Capítulo 3
—Esto será divertido. —fue lo único que dijo mientras yo salía de su habitación.
La hora de irme había llegado y necesitaba ir a casa a hacer las tareas de la universidad. Subí a Buck y conduje, pero no paraba de refunfuñar cosas contra el tonto chico en esa lujosa casa. ¿Por qué se aísla? ¿Qué hace todo el día? ¿Qué será de su vida ahora?
Tengo que admitir que la actitud del chico me intriga, y mucho. ¿Qué puedo hacer yo para que cambie? La monotonía en mis clases me permite saltarme un par de ellas para buscar a la consejera escolar.
—Solo dígame qué puedo hacer por él. —la detengo en medio del pasillo hacia su oficina, cuando llevaba a dos chicas que acababan de pelear en la cafetería por un chico.
—¿Quieres un consejo rápido? Convive con él, no te limites por su... Situación. Trátalo como a cualquier otro chico y gánate su confianza.
—Lo intentaré, gracias.
Cuando es mi hora de ir hasta el Lago Cunningham, me detengo en una panadería por algunas galletas recién hechas. No sé qué le gusta a este chico, pero tengo que empezar en algún lado.
Toco la puerta y espero a que la ama de llaves aparezca. Me mira de arriba a abajo y hace una mueca de desagrado cuando se hace a un lado para que yo pase.
—¿A dónde vas? —dice molesta.
—A la habitación de John.
—Debes esperar aquí, yo le avisaré —extiende su brazo para evitar que siga caminando.
—No es necesario, él sabe que voy a venir todos los días.
Ignoro su expresión y subo rápidamente las escaleras. De nuevo la casa está silenciosa, como si el chico fuera una especia de fantasma que vaga por los pasillos sin hacer ruido.
Toco la puerta para que sepa que voy a entrar e inserto la llave en la cerradura. Empujo la puerta y la oscuridad de la habitación me hace cerrar los ojos un momento, para darles oportunidad a qué se acostumbren.
Camino hacia la ventana y tiro de las largas cortinas para que la luz de la tarde entre en la habitación.
—¿Qué mierdas haces? ¿Quién te dijo que podías hacer eso? —gruñe inmediatamente. Está acostado en su cama, con los pies hacia la cabecera y con la cabeza colgando del otro extremo.
—¡Oh! ¡Perdón, su majestad! No sabía que interrumpía su precioso sueño.
Hago una reverencia que obviamente no puede ver, pero no me importa. Dejo la bolsa con las galletas sobre su escritorio y me cruzo de brazos frente a él.
—Levanta tu trasero de esa cama y ven conmigo a la cocina.
—No soy un jodido niño, ¿Crees que ofrecerme dulces va a funcionar?
—No son dulces y si pareces un niño, así que muévete.
—Eres una pésima niñera —dice en tono de burla—. ¿No deberías ser amable y hablarme bonito?
—No soy tu novia, no tengo por qué hablarte bonito. Y te trato justo como tú me tratas, así que párate antes de que te arrastre por el piso.
—No lo harías. —se atreve a retarme.
—¿Crees que te tengo lástima o alguna consideración?
Me acerco a su cama y sujeto sus manos, que estaban apoyadas sobre su abdomen. A pesar de lo joven que luce, sus manos son fuertes y cálidas. Tiro de ambas manos lentamente, arrastrando su peso por la orilla de la cama y tratando de que el golpe contra el piso no sea tan fuerte.
—¿Qué haces? ¿Estás loca? ¡Suéltame!
—Llorón —es mi turno de burlarme—. No estoy bromeando, te dije que te llevaría a rastras y voy a cumplirlo.
Su espalda golpea el piso mientras se remueve de mi agarre. Tengo que hacer uso de toda mi fuerza para deslizarlo un metro sobre la madera, pero sigo tirando de él sin detenerme.
—¡Basta! ¡Elizabeth! ¡Déjame ir!
Gruñe de nuevo cuando sus pies golpean el piso. Estira mis brazos con fuerza para detenerme y girar sobre su torso, pero el tirón es más fuerte de lo que esperé y caigo sobre su cuerpo.
—¡Ahh! ¡John! ¿Qué haces?
Él está boca arriba con las piernas extendidas frente a su cama y yo de rodillas sobre él, con las manos a cada lado de su cadera.
—Te dije que te detuvieras —dice, pero sus manos suben por mis piernas—. Está es una posición muy interesante.
Intento enderezarme, pero golpea mi trasero con ambas manos empujándome de nuevo sobre mis manos.
—¡No me toques! —gruño avergonzada.
—No lo hago, eres tú quién está tocándome a mí —sus manos se mueven por mi cadera—. Si éstas eran tus intenciones pudiste ser clara desde el principio, querida Liz.
Por primera vez hay un tonillo divertido en su voz. Bien, por lo menos lo he hecho reír un poco, a costa de mí, por supuesto.
—¿Intenciones? ¡Nada de eso! Si solo hicieras lo que te pido sin rechistar no estaríamos en esta posición —balbuceo las palabras con rapidez.
—¿Y por qué haría algo tan aburrido? Es más divertido hacerte enojar, pero ahora ya no estoy tan seguro de querer que te vayas.
Sus manos vuelven a golpear mi trasero, haciéndome reaccionar. Los segundos parecen minutos cuando estoy en una situación tan comprometedora.
—¡Solo levántate de una vez! ¡Del piso! —corrijo a toda prisa—. ¡Levanta tu cuerpo del piso ahora!
Me empujo hacia un lado y caigo sobre mi espalda. Sin dar tiempo a más charla innecesaria, voy hasta la mesa donde dejé las galletas y salgo de su habitación.
El corazón me late en la cabeza con fuerza, abochornada por lo que ocurrió hace un momento. Si voy a intentar cambiar su actitud, tengo que mantenerme firme frente a él y no ceder. Voy hacia las escaleras y bajo uno a uno los escalones. No lo escucho venir detrás de mí, pero voy a darle un momento antes de volver a intentar sacarlo de su cueva oscura.
Dejo la bolsa en la encimera mientras busco entre las gavetas un par de vasos de cristal y la leche en el refrigerador. Estoy sirviendo los vasos cuando él aparece por la puerta de la cocina y viene directo a mí. Se detiene cuando me tiene enfrente y levanta sus manos buscando mi rostro. Sus cálidas palmas se apoyan en mis mejillas antes de recorrer mi rostro con sus dedos.
—Eres linda.
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