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Capítulo 14

El amanecer del domingo llegó con una frialdad que Embry nunca había sentido antes, y no tenía nada que ver con el clima. Cuando abrió los ojos, supo que Lynxin ya no estaba a su lado. Había partido. Se había ido, como siempre había querido, hacia el bosque, hacia su verdadera vida, dejando a Embry solo en su indecisión, estancado entre dos mundos que nunca parecían poder reconciliarse dentro de él.

El vacío que dejó en su pecho era aplastante, tanto que casi no podía respirar. Sabía que Lynxin se había marchado con Nylion y, para su sorpresa, Leah también había decidido dejarlo todo atrás. La noticia recorrió la tribu rápidamente, y en pocos minutos, todos hablaban de la partida de Leah con el hermano de Lynxin. Era un golpe inesperado, no solo para la manada, sino también para Embry. Mientras todos avanzaban, encontraban su camino y tomaban decisiones, él seguía atrapado en el mismo lugar, paralizado por sus miedos e inseguridades.

Embry no podía dejar de pensar en lo que esto significaba. Leah, siempre fuerte, siempre determinada, había dejado todo para estar con su impronta. ¿Por qué no podía hacer lo mismo? ¿Por qué no podía soltarse de las cadenas de su vida humana y seguir a Lynxin hacia el bosque? Se sentía atrapado, como si una fuerza invisible lo mantuviera anclado a la reserva, a su madre, a su trabajo en el taller y a las responsabilidades con la manada. Pero sabía, en el fondo, que esa fuerza era solo él mismo.

Los días anteriores habían sido una acumulación de pequeñas decisiones no tomadas, de momentos que había dejado pasar, de oportunidades de hablar con Lynxin que había ignorado. Cada vez que la veía, cada vez que escuchaba sus pensamientos, sabía que ella lo necesitaba, que quería más. Y él, simplemente, no podía dar ese paso.

Esa mañana, Embry estaba sentado solo en su pequeña cabaña, mirando al suelo mientras su mente se llenaba de pensamientos confusos y oscuros. La sensación de haber fallado lo carcomía por dentro. Lo más doloroso de todo era que Lynxin no había dicho nada cuando partió. No había lágrimas, no había reproches. Solo se fue, como si supiera que él nunca sería capaz de tomar la decisión. Y eso le dolía más que cualquier despedida.

[...]

Horas después, mientras aún estaba sumido en sus pensamientos, escuchó pasos pesados acercándose, él estando sentado en la escalera de su casa. Era Sam Uley. El ex alfa había estado observando a Embry desde que Lynxin y los demás se fueron, esperando el momento adecuado para acercarse. Sabía lo que estaba pasando por la mente del joven lobo, porque él mismo había estado en esa misma posición una vez.

Sam se sentó junto a Embry sin decir nada al principio, dejando que el silencio hablara por ellos. Después de un rato, finalmente rompió el hielo.

—Sé lo que estás sintiendo, Embry —dijo Sam, con voz grave pero suave—. Y sé que ahora mismo todo parece un caos, como si no pudieras ver una salida. Pero no estás solo en esto. Paul pasó por lo mismo.

Embry levantó la cabeza, sorprendido. Sabía que Paul había tenido sus propios problemas personales y emocionales.

—Paul también se quedó aquí, indeciso, atrapado entre dos mundos —continuó Sam—. No sabía cómo avanzar, cómo dejar todo atrás. Pero lo que finalmente entendió es que no se trata de olvidar lo que eres o de abandonar tu vida. Se trata de aceptar quién eres y quién necesitas ser para tu impronta. No te vas para escapar, Embry. Te vas para mejorar, para ser el lobo que Lynxin necesita a su lado.

Embry lo escuchaba en silencio, cada palabra resonando profundamente en su mente.

—Siempre serás bienvenido aquí, siempre podrás regresar —añadió Sam—. Nadie te está pidiendo que lo dejes todo para siempre. Tu madre, tu familia, tus amigos, estarán aquí cuando los necesites. Pero ahora, tu lugar está con Lynxin. Ella es tu vida, Embry. Y no puedes dejar que tus miedos humanos te detengan de ser el lobo que ella merece.

Embry sintió un nudo formarse en su garganta. Sabía que Sam tenía razón. Había estado aferrado a su vida humana por miedo a lo desconocido, por temor a perder el control. Pero lo que realmente estaba haciendo era herir a Lynxin, y a sí mismo, al no aceptar lo que su corazón y su instinto le decían.

Soltar.

Esa palabra resonó en su mente. Recordó la última vez que había hablado con Paul sobre esto, y cómo no había podido entender lo que significaba. Pero ahora, con Sam a su lado, las cosas empezaban a tener sentido. No se trataba de renunciar a su vida, sino de ceder, de aceptar que su destino estaba ligado al de Lynxin. No era una pérdida, era una transformación.

Embry no podía dejar de pensar en lo que había sucedido esa madrugada de domingo cuando Lynxin partió. El peso de su indecisión lo abrumaba. Mientras se despedía de ella, no podía ignorar la creciente presión dentro de él, la batalla entre su mente racional y su instinto primal. Aún no había sido capaz de tomar la decisión que Lynxin tanto necesitaba de él: dejar atrás su vida humana y seguirla al bosque.

Lo que lo sorprendió, sin embargo, fue saber que Leah pudo marcharse con Nylion, el hermano de Lynxin, sin pensarlo dos veces. Ella había tomado su decisión sin titubeos, dejando atrás su vida en la reserva y uniéndose a su compañero en su destino salvaje. Embry, en cambio, se sentía atado, atrapado en un ciclo de dudas y responsabilidades. El único que aún no había avanzado era él.

Esa misma tarde, Sam Uley, el ex-Alfa, se acercó a Embry. Sabía que algo lo atormentaba.

—¿Sabes? Paul tampoco había sabido cómo avanzar cuando se imprimó de Amore, tuvo que sufrir un accidente doloroso para entenderlo. Al principio, Paul había estado perdido, luchando con la idea de dejar su vida atras. —explicó Sam— Paul no había abandonado su vida humana para escapar de lo que era, sino para crecer, para convertirse en un lobo más fuerte y capaz, aceptando su destino junto a Amore.

Embry escuchaba atentamente, sintiendo el peso de las palabras de Sam hundiéndose en su pecho. Sam le dejó claro algo crucial: irse no significaba olvidar lo que era. Siempre sería un lobo Quileute, y la manada, su comunidad, siempre lo recibiría si alguna vez decidía regresar. El paso que tenía frente a él no era una traición a su vida humana, sino una oportunidad de abrazar completamente quién era, sin reservas.

Esa conversación con Sam le hizo comprender algo que hasta entonces había ignorado. Recordó una conversación pasada con Paul, cuando no entendía por qué había decidido "soltar". Ahora lo comprendía: Paul había aprendido a ceder, a dejar que su naturaleza primal lo guiara porque era la única manera de vivir completamente junto a Amore. Y ahora, Embry debía hacer lo mismo por Lynxin. Ella era una loba salvaje, una criatura que pertenecía a la libertad del bosque, y él también lo era en el fondo, aunque no lo hubiera aceptado.

Embry se dio cuenta de que nadie le estaba pidiendo que dejara todo atrás para siempre. Su madre seguiría allí, su manada lo esperaría con los brazos abiertos. Podría visitarlos, mantenerse en contacto, pero debía aceptar que su verdadero hogar, ahora, era con Lynxin.

Con esa claridad en mente, Embry supo lo que tenía que hacer. Se sentía más ligero, pero también sabía que el tiempo corría. No podía dejar que Lynxin se alejara demasiado. Tenía que alcanzarla, sanar el daño causado por su indecisión y mostrarle que estaba listo para aceptar su destino junto a ella.

Decidido, Embry fue primero a despedirse de su madre. Aunque el dolor de dejarla atrás lo golpeó, sabía que ella entendería. Después fue al taller, donde les explicó a los chicos lo que debía hacer. En menos de una hora, Embry había hablado con su madre, se despidió de sus responsabilidades en el taller y de los lobos más jóvenes de la manada. Ya no había vuelta atrás.

Finalmente, corrió al bosque, siguiendo el aroma de Lynxin. Con cada paso que daba, se sentía más cerca de su verdadera naturaleza. Había aprendido a "soltar", como Paul, y ahora estaba listo para vivir junto a su loba salvaje.

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