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Capítulo 25

IAN

Sentí su olor y el tacto de sus manos. Nunca pensé que volvería a verla. Me había hecho a la idea de que no escucharía el sonido de su voz gritando a los marineros por las mañanas. Tampoco era la mujer que recordaba, pero ahí estaba. Y eso era más de lo que podría haber esperado jamás. La estreché de nuevo entre mis brazos. La multitud que nos rodeaba estaba absorta. Algunos obnubilados por el reencuentro y otros sumidos en los placeres de la carne y el Opio.

—Estás bien—suspiré, dándole un beso en la frente.

—Yuky se ha ocupado de que tuviera todo lo que quisiese—habló con un tintineo peculiar de felicidad en su voz.

Miré hacia el trono de la diosa que me regaló una radiante sonrisa. Esa era la imagen que nos habían dado de ella. Alguien benevolente y amable a la que su pueblo adoraba y respetaba, sin embargo, no tenía nada que ver con la que habíamos visto los días que llevábamos aquí. Nada que ver con la mujer que había matado a mas de doce personas arrancándoles las almas.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Cómo sobreviviste? —las preguntas empezaron a aparecer atropelladamente una tras otra.

Olimpia me agarró de la mano y me instó para que la acompañara. Miré hacia Emma que simplemente se encogió de hombros. No fui capaz de mirar a nadie más del grupo. No era capaz de levantar la vista y ver que Cassandra todavía tenia mis huellas repartidas por todo su cuerpo.

—Creo que sería mejor si te lo explicara todo en un sitio más tranquilo—no la contradije, aunque la sala fuera todo lo contrario a ruidosa en esos momentos.

Por primera vez desde que llegamos, Olimpia me condujo fuera del templo de Yuky hacia el pueblo. Al principio se limitó a andar por las calles, contemplando las hogueras que las familias y los ciudadanos preparaban a aquellos que habían dado su vida voluntariamente por su reino. Las lágrimas de aquellos que las prendían no me parecían un símbolo de reciente honor adquirido.

Olimpia no observó realmente nada de lo que había a su alrededor. Solo habló con un vendedor para comprar algo de bebida y comida y después siguió su camino. Yo me limité seguir a seguirla hasta que por fin se dejó caer en una colina más elevada que las demás y que tenía una vista privilegiada del sufrimiento de la ciudad esa noche.

—¿Quieres? —señaló el pescado y la botella que había dejado junto a ella en la hierba.

—No tengo hambre.

—Bueno, más para mí.

No parecía ella. No era la misma chica que me había acompañado a curar a todos los heridos que dejaban los dioses a su paso. Esa chica jamás hubiera podido echarse nada a la boca viendo como los cuerpos de unos inocentes ardían bajo sus pies.

—¿Cómo sobreviviste? —indagué—. Vi tus heridas, tu sangre me bañó las manos y supe que nadie podría salvarse de algo así.

—Podrías haber intentado curarme—sus ojos se oscurecieron unos segundos antes de volver a la normalidad—. Pero no te culpo, fue todo tan rápido.

Oteó la ciudad con aire pensativo. Me senté a su lado, dando la espalda a la humareda que ya empezaba a formarse como si de una niebla se tratara.

—Tienes razón, debería haberme resistido, debería haberte ayudado—Tragué saliva, mis disculpas siempre eran por no haber reaccionada antes, por no haberme esforzado más por la gente a la que quiero.

—Estoy aquí de todas formas—hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—Lo que no entiendo es cómo es posible que lo estés—insistí.

—Mira, lo único que tengo claro es que al caer al agua perdí el conocimiento y más tarde estaba en la casa de un pescador con puntos y la herida casi curada—explicó llevándose un trozo de pescado a la boca.

—Eso no tiene ningún sentido.

—¿A caso preferirías que estuviese muerta? —su tono era frío y distante. Me relajé y sacudí la cabeza.

—Pues claro que no. Estoy muy contento de poder estar contigo, es solo que hay algo raro en todo esto—no quería que pensara que no me alegraba de verla, pero tampoco podía dejar pasar por alto toda las inconsistencias y milagros dentro de su historia.

—¿A no? —soltó un bufido—. Mírate. Esta claro que no has pasado el tiempo llorándome ni echándome de menos.

Cerré los ojos sabiendo a lo que se refería. Me reprendí mentalmente por no haberme dado cuenta antes. Desconfiaba de ella y de como había cambiado, pero a lo mejor simplemente me odiaba.

—Y no me sueltes que no es lo que yo pienso, porque es eso exactamente. Qué casualidad, tus dos novias muertas que vuelven a la vida—soltó una carcajada que me hizo sentir incómodo.

—Lo siento—dije, porque no sabía que más hacer.

Me dejó la mano sobre el hombro y sonrió.

—Estoy siendo dramática—admitió—. Volver de entre lo muertos me ha puesto un poco cascarrabias.

Le sonreí también. Poco a poco se iba pareciendo más a la chica a la que había dejado atrás en el aquel barco.

Olimpia se giró para mirar hacia el mismo punto que yo. Su presencia me reconfortaba y me hacía adquirir una fuerza que creí perdida al salir de la Isla de Morriguen. Los dos habíamos pasado por cosas en ese tiempo y era normal que estuviéramos algo distanciados. Sabía que estaba meditando si hacerme una pregunta cuando empezó a retorcerse uno de los mechones de su pelo. Era raro no verla hacer eso mismo con una de sus rastas de colores, pero la verdad es que el pelo natural le quedaba bien. Parecía mucho más joven y desenfadada.

—Así que está viva, al fin y al cabo—soltó, después de un rato.

—A mi me sorprendió tanto como a ti—le confesé.

—¿Cómo ha ido la cosa?

—¿De verdad quieres hablar de esto? —le rebatí con otra pregunta.

—Se que la has querido durante toda tu vida, solo necesito saber si aún lo haces, porque hace tan solo unas pocas semanas estábamos juntos—chasqueó la lengua, como si un pensamiento incómodo se le hubiera venido a la mente—. Nosotros nunca hablamos de sentimientos, pero creo que es obvio que si sentíamos algo.

—Pues claro que sentía algo por ti—me quedé pensativo—siento algo por ti. Pero pensaba que jamás volvería a verte, igual que pensé que jamás volvería verla. No sé en qué lugar deja eso a mis sentimientos.

—Si que debe ser un lio.

—Lo es—me levanté sacudiéndome la falda de hierbajos secos—. Voy a... pensar un poco las cosas.

—¿No quieres que te acompañe?

Negué con la cabeza. Ella apretó los labios, pero no dijo nada más mientras me veía desaparecer colina abajo. Al llegar a una calle despejada me tomé unos instantes para apoyarme un una de las pirámides y respirar con normalidad.

Cassandra estaba viva.

Olimpia estaba viva.

Y las quería a las dos. No podía ser hipócrita y decir que no sentía nada porque la verdad era que las dos habían sido los mujeres más importantes de mi vida. Era un hecho, pero no tenía ni idea de como afrontarlo ahora que las tenía a las dos en un mismo plano. No era algo que tuviera una solución temprana así que me puse a pensar en la historia de Olimpia y en como era posible que hubiera llegado hasta Lavender y vivir en el templo de Yuky. Por qué la había ayudado y le había dado todas las comodidades. Ya había saldado su deuda al contarnos que no podían matarnos hasta el final del ciclo.

No. Había algo más y aunque me costaba creer que unos dioses que llevaba mil años reinando se quisieran meter en mi vida personal, no dejaba de pensar que era del todo extraño verme en vuelto en esa situación. No me sorprendería que Morriguen quisiera poner a Cassandra en mi contra, pero era una estúpida si pensaba que se iba a poner celosa por verme con Olimpia. Cassandra no tenia esos sentimientos por mí, al menos no todavía, al menos no de la misma forma que yo por ella. La cabeza me daba vueltas y vueltas mientras recordaba los besos con Cassandra, mi vida con ella y a la vez los dos años de relación con Olimpia. En mi mente parecía que esos recuerdos eran de dos personas completamente distintas.

Entonces alguien gritó. 

La poca gente que tenía a mi alrededor empezó a moverse directamente al lugar de procedencia de aquel desgarrador sonido. Me moví con ellos, aprovechando el momento para dirigir mi atención hacia otro sitio. Al llegar a la calle me encontré con un grupo de gente enfrentándose. Dos hombres sujetaban por los brazos a un chico con el vientre cubierto de sangre. Pensé que estaba muerto hasta que sus parpados se abrieron ligeramente.

—¡Soltadlo, por favor! —Una mujer salió de la casa en forma de pirámide y se arrodilló frente a uno de los hombres. —¡No ha hecho nada, es un buen chico! ¡Por favor!

—Tiene un deber divino.

La mujer sollozó más fuerte. El hombre contrario que lo sujetaba tenía lágrimas en los ojos y hacía lo posible para no soltar la camisa hecha jirones del que supuse que era su hijo.

Me adelanté unos pasos, sin inmiscuirme en la escena. Al final le arrebataron su cuerpo mientras sus padres eran castigados por enfrentarse. Lo arrastraron por el suelo hasta una de las piras de madera aún sin encender. El chico soltó un gemido al echarlo encima de los demás.

—¿Qué piensa hacer con esa antorcha? —intercepté el brazo del hombre antes de que pudiera provocar el fuego.

—¿Quién eres tú? —forcejeó hasta entender que no pretendía soltarlo.

—Ese chico está vivo, ¿es que en este reino no sabéis la diferencia entre la vida y la muerte? —la muchedumbre empezó a rodearnos, a susurrar.

—La Diosa precisa hoy de unas muertes y mi deber es conseguírselas—sus dos compañeros se acercaron, blandiendo la espada bien arriba para que todos los vieran.

—Me temo que esta noche no.

La gente se les tiró encima. Había más de treinta personas de a pie y solo un puñado de guardias para hacerles frente. Los padres del chico consiguieron escapar del agarre y sacaron a su hijo de la pira. Le quedaba poco tiempo. Me agaché a su lado y rompí lo que le quedaba de camiseta para examinar la herida de cerca. Tenía varias puñaladas repartidas por el abdomen. Eran profundas y se notaba que la persona que se las había hecho quería matarlo.

—Voy a intentar salvarlo—les expliqué a los padres que me miraban horrorizados—. Esta muy mal, así que no se si funcionará.

Aún con el rostro descompuesto y la desconfianza que desprendían me dejaron actuar. Apoyé las manos sobre su abdomen y canalicé toda mi energía hasta ellas. Supe que estaba funcionando cuando comenzaron a emitir su habitual calidez. El chico no apartó su mirada de mi ni un momento, aunque los parpados se le cerraban de vez en cuando. La primera herida se cerró varios minutos después. Tenía que ir primero a por las más graves y después trataría de arreglar aquellas que no fueran mortales.

A mi espalda la lucha continuaba, pero ya solo quedaba uno de los guardias en pie. Se habían encargado del resto y ahora los subían a la pira como ellos habían hecho antes con el chico que tenía frente a mí.

—Eh, mírame—le dije, cuando sus ojos bizquearon varias veces seguidas—¿Cómo te llamas?

El chico me observó y abrió la boca. Le costó un poco emitir algún sonido.

—M-—tosió—Mauro.

—Encantado Mauro—le sonreí—, mi nombre es Ian. Te prometo que vas a ponerte bien. He curado heridas mucho peores que las tuyas.

Sus padres se relajaron al oírle hablar. El chico hizo un gesto que entendí como una mueca de alivio. Los ciudadanos encendieron la hoguera cuando la última de sus heridas se cerraba por fin.

Me dejé caer hacia atrás algo mareado. Ya hacía un tiempo que no curaba a nadie y menos al borde de la muerte. El chico trató de incorporarse, pero su madre lo retuvo, haciendo que apoyara la cabeza en su regazo.

—No sé ni que decir, como podríamos agradecérselo—el padre me dio la mano y la agitó un par de veces con efusividad.

—No es necesario—insistí, como siempre hacía—. Su hijo debe descansar, pero tenéis que salir de la ciudad. Nadie puede saber que lo he curado, nadie debe saber que consiguió escapar.

Asintieron convencidos. El resto de sus vecinos trajeron una camilla para poder mover al chico de un lugar a otro. Nadie avisó a más guardias, todos estaban de su lado o demasiado borrachos como para ser conscientes de lo que estaba pasando.

Me arrastré de nuevo a la oscuridad, lejos de la escena y de las hogueras. Si alguien se enteraba de que había tenido algo que ver, estaríamos en serio peligro. La extraña situación de bandera blanca que habíamos creado desaparecería. Nos encerrarían hasta el día de nuestra muerte, si es que no pensaban hacerlo ya. 

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