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IV

Taehyung POV.

Viernes, 8:00 AM

 

—Jungkook~ ... Jeon Jungkook. Oh, dulce conejito mi vida entera eres tú. Jeon, Jeon Jeongguk~

—¿!PODRÍAS CALLARTE DE UNA MALDITA VEZ?! —Grité exasperado por décima vez con las manos en mi cabeza.

—Wow, Wow hombre, cálmate. — canturreó el imbécil que tengo como amigo. —Anoche no parabas de repetir lo mismo mientras dormías. —pasó su mano por su cabello mientras le daba una mordida a lo que sea que estuviera comiendo. — Lo has visto como dos veces, a eso le llamo amor a primera acosada.

—Que NO lo acoso, Jimin. —bufé hastiado haciendo énfasis en lo que claro no era cierto. — Solo fue casualidad haberlo visto más de una vez en aquella plaza mientras yo iba de camino a casa. — expresé mi incomodidad ante el cambio de situaciones. —¿Cuántas veces tengo que repetirlo?

—Las veces que sean necesarias hasta que dejes de caer en mis bromas. Dios, en verdad te enojas por todo, cálmate hombre. —Rio haciendo que sus pequeños ojos desaparecieran formando una línea. —Mejor come o se te enfriará la comida.

Revoleé mis ojos levantándome de la mesa ya no teniendo apapetito. Fruncí el ceño saliendo de la cocina fingiendo estar molesto no si antes decir:

—Y para que quede claro en mi sueño solo decía su nombre, no expresé más formas de afecto y ni siquiera sé porque te lo estoy diciendo. — reclamé sintiendo mis mejillas arder, tenía que trabajar y este pequeño bebé demonio hacia a mi mente recalcar aquello desde muy temprano.

Jimin, por su parte, solo meneó la cabeza con una sonrisa ladina. Prefiero evadir el tema; no es que sea algo malo pero es aquello que me hace sentir extraño a la par que cómodo.

—Chico bonito... —susurré en un intento de responder mis dudas

Jungkook POV

Viernes, misma hora.

 

El despertador resuena en la habitación, con un chirrido que ya se ha vuelto parte de mi día a día, este al que sigo sin acostumbrarme. Sacándome del más profundo sueño, me remuevo un par de veces y el incesante sonido comienza a ponerme de malas. Cubro mi cara con la almohada y estiro mi mano tanteando el teléfono responsable de aquel horrible sonido rompe tímpanos. Miro la hora y apenas son las ocho de la mañana. Odio trabajar.

Bueno, en realidad es madrugar.

Sentando sobre la cama estiro mi cuerpo y mis huesos truenan bajo el acto, hago a un lado las sábanas responsables de la aún pereza acumulada levantándome en dirección al baño dejando mi celular olvidado en algún rincón. Cruzo la sala y llego a mi destino entrando directo a la ducha.

El agua helada cae sobre mi cuello y espalda cálidos por el reciente despertar congelando mi cuerpo al instante. Tiemblo por el contraste y sin pensarlo más me ducho. Al terminar y ya en el lavabo cepillo mis dientes con insistencia tratando de estar presentable sabiendo la reprimenda que me espera. Antes de salir rodeo una toalla en mi cintura y otra muevo sobre mi rebelde cabello desordenando sus hebras que goteando empapan mis hombros.

Vuelvo a la habitación y en el armario busco algo sencillo para vestir. Camisa negra holgada y un suéter encima de ésta con una tonalidad más clara. Grisáceo. Jean’s azules ajustados y mis cómodas converse clásicas. De camino a la salida paso por la cocina, apagando las luces con cada paso, recojo una manzana de la encimera y algo de jugo en la nevera. Llegando a la puerta principal y antes de cerrar tras de mí, tomo mi bolso con una mano y lo paso por sobre mi espalda.

Doy una última vista. Siempre tan solo. Aseguro la puerta y corro a la velocidad de la luz sin cuidado alguno por las escaleras.

Voy tarde al trabajo.

Cruzo el portón que da a la calle y habiendo corrido dos calles camino a paso más rítmico y relajado, doy ligeros zarandeos a mi cabello que ni tuve tiempo de arreglar y suspiro desacelerando conforme pasan los minutos. Al menos mi trabajo no está tan lejos de donde vivo. Internamente le agradezco a los dioses.

Observo el cielo tan despejado y refrescante. Es un buen día, puedo sentirlo. El sol resplandece vigorizado, brilla potente y pareciera estar dispuesto a brindarnos su calor todo lo que resten de sus horas. Días así suben un poco mi estado anímico y me sorprendo sonriendo ladino.

Solo espero que esta vez no me despidan. Pensé en un intento reconfortante mientras seguía caminando acelerando de tan solo pensarlo.

Me doy el tiempo de admirar las calles, una cantidad apabullante de personas yendo y viniendo en este horario matinal ya acostumbrados a la rutina. Algo que yo no. Enormes edificios de importantes empresas que resultaban incluso atemorizantes por su tamaño se mantenían de pie en cada calle. Gratamente y entre todo el bullicio, se oían algunas aves en su canto armónico llenando el ambiente.

Tan pacífico.
 
A lo lejos vi el edificio en que trabajo y apresuré mis pies. Con dirección a las escaleras, subí dos plantas apenas llegué a mi destino. Una pequeña edificación de centro comercial algo agrietada y antigua, pero muy concurrida y con anaranjados colores pasteles decorando las paredes de seis plantas. Sus ventanas desprenden olor a café mezclado con la fragancia de las páginas de un buen libro y sus pasillos rebosan de un excesivo olor a papel recién impreso y otros no tan recientes inundaban todo el lugar. Es el aroma más fragante de mis mañanas. En el último escalón divisé la librería donde gasto cada día de mi vida, desde hace cuatro años. Ya con veintiún años creo que debería empezar a buscar otro trabajo.

Me gusta mi empleo, no me malinterpreten. Es honrado y la paga es lo suficientemente buena como para no morir de hambre. Amo los libros y las rebajas de las ediciones limitadas de Shakespeare me hacen querer seguir aquí. Pero aun así no lo son todo. Aún así, dentro de mi pecho una presión indica que las cosas no marchan bien. ¿No han tenido ese sentimiento de que algo les hace falta? Como si necesitaras de ese algo en específico para complementar el vacío en ti

—Buen día Jungkook-sshi, tres días en la misma semana, ¿eh? Procura no hacerlo un hábito. — su voz me despertó de un susto.

—Buen día, Ava. Lo lamento no volverá a ocurrir. —respondí haciendo una reverencia en modo de disculpa mientras me adentraba hacia el local.

Ava es mi jefa, una chica de apariencia dócil y dulce, pero con carácter fuerte. De rasgos muy delicados y aniñados para mi gusto. Sus grandes ojos café intenso y piel lisa le dan un toque de inocencia digno de su apariencia. Ha sido paciente y gentil estos años que llevo trabajando aquí. Ya dije, no tengo de qué quejarme, es un buen lugar.

Ya son más de las doce del mediodía mientras organizo algunos libros en orden alfabético en sus estantes. Las horas han pasado como un abrir y cerrar de ojos en lo que empieza a ser hora de almuerzo.

—Romeo y Julieta... —sonreí un poco ojeando sus hojas y buscando aquella parte que me gustaba tanto. —El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos. — susurré para luego suspirar nostálgico de repente, ¿Una mirada basta para llenar un vacío? ¿un encuentro inesperado tal vez? — Basta, no debo pensar en esa noche. —Reproché chasqueando la lengua y seguí en lo que estaba — ¿R? Sección R, ¿Dónde estas...? ¡Bingo!

—El Rey Lear… — volví a abrir aquellas hojas que tanto admiraba — Al nacer, lloramos porque entramos en este vasto manicomio.

Cualquiera se volvería loco entre tanto caos y crueldad. Venimos al mundo sin conocer lo que se avecina, un loquero hasta el día en que dejemos de respirar. Pero en ello estamos, un limbo que nos permite analizar el ser o no ser existencial. ¿A qué estamos destinados? ¿Por qué estamos aquí ¿Para qué? ¿Vivimos para morir? Eso es irónicamente lo único que tenemos asegurado, una pronta muerte. Por lo que cada día que pasa debes vivirlo como si fuera el último, no sabemos en qué momento nuestro corazón podría dejar de bombear.

Pestañeo varias veces al notar en que me quedé perdido entre tanto pensar. Suspiro cansado deseando un poco de comida. Dejo la carreta llena de libros sin ordenar y antes de cruzar la puerta busco a Ava para avisarle que saldré.

—¡Ava! —nada —¡Hey Ava, saldré a almorzar! —grité más fuerte, pero no respondió.

Caminé entre las estanterías lentamente con el corazón en la mano. Se supone que ella come en su oficina más temprano y a esta hora está por aquí vigilando que no deje pasar mis horas de comer como ya tengo por costumbre.

—Noona, sé que estás por allí... —el silencio volvió a reinar. Y un frío helado erizó la piel de mi cuello. Era aún de tarde, pero el pensar que algo pudo pasarle me heló. Giré la esquina buscándola en la sección infantil y al acercarme varios libros estaban regados por el suelo. —No, no, no... —caminé más a prisa hasta internarme en un pasillo —¡JEFA! ¡AV…

—¡BOO!

—¡AHHHHH! ¡Ava, joder! — llevé una mano a mi pecho horrorizado y respiré demasiado errático. Maldita sea…

—¡Oh Jungkook! —estalló en risas y apretó su estómago —H-hubieras visto t-tu cara, fue t-tan icónica. — volvió a reír con lágrimas resbalando por sus mejillas. —P-perdóname, es que quería animarte, pero al parecer te he dado un susto de muerte.

Reía divertida. Le lancé una mirada hastiada.

—¿En serio, Ava? Eres... Agh. —bufé molesto — Iré a almorzar, hasta luego. —me giré tremendamente enfurruñado y caminé lejos.

—No, no, Kook espera. Perdón ¿Vale? —me detuvo sosteniendo mi brazo. —Te quería invitar a un evento. Es especialidad en danza, pero curiosamente tendrá un rincón de artes, entre ellos la actuación y… —hizo un sonidito con su boca asimilando un redoble de tambores. A veces me preguntaba si Ava era tan ruda como demostraba. — harán una obra dramatizando Romeo y Julieta.

—¿Q-qué? Eso suena maravilloso, estaría encantado de ir, solo dame el día y hora y… —

—Ya, ya, calma. Te aviso todo. Puedo ver como tus ojos se iluminan cada que llegan más ediciones de Shakespeare, los lees en secreto en el sillón de allá — señaló el asiento acolchado amarillo que más me gustaba de aquí. —

—Y-yo... p-puedo explicarlo. —me interrumpió.

—Silencio, me agrada ver que este trabajo te agrada. Eres un chico muy dedicado y puntal — se detuvo frunciendo las cejas —, bueno, a veces, pero sé que te gusta estar aquí y por ello quiero compensarlo.

Sonreí agradecido. Al principio fue difícil no intentar apartar a las personas y aunque el dolor era frecuente quería avanzar.

 —Entonces ya tengo separado ese día. Iré a comer, gracias por todo Noona.

Sacudí mi mano en una despedida y esta vez más calmado, caminé hasta el patio de comidas del centro comercial. Un café no me vendría nada mal.


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