Juicios
—¿Cómo perdonar una traición como esa? —preguntó aquel hombre musculoso y moreno que representaba a la acusación—. Jamás un humano que haya entrado en nuestro territorio debe salir con vida. Esa es la regla más importante de nuestra sociedad.
—Olvidas que ellos no estaban aún en nuestro territorio, Ulash —se defendió Euadne de las acusaciones—. Tu acto no era fruto del deber de un lykaios, si no de la sed de venganza de un ser sin moral.
El Anciano, sentado en su trono de madera, calló entonces a ambos y se puso en pie, reclamando la atención de toda la sala. Él, como el miembro más anciano de toda la comunidad, era el encargado de juzgar en aquella ocasión.
—Euadne —dijo mirando a la muchacha acusada—, ¿acaso no comprendes de qué se te acusa?
—Por supuesto que lo entiendo, Anciano. Grande es la falta de aquel que traiciona a los suyos, pero más grande es la falta de aquel que miente para salvarse a sí mismo.
—¿Entonces afirmas no habernos traicionado?
—Lo afirmo.
—En ese caso, dada la falta de pruebas de Ulash y la confianza que tu pueblo tiene en ti, quedas declarada inocente. Esta reunión queda finalizada.
Y así fueron saliendo de la sala todos los asistentes, hasta que sólo quedaron en ella Euadne y el Anciano, que había hablado en su favor. Euadne asintió a modo de agradecimiento y salió de la sala en la que su gente celebraba las reuniones importantes como la que acaba de celebrarse. Su juicio daría que hablar durante días, pues el peor delito de un lykaios era permitir que un intruso saliese con vida de su territorio. Y si bien era cierto que Euadne no había cometido traición porque los dos hombres no habían llegado a entrar en el territorio de los lykaios, cierto era también que de haber entrado los habría dejado escapar. Claro que aquello se lo guardaba para sí misma.
La vida dentro de la secreta y estricta comunidad se había vuelto un infierno para Euadne. Ya hacía mucho que no disfrutaba de vivir entre gente como ella. Dejó de gustarle desde aquel día, el día en que renunció a ella misma a cambio de dar un nuevo comienzo al amor de su vida, el joven aldeano cuyo nombre volvía a sonar entre las gentes de Belshazzar. Midas. Desde el día en que comprendió lo imposible que era su amor, Euadne había dejado de vivir en el pueblo de los Lykaios, en el centro del territorio del bosque que ellos controlaban. Se había retirado a una pequeña caverna a pocos kilómetros de allí, lo suficientemente lejos como para estar tranquila pero lo suficientemente cerca como para participar de la vida social de los de su especie.
Aquella mañana supo que no sería como las aburridas mañanas a las que estaba acostumbrada. Pudo notar gracias a su olfato que en el interior de su hogar había un intruso. Ulash. Cuando entró lo encontró sentado en su cama, con las piernas cruzadas y los ojos furiosos.
—Poca es tu cortesía al entrar donde no eres bienvenido —dijo ella seca y notablemente molesta—. ¿Qué se te ha perdido aquí, Ulash de Belshazzar?
—Nada en concreto. Sólo vengo a verte para avisarte del peligro que corres.
—¿Lo dices por ti? El Anciano ha corroborado mi inocencia. Nada hay que puedas hacer ya para acusarme de traición.
—No lo entiendes —dijo él desesperado—. Mi acusación era la forma que encontré de salvaguardarte. De ser encarcelada podrías haber estado a salvo de ellos.
—Estás vacío de entendimiento. Explícate mejor.
—Los hombres que salvaste de mí vienen de Nikodemos y su misión no es otra que darnos caza. Quieren atrapar a tantos lykaios como puedan y llevárselos a Nikodemos para contentar a su rey.
—Mientes. Sucias palabras has pronunciado desde el rencor y el dolor que inundan tu alma desde hace años. No puedo creer que Midas haya venido aquí para eso.
—Fuerte y fría luces siempre cuando en realidad eres la débil y cálida niña que conocí una vez. El amor te ciega, Euadne de Belshazzar, y si no eres capaz de abrir los ojos, será este el fin de tus días.
Ulash desapareció de la cueva con tranquilidad, sabiendo que Euadne no respondería a algo tan evidente y cierto como aquello. ¿Por qué regresaría Midas a Belshazzar si no era porque su señor se lo había ordenado? Euadne comprendió entonces que seguía siendo tan ilusa como siempre. Ella misma se había encargado en el pasado de bloquear los recuerdos que Midas tenía sobre su historia de amor haciendo uso de sus dones sobrenaturales, propios de una lykaios como ella. Era imposible que el muchacho hubiese regresado a Belshazzar por ella, no la había recordado hasta aquel encuentro en el trigal, surgido de su mutuo deseo de encontrarse. Todo había sido fruto de una casualidad tan poderosa que había roto el bloqueo que Euadne creó. Comprendiendo esto, aulló como pocas veces lo había hecho. Era un aullido de alerta dirigido a toda la sociedad de los lykaios. Salió de la cueva a gran velocidad, pues a pesar de correr más rápido bajo su forma de loba, la muchacha prefería correr en su forma humana. Llegó de nuevo a la sala donde minutos antes estaba siendo juzgada como traidora. Todos los habitantes estaban allí, incluidos los pocos niños y niñas que había entre los lykaios de aquellos tiempos.
Euadne caminó altiva y segura hacia el centro de la sala, donde todos pudieron observarla bien y desde donde podría ser bien escuchada por todos, aunque su mensaje iba dirigido en especial atención al Anciano.
—Tristes noticias traigo para todos... Nuestro tiempo de paz parece haber llegado a su fin.
Todos escucharon atentamente aquello que Euadne les explicó sobre la misión de los hombres llegados de Nikodemos. Tal y como la chica esperaba, el pánico cundió entre su gente. Y es que los lykaios, a pesar de ser hombres y mujeres sobrenaturales capaces de transformarse en lobos dotados con un poder especial, eran por encima de todo hombres y mujeres que amaban la vida pacífica y segura que les brindaba el bosque virgen de Belshazzar. El Anciano se levantó de su trono de madera para intentar tranquilizar a su gente, pero no podía hacerlo cuando él mismo temía por la seguridad de los suyos.
Entonces todos se giraron hacia la puerta de la sala, por donde entraba en aquel momento Ulash. Venía con el resto de Lykaios que vivían en pequeñas aldeas cercanas al pueblo. Ahora estaban allí todos los pocos lykaios que en aquel tiempo vivían en el vasto mundo.
—No temáis —dijo Ulash posicionándose al lado de Euadne en el centro de la sala—. Si la paz ha llegado a su fin, es nuestro deber traerla de nuevo.
—Necio eres y necio morirás, Ulash de Belshazzar —habló entonces Euadne al comprender que Ulash quería la guerra—. La guerra sólo traerá dolor y pesar a nuestro pueblo y al suyo.
—Sigues preocupada por lo que suceda con tu amado humano, el mismo que te abandonó al conocer tu verdadera naturaleza. Ellos nos consideran monstruos. ¡Y nosotros les enseñaremos por qué lo somos! —exclamó él mientras era aclamado por todos los lykaios, para desgracia de Euadne. Se giró hacia ella—. Si no vais a luchar contra ellos, corred a esconderos en vuestra cueva.
Una lágrima se perdió en el suelo mientras ella salía corriendo de la casa. Alcanzó su hogar bajo su forma de loba, con el pelaje blanco como la nieve agitándose en su carrera. Se tumbó en su lecho al llegar a su caverna y allí se quedó dormida entre lágrimas y sufrimiento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro