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Capítulo 98

—¿Te encuentras bien?

Rina y yo estábamos justo enfrente de la puerta de mi habitación. No habíamos cruzado ni una palabra hasta entonces, pero puede que mi expresión seria le hiciera pensar que algo malo podía haber pasado durante mi breve reunión con Lilith.

—Sí—dije en voz baja. La academia estaba sumida en la oscuridad y el silencio. A pesar de que me aseguró que esa noche no correríamos ningún peligro, seguía temiendo que nos descubrieran—. Sólo estoy nerviosa y cansada.

—Entiendo—murmuró sin sonar muy convencida.

—¿Qué hora es?

Se levantó la manga del vestido para mirar su reloj y tardó varios segundos en contestarme.

—Son las tres de la madrugada—susurró—. Deberías de tratar de dormir un poco—se acercó y colocó una de sus manos sobre mi hombro—. Sé que la cuarta prueba te preocupa, pero confío en que lo harás tan bien como las veces anteriores.

Respiré hondo y le di un ligero apretón a su mano.

—Gracias. Espero que todas la superemos.

En ese momento, dio un paso atrás y la vi cruzarse de brazos por el rabillo del ojo.

—Mañana por la noche nos reuniremos de nuevo en la biblioteca. Hay varias cosas importantes de las que me gustaría hablar con vosotras.

La miré y asentí lentamente. Tenía el presentimiento de que Morgan nos tendría preparada una sorpresa para la cuarta prueba. Usar la transmutación sería sencillo, pero el terreno sobre el que nos moveríamos jugaría un papel muy importante.

Introduje la llave en la cerradura y me pregunté lo que podría haber pasado en el acantilado. Si hubiese abierto los ojos usándola me habría despeñado por él y Jared no podría haberlo evitado. Por ese motivo reaccionó de esa forma. Corría peligro en ambos planos y los dos lo sabíamos.

—Hasta dentro de unas horas, Rina. Espero que tú también puedas descansar.

Tras un leve asentimiento de cabeza que puso fin a nuestra discreta conversación, se dio la vuelta y comenzó a alejarse por el pasillo. Me esperé a verla desaparecer y entré rápidamente. Cerré la puerta con llave, cogí el dibujo que hice poco antes de ir a ver a Lilith y lo observé atentamente bajo la luz de la luna.

—Voy a encontrarte. Lo prometo.

Lo guardé junto al resto bajo el escritorio y me tumbé sobre la cama. Eran las tres y media de la madrugada cuando miré el reloj por última vez. A pesar de que mi cuerpo estaba cansado, mi mente no dejaba de pensar en mi parte del trato. Lilith fue sincera conmigo y aunque no me dijo lo que debía o no debía hacer, sus palabras me permitieron verlo todo más claro. Sabía lo que quería, pero tenía miedo de que mi decisión terminase alejándome de él. No estaba segura de si podría practicar para la cuarta prueba, aunque esa no era una de mis mayores preocupaciones. Estaba aprendiendo a confiar en mis habilidades y después de todo, no era una bruja cualquiera.

Cerré los ojos y coloqué una mano sobre mi corazón. Me sumí en un sueño profundo escuchando cómo mis latidos se aceleraban a medida que entraba a un mundo que pronto empezaría a cambiar. Dejaría el verano atrás para adentrarme en un invierno frío y doloroso. Quizás el vacío que sentía se llenase si le ponía fin a todo de una vez por todas.

—Ya estás aquí.

Su mera voz fue suficiente para erizarme la piel.

—Ya estoy aquí.

Mi respuesta se mezcló con el sonido del viento deslizándose entre las ramas de los árboles. Su olor me envolvió, trayendo de vuelta una sensación de déjà vu y cuando abrí los ojos, él estaba tumbado sobre el suelo, a mi lado, mirándome fijamente.

—Me alegro de que hayas venido.

Observé su rostro durante varios segundos sin decir nada. El secreto que guardaba la cicatriz de su pómulo me trajo algunos recuerdos amargos. Descendí los ojos hasta sus brazos y aunque la oscuridad no me permitió ver lo que un día fueron heridas profundas, sabía que estaban allí, al igual que las de su espalda.

—¿Pensabas que no lo haría?

La intensidad de su mirada me resultó abrumadora. Hubo un momento en el que pensé que todo lo que me hacía sentir formaba parte de un plan ideado por otra persona. Lo cierto era que nunca habíamos hablado de nuestros sentimientos directamente. Confiaba en él y lo mismo sucedía a la inversa. Aun así, la necesidad de decirle lo que sentía por él a la cara me perseguía de noche de día.

—No me lo he planteado ni una sola vez.

Suspiré pesadamente y observé las sombras que las pestañas creaban bajo sus ojos.

—Yo también debo cumplir mi palabra.

Giró su cuerpo hacia el mío y colocó el brazo debajo de su cabeza. La luna iluminó su rostro. Recordé sus ojos dorados y me pregunté si el motivo de su cambio tenía algo que ver con ser un ángel de la muerte.

—Tú eres la única que puede tomar esa decisión. Ya te dije que no voy a obligarte a nada.

Traté de acallar la voz interior que me decía que lo único que hacía era seguir las órdenes de otra persona. Si eso terminaba siendo verdad, la única perdedora sería yo.

—¿Por qué decidiste hacer un trato conmigo?

—Porque quería acercarme a ti—observó mi rostro como si estuviera tratando de que cada rasgo se quedase grabado en su memoria—. Desde el principio he querido ayudarte a salir del lugar al que yo mismo te traje.

—No tuviste otra opción.

Me giré hacia él hasta quedar apoyada sobre mi costado. Doblé ligeramente las rodillas y me abracé el estómago esperando calmar los nervios que se extendían lentamente por todo mi cuerpo.

—Tienes razón, pero eso no me hace sentir menos culpable.

La luna se escondió detrás de las nubes y su mirada se oscureció. Pude notar el sabor amargo de sus palabras. Sabía que no me estaba mintiendo, pero tenía que asegurarme de que la decisión que tomaba era la correcta.

—Hagamos una cosa—dijo sin apartar sus ojos de los míos—. Esta noche puedes hacerme todas las preguntas que quieras. No te pediré nada a cambio—inclinó su cabeza hacia delante y de esa forma se acercó un poco más.

Sus palabras tuvieron un efecto inmediato en mí, provocando que mi corazón comenzase a latir con fuerza al tiempo que sentía una especie de revoloteo en el pecho.

—Sé sincero, por favor.

—Lo he sido hasta ahora.

—Pero me ocultas cosas y no quiero que sigas haciéndolo. No seas como el resto.

Al fruncir los labios, sus dos hoyuelos se le marcaron en las mejillas y apartó la mirada como si estuviera teniendo un gran debate interno.

—Me he ceñido a los planes de Cassandra porque confío en su palabra.

—Ella no está en la academia—le recordé—. ¿Acaso no sabe que mis sueños son peligrosos? Tú también puedes resultar herido. En el incidente del invernadero...

Me detuvo posando su dedo índice sobre mis labios y entonces habló.

—Ese día estuve ahí para protegerte.

Rodeé su mano y la aparté con cuidado.

—No necesito a nadie que me proteja. Quiero valerme por mí misma.

Me detuve para poder respirar con calma y no terminar derrumbándome. Él debió de darse cuenta, pues cubrió mi mano con la suya y pronunció mi nombre como si le doliera.

—Nina.

—No, Jared. No quiero seguir sintiendo que no valgo para nada.

—Le has demostrado a todo el mundo lo contrario. ¿Por qué sigues pensando de esa forma?

Apoyé mis manos en el suelo y me senté. Él hizo lo mismo y miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué quieres entrar?—mi intención era que sonase como una pregunta, pero pareció más una acusación—. ¿Estás seguro de que puedes responder a cualquier pregunta que te haga?

—Deberías pensar primero en si serás capaz de escuchar la respuesta porque te prometo que voy a decirte la verdad.

No se mostró alterado en ningún punto de la conversación. En cambio, yo parecía una bomba de relojería a punto de explotar.

—¿Sabías que Luc estaba...?

—Sí—contestó antes de que terminara la frase—. Pero sabes que no me hubieras creído aunque te lo hubiera dicho. Te habrías negado a aceptar que tu amigo de la infancia ya no estaba y que jamás podrías recuperarlo. Por eso hicimos un trato—traté de buscar una respuesta que estuviera a la altura de sus palabras y él volvió a colocar su mano sobre la mía cuando traté de apartarme—. Si te hubiese dado toda la información de golpe habrías entrado en shock. Cuando te traje aquí, tu bloqueo era mucho más fuerte. Sólo tú sabes lo doloroso que es recordar. Física y mentalmente—añadió y chasqueó la lengua, mostrándose molesto por primera vez—. ¿Recuerdas la noche que tuviste un episodio de sonambulismo?

Todos mis sentidos se pusieron alerta cuando lo escuché decir eso. 

¿Qué podría saber él?

—Eso no fue lo que pasó.

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