Capítulo 6
—¡John! ¡John! —lo llamo pero no se detiene.
¿Qué rayos pasó? Me levanto del banquillo para seguirlo, pero Kyle sujeta mi mano con fuerza.
—Déjalo, ese pequeño berrinchudo cree que puede hacer lo que quiera.
—¿Pero por qué se enojó? ¿Qué dijiste?
—¿Yo? Nada. ¿Puedo comer de esa pasta?
—Si, claro. Adelante.
El rubio camina por la cocina en busca de un plato, así que tomo con discreción una bandeja de la encimera para colocar algunas cosas rápidamente.
—¿Y tú lo preparaste? —pregunta, pero yo ya voy saliendo de la cocina.
Llevo los platos, las copas y la botella teniendo cuidado de no tropezar en la escalera. Golpeo la puerta con el pie para que el niño abra.
—¡John! ¡Abre la puerta!
Pateo de nuevo la puerta, logrando por fin que el chico gruñón me deje pasar.
—¿Qué haces?
—Servir la cena, ¿No era eso lo que hacíamos en la cocina? Siéntate a comer.
—Pensé que ibas a acompañar a Kyle.
—No estoy aquí por él, así que siéntate para que podamos terminar la pasta.
Dejo los platos sobre su escritorio y arrastro la silla que tiene junto a la ventana para que podamos comer. Ahora sé que cuando me mira fijamente está intentando enfocarme o por lo menos verme mejor.
—Sabe bien —dice, tomando otro bocado de pasta.
—Lo sé —sonrío con suficiencia, aunque no sé si pueda notarlo.
—¿Entonces eres niñera y cocinera? Espero que Charles te esté pagando bien.
—Uy si, lo hace.
Ahora él sonríe y no puedo disimular la sonrisa boba. Me decido por un sorbo de mi copa para ocultarme un poquito, pero más valdría cambiar el tema.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste de esta casa? —su expresión confusa es la respuesta.
—Hace 4 meses.
—Oh. —me contengo de preguntar sobre el accidente. Eso lo sé gracias a Kyle, y al parecer hablar de su hermano es un tema sensible para John—. ¿Te gustaría salir?
—No.
—¡Oh vamos! ¡No seas aburrido!
—¿Qué se supone que haga? —arquea la ceja con arrogancia—. ¿Admirar el paisaje?
—Hay muchas cosas que puedes hacer, como escuchar la tranquilidad de la naturaleza. O el sonido de los botes, las aves, ¿No hay un lago aquí cerca?
—Si. El lago Cunningham.
—¿Y? Podrías estar ahí acostado sobre la hierba en lugar de estar encerrado aquí en la oscuridad.
—¿Qué diferencia hace eso? Creo que eres demasiado ingenua para la edad que dices tener.
—¡Y tú amargado! ¿Qué edad tienes? ¿60? ¡Por Dios, John! No es el fin del mundo.
Resopla con un gesto de molestia, que lejos de darme risa me parece adorable. ¿Adorable? ¿Ahora creo que el niño es adorable? Pongo los ojos en blanco para mí misma.
—Anda, termina tu plato y podríamos salir un rato al patio.
—No quiero.
—Bien, entonces me sentaré de nuevo aquí a leer.
Termina de comer la pasta en su plato y bebe su copa, se levanta de la silla y se deja caer sobre la cama.
—Si eso quieres —tomo de nuevo mi libro y sirvo otro poco del vino en mi copa—. "No me molesten más, señores. Ya saben lo que he decidido: no casaré a mi hija pequeña sin que la mayor tenga ya marido. Por lo tanto, si alguno de ustedes dos ama a Catalina, como los conozco bien y los estimo como se merecen, permiso tiene el que sea para hacerle la corte".
—¡Agh! ¡Basta! ¡Te llevaré al jodido lago!
¡Sí!
—Gracias John —digo con mi tono más meloso.
Dejo de nuevo el libro y lo sigo escaleras abajo. Ahora que sé que puede ver un poco, no me preocupo tanto por él, además seguro recuerda cada detalle de la casa.
—¿Por qué no te gusta salir? —pregunto cuando camino por el pasto del patio trasero.
—¿Por qué eres tan curiosa?
—Porque me gusta saber cosas, y estoy intentando conocerte.
—¿Por qué? ¿Mi papá te paga extra por hacerte mi amiga?
¿Lo haría?
—¡No! Intento ser amable, ya lo había dicho.
—Pues inténtalo un poco menos, eres irritante.
—No lo soy, tú eres amargado.
Me detengo a su lado, pero él no contesta mis palabras ni continúa con la discusión. Miro hacia el frente para darme cuenta que estamos en el borde de un pequeño muelle frente al lago, con los rayos del atardecer tornando todo color naranja.
—Es precioso.
—Lo sé. Mi lugar favorito era aquella casa de madera. —señala hacia su izquierda.
—¿Qué es ahí?
—Curiosa... —ríe bajito—. Mi papá guarda ahí su bote de pesca.
—¡Oh! ¿Y tú también pescas?
—Si.
—Yo hacía eso con mi papá. Deberíamos intentarlo alguna vez.
—Por favor, no —se pasa las manos por el rostro—. ¿Intentas matarme?
—No. Así que deja de exagerar por todo.
—Solo siéntate ahí un rato, Liz. De preferencia en silencio.
Señala el pasto frente a él, así que me siento en silencio. No falta mucho para que sea la hora de irme y podría disfrutar de mis últimos minutos con tranquilidad.
Él se sienta junto a mí, echando los brazos atrás para sostener su peso mientras cierra los ojos. La brisa húmeda del lago Cunningham me hace estremecer, pero él parece totalmente acostumbrado a ella.
—¿Por qué siempre estás mirándome? —pregunta de pronto aún con los ojos cerrados.
—¿Cómo sabes que te estoy mirando?
—Puedo sentir tus ojos azules en mí.
Vuelvo mi vista al frente para dejar de incomodarlo, pero luego me doy cuenta de algo importante.
—¿Cómo sabes que mis ojos son azules?
Una sonrisa divertida se estira en sus labios, como si hubiera ganado algún concurso millonario.
—Tengo super poderes — se ríe girando hacia mí.
—Eres un tonto, deja de bromear —golpeo su hombro con el mío—. Será mejor que regresemos a la casa.
Me levanto de prisa del piso y sacudo la tierra de mi ropa mientras él hace lo mismo. Antes de que pueda alejarme, sujeta mi brazo.
—No puedo ver mucho de ti, pero distingo las dos luces azules en tu rostro.
¿Está bromeando? ¿La chica rubia odiosa le dijo? No, ¿Por qué lo haría?
—No juegues —golpeo su pecho para que deje de reír, pero toma mi mano y tira de ella hasta cargarme sobre su hombro.
—¡John! ¿Qué haces? ¡Bájame!
—Eres muy liviana. —sujeta mis piernas y sigue caminando.
—¡Nos vas a matar! ¡Bájame!
—No te va a pasar nada, deja de moverte —golpea mi trasero.
—¡Deja de tocarme! ¡Bájame!
Las luces de la casa están cada vez más cerca, así que puedo ver con claridad cuando toca el marco de la puerta de la cocina y pasamos junto a Bertha.
—¿Lo ves? —dice cuando me baja en la sala—. Sana y salva.
Un carraspeo fuerte y claro me hace voltear hacia la puerta de la entrada. El señor Graham está ahí, supongo que regresando de su despacho.
—John, Liz — él sonríe—. Buenas noches.
Dios mío.
—Tengo que irme, te veo mañana. —le digo al chico caminando hacia la puerta.
—¿Ya te vas? ¿Y tu libro?
—Seguiremos leyendo mañana, adiós John.
Salgo de ahí lo más rápido que puedo, pero estoy segura que pudo ver la vergüenza coloreando mi rostro.
—La paga es buena, la paga es buena... —repito en mi camino hacia Buck.
Mañana será otro día, Liz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro