II
Jungkook POV.
Sentirse completamente vacío. Sí, esa es la palabra. Creer que estás solo en el mundo, que nada ni nadie entiende el fuerte sentimiento de tu corazón fragmentándose. No encontrar sentido a la vida y solo vivir porque no tienes más opción.
Sí, era mi triste realidad.
El creer que mis pensamientos y forma de ser cambiarían por alguien estaba lejos de ser algo por lo que mi mente se regía. Alguien, no era algo que me planteaba seriamente, puesto que ese "alguien" no era de suma importancia, pero todo eso cambiaría.
Tal vez fue el destino, la vida, Dios, o el supuesto hilo rojo con el cual todos nacemos que terminó uniendo a dos polos tan opuestos. Véanlo como quieran. Pero sucedió. En verdad pasó.
¿El hielo es atraído por el fuego?
¿El sol va atado de la mano con la luna?
Pasé de no creer ni en mí mismo, temiendo al reflejo de mi propio ser en cristalinos objetos. Pasé de sumergirme en la desazón de no hallar la fuente de mi energía. Pasé de no tener nada siendo golpeado por la realidad al comprobar que vivía solo y sin rumbo. De no confiar en nadie, a adorar con locura cada detalle de una peculiar sonrisa rectangular que mantenía latiendo este corazón. Volviéndolo suyo se convirtió en el único capaz de destruirlo o componer lo que alguna vez había abandonado toda esperanza. ¿Irónico, no?
Después de aquella singular, extraña, pero cálida noche regresé a lo que llamo casa con paso rápido. Entré apenas divisé la puerta y cerré repasando los hechos que acababa de vivir en mi reconfortante soledad transformándose en una dulce compañía.
—Tae... hyung… —pasé la lengua por entre mis labios en la última frase.
Definitivamente es peculiar. Deja un sabor agradable entre mis belfos y es como si fuera luz en todo su esplendor con el poder de esclarecer todo a su paso. Luz carente de oscuridad. Luz que no conozco en mi vida.
El fuego es atraído por el hielo
Es como si despertase algo en mí.
El sol va atado de la mano con la luna.
Creo que estoy perdido.
Solté un suspiro y quité mis zapatos junto con mis medias en el trayecto a mi habitación. Dejando de lado mis pensamientos me adentré en ésta exhausto observando mi alrededor y frente a mí, mi cama. Una reconfortante de dos plazas que se ha vuelto testigo de muchos insomnios al igual que muchos sueños. A su lado un pequeño mesón de noche. A mi izquierda un lugar para mis adoradas noches con aroma a café, un librero lleno de mis amigos más fieles, aquellos que han mirado tristes escenas de desesperación e intentos de una falsa paz. Mi dolor en veladas tristes como hoy y que por esta vez alguien la ha cambiado.
A los pies del mismo un suave sillón morado que me ha brindado calor, mientras un libro y una taza con café me acompañan haciendo la combinación perfecta siempre que lo necesito. Del lado derecho en una esquina mi ropero junto a la ventana cerrada como de costumbre, no suelo abrirla seguido. Observo todo sintiendo que apenas y paso un tiempo para dormir por día, todo está en su lugar sin ser casi tocado. Detengo la vista en mi cama añorando poder recostarme entre sus fragantes sábanas y por esta vez descansar sin interrupciones.
Si fuera tan fácil como decirlo.
Conforme me acerco dejo tirado mi calzado por alguna parte y antes de tirarme de lleno sobre la cama un golpe estruendoso resuena en seco deteniéndome del susto. Una brisa me recorre los pies descalzos y me estremezco. Giro a mi derecha con lentitud sintiendo el corazón desbocado en mi garganta y me encuentro con la ventana abierta de par en par. Tiene ambas cortinas bailando como amantes al incesante compás del viento bajo la luz de la Luna alumbrando el camino a sus rítmicos movimientos. Tan solo ha sido el fuerte ventarrón que somete las calles producto del frío invierno. Me acerco tiritando haciendo el amago de cerrar las puertas, pero como acto reflejo mis ojos se fijan en la luna frente a mí.
—¿Cómo puedes ser tan hermosa…? — susurré sin meditar con el corazón hecho un puñado rebosante de admiración y encanto. En segundos me sentí hechizado por él, quiero decir, ella.
Una espléndida circunferencia pulcra y blanca como la más fina porcelana se alza sobre la oscuridad de la noche y colisionan en un punto medio creando una balanza que me roba el aliento. Tiemblo por su imponente figura. Su luz se extiende sobre las calles de Seúl dándole brillo a los filos de los altos edificios y alejando cualquier soledad que amenace las calles. Mi corazón palpita más rápido al verle tan hermosamente delicada, una imagen sinigual.
El calor me abraza y comienzo a sentir una flameante llama instalarse en mi pecho amenazando con fundirnos de la manera más literal jamás entendida. Pero mis ojos siguen sin despegarse de su índigo azul que llena mis sentidos arriesgando todo y a la vez nada. La pequeña aura que le rodea me enternece el alma al mirar la inocencia y pureza peleando por quién es la primera en abrazar sus redondeadas curvas que me seducen y embriagan deseando ser yo quien sea merecedor de tocarle, de reclamar. Mío, me arriesgo a pensar. Observando más diviso las estrellas siendo tan maravillosas, pero no al grado de opacar su presencia. Son tan dichosas de su compañía viéndose en la tarea de alumbrarnos. Todas gloriosas, pero ninguna mayor que su esencia.
Nada podría quitarle el protagonismo porque cada anochecer es enteramente suyo.
Y yo soy su mayor espectador.
Por un instante bufo hastiado del sentimiento que me embriaga, me siento envidioso de verles allí arriba, poder estar a tan escasa distancia y ser bendecido con permanecer a su lado tantas horas como les es permitido. Sentirle lejos contrista mi corazón y una lágrima rueda por mi mejilla siendo cautiva de un recuerdo que no se presenta ante mis ojos. Uno resguardado en la oscuridad de mi consciente que afanado está en ocultarme tantas cosas. Tantas cosas a las que soy ignorante. De pronto la flama azul apacigua sus incontrolables llamas por mi tristeza causada por su notable distanciamiento y no lo pienso más. Una última vez le observó listo para susurrar mi más sincero sentir esperando sea correspondido por quien ha robado toda mi atención desde la eternidad y hasta la eternidad.
—Te am... — paré en seco.
Pestañeé varias veces volviendo en mí mismo, mi cabeza sintiéndose pesada. Suspiro agitadamente regulando mi respiración exhalando humo por el frío que ahora está presente calando mis huesos. Me encontraba de pie frente a la ventana, pero hace un momento me vi frente a mi cama dispuesto a dormir. Me alejo de la ventana y cierro sus puertas cuidadosamente. Recuesto mi espalda en estas golpeando mi cabeza. Sentía una fría capa de sudor resbalando por mi frente y otra más recorriendo mi espalda con una nube atravesada en mi mente que no me permitía rememorar mucho más que cantidades inmensas de sentimientos para nada pudorosos.
Caminé con las piernas temblando y el corazón agitado hasta llegar a la cama y me senté en ella. Hundí mi rostro entre mis manos con los codos posados en mis rodillas. Limpié varias partes sudorosas en mí y volví a mirar la habitación buscando algo que me respondiera lo que sentía presionar mi pecho, una pista. Pero la nada me saludaba tan amable como de costumbre. Mi cuerpo entero se sentía fogoso, extraño, abrumado. Mordí fuertemente mi labio inferior.
—¿Qué acaba de pasar?
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