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Capítulo 11

¡Eres una idiota!

—¡Lo siento! ¡Lo siento tanto, John! —grito mientras intento hacer que Buck cambie al carril de baja velocidad.

Grandísima idiota.

—Solo detente —dice sosteniéndose del tablero quebrado.

Cuando por fin logro tomar una salida, conduzco hasta una calle poco transitada y me detengo. Apenas apago el motor, mi acompañante sale del auto lanzando el desgastado cinturón de seguridad a un lado.

—Mierda, creí que íbamos a morir —se deja caer de rodillas al piso.

Grosero.

—¡Claro que no! Aunque te cueste creerlo, soy muy buena conductora —salgo de Buck para seguirlo.

—¿Según quién? ¿Los autos chocones de la feria? —se burla.

La paga es buena... No lo mates.

—Tengo mi licencia y aprobé el examen con calificación perfecta. —sonrío con orgullo, aunque no puede verlo.

—¿El instructor era ciego? —se deja caer completamente en el suelo, tocándose el estómago—. ¡Oh, espera! ¡Yo también soy ciego! Y pude darme cuenta de tus deficientes habilidades.

Inhalo y exhalo para impedir que este chico grosero me contagie con su mal humor. No soy mala conduciendo, solo quise impresionarlo y fallé terriblemente.

—Ya me disculpé, ¿Podemos olvidarlo?

Me recargo en el guardafangos de Buck a esperar que a John se le pase su ataque de pánico.

—¿En dónde estamos?

Gira su cabeza a ambos lados, así que imito su movimiento porque también desconozco nuestra ubicación.

—Es una plaza pequeña, hay algunos juegos para niños al fondo.

—Tengo hambre —dice y pongo los ojos en blanco.

—Un señor vende helados cerca de los juegos, te traeré uno.

Levanta su pulgar en señal de aprobación.

—Yo aquí te espero, ya sabes, en el piso.

La paga es buena... —susurro mirando a los lados, unas bancas de concreto se ubican alrededor de la plaza.

Sin duda este es un barrio más humilde que el del Lago Cunningham.

—Tres metros a tu derecha se encuentra una banca, espérame ahí.

Le digo antes de caminar hacia el señor de los helados. No quiero dejarlo ahí tirado, pero quiero que sea independiente y que vea todo lo que puede hacer por sí mismo.

De cualquier forma, volteo cada pocos metros para asegurarme que llegó a salvo a la banca. Compro dos conos de helado de chocolate y vuelvo sobre mis pasos hacia el chico de los ojos grises.

—Toma.

Pongo el helado frente a su rostro y espero a que sus ojos capten el movimiento frente a ellos. Frunce el ceño y estira la mano para alcanzarlo, pero duda antes de agarrarlo.

—Espero que te guste el chocolate.

Me siento a su lado para mirar la calle por la cual acabamos de girar, el tráfico de Omaha nunca se detiene y puedo ver por qué John estaba tan asustado.

—De verdad lo siento, no quería que tuvieras malos recuerdos.

—Olvídalo —dice y lame el borde del cono.

Observo con curiosidad como el helado comienza a derretirse y escurre por su mano. La escena es tan graciosa que suelto una gran carcajada.

—¡No te rías! ¡Estoy pegajoso! —gruñe y río más fuerte.

—¡Pareces un niño!

—¡No soy un niño! ¡Mierda, deja de reírte!

La risa hace que me duela el estómago, por lo que el cono de helado que yo sostenía se cae al piso. Una gran mancha de chocolate se extiende frente a nosotros.

—¡Derramé mi helado! —no puedo dejar de reír por lo absurdo de la situación—. —¡Liz!

Limpio las lágrimas divertidas que salen de mis ojos, luego siento su mano fría apoyarse contra mi mejilla. No es hasta que la desliza por mi barbilla que siento el aroma dulce.

—¡John! ¿Qué haces?

—¡Deja de reír! Pareces loca.

—¿Loca yo? —gruño indignada—. ¿Quién suplicaba por su vida?

—Eso es diferente.

Frunce el ceño y tengo que presionar mis labios para no volver a reír porque el helado sigue escurriendo en su mano. Esto no es lo que había planeado, pero he conseguido que salga de su deprimente habitación.

—Venga, vamos de vuelta, el nene necesita una ducha.

Señalo hacia el auto y me levanto para ir a abrir la puerta. Permanezco de pie a un lado esperando a que suba, pero antes de hacerlo toca mis mejillas con sus manos.

—No soy un nene —sonríe—. Y esta nena también necesita un baño.

Aleja sus manos de mi rostro y la sensación pegajosa que deja el helado en mis mejillas me indica que acabo de ser usada de servilleta.

—La maldita paga es buena —vuelvo a gruñir para mí.

Conduzco de regreso a la casa de su padre y me aseguro de detenerme frente a la puerta principal. No es muy tarde, pero la oscuridad hace parecer como si hubiéramos estado afuera por mucho tiempo. La puerta principal se abre en el momento en que apago el motor.

—Joven John. —la odiosa ama de llaves sonríe.

—Gisselle. —la saluda cuando pasa junto a ella.

La chica me mira con los ojos muy abiertos cuando me acerco, pero le lanzo una mirada poco amigable y desaparece por el pasillo hacia la cocina.

—Te veo mañana. —se detiene al pie de las escaleras para mirarme.

—Si, claro. Mañana. —agito mi mano a modo de despedida.

Justo cuando creo que subirá las escaleras, se acerca a mí y me mira con atención. Sus ojos grises se mueven por mi rostro, así que me quedo quiera sin saber qué hacer. Apoya las manos en mis hombros, luego siento el cálido toque de su lengua en mi mejilla, cerca de la comisura de mi boca.

—¡John! —chillo.

—Ducha —dice y una sonrisa pícara se estira en sus labios.

Vuelve a ir hacia las escaleras y esta vez lo veo desaparecer en lo alto de ellas. Es hasta que giro hacia la mesita y el espejo en el recibidor, que veo el motivo de su diversión. Chocolate. El helado dejó una marca oscura sobre mi piel.

Dios mío, qué vergüenza. Volteo hacia la puerta para salir, pero topo de frente con el señor Graham, que igual que su hijo me mira con diversión.

—Elizabeth. —una gran sonrisa se estira en sus labios, pero se hace a un lado para dejarme pasar.

—Señor Graham. —me despido con las mejillas rojas de vergüenza.

La paga es buena...

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