IAN
—Venimos a por Cassandra—escupí. Morriguen levantó las cejas.
—Ya. Lo imagino.
—Dinos donde está—me acerqué a ella con ganas de estragularla—, ¡Ahora!
—No grites—Me chistó Rubí. Pero que más daba, Morriguen nos había pillado ya. No tardaría ni dos minutos en vendernos a Nikolái.
—Es el pasillo de la derecha—contestó. Lo observé, seguramente nos llevaría directos a la boca del lobo—. Hay otra escotilla que da a las habitaciones, la suya es la que tiene una rosa dorada en la entrada.
Miré a Rubí, totalmente desconcertado. Ella tenía la misma expresión.
—¿Por qué ibas a querer que nos la lleváramos? —la interrogué—Tu ayudaste en su secuestro.
Morriguen puso los ojos en blanco e intentó rozarme la cara con las manos. Me aparté. Ella soltó un suspiro.
—Yo quería que volviera a La Isla conmigo—nos informó de mala gana—, la tengo más aprecio de lo que podáis pensar. Nikolái me obligó a dejarla con él y no quiero. Yo no puedo llevarle la contraria, pero vosotros si, así que...
—¿Y cómo sabías que estaríamos aquí? —inquirió Rubí, estaba mucho más dispuesta a escucharla que yo.
—Os buscaba para que la rescatarais—contestó sin más explicación—y los túneles no son ningún secreto para mí. Reny me los enseño hace siglos cuando aún éramos buenas amigas.
Morriguen y Rubí compartieron una mirada. Ninguno de ellos había hablado nunca de Reny para hacer algo más que insultarla como traidora.
—Cuando estéis a salvo, decidle que me gustaría hablar con ella—nos pidió, desapareciendo entre las sombras del pasillo que tenía justo detrás.
—Eso ha sido raro—dijimos a la vez mientras entrabamos en el túnel de la derecha como Morriguen nos había indicado.
Era un pasillo bastante largo, aunque más seco y espacioso de lo que veníamos. Como ya no teníamos luz tuvimos que buscar a tientas la rejilla. Palpamos las paredes hasta que dimos con ella. La salida estaba oculta por una de las grandes columnas que ocupaban el patio. Empujamos con fuerza hasta que la movimos lo suficiente como para pasar y a volvimos a cerrar para no levantar sospecha. Pisamos con cuidado. Los pasos en el suelo de mármol se oían más fuertes de lo que pensábamos. Recorrimos todas las estancias hasta dar con la que tenía la rosa dorada en la entrada. Contuve el aliento y me armé de valor para entrar. Tenía miedo de que nos rechazara por haber dejado que se la llevaran.
La habitación era enorme y aún así la cama ocupaba la mitad de ella. Detecté el aroma de la sangre antes incluso de ver de donde provenía. Rubí ya estaba corriendo hacia Cassandra, que estaba atada al cabecero de la cama con una cuerda, completamente desnuda y llena de moratones y cortes por todas partes. Rubí le palmeó la cara para que volviera en sí. Ella parpadeó como si le pesaran los ojos. Le quité las ataduras y su cuerpo de desplomó sobre las sábanas llenas de sangre. Las manchas tenían diferentes tonalidades, desde marrón de heridas antiguas hasta el rojo intenso de las más nuevas.
—Cass—susurré. Se sacudió intentando huir de mí. Me confundía con Nikolái. —, Esta bien. Soy Ian.
Me observó con recelo. Rubí la ayudó a incorporarse. Cassandra se aferró a ella y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Iba a matarlo.
—Llévatela—ordené a Rubí mientras me dirigía a la salida.
—¿Qué crees que haces? —me espetó Rubí.
—Voy a acabar con él. Voy a enseñarle lo que es el sufrimiento a ese hijo de puta—apreté los puños. Lo que le había hecho a Cassandra no podía quedarse así.
—No conseguirás nada ahora—siguió.
Seguí andando, dispuesto a enfrentarme a él.
—Tienes que curarme—habló Cassandra—, no puedo irme así. Estoy muy débil.
No estaba ni de lejos tan débil como para no poder caminar, pero sabía lo que estaba intentando. No quería que me enfrentase a él.
—No puedes pedirme que le deje seguir respirando—señalé su cuerpo.
—No te lo pido, te lo ordeno. Quédate conmigo.
Cassandra se enderezó y le habló en el oído a Rubí. Esta se acercó hasta un mueble azul turquesa y sacó aun vestido lila de gasa. Le ayudé a ponérselo a la vez que curaba sus heridas. Me estaba costando todo mi autocontrol quedarme quieto, pero si me necesitaba junto a ella, eso es exactamente lo que haría.
—Salgamos de aquí—habló Rubí cuando nos cercioramos de que Cassandra estaba lo bastante bien para correr. Asentimos. Asomé la cabeza para comprobar que no había nadie alrededor.
Regresamos hacia la entrada de los túneles, pero frenamos en seco cuando nos dimos cuenta de que dos niños venían hacia nosotros interponiéndose a nuestra libertad. Los niños nos miraron asombrados y después comenzaron a gritar desesperados, dando la voz de alarma. Corrimos hacia el lado contrario encontrándonos con más sirvientes que gritaban a nuestro paso. Cassandra nos guió lo mejor que pudo. El castillo era un laberinto de paredes y espacios abiertos. Teníamos que ir más rápido.
Saltamos los balcones de las habitaciones y caímos en el piso principal. Giramos hacía unos jardines llamando la atención de todos los soldados que hacían guardia fuera. Nos metimos en varias salidas que llevaban al bosque, pero por cada una de ellas también había un grupo de soldados que nos hacía cambiar de rumbo. Nos quedábamos sin opciones.
—Mierda, atrás—oí que decía Rubí. Miré hacia abajo y vi que mis pies se habían quedado a dos centímetros exactos del filo del acantilado.
—No, no—negó Cassandra al ver como los soldados nos rodeaban.
—Yo me encargo de ellos, vosotros corred—exigió. El poder emanó de sus manos en ese instante.
—No voy a dejarte—rechacé.
—Ian, no vamos a salir los tres de esta—confesó, tumbando a dos soldados que se habían acercado demasiado—. Tenéis que salir de aquí. Deja que haga esto, por favor.
Miré a Cassandra que estaba justo detrás de Rubí. Estaba asustada, pero me indicó la respuesta con un movimiento firme y negativo. Ella tampoco iba a dejarla.
—Saldremos los tres o no saldrá ninguno—insistí.
Los soldados se agrupaban y caminaban hacia nosotros. Cada vez eran más. Rubí bajó la cabeza y se concentró reuniendo todo el poder que podía. La ola de energía retumbó de tal manera que tuvimos que echarnos al suelo. Los soldados cayeron desplomados.
Le dediqué una sonrisa antes de que los tres saliéramos corriendo, sorteando los cuerpos inconscientes de los soldados. La salida hacia el bosque estaba a tan solo unos metros del acantilado. Podíamos hacerlo. Podíamos perdernos entre la maleza igual que habían hecho las personas del bosque. Rubí nos camuflaría.
Oí un grito y después algo desplomándose. Rubí había caído al suelo y se sujetaba la cabeza con las dos manos. Se retorció hasta quedar en posición fetal. Nos apresuramos para llegar hasta ella. Cuando nos quisimos dar cuenta otra persona ya ocupaba el lugar. La agarró del pelo y tiró de él hasta levantarla del suelo.
Cassandra gruñó y se abalanzó sobre la persona que había derribado a nuestra amiga, pero antes de tocarle cayó también al suelo entre contracciones intensas de dolor.
El hombre que se reía era moreno de piel con el pelo negro hasta los hombros y una sonrisa reluciente. Apreté los dientes al reconocerlo. No por que supiera quien era o lo hubiera visto antes, sino porque era exactamente igual que Jude.
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