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Capítulo 18

Buen trabajo, Ana.

Como todo lo que has planeado últimamente.

Termino de ponerme la pijama que Christian me prestó de su hermana, tratando de cubrir mi pecho para que no se note la falta de sostén... Y de tanga. Sin el vestido de gala se siente algo incómoda.

— ¿Lista? — Golpea la puerta del baño.

— No... Si... ¡Ya voy!

Me levanto el cabello en un moño que me haga lucir adormilada y no cogida, antes de salir a enfrentar a los Grey en el comedor. Christian tiene razón, jamás saldría de aquí sin que se dieran cuenta.

— Solo finge que nada pasó — Se ríe detrás de la puerta — Si luces culpable, sabrán que lo eres.

— En realidad — Abro la puerta, ofendida — La culpa es tuya por seducirme, ¡Dos veces!

Una sonrisa divertida se estira en sus labios y sus ojos grises brillan divertidos. Sé que puede distinguir mi figura frente a él porque levanta los brazos para sujetar mi cintura.

— ¿Te gustaría gritarlo más fuerte, por favor? Me gustaría que Elliot lo supiera.

— Dios... ¿Todo es un juego para ti? — Chillo — ¿Lo único que te preocupa es que tu hermano idiota se entere?

— Si.

— ¡Tu papá me va a meter a la cárcel cuando lo sepa! Y me gustaría que eso no ocurriera en algún futuro cercano.

— Deja de hacer drama y vamos a desayunar. No trates de evitarlo.

Antes de que pueda protestar, toma mi mano para llevarme hacia el pasillo y luego por las escaleras. Giramos a la izquierda para entrar en el comedor, llamando la atención de las tres personas ahí reunidas.

— ¿Pero qué...? — Balbucea bajito Bertha.

— ¡Santa mierda! — Exclama Elliot.

— ¿Ana? — Carrick me mira y levanto la mano para saludar — No sabía que estabas aquí, querida, pero siéntate. Acompáñanos en el desayuno.

Puedo sentir la mirada furiosa de la rubia y la incredulidad que emana el idiota sentado en la silla frente a mi.

— Lo siento, papá — Dice Christian después de sentarse — Ana no trajo su auto y era algo tarde para tomar un taxi de vuelta a su departamento. Espero que no te importe que usara la habitación de Mía.

Lo miro porque me sorprende lo natural que brota la mentira de sus labios. Yo habría tartamudeado antes de dar una explicación creíble para justificar mi presencia.

— ¿En la habitación de Mía? — El rubio sentado en frente arquea una ceja — ¿Entre todos esos peluches de unicornio?

Abro la boca para decir algo, pero Christian niega levemente con la cabeza. Su mano se apoya en mi muslo y me da un breve apretón.

— Sabes que a Mía no le gustan los muñecos de peluche — Le reclama a su hermano — ¿Quieres dejar a Ana en paz?

— Si, claro — Se ríe Elliot — Solo quería saber si descansó cómodamente en esa cama fría y llena de polvo.

Christian vuelve a apretar mi muslo y lo único que puedo hacer es mirar de uno al otro. ¿Que está pasando? ¿Qué no estoy entendiendo?

— Gretchen — El señor Carrick carraspea — Sirve el desayuno de Ana. Cariño, me alegra tanto que vinieras a la gala, espero que la hayas disfrutado.

Su hijo mayor suelta una risita de burla que no me pasa desapercibida.

— Si, señor Grey, muchas gracias por invitarme.

El plato es colocado frente a mi con un sonoro golpe, y casi puedo escuchar a Bertha gruñir mientras lanza espuma por la boca.

— Estoy casi seguro que la pasaste muy bien, ¿No es así, Christian? — Elliot insiste hacia su hermano.

Dios mío, que no sea lo que estoy pensando. Por favor, que se ahogue con su desayuno.

— Elliot, basta — Lo regaña Carrick — Termina el desayuno así me ayudas a limpiar el cobertizo.

— ¿Por qué yo? — Se queja — Por qué no pones al ciego a ayudar.

Señala a su hermano y levanto la cabeza para lanzarle una mirada de odio. Despedida o no, voy a golpearlo delante de su padre si sigue siendo un imbécil con Christian.

— ¡Elliot! ¡Suficiente! ¿Quieres comportarte de una maldita vez? No dejaré que hables así de tu hermano.

El rubio se levanta de su silla con rapidez, haciéndola caer al piso por el impulso. Se ajusta el suéter verde tejido y sale refunfuñando del comedor.

— Discúlpanos, Ana. Nos hemos vuelto como criaturas salvajes sin una presencia femenina.

El señor Carrick intenta sonreír y a mí se me parte el corazón de imaginar que él también perdió al amor de su vida. Y su hija tampoco está cerca para consolarlo.

— No se preocupe, señor Grey. Comprendo el enojo de Elliot y no podría esperar menos de alguien con tanto dolor en su corazón.

Ahora soy yo quien apoya la mano en el muslo de Christian para apretarlo en un gesto reconfortante. Levanto la mano para apartarla, pero la sostiene con la suya.

— Desayunemos, cariño. Me aseguraré de que venga un taxi por ti para que puedas ir a casa.

— Gracias.

Disfruto el resto de mi desayuno sin la presencia de Elliot, aunque inquieta por lo que la rubia odiosa Bertha podría haber lanzado en mi plato. ¿Huevos revueltos con una pizca de insecticida? ¿Hot Cakes con mermelada y veneno para ratas?

El señor Carrick toma otra taza de café y extiende el periódico de hoy frente a si para leer la sección deportiva.

— ¿La ropa de Mía te quedó bien? — Susurra Christian a mi lado.

— Creo que si, ¿Por qué?

— Para que vistas algo cómodo cuando te vayas, no quiero que vuelvas a ponerte ese vestido.

— ¡Christian! — Chillo bajito con los dientes apretados — ¿Que hay de malo con mi vestido?

— ¿Tengo que decirlo? — Dice y su mano sube para apretar mi seno.

— ¡Christian! ¡Basta! — Aparto su mano sintiendo el calor en mi rostro.

— ¿Y qué hay de esto? — Su mano se posa en mi cadera para meter los dedos en mi pantalón de pijama, acariciando la piel desnuda de mi trasero.

— ¡No! — Me levanto de un brinco — Es decir, gracias por el desayuno Señor Grey.

Carrick baja el periódico para mirarme y agradezco que no se haya dado cuenta de nuestra pequeña conversación.

— Será mejor que me vaya ahora.

Camino hasta la escalera con pasos rápidos y es entonces que escucho la gran carcajada divertida del chico de los ojos grises.

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