabras cayeron como un peso imposible de sostener. Me levanté de golpe, negando con la cabeza.
Eso no podía ser cierto.
No quería que fuera cierto.
—Hija… —mamá me suplicaba con la mirada, con su voz casi inaudible.
Pero yo no podía escucharla.
No podía procesar nada.
Mi mirada se clavó en papá.
—¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté, la confusión mezclándose con la ira— ¿A qué costo?
Papá sostuvo mi mirada con firmeza.
—Te perdimos, Nahyun.
Rodé los ojos.
Lo sabía.
¡LO SABÍA!
No podía ser una simple casualidad.
No.
Todo había estado manipulado.
—No quería que algo malo te pasara en manos de Jung Kook —agregó papá, como si tuviera razón.
Lo fulminé con la mirada, mi ceño fruncido en una mezcla de incredulidad y rabia.
—¡ERAN AMIGOS! —grité, incapaz de contenerme.
—¡FUE POR TU BIEN! —papá elevó su voz a la misma intensidad que la mía—. Eres una malagradecida.
Me reí en su cara. El cinismo era increíble. Lo miré con absoluto desprecio.
—Pueden olvidarse de mí… y sobre todo de Jung —sonreí con frialdad, dejando la taza sobre la mesa con elegancia—. Mi hijo jamás sabrá quiénes son ustedes —mi mirada se endureció aún más—. Para él, ustedes están muertos.
El silencio cayó como una sentencia inapelable.
—Buenas noches.
Me giré sin esperar respuesta.
No merecían más palabras.
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Se avecinan los problemas😔
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Actualización o maratón💕
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03/05/2025
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