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Capítulo 28

IAN

El sonido de los tambores hacia retumbar el suelo. La gente se extendía en filas desordenadas a lo largo de la calle solo para el momento en que la diosa recorriera las calles. A nadie parecía importarle ya el incendio en el templo. Según los guardias las zonas más afectadas habían sido los pisos inferiores por lo que Yuky no tuvo que pasar la noche a la intemperie. Esos mismos guardias eran los que nos habían impedido movernos de la tribuna donde Yuky daría su discurso. Sin saber que era exactamente lo que buscábamos. Todos los que estaban en la tribuna acompañarían a la diosa en su camino por las calles de la ciudad. Solo tendríamos que esperar el momento indicado. Por suerte confiábamos en que Emma supiera con certeza cual era ese momento.

Erick asintió desde el lado opuesto de la tarima. Yuky acababa de salir del templo. La custodiaban diez guardias a cada lado y otros seis levantaban el trono dorado en el que iba sentada. Me sequé el sudor de las manos en la tela de la falda. Me dije a mi mismo que los guardias no serían un problema, no con Rubí a nuestro lado, no si Cassandra les enseñaba lo que sabía hacer. 

Avanzaron por la calle principal. Los ciudadanos coreaban su nombre. La mayoría de las hogueras aún seguían emitiendo humo. Los guardias se pararon frente a la tribuna con el trono dándonos la espalda para comenzar el camino. Bajamos las escaleras junto con dos docenas de personas más que habían estado en el salón la noche anterior. Todos querían que su diosa los mirara que le ofreciera unas palabras de consuelo o incluso un pequeño roce de su mano. Pero ella no hizo ningún movimiento y sus guardias no se detuvieron. Los tambores cesaron al llegar a la plaza del mercado. Allí es donde se concentraba la mayor población. Los guardias bajaron el trono y finalmente cayó al suelo con un sonido sordo. La imagen se despejó y nos ofreció una mejor visión de la plaza. Había al menos veinte hogueras diferentes. Encima, decenas de cuerpos sin vida. El olor a carne quemada era insoportable.

Yuky apareció en mi campo de visión, vestida completamente de dorado. Se quedó plantada, observando. Los guardias poco a poco se fueron desperdigando. Nos estaban rodeando. Miré a Emma en busca de alguna explicación, pero ella solo sacudió la cabeza. Noté como Rubí estaba concentrada en mantener la calma para no delatarnos. No hicimos ningún movimiento fuera de lo normal. Me fijé entonces en que una de las hogueras no había sido prendida y era más grande que las demás. Solté el aire despacio por la boca. Mi pulso se había disparado y los guardias seguían acercándose.

Olimpia echó a andar. Todo pasaba a cámara lenta, al menos esa era mi percepción. Un paso y después otro mientras yo rezaba por que no hiciera lo que pensaba que iba a hacer. Cuando se posicionó al lado de Yuky todo estalló.

Rubí había contratacado sin dejar que nadie llegara a tocarla a ella o a Erick. Dos guardias habían perdido sus manos al intentar agarrar a Cassandra. Vinieron a por mí y no pude poner resistencia sin comprender todavía que estaba pasando.

Me arrastraron hacia ellas e hicieron que me pusiera de rodillas.

—Olimpia—dije, confundido—¿Qué estás haciendo?

—Me dejaste morir Ian—confesó, con desprecio—. Ellos me salvaron.

—¡Ellos te mataron! —me sacudí de su agarré. —No puedes matarnos. Tu misma lo dijiste, sin nosotros no habrá cambio de ciclo.

—¿Quién dice que voy a por vosotros?

Entonces entendí lo que decía. Erick y Astrid estaban ya retenidos por más de diez guardias cada uno y los llevaban arrastras hasta la hoguera. Busqué a Rubí y a Cassandra. La primera aún lograba mantenerse en pie y luchaba para llegar hasta el príncipe con desesperación. Cassandra tenía la boca abierta y la barbilla hacia el cielo.

—¡Déjala! —grité, cuando reconocí el mismo dolor en su rostro que el de las personas sacrificadas.

—Ha sido un error venir aquí—se relamió los labios saboreando la venganza.

Yuky chasqueó los dedos y tres guardias más aparecieron para apresar a Olimpia. Su rostro se cubrió de terror al ver que le harían lo mismo que a los demás.

—¡No! —suplicó—¡Yo he sido fiel! ¡He sido fiel!

Conseguí la distracción perfecta para arrebatarle el arma a uno de ellos. Le rajé la pierna en ese mismo momento, sin esperar a que pudiera defenderse. Apunté al otro que tenía una expresión preocupada sin saber que esperar del enfrentamiento. Yuky se rio.

—Por favor, no hagas el ridículo—siguió sonriendo—, los dos sabemos que no eres un luchador y menos un asesino.

El otro guardia atacó con seguridad después de las palabras de su diosa. Paré el golpe de su espada y la hice girar hasta que se le cayó de la mano. Clavé el filo en su estómago sin miramientos. Puede que yo no fuera un gran luchador, pero sus guardias estaban muy mal entrenados. Se habían relajado al no tener que enfrentar amenazas. Por si acaso rematé también al guardia al que había cortado la pierna. La sangre me salpicó la cara.

La sonrisa se le había borrado de la cara, pero aún mantenía una pose de seguridad. Los guardianes ataron a Erick y a Astrid a los que habían dejado inconscientes y después a Olimpia que seguía gritando por su vida. Acercaron el fuego a sus pies. Una explosión tumbó por completo a cualquiera que se encontraba en la plaza. A todos menos a Rubí, que se elevaba sobre los demás en una nube roja y plateada. En ese delicioso momento me regocijé del miedo en los ojos de Yuky. Había perdido por completo y lo sabía.

Alzó la mano ahogando toda llama que pudiera haber en la hoguera. Cayó al suelo con una postura elegante y se fue acercando hasta nosotros. Emma la seguía muy de cerca. Con las manos también manchadas de sangre. Ahora que Yuky había perdido toda serenidad y dejó de utilizar su poder, Cassandra pudo ponerse de pie aunque aún seguía muy débil por cómo le temblaban las piernas.

Los rostros empezaron a agolparse a los alrededores. Rubí agarró a la diosa del pelo y le levantó la cara. La gente soltó un gemido de terror. No por Rubí. Ellos aún creían que Yuky podía vencerla, que de algún modo se volvería en nuestra contra y ganaría la partida.

—¡Esta de aquí es la que se hace llamar vuestra diosa! —anunció bien alto, para que todos la escucharan—¡Pero tan solo es una cobarde que mata a vuestros familiares cada año y lo hace llamar misericordia! ¡Lo hace llamar sacrificio! ¿Pero que es lo que ha sacrificado ella por vosotros? ¡Nada!

La gente comenzó a asentir tímidamente. A hablar entre susurros.

—No hemos venido a castigaros ni a mataros. Los guardias que veis no están muertos, solo dormidos. Los que sean leales a ella cumplirán su sentencia, pero siempre tendrán oportunidad de remendar sus errores—continuó. Me sorprendió que no estuvieran muertos. —Hemos venido a liberar a este mundo del yugo de vuestros actuales dioses y a romper el ciclo de los centenarios. El poder no debe de estar en nuestras manos, si no en la tierra a la que pertenece.

El silencio se extendió. Rubí seguía sosteniendo con firmeza a Yuky por el pelo. No dejaría que se viera ni un atisbo de vulnerabilidad.

—¡Es cierto! —reconocí a la mujer de anoche hablar sobre los demás—. Ayer quisieron quemar a mi hijo vivo y lo llamaron misericordia. Pero el chico nos ayudó—me señaló con el dedo—Curó a mi hijo y nosotros nos enfrentamos a los guardias. Les matamos a todos y quemamos sus cuerpos junto a los de vuestros hijos e hijas. El mío gracias a ellos esta sano y salvo en casa.

—¡Mentirosa! —se oyó como gritaban entra la multitud.

—¡Dice la verdad, yo lo vi con mis propios ojos! —gritó otro.

Se desató entonces una batalla campal entre los ciudadanos. Aquellos que estaban a favor de Yuky y aquellos que solo habían ocultado su odio. Rubí no hizo nada por evitarla, sabiendo que era algo que debían solucionar ellos mismos. Llamó a Emma con dos dedos. Le cedí la espada que había arrebatado.

—Basta, no tienes por qué hacer esto—graznó Yuky viendo como Emma se acercaba a ella con el arma entre las manos.

—No hay piedad para quien no es merecedor de ella—contestó la rubia levantando el filo por encima de su cabeza, pero nunca llegó a su objetivo, una mano se lo impidió con la suficiente fuerza como para parar el golpe. 

Nikolái.

—No es que le tenga demasiado aprecio a esta en concreto—habló—, pero nadie va a matarla sin mi permiso.

Yuky soltó un suspiro de alivio. Demasiado pronto para mi gusto. Rubí arremetió contra él con rabia. Todo era un caos. Los ciudadanos seguían en batalla mientras que Rubí y Nikolái se convertían en un conjunto de golpes certeros y polvo.

—Ay Ian, creo que la última vez que nos vimos te advertí sobre los peligros de confiar demasiado en alguien—mi piel se erizó por el susurro en mi oído. Una voz encantadora de serpientes.

Morriguen.

—Tus dos novias te han traicionado, mira por dónde—mantenía quieta a Cassandra con sus sombras. Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Primero la mujer de la que siempre has estado enamorado finge volver a ti mientras se folla a tu enemigo por la espalda, y ahora la novia que creías muerta vende a tus amigos para destruirte. Que mal.

Observé a Cassandra que no paraba de llorar ni de sacudir la cabeza. Después lentamente eché un vistazo hacia Nikolái que había conseguido tumbar a Rubí de un solo golpe. Emma ya se dirigía hacia ella, pero yo solo podía pensar en ellos dos. Cassandra y Nikolái. Juntos. Desde luego a Morriguen le gustaba ver el mundo arder. Toda una oleada de irá de desbordó, más destructiva que la que me abordó cuando me enteré de que estaba con Jude. 

—Suéltala.

—Te ha traicionado—insistió—, ¿Es que no quieres ni un poco de venganza?

Si la quería. Quería dejarla allí con ellos, que tuviera lo que se merecía. Lo que se había buscado ella solita al aliarse con Nikolái. Puede que incluso se hubiera enamorado de él. Había estado fingiendo todo ese tiempo. El beso, los recuerdos...Otra absurda mentira. Y yo, otra vez la había perdonado, otra vez la había creído. Nadie podía arreglarla. Estaba podrida por dentro. Era la villana de esta historia, era mi enemiga. Por eso dudé cuando Cassandra y los tres dioses desaparecieron entre las sombras de Morriguen, por eso no me esforcé en recuperarla. Y pude ver la decepción en sus ojos. Bien, no le vendría mal saber que se siente cuando te destrozan el corazón para nada, aunque dudaba que sus sentimientos pudieran llegar hasta ese punto.

Un momento sentí alivio y al siguiente volví a la realidad y comprendí lo que había hecho. Oí como Emma me chillaba desde el otro lado de la plaza donde los demás aún seguían inconscientes.

—¡¿Qué has hecho?!

Exacto.

¿Qué había hecho?

Se la habían vuelto a llevar por mi culpa. No es que se mereciera menos que eso, pero era una de los nuestros y después de haberla abandonado una vez, le debía estar ahí para que no volviera a ocurrir.

Puede que, si Morriguen no se equivocaba al decir que confiaba demasiado en las personas, tampoco se equivocara al decir que había oscuridad dentro de mí. Era lo mas cerca que había estado de ella.  

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