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Capítulo 7

 Ian 

El sonido de la puerta abriéndose me despertó del estado de duermevela en el que me había sumido unas pocas horas antes. El corazón me bombeó con fuerza. Solo había una explicación para que alguien se presentara allí a esas horas. Quería acabar conmigo sin que nadie se enterase. Recé a quien fuese para que no me dejaran morir, aunque eso siempre me había parecido inútil, sobre todo después del asesinato de mi madre.

Un mechón azabache se coló por la ranura de la puerta. Cogí aire y esperé hasta que entró por completo en la sala. La miré fijamente. Todavía seguía encadenado y debía tener un aspecto deplorable.

Cassandra se quedó apoyada en la puerta con la respiración entrecortada. No parecía nada segura de su presencia allí. Nos quedamos estáticos durante varios minutos. Quería mirarla hasta que no hubiera más remedio que dejar de hacerlo. Al final fue Cassandra la que se movió. Cogió las llaves que los guardianes habían dejado colgadas a un lado y se acercó. Su mirada no se levantaba del suelo.

—¿Qué estás haciendo?

—No lo sé—escupió—, pero nos vamos de aquí.

Me desencadenó de pies y manos para después deshacerse del horrible instrumento que decoraba mi cuello. Mi cuerpo se tambaleó por un momento. Me froté las muñecas amoratadas. Cassandra no me esperó, ya estaba saliendo por la puerta cuando yo aún intentaba recuperarme. La seguí. Atravesamos varios pasillos, unos iluminados y otros en completa oscuridad. No había ningún guardián a la vista. Bajamos unas escaleras que por su pinta no debían de usarse demasiado. No tenía ningún tipo de barandilla así que me pegué todo lo que pude a la pared para no mirar al vacío.

Gritos y alaridos desgarradores rebotaban por las paredes como un lejano eco. No quería ni imaginarme la clase de torturas a las que les estaban sometiendo. La temperatura iba variando según el piso. En lo intermedios la temperatura había descendido al menos diez grados, pero cuanto más nos acercábamos al final podía notar un calor abrumador.

Di un salto en los dos últimos escalones. La planta de los pies me quemaba. Cass se frenó al llegar a una puerta atrancada por varios tablones de madera. Entre los dos conseguimos arrancar los más grandes.

Un chillido suplicante me puso los pelos de punta, reconocería esa voz en cualquier parte. Estaba casi seguro de que se trataba de Jude. Di un paso hacia el pasillo de donde provenía. Reaccioné pasándome la mano por la cabeza. Él no podía estar allí.

—¿Has oído eso? —sabía que era una estupidez preguntarla si no se acordaba de nada.

—Hay muchos condenados aquí abajo—aclaró, mientras quitaba los últimos tablones—. Venga, hay que darse prisa.

Me giré hacia ella, que ya casi había conseguido abrir la puerta, cuando el grito volvió a retumbar. Comencé a andar para llegar hasta él.

—¡Eh! —exclamó Cassandra, alcanzándome a tiempo—¿Se puede saber que haces? ¿Es que quieres que nos maten?

—Tengo que comprobar una cosa—dije, haciéndola a un lado.

—No vas a comprobar nada, o te vienes conmigo ahora mismo o me voy sin ti. Tu eliges.

—¿Es que no reconoces esa voz? —me cabreé.

—No, y seguramente tu tampoco. Este sitio juega malas pasadas—me empujó hacia atrás—Los presos están desesperados por salir, harán cualquier cosa para que los ayudes.

—Yo creía...—hablé, volviendo poco a poco a la realidad.

—Ya. Nos vamos.

Seguramente Cassandra estaría en lo cierto. Después de todo era ella la que había pasado dos años allí, conocería bien los peligros de la isla. Me convencí de que solo era una alucinación, algo para que les dejara salir o incluso que ocupara su lugar. Aún así, no pude evitar volver la cabeza antes de perder de vista el pasillo.

Salimos a una calle pequeña y poco iluminada apenas podía ver la silueta de Cassandra que iba justo delante. A lo lejos se oía como unos cuantos borrachos coreaban el nombre de Morriguen. Seguimos andando hasta que pude ver el techo de la cueva iluminado por las luces centelleantes. En el embarcadero no había nadie. Cassandra se dirigió hacia un bote detrás del gran navío en el que había llegado unos días antes. Empezó a desatar el nudo que lo mantenía en el sitio. Bufó al ver que no lo conseguía y tiró de la cuerda para intentar romperla.

—Yo desataré el nudo, ve cogiendo los remos—dije, poniéndome manos a la obra.

Cassandra se quedó quieta como si no estuviera acostumbrada a recibir ayuda ni a que nadie le de órdenes. Tras unos segundos observándome con el nudo, se metió en el bote y colocó los remos. Cuando terminé pegué un salto para meterme dentro ya que había empezado a alejarse de la orilla.

Cogí los remos y empujé para impulsarnos. Remé con toda la fuerza que pude para dejar la isla atrás cuanto antes. Vi como los barcos y los edificios se fueron haciendo pequeños hasta que nos quedamos solos en medio de la oscuridad de la cueva. Cassandra estaba muy callada y no miraba atrás. Tardamos algo más en ver la luz de la luna. Cuando estuvimos apunto de cruzar el umbral de la isla Cassandra se aferró a los lados del bote y cerró los ojos.

—¿Estás bien?

Ella asintió.

Respiré profundo, llenando mis pulmones del olor a sal y agua. Era un auténtico placer volver a sentir el mecimiento de las olas. La isla había quedado atrás y de momento no había signos de que nadie nos siguiera.

Cassandra se hizo un ovillo abrazándose las piernas. Ahora que estábamos lejos de las garras de Morriguen y de Nikolái el psicópata pude pensar con mayor claridad. Lo más probable es que su amnesia hubiera sido un castigo de la diosa muerte, por lo tanto, artificial. Puede que si volvía con nosotros, a su vida real, aquella que Morriguen había creado se fuera haciendo cada vez más pequeña hasta desaparecer. Era una diminuta posibilidad a la que me iba a aferrar.

El bote encalló en la arena de la playa. Miré hacia el interior. Todavía seguíamos en Birdsville, podía ver la cordillera que dividía la frontera con Xilex. Ayudé a Cassandra a salir del bote, ella tropezó. Estaba observando todo con una expresión de ensueño, era la primera vez que salía en dos años, si no se acordaba de nada, puede que lo viera como algo totalmente nuevo. Una pequeña sonrisa de dibujó en sus labios.

—¿Te encuentras mejor? —ella no me prestaba atención. Esta vez había cerrado los ojos para disfrutar del aire que despeinaba su pelo y la arena que se metía en sus zapatillas.

—Sabía que sería maravilloso—susurró—, pero esto es incluso más de lo que esperaba.

Por su tono de voz reconocí que no estaba dirigiéndose a mí directamente, sino que tenía más bien un dialogo interno con ella misma. Hablé, queriendo formar parte de ese momento.

—Y todavía no has visto nada.

Sus hombros se hundieron un poco al comprender el trasfondo de mis palabras. Volvió a su faceta neutral, con la atención puesta en el objetivo.

—Debemos seguir y encontrar un sitio donde escondernos y dormir algo—organizó.

—Si nos damos prisa podremos llegar a Maternas en una semana.

—¿Ahora decides por los dos? —demandó.

—Creo que es lo más obvio, allí estaremos a salvo.

—Dudo mucho que yo sea bienvenida—soltó una risa amarga. Imaginé que se refería a lo ocurrido con Rubí.

—Tienes todo el derecho a estar allí, también eres nuestra amiga—expliqué—. Puede que ni siquiera esté allí, Morriguen me dijo que no lograba dar con ella.

El sonido estridente de un cuerno hizo que tuviéramos que taparnos los oídos.

—Ahora ya saben que nos hemos ido—aclaró Cassandra, reconociendo el sonido.

Nos adentramos en las lindes del bosque, siguiendo la costa para no perder el rumbo. Teníamos solo un par de horas de ventaja. Solo nos atrevimos a detenernos cuando el sol ya rozaba el horizonte y el frío había calado por completo nuestros huesos.

Encontramos una cueva profunda lo suficientemente oculta para que nadie pudiera encontrarnos por casualidad. Nos pegamos a la hoguera para disfrutar de su calidez. Ella estaba en el lado contrario, con las manos estiradas y el pelo tapándole medio rostro. Quería poder hablar con ella, hacerle más fácil esa situación. Cassandra pensaba que había abandonado a su familia al salir de la isla.

—Oye, gracias por haberme sacado de allí—dije, intentando romper el hielo.

—No te confundas, sigo pensando que sois unos traidores y unos asesinos, pero ni siquiera tu mereces morir de la forma que tenían planeada. Además, llevaba tiempo queriendo salir de allí y ver el mundo, pero a mi madre le parecía demasiado arriesgado.

Puse una mueca de disgusto al oírla referirse a ella como su madre. Ella me pilló cuando aún no había terminado de poner cara de desagrado.

—¿Crees que es cierto?

—¿El qué? —pregunté de vuelta.

—Lo que me dijiste cuando fui a curarte, que ella no es mi madre y me ha tenido engañada.

—Si. Y tampoco somos asesinos—agregué.

—Me acuerdo del sentimiento de ese día sabes—graznó—El miedo. Cada vez que recuerdo esos ojos...siento como mi cuerpo empieza a temblar. Intentó matarme.

—Ella no es así.

—¿Vas a decirme que nunca ha matado a nadie?

Guardé silencio. Si que lo había hecho, pero no era como ella pensaba, tenía sus razones. Ninguno éramos inocentes del todo. La tensión empezó a acrecentarse y a hacerse bola. Entendía su enfado, yo también me sentía traicionado por Rubí, y tendría que escucharme la próxima vez que la viera. Pero no era una mala persona y tampoco una asesina.

—A veces tengo sueños—habló de nuevo, volviendo al tema de su primera pregunta—Para mi no tenían sentido hasta lo que me contaste el otro día. Se que no es algo que haya vivido ahí abajo, que vienen de otra parte. Y supe que eran reales por que en mis sueños—se cortó.

Contuve la respiración, pidiendo silenciosamente que recordara algo de nuestro tiempo juntos y que verme de alguna manera le haya hecho recuperar ese sentimiento. Sus ojos café oscuro estaban clavados en los míos. Me mojé los labios, haciendo que su mirada se desviara a ellos. Cassandra reprimió un suspiro. Todo se desmoronó cuando vi como sacaba una cadena plateada del interior de su vestido.

—Veía esta cadena.

Sacudí la cabeza, levantándome. Me mordí el labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre. Ella me observaba con intriga, esperando que la resolviera sus dudas.

—Ya, es la cadena de Jude.

Se la quedó mirando con curiosidad. Tenía que haberme dado cuenta que no sería por mí. Ella nunca me había elegido y era un gilipollas por seguir esperándolo. La traición de Cassandra y Jude se me vino de nuevo a la mente. No había pensado en aquello en años y ahora esos pensamientos volvían a mí reviviéndolo otra vez como lo hice entonces.

—¿A dónde vas? —me preguntó, levantándose también.

—Necesito dar un paseo. 

****

Hola, hola! Es domingo y se que suelo actualizar los lunes pero bueno realmente aquí en España son casi las doce. Hoy me tocaba día de escribir así que he pensado en adelantarlo unas horas. Bueno, ¿Qué os ha parecido? ¿Cómo veis a Ian y a Cassandra?

Próximo capítulo

25/04/22

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