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El Nuevo Campista Potencial

    (Lyra Black)

    SE SUPONÍA QUE NADIE DEBÍA DE ENTERARSE pero toda mi cabaña sabía que yo había sido raptada por el sexy...

Digo

El abominable recuerdo de Lord Voldemort.

El tipo era todo una guapura de joven. Pero ahora sólo era una serpiente mutante obsesionado con la pureza de la sangre.

La cabaña diez aquel día era un auténtico desastre. Gucci, Chanel, Vogue entre otras volaban por todos lados junto a tacones y cosas de maquillaje. Yo estaba en mi litera, oyendo música y leyendo BATILDA BAGSHOT: UNA HISTORIA DE LA MAGIA cuándo algo me dió en la cara.

Un tacón de al menos cinco centímetros de largo me había golpeado. Lo tomé enojada y lo lancé a la multitud.

Llevaba varios días en el campamento.

Bajé de mi cama dejando el libro ahí y me dirigí a la enfermería, para ver si podía ayudar en algo.

Mi viejo amigo Grover estaba mirando (cofcofacosadorconpezuñascofcof) a una chico pelinegro. Tenía puesto la camisa naranja neón del campamento con el logo de un pedazo y las letras «CAMPAMENTO MESTIZO»

Yo estaba prácticamente casi igual. Traía unos vaqueros rotos, sólo tenía algo diferente. Yo había quitado las mangas de la camisa dejándola en camiseta. No me quedaba larga pues la había cortado un centímetro por encima del ombligo. Yo estaba acostumbrada a climas fríos y en Estados Unidos, en verano, hacía todo menos frío.

El chico pareció despertar.

(Percy Jackson)

—Cuidado —dijo una voz familiar.

Grover estaba recostado contra la barandilla del porche, con aspecto de no
haber dormido en una semana. Debajo del brazo llevaba una caja de zapatos.
Vestía vaqueros, zapatillas altas Converse y una camiseta naranja con la leyenda «CAMPAMENTO mestizo». El Grover de siempre, no el chico cabra.
Así que quizá había tenido una pesadilla. Igual mi madre estaba sana y salva.

Tal vez seguíamos de vacaciones y habíamos parado en esa gran casa por algún
motivo. Y…

—Me has salvado la vida —dijo Grover—. Y yo… bueno, lo mínimo que podía hacer era… volver a la colina y recoger esto. Pensé que querrías conservarlo.
Dejó la caja de zapatos en mi regazo con gran reverencia.

Contenía un cuerno de toro blanquinegro, astillado por la base, donde se había partido. La punta estaba manchada de sangre reseca. No había sido una pesadilla.

—El Minotauro… —dije, recordando.

—No pronuncies su nombre, idiota…—Escuché.

No había reparado en que el lado de Grover estaba una chica rubia y de ojos azules. Era el estereotipo de chica estadounidense sólo qué su asento no me era familiar. Me miraba cómo si yo fuera un gusano sin importancia.

—Así es como lo llaman en los mitos griegos, ¿verdad? El Minotauro. Mitad hombre, mitad toro.

Grover se removió incómodo.

—Has estado inconsciente dos días. ¿Qué recuerdas?

—Dime qué sabes de mi madre. ¿De verdad ella ha…?

Bajó la cabeza.

Yo volví a contemplar el prado. Había arboledas, un arroyo serpenteante y
hectáreas de campos de fresas que se extendían bajo el cielo azul. El valle estaba
rodeado de colinas ondulantes, la más alta de las cuales, justo enfrente de
nosotros, era la que tenía el enorme pino en la cumbre. Incluso aquello era bonito a la luz del día.

Pero mi madre se había ido y el mundo entero tendría que ser negro y frío.

Nada debería resultarme bonito.

—Lo siento —sollozó Grover—. Soy un fracaso. Soy… soy el peor sátiro del mundo.

Gimió y pateó tan fuerte el suelo que se le salió el pie, bueno, la zapatilla Converse: el interior estaba relleno de polispán, salvo el hueco para la pezuña. La chica apartó ma mirada y suspiró, algo me decía que no estaba de acuerdo con Grover y estaba conteniendose para no golpearlo.

—¡Oh, Estige! —rezongó.

Un trueno retumbó en el cielo despejado.

Mientras pugnaba por meter su pezuña en el pie falso pensé: «Bueno, esto lo
aclara todo.» Grover era un sátiro. Si le afeitaba el pelo rizado, seguramente
encontraría cuernecitos en su cabeza. Pero estaba demasiado triste para que me importara la existencia de sátiros, o incluso de minotauros. Todo aquello sólo significaba que mi madre había sido realmente reducida a la nada, que se había disuelto en aquel resplandor dorado.
Estaba solo. Me había quedado completamente huérfano. Tendría que vivir
con… ¿Gabe el Apestoso? No, eso nunca. Antes viviría en las calles, o fingiría
tener diecisiete años para alistarme en el ejército.

Haría algo, cualquier cosa.
Grover seguía sollozando. El pobre chico —o pobre cabra, sátiro, lo que fuera— parecía estar esperando un castigo.

—No ha sido culpa tuya —le dije.

—Sí, sí que lo ha sido. Se suponía que yo tenía que protegerte.

—¿Te pidió mi madre que me protegieras?

—No, pero es mi trabajo. Soy un guardián. Al menos… lo era.

—Pero ¿por qué…? —De repente me sentí mareado, la vista se me nubló.

—No te esfuerces más de la cuenta. Toma.

Me ayudó a sostener el vaso y me puso la pajita en la boca.

Su sabor me sorprendió, porque esperaba zumo de manzana. No lo era. Sabía
a galletas con trocitos de chocolate, galletas líquidas. Y no cualquier galleta, sino
las que mi madre preparaba en casa, con sabor a mantequilla y calientes, con los trocitos de chocolate derritiéndose. Al bebérmelo, sentí un calor intenso y una
recarga de energía en todo el cuerpo. No desapareció la pena, pero me sentí como si mi madre acabara de acariciarme la mejilla y darme una galleta como hacía cuando era pequeño, como si acabara de decirme que todo iba a salir bien.
Antes de darme cuenta había vaciado el vaso. Lo miré fijamente, convencido
de que había tomado una bebida caliente, pero los cubitos de hielo ni siquiera se habían derretido.

—¿Estaba bueno? —preguntó Grover.

Asentí.

—¿A qué sabía? —Sonó tan compungido que me sentí culpable.

—Perdona —le contesté—. Debí dejar que lo probaras.

La rubia me miró alarmado y abrió los labios en una fina línea.

—¡No! No quería decir eso. Sólo… sólo era curiosidad.

—Galletas de chocolate. Las de mamá. Hechas en casa.
Suspiró.

—¿Y cómo te sientes?

—Podría arrojar a Nancy Bobofit a cien metros de distancia.

—Eso está muy bien —dijo—. Pero no debes arriesgarte a beber más.

—¿Qué quieres decir?

Me retiró el vaso con cuidado, como si fuera dinamita, y lo dejó de nuevo en la mesa.

—Vamos. Quirón y el señor D están esperándote.

La galería del porche rodeaba toda aquella casa, llamada Casa Grande.

Al recorrer una distancia tan larga, las piernas me flaquearon. Grover se
ofreció a transportar la caja con el cuerno del Minotauro, pero yo me empeñé en
llevarla. Aquel recuerdo me había salido caro. No iba a desprenderme de él tan
fácilmente.

Cuando giramos en la esquina de la casa, inspiré hondo.

Debíamos de estar en la orilla norte de Long Island, porque a ese lado de la
casa el valle se fundía con el agua, que destellaba a lo largo de la costa. Lo que
vi me sorprendió sobremanera. El paisaje estaba moteado de edificios que parecían arquitectura griega antigua —un pabellón al aire libre, un anfiteatro, un ruedo de arena—, pero con aspecto de recién construidos, con las columnas de mármol blanco relucientes al sol. En una pista de arena cercana había una docena de chicos y sátiros jugando al voleibol. Más allá, unas canoas se
deslizaban por un lago cercano. Había niños vestidos con camisetas naranja como la de Grover, persiguiéndose unos a otros alrededor de un grupo de
cabañas entre los árboles. Algunos disparaban con arco a unas dianas.

—¡Hey, Lyra!—Escuché gritar a alguien.

La rubia miró a uno de los que disparaba.

—Nos vemos luego Grov, chico nuevo

Y se alejó a paso rápido, sonriente y con su pelo rubio suelto cayendo en rizos sobre su espalda. Me quedé hipnotizado.

—Hey amigo—Me sacó Grover de mi trance—Hija de Afrodita, tienen una extraña tradición de partir corazones y Lyra...no es muy agradable con los nuevos

Algo me decía que Grover no mentía. Si me ponían q aquella diosa de la belleza que nos enseñó el señor Brunner yo podría jurar que ella era incluso más bella. Su voz me dejaba hipnotizado.

—¡Percy Jackson!

Ustedes que dicen, ¿Percy x Lyra? Michos shipps van a surgir, otros van a morir. Sólo advierto.

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