Capítulo 24
IAN
Las velas recorrían y decoraban todo el pasillo y la gran sala del trono. Su luz era opaca, como si alguien las restringiera el acceso al oxígeno. Todos iban vestidos de blanco, al igual que nosotros. Las mujeres con una túnica fina, medio transparente y los hombres con la falda y el torso al descubierto.
La música provenía de flautas e instrumentos que sabía que había visto alguna vez, pero de los que no recordaba el nombre, juntos creaban una melodía suave, animada y sensual. Yuky no estaba sentada en su trono cuando llegamos hasta él, ni si quiera estaba presente en la sala. El resto de su corte estaba sirviéndose las primeras copas así que supuse que aún era algo temprano para ella.
Nos quedamos apartados en una esquina formando un circulo mientras éramos el centro de todas las miradas. Para mi sorpresa no todas eran de odio, algunos eran curiosas e incluso lujuriosas. Todo el mundo quiere acostarse con un dios al fin y al cabo y nosotros éramos lo más cercano a ellos que tenían a mano.
Me alejé del grupo con el sudor recorriéndome la espalda. Tomé una de las jarras de la mesa y me serví el líquido rosáceo que contenía. Irónicamente sabía a limón con algo de licor. Una copa se convirtió en dos, seguidas de varias más.
—¿Pretendes olvidar algo? —su dedo posado en mi hombro fue suficiente para que todo mi cuerpo se sacudiera.
Su rostro estaba tranquilo, con una media sonrisa y un hoyuelo marcándose en una de sus mejillas. Apreté el vaso con fuerza y me lo bebí de un trago.
—¿Quieres? —le ofrecí.
—Claro—se colocó justo delante y se inclinó para coger uno de los vasos. Dejé caer la cabeza hacía atrás y solté un suspiro.
Como podía meterse bajo mi piel con tanta facilidad, como podía parecer que ya era parte de mi cuerpo y de mi sangre cuando realmente estaba tan lejos.
—Ven, he visto algo que me gustaría probar—me cogió de la mano y yo me dejé arrastrar entre la gente.
En uno de los laterales de la sala habían puesto unas telas blancas y unos cuencos con pintura dorada encima. La gente se había quitado la ropa y se pintaban unos a otros los cuerpos desnudos.
—Tranquilo, no tienes por qué desnudarte—intervino Cassandra cuando observó mi expresión confundida—. Pensé que sería divertido, ¿Crees que es incómodo?
Asentí.
—Pero quiero hacerlo igualmente—aclaré antes de que pudiera echarse atrás.
Nos pusimos de rodillas frente al otro. Cassandra cogió uno de los cuencos y sumergió el dedo índice por completo. Su mano tembló por un momento antes de posarse sobre mi pecho y dibujar un círculo.
Sonrió.
Sonreí.
Volvió a hundir el dedo, esta vez con más confianza. Dibujó unos cuantos pétalos y un tallo para que se pareciera a una flor.
—Soy un desastre con esto—se disculpó.
—Solo necesitas un poco de práctica.
Trazó varias líneas por mis hombros y mis bíceps. Toda la pintura soltaba destellos a la tenue luz de las velas.
—Me toca—me manché los dedos de pintura y le aparté el pelo para dejar su espalda al aire. Deslizó sus tirantes para que sus hombros quedaran expuestos y entonces empecé a pintar. Al principio parecía solo humo, líneas sin ningún tipo de sentido hasta que me di cuenta lo que estaba dibujando. Era una isla y encima de ellas un cielo estrellado donde dos de ellas resaltaban más que las demás.
—No es justo, no puedo verlo—insistió.
—Es una tontería—sacudí la cabeza. Estaba claro que el alcohol comenzaba a hacer efecto, más del que había imaginado.
Cuando se giró vi como sus labios ahora también estaban pintados, se acercó hasta mi mejilla y dejó la marca en ella. Me quedé tan sorprendido que por un momento me quedé estático.
—Perdón, es raro después de lo que pasó anoche.
—No, claro que no. Era yo el que pensaba que te habías arrepentido—su mano se posó sobre mi corazón dejando restos de sus huellas en él.
—Quería hacerlo, quería odiarte—exhaló—, pero no puedo. Contigo es como si estuviera en casa, una que no recuerdo, pero se que es ahí porque me siento a salvo. Cuando me tocas, cuando me miras, se que estoy en el lugar correcto.
Le acaricié el pelo y todos los momentos en los que había deseado que ella me dijera eso mismo se me vinieron a la cabeza. Lo había imaginado de tantas formas, pero nunca había llegado a soñar con la sinceridad que emanaban de sus palabras. Fue ella la que me besó primero y fui yo el que nos tiró al suelo en un intento de mantener el equilibrio. La pintura nos bañó por completo y fue dejando su rastro por cada lugar en el que posábamos las manos.
El silencio que llenó la habitación nos hizo separarnos, sin embargo, nadie había reparado en nosotros. Los demás ya festejaban con otro tipo de prácticas más atrevidas. Nos miramos, recuperando el aliento. No quería parar de tocarla.
—¡Atención hermanos! —Una mujer al lado de Yuky levantó la copa que tenía entre las manos. Ni si quiera nos habíamos dado cuenta de que la diosa había llegado, pero por como nos miraba ella si nos había visto a nosotros. Se deleitó con nuestras miradas y nos mandó un beso.
—¡Ha llegado el momento que todos estábamos esperando! —prosiguió la mujer—Hoy es el día del sacrificio y nos regocijamos de seguir un año más al servicio de nuestra diosa protectora. Como símbolo de ese sacrificio hemos elegido a veinte afortunados de la lista sagrada para que compartan este honor con nosotros.
Las puertas dejaron paso a un conjunto de personas desnudas, todas de distintas edades y etnias. Se arrodillaron frente al trono y ofrecieron el saludo a la diosa. Miré a Cassandra en busca de una respuesta, pero encogió los hombros. Estaba igual de perdida que yo en esto. Nos hicimos un hueco entre la gente para contemplar la escena desde más cerca. Emma y Rubí estaban justo en frente. Sospeché que ese era el momento que habían escogido los demás para colarse en la biblioteca.
—Ha llegado la hora hermanos, dad las gracias por este maravilloso honor y purificaos con su poder.
Los arrodillaron murmuraron algunas frases sueltas mientras Yuky alargaba la mano hacia ellos. Sus cuerpos se sacudieron y se encorvaron hacia delante. La mujer bajó hasta ellos y recogió un cojín burdeos que había al pie de los escalones del trono. Una daga decorada con pedrería reposaba encima.
—Ten hermana, purifícate con la muerte.
Antes de poder reaccionar la mujer ya se había cortado el cuello. Un grito se ahogó dentro de mi garganta. Cassandra se adelantó con un movimiento casi imperceptible. Miré a Rubí y a Emma. Los ojos de esta última me aclararon lo suficiente como para identificar lo que estábamos contemplando.
El sacrificio. La sobrepoblación. En lavender se presentar voluntarios para morir y evitar la falta de recursos. Si eso era lo que me habían dicho, pero las personas que estaban allí no parecían estarlo por que quisieran por mucho que no gritaran ni suplicaran por vivir.
Cayeron dos cuerpos más al suelo. El chico al que le tocaba no podía tener más de trece años. Yuky seguía impasible sobre el trono. No pudo tocar el cuchillo antes de que una mano se lo impidiera.
—Ningún niño será dañado en mi presencia—Cassandra ya no estaba a mi lado, había tirado la daga al otro lado de la habitación y se levantaba frente al chico en una posición defensiva.
—No eres nadie para interrumpir el rito—el sonido del tortazo reverberó por toda la sala. Pero peor fue el sonido del cráneo de la mujer romperse contra los escalones.
Cassandra se quedó estupefacta. Me giré y ahí estaba Rubí, con los ojos totalmente encendidos y el poder emanando de ella.
—Calmaos niñas—Yuky ni si quiera se había alterado—, esta gente está aquí por voluntad propia, para servir a su reino.
Los hombres y mujeres se retorcieron hasta quedar inertes unos encima de otros.
—¿Qué has hecho? —exigió saber Rubí. Una palabra fuera de lugar y podíamos estar ante el inicio de una guerra abierta.
—Arrebatarles sus almas.
Cassandra sofocó un gemido y miró los cuerpos si vida a su alrededor.
—Si quieres asesinar a alguien, ten el valor de hacerlo tu misma, con tus propias manos—escupió.
El resto de los invitados soltaron quejidos y suspiros como si se les hubiese parado la película en la última escena cuando se va a resolver por fin quien es el asesino. Nos echaban miradas de asco. Estaba claro que esa gente nunca se había presentado voluntaria para ayudar a su reino.
—Esto es una fiesta, niña. Si no te gusta ahí tienes la puerta—sus súbditos lanzaron risotadas y palabras afiladas.
Cassandra había empezado a avanzar hacia la puerta cuando Yuky volvió a hablar.
—Aunque creo que te gustará ver la sorpresa que le tengo preparada a tu pareja de esta noche—todos se volvieron para mirarme. Rubí se había calmado un poco ante la expectación. Erick y Astrid habían aparecido de la nada, como si siempre hubiesen estado ahí—. No quería descubrir el pastel tan pronto, pero así sacamos bandera blanca, ¿Qué os parece?
Los súbditos fueron abriendo el paso uno a uno. La llama de las velas se hizo más intensa.
—Mierda—pronunció Erick antes de que yo pudiera ver quien se acercaba.
Su pelo ya no tenía las características rastas ni los colores llamativos que tanto la caracterizaban. Llevaba una túnica blanca igual que el resto de las mujeres y estaba viva, la sangre fluía por la piel morena de sus mejillas. Mi corazón se saltó un par de latidos.
—¿No te alegras de verme? —preguntó, cogiéndome de las manos.
—Olimpia.
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Hola hola! me ha encantado escribir el capítulo, creo que uno de los que más me ha emocionado hasta el momento.
¿Os ha gustado?
Próximo capítulo
17/10/22
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